Entrevista a Ángela Bernardo

«El entorno a veces es cómplice de la persona que acosa»

Periodista de ciencia

Hace más de una década que Ángela Bernardo (León, 1988) trabaja como periodista de ciencia. Ha colaborado en medios como Jot Down o Hipertextual, donde publicó un reportaje clave sobre el caso de Nadia Nerea, la niña con una enfermedad rara utilizada por sus padres para sacar rédito económico. Por este artículo, recibió el II Premio José Carlos Pérez Cobo de periodismo y pensamiento crítico en 2017. Desde 2018 trabaja en Civio, organización que utiliza el periodismo como herramienta para arrojar luz a la opacidad de la administración pública. En Civio, es el corazón de la sección «Medicamentalia», un proyecto de investigación y de análisis de datos internacional sobre el acceso global a la salud, galardonado con el V Premio Concha García Campoy de Periodismo científico en la categoría de prensa digital.

Con Acoso. #MeToo en la ciencia española (Next Door Publishers, 2021), Ángela Bernardo conjura un poderoso ensayo sobre el acoso en el mundo de la ciencia. Además de explicar casos concretos que se han dado en universidades y centros de investigación del Estado español, la intención de la obra es desgranar qué factores hacen posible, dentro del mundo académico y científico, los casos de acoso sexual (vinculado a comentarios sexuales no solicitados, contacto físico no consentido, etc.) o de acoso por razón de sexo (por ejemplo, insultos de carácter sexista o trato desfavorable por razón de género). Hablamos con ella sobre esta cuestión y otros tratadas en la obra. 

Desde su punto de vista, ¿cree que en general la sociedad sabe qué comportamientos entran dentro del acoso sexual o dentro del acoso por razón de sexo?

Los estudios indican que no sabemos identificar bien qué comportamientos encajan dentro de cada tipo de acoso. Muchas veces hay conductas que puede que no sienten bien a las personas que las están viendo o sufriendo en primera persona, pero no saben identificar si se trata de un caso de acoso sexual o de acoso por razón de sexo. Por ejemplo, en una encuesta realizada por el CSIC, cuando preguntan a las 6.000 personas entrevistadas si han sufrido acoso, solo el 1,9 % dice que sí. Sin embargo, cuando les preguntan por comportamientos específicos, aproximadamente el 10 % responde haberlos sufrido. Esto demuestra que hay un gap perceptivo, una diferencia de percepción a la hora de entender qué comportamientos encajan dentro del acoso.

Agencia SINC

Como comenta en el libro, este contraste perceptivo dificulta que la víctima reconozca que está en una situación de acoso, pero también que la denuncie, porque su entorno tampoco está preparado para asumir la situación y actuar.

Claro. En caso del acoso sexual, son conductas que ya no son toleradas por la sociedad, igual que otras formas de violencia sexual, como el abuso o la agresión sexual. Dentro del iceberg de la violencia sexual, está por encima del agua: aunque a veces no sepamos identificar bien cuáles son, ya hay mucha conciencia en contra de esas conductas. Pero con el acoso por razón de sexo, se añade otro problema, y es que estos comportamientos todavía son bastante tolerados y normalizados. Por tanto, a ese gap perceptivo se le añade cierta tolerancia social que dificulta también que esos comportamientos sean percibidos por las víctimas o por el entorno.

¿Qué particularidades tiene el ámbito científico o académico que pueden facilitar que se produzcan estas situaciones de acoso sexual o acoso por razón de sexo?

El acoso se da en toda la sociedad y, por lo tanto, estos casos también pueden darse dentro del mundo de la ciencia. Pero a los problemas tradicionales que tiene el acoso –el gap perceptivo, la tolerancia…–, en el ámbito científico se añaden otras dos condiciones: una que es un sistema muy jerárquico y vertical, en el que existe una fuerte dependencia de poder. La carrera profesional de alguien puede depender de unas pocas personas. Entonces, si esta persona alza voz, bien porque conoce un caso de este tipo, o bien porque lo esté sufriendo, puede sufrir represalias, no solo a nivel personal, sino también a nivel académico. Por otro lado, está la gran precariedad que existe en el ámbito científico. Por otra parte, en un informe elaborado por las Academias Nacionales de Medicina, Ingeniería y Ciencia de Estados Unidos en 2018, comentaban que, históricamente, el acoso sexual y el acoso por razón de sexo se habían invisibilizado en el mundo científico y lo atribuían a que muchas veces los puestos de poder habían sido ocupados por hombres. Por tanto, se había restado importancia a estos comportamientos. Estos serían los tres condicionantes, los tres problemas específicos de la ciencia. Es verdad que la precariedad también existe en otros ámbitos profesionales, no solo en el de la investigación, pero dado que también existe ese sistema tan vertical, es el caldo de cultivo perfecto para puedan generarse estos problemas de acoso.

De hecho, llama la atención un estudio mencionado en el libro, según el cual, después del ámbito militar, el ámbito científico-académico era donde se daban casos de acoso sexual en Estados Unidos con más frecuencia. En cambio, parece que la percepción social de esta cuestión es muy diferente por lo que al ámbito académico respecta, ¿no?

Sí, por un lado, hay una cierta idealización de la ciencia en el buen sentido, porque nos ayuda a generar conocimiento, a entender el mundo que nos rodea, y además con ella conseguimos frutos beneficiosos para la sociedad. Lo hemos visto, por ejemplo, con el desarrollo de las vacunas contra la COVID-19. Pero a la vez es una imagen poco realista: la ciencia ofrece grandes beneficios a la humanidad, pero la hacen personas. Y eso también es una de sus cosas buenas: todos los frutos que se consiguen, los consiguen seres humanos de carne y hueso. Entonces, hay que trasladar esa imagen idealizada a una imagen más realista. Decía Rosalind Franklin que la ciencia y la vida ni pueden ni deben estar separadas, dando a entender esa bidireccionalidad. Los problemas que se dan en la vida diaria en otros entornos también pueden darse en el mundo académico. La ciencia no es una burbuja.

En el libro se habla de cómo no hay un perfil claro del agresor sexual. Aparte de tener en común que la mayoría son hombres, el agresor viene de múltiples circunstancias, estratos sociales, etcétera. Pero aun así parece que cuesta concebir que una persona culta pueda incurrir en este tipo de actitudes.

Sí, totalmente, por esa imagen idealizada. Al final, en un lugar donde puede haber cuotas de poder muy grandes y donde hay discriminación, se genera ese caldo de cultivo para que alguien no vea como un igual a la persona que acosa. Y hay algunas situaciones tremendas. Por ejemplo, el caso de la Universidad de Sevilla, en que un catedrático fue condenado por acoso y abuso sexual, muestra hasta qué punto esas relaciones de poder pueden ser muy dañinas. Muestra también que el entorno a veces es cómplice con la persona que acosa y no con las víctimas. Y este caso muestra que luchar contra el acoso no es solo una responsabilidad ética o moral, sino que es una obligación legal, de todos quienes forman parte del entorno. No se puede mirar para otro lado, o como ocurrió en este caso, que recomendaban a las profesoras denunciantes que no fueran al despacho del catedrático solas, o les decían que les convenía llevarse bien con él, porque era un hombre muy poderoso. Esto no puede suceder.

¿Por qué, tal como comenta en el libro, luchar contra el acoso en el mundo de la ciencia es fundamental para garantizar la integridad de esta?

Esto es un enfoque que se ha planteado sobre todo en Estados Unidos y me parece muy interesante. Tradicionalmente, la integridad científica se ha concebido como una serie de buenas prácticas relacionadas con no maltratar la evidencia con la que se construye la ciencia: no plagiar, no falsificar o fabricar datos… Pero en diversas sociedades científicas de Estados Unidos se ha empezado a plantear que habría que enfocarlo también a cómo se trata a las personas que forman parte de ese sistema científico. Y no solo al personal investigador: también al personal de administración de servicios, que hacen una labor fundamental para que la ciencia avance, o al alumnado que forma parte también de ese sistema. El maltrato a esas personas a través del acoso sexual o por razón de sexo produce un daño enorme a las víctimas y al final acaba dañando a la ciencia. Muchas veces, el tratamiento informativo sobre estos casos se ha centrado en hablar de la «caída» del reputado científico, del poderoso investigador, y se habla menos de qué pasa con las personas que han sufrido estos casos de acoso. Ellas también hacían una contribución importante a la ciencia. Lo que ha conseguido el movimiento #MeToo es que las víctimas tomen la palabra, pero creo que es importante dar un paso más allá, de poner el foco en qué daño se produce a las víctimas, qué daño se produce a la ciencia, y no fijarnos tantos en esa caída del poderoso investigador, como tratamos a veces en los medios estos casos.

«Es necesario poner el foco en el daño se produce a las víctimas y a la ciencia, y no fijarnos tanto en la caída del poderoso investigador»

¿Cómo ha sido la experiencia de solicitar información sobre los casos de acoso denunciados en universidades, instituciones, etc.?

Ha sido bastante variopinta. Contacté con las universidades públicas y con los organismos públicos de investigación para que me comentaran qué datos tenían sobre cuántas denuncias habían recibido en los últimos años, cuántas habían tramitado, cuántas habían archivado, cuántas habían enviado a fiscalía porque había indicios de delito de acoso sexual… En algunos casos, esta información ya es pública, y te la facilitan las unidades de igualdad o los gabinetes de prensa sin problemas. Por ejemplo, la Universidad Pompeu Fabra hace informes anuales sobre estos temas. En otros casos, no son informes anuales, pero se han hecho estudios sobre la incidencia que hay de acoso. Por ejemplo, en la Universidad de Vigo o en la Universidad Complutense de Madrid. Pero otros centros son más reticentes a aportar esta información. En algunos casos, para obtener los datos debes hacer una solicitud de acceso a la información pública a través de la ley de transparencia. Tienen treinta días para contestarte y si no lo hacen, puedes reclamar, y al final te dan la información, pero no deja de ser una forma de poner trabas. Y en algún caso particular, me han dicho que no tienen esa información, o no han querido dar su versión de cómo se ha actuado respecto a determinadas denuncias. Todavía hay esa falta de transparencia, de rendición de cuentas sobre este problema y creo que responde a un miedo corporativista a que, si se plantea que hay denuncias en una institución, es que esta tiene un problema. Cuando, en realidad, quizás lo que significa es que hay más recursos y las víctimas se sienten más apoyadas y acompañadas para presentar esa denuncia.

¿Crees que quizás también influye el tema de falta de financiación para establecer protocolos o contratar a gente experta para gestionar estos casos?

La ley de igualdad desde el año 2007 obliga a los organismos a que tengan protocolos propios contra el acoso sexual y el acoso por razón de sexo, y todavía hoy hay organismos públicos que no los tienen. Muchos los tienen subsumidos con el acoso laboral, por ejemplo, cuando la ley no lo permite. Desde las universidades públicas se ha hecho mucho trabajo a través de las unidades de igualdad, pero es necesario que los protocolos sean efectivos, tanto a la hora de garantizar la confidencialidad de las partes, como la protección de las víctimas, pero también la presunción de inocencia. No puede ser que haya un protocolo que se quede en un papel mojado, donde la víctima tenga que ir a una especie de tribunal de oposición a explicar lo que le ha sucedido. Tiene que haber entornos seguros donde puedan hablar. Son situaciones muy dolorosas, muy íntimas, y tener estos entornos seguros puede ayudar a que se sientan apoyadas y que puedan contar lo que les ha ocurrido y denunciar, si quieren, y también tratar de minimizar el impacto que puede tener todo esto en sus vidas: en su carrera académica, en su trabajo, y en su vida personal.

«Las primeras iniciativas en la lucha contra el acoso, las primeras sentencias en los años setenta suceden en Estados Unidos»

En el prólogo del libro, la periodista María Ramírez señala el hecho de que han sido los medios estadounidenses los que han publicado reportajes denunciando estos casos de acoso en el ámbito del cine, la ciencia, etc., pero no tanto los europeos. ¿Por qué cree que se da esta diferencia?

Esta, de hecho, era una de las preguntas que más me interesaban al principio de la elaboración del libro. Y lo que es evidente es que las primeras iniciativas en la lucha contra el acoso, las primeras sentencias en los años setenta… suceden en Estados Unidos. Aquí tardamos más en entender que el acoso es una forma de discriminación: cuando se elaboran las primeras normativas comunitarias europeas, en un primer momento se asume que a veces el acoso es una forma de discriminación y otras, no. La concienciación, por tanto, es distinta. Por otra parte, los medios de comunicación en Estados Unidos a veces tienen más recursos y tiempo para investigar. Pero es verdad que falta ese trabajo en los medios europeos. Incluso, cuando uno de estos casos ha ocurrido en Europa, parece que han hecho más labor los medios norteamericanos que los de aquí. Creo que el movimiento #MeToo ha ayudado con la visibilización de estos casos en todo el mundo, pero aún hay diferencias.

Portada de l’obra, editada per Next Door Publishers.

De hecho, en el libro comenta el caso de las denuncias hacia Francisco J. Ayala, cómo en los medios de Estados Unidos se publicó toda una investigación al respecto, y algunos medios aquí, en cambio, le dieron espacio para justificarse.

Creo que es importante pedir la opinión de la persona acusada por contrastar la información, igual que se ponen en cuarentena todas las declaraciones recopiladas hasta tenerlas contrastadas. Pero una de las aseveraciones que él hizo en medios es que era víctima del #MeToo. Y, sin embargo, según explicaba el informe que publicó Science sobre la Universidad de California, las denuncias contra él eran anteriores a 2017, es decir, antes del #MeToo. Por tanto, hay que saber cuál es la versión de Ayala, pero también confirmar lo que dice. Pero en algunos medios de comunicación de aquí, el enfoque ha sido claramente muy diferente y se ha centrado en la caída del prestigioso científico, no en el daño que pudo hacer a las víctimas.

¿Cómo podemos los medios dar cobertura a estos casos sin caer en la revictimización de las agredidas?

Es complicado, especialmente en casos muy mediáticos. Por ejemplo, el de Nevenka Fernández. Todavía el foco está puesto en ella y no en Ponferrada, o en Ismael Álvarez, a pesar de que ella durante muchos años no habló de este tema. Esto nos muestra la revictimización mediática que se produjo y que es difícil evitar cuando un caso salta a los medios. En el caso del libro, por ejemplo, les di la oportunidad a las víctimas, si querían, de no utilizar su nombre real. Incluso, en el caso del ciberacoso que cuento, ni siquiera está nombrada la institución porque, aunque han pasado muchos años desde que ocurrió, a esa persona le cuesta todavía mucho hablar del tema. Así, es importante dar voz a las víctimas, confirmar esa información y contrastarla antes de publicar nada, igual que hacemos en otros ámbitos, igual que hacemos con la versión de las personas que han sido denunciadas. Pero hay que tener especial cuidado con estos testimonios y con el enfoque que escogemos. Debemos hacer esas entrevistas con mucho cuidado y mostrando empatía. Y por supuesto, hay que evitar cualquier tipo de sensacionalismo y tratar que la información sea lo más neutra posible también. Un tinte amarillista puede dañar más a personas que ya están sufriendo.

© Mètode 2022
Periodista y traductora, revista Mètode.