Los activos ambientales de la ciudad de València y su área metropolitana son claros: el mar, el Parque de la Albufera, el río Turia que vertebra y la huerta constituyen su geografía, y el último, además, es cultura, el producto del trabajo agrario hecho durante milenios.
El área metropolitana ha crecido a lo largo de los últimos cien años con escasos criterios de ordenación territorial de conjunto, afectando con pocas contemplaciones sus activos medioambientales, aunque no sin polémicas. El primer error fue el crecimiento abusivo sobre la huerta, cuando había la posibilidad de hacerlo hacia el secano de la comarca si se hubiera hecho hace décadas una planificación metropolitana o comarcal. A la vez, una parte decisiva en la destrucción de bienes medioambientales es consecuencia de la implantación de grandes infraestructuras, constituidas en fenómenos de alteración del territorio sin prever las respuestas de la naturaleza y concebidas al margen del planeamiento general de la ciudad. Uno de ellos fue el denominado Plan Sur, consistente en la construcción de un gran colector de desvío del río (el cauce nuevo) que seccionó la comarca al crear una gran herida de poniente a levante en el delicado territorio de la huerta (desde hace tiempo, más voces han cuestionado si era esta la solución adecuada a las riadas del Turia).
Como en el caso anterior, la ampliación del Puerto se ha hecho los últimos cuarenta años con exiguas consideraciones ambientales, y se ha llegado a un estado de desmesura o pérdida de escala tieneindo en cuenta la geografía de la ciudad y su dimensión urbana. La expansión portuaria, inexplicablemente, quedó fuera del Plan General del 1988, no sometida a criterios urbanísticos. Conviene hacer un repaso de los efectos sobre los activos medioambientales.
«Una parte decisiva en la derrota de bienes medioambientales es consecuencia de la implantación de grandes infraestructuras»
La costa de Valencia se ha alterado en profundidad (nunca mejor dicho) con el crecimiento del puerto de las cuatro últimas décadas, que ha multiplicado su superficie provocando cambios en las playas urbanas y constituye una amenaza latente para el futuro de la Devesa de El Saler, esa franja de arena esencial en la configuración natural de la Albufera. Conviene recordar que la primera consecuencia fue la desaparición de la playa de Nazaret en los años ochenta: situada en el sur de la ciudad y muy utilizada por sus habitantes por la facilidad de llegar con el tranvía, el puerto literalmente se la comió. Son también conocidas las alteraciones en la playa urbana del norte, la de la Malvarrosa, y en las de El Saler, por los cambios en las corrientes marítimas generadas por el crecimiento de la gran infraestructura portuaria.
Los efectos de ese crecimiento afectan también tierra adentro. El puerto promovió la creación de una Zona de Actividades Logísticas (ZAL) ocupando una parte sustancial de la huerta de La Punta, zona agraria de altísima fertilidad, que comportó un episodio de expulsión física de las familias labradoras que la habitaban. Además de su valor ambiental y productivo, esa zona de la huerta funcionaba como un tipo de corredor verde de unión entre la desembocadura original del río Turia y la del cauce nuevo situada en Pinedo, donde se inicia el Parque Natural de la Albufera. Desde los criterios de ordenación territorial, tendría que ser un ámbito de transición y conexión entre los dos parques: el del lecho del Turia y el de la Albufera, pero sus valores ambientales han desaparecido al construirse la ZAL, la cual hoy por hoy no ha entrado en funcionamiento y es tierra yerma.
«La creación de la ZAL comportó la expulsión de las familias labradoras que lo habitaban»
La instalación de una infraestructura de la envergadura actual del puerto tiene otros efectos territoriales derivados de los accesos. La V-30, situada en el sur, en el margen del nuevo cauce del río, es ahora su conexión viaria más importante, pero la Autoridad Portuaria no deja de reclamar un Acceso Norte, que afectaría de nuevo en el territorio de la huerta y en particular a los barrios del Distrito Marítimo, además de suponer una carga atmosférica y acústica por el tráfico motorizado.
El crecimiento del puerto ha tenido repercusiones que no se pueden considerar positivas para los activos medioambientales, esos elementos de naturaleza que son biodiversidad, bienes y servicios para los residentes de la ciudad y del área metropolitana, y también un atractivo para los visitantes. Los humanos actuamos como si conociéramos la naturaleza y pudiéramos actuar sobre ella sin riesgos, cuestión desmentida por la experiencia, especialmente evidente con el cambio climático. Enfrentarlo parece nada compatible con los intentos de una mayor expansión portuaria. ¿Tiene sentido continuar en esa dirección?