Entrevista a Germán Orizaola

«Sin humanos, Chernóbil se ha convertido en un paraíso para la fauna»

Doctor en Biología; sus investigaciones se centran actualmente en el campo de la radioecología

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Han pasado cerca de 34 años desde aquel 26 de abril pero la historia del accidente ocurrido en 1986 en la central nuclear V. I. Lenin, en Ucrania, no deja de fascinar. Más aún tras la emisión de la serie Chernóbil, coproducida entre los canales HBO y Sky. De hecho, ese ha sido el gancho usado por Innocampus UV para su actividad más reciente, programada en la Sala Darwin del Campus de Burjassot-Paterna para este jueves, 20 de febrero. «¿Alguna vez te has preguntado sobre los efectos de la radiación en los seres vivos? ¿Quieres conocer más sobre el accidente nuclear que conmocionó al mundo en 1986? ¿Quieres saber cómo se ha modificado la vida en la zona?» son las preguntas que se utilizan como reclamo, añadiendo que «Si has visto la serie Chernóbil seguro que te interesará…».

«Han pasado cerca de 34 años desde aquel 26 de abril pero la historia del accidente ocurrido en 1986 en la central nuclear V. I. Lenin no deja de fascinar»

Uno de los ponentes invitados para responder estas cuestiones fue el doctor en Biología Germán Orizaola, cuyas investigaciones se centran actualmente en el campo de la radioecología, con los anfibios como principal modelo de estudio. Tal y como explicó en un artículo publicado en el número 103 de Mètode, «tres décadas después, la biodiversidad de la zona se ha recuperado completamente y en Chernóbil viven todos los grandes mamíferos del este de Europa y más de 200 especies de aves». Es decir, lejos de ser un ecosistema fantasma, la vida se ha abierto paso en Chernóbil tras un accidente que causó la mayor liberación de material radiactivo debida a la actividad humana. Y lo ha hecho contra todo pronóstico, puesto que «la idea general en el momento del accidente era que la zona afectada iba a quedar desprovista de vida durante cientos, e incluso miles de años», indica en el mismo texto, que lleva por título ‘De desierto nuclear a laboratorio evolutivo: Respuestas de los organismos vivos frente a la radiación ionizante en Chernóbil’.

Germán Orizaola, que dirige el grupo de investigación en Ecología Evolutiva en Ambientes Extremos de la Universidad de Oviedo, escribe: «La Zona de Exclusión de Chernóbil acoge poblaciones de todas las especies de grandes mamíferos del este de Europa (oso pardo, lobo, lince europeo, caballo de Przewalski, alce, castor, nutria…) y más de 200 especies de aves, entre otras muchas especies. La superficie de bosque se ha extendido hasta ocupar amplias áreas antes usadas para la agricultura. La zona está claramente muy lejos de ser un desierto nuclear. Esta contradicción plantea preguntas científicas de gran interés: ¿Cómo es posible que todos esos organismos vivan en Chernóbil? ¿Cuáles son los mecanismos que les permiten mantenerse en una zona contaminada por material radiactivo como Chernóbil?». Aprovechamos su visita a la Universitat de València para conversar con él sobre ese halo que todavía envuelve al accidente de Chernóbil pero sobre todo para tratar de contestar esas preguntas y entender por qué abunda la vida silvestre en un lugar que habían condenado a muerte.

¿Por qué suscita tanto interés en el público general todo lo que rodea al accidente de Chernóbil?

Fue un accidente muy importante y, además, en una época muy significativa: supuso en cierta medida el final de la Unión Soviética, una época en la que la información todavía fluía despacio… El accidente está envuelto de toda esa mística del telón de acero, de lucha de bloques… Además, sí que ha quedado en el subconsciente ese gran accidente industrial, ya no solo nuclear, que afectó a poblaciones humanas. Han pasado casi 34 años y sigue recurrente el interés de la gente por Chernóbil; más allá de la serie que se emitió el año pasado, sigue habiendo un fuerte interés sobre el tema.

«En el momento del accidente había un desconocimiento muy grande sobre los efectos de la radiactividad en el mundo natural»

Desde el punto de vista biológico, se pensaba que durante siglos no habría vida en la zona afectada. Sin embargo, la realidad es muy distinta.

En el momento del accidente había un desconocimiento muy grande sobre los efectos de la radiactividad en el mundo natural. Había y sigue habiendo mucho estudio de laboratorio pero evidentemente y afortunadamente no había estudios de campo. Tras el accidente se decía que aquello iba a ser un desierto nuclear durante miles de años. En la serie, por ejemplo, en cierto momento se dice que Chernóbil va a quedar como un desierto durante 20.000 años. Eso es lo que se pensaba pero la realidad ha sido muy distinta; la realidad es que han pasado tres décadas escasas y Chernóbil es algo muy diferente a un desierto nuclear.

¿Qué ha hecho posible que triunfe la vida en Chernóbil y qué podemos aprender de ello?

Han sido varios factores. En primer lugar, en el fondo la radiación funciona de una manera muy distinta a como muchos pensábamos. Muchos elementos se degradan con el tiempo, con lo cual los niveles de radiación, que fueron altísimos en el momento del accidente, treinta años después son muchísimo más bajos. Además, en toda la zona de exclusión la radiación está mucho más parcheada, no hay una zona gigante de alta radiación. Así, las zonas contaminadas no son tan grandes. En segundo lugar, la fauna y en general los organismos vivos son mucho más resistentes de lo que pensábamos. Probablemente no tanto a ese impacto inicial pero ahora que ya han pasado años… Un tercer elemento clave que juega en Chernóbil es que allí vivían 300.000 personas y ahora apenas viven 2.000. La presencia humana –con lo que implica la actividad industrial y agrícola, la caza, el ruido, la luz– tiene un impacto muy negativo sobre la fauna salvaje. Una vez que desaparecen esas 300.000 personas y toda esa actividad, aquello se convierte en un paraíso para la vida salvaje. Los grandes mamíferos necesitan espacios grandes y falta de molestias humanas. Allí hay ahora mismo poblaciones enormes de lobo, de lince, de cualquier gran mamífero… Han vuelto los osos, han vuelto los bisontes… Sin humanos y con una incidencia de la radiación menor de lo que se esperaba, aquello se ha convertido en un paraíso para la fauna.

Citaba antes la serie de HBO. De hecho, se usa como gancho para la actividad organizada por Innocampus UV para este jueves. ¿La ha visto?

Sí, sí que he visto la serie. Es curioso, porque se emitió el año pasado mientras nosotros estábamos trabajando en Chernóbil y no la vimos hasta que salimos de la zona de exclusión. Pero mientras estábamos allí sí que nos dimos cuenta de que estaba teniendo mucho impacto.

¿Y cómo la valora? ¿Cree que es fidedigna a lo que ocurrió allí?

La serie se centra en el accidente, cuenta un poco el primer año desde el momento del accidente hasta el juicio. Evidentemente no es perfecta, pero creo que refleja muy bien lo que se pensaba, cómo se actuó en aquella época. La calidad técnica también es muy buena. Chernóbil sigue estando en el subconsciente de la gente y con una serie muy buena es normal que haya tenido el impacto tan grande que ha tenido.

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Germán Orizaola: «Chernóbil ahora mismo es un laboratorio evolutivo fantástico.» / I. Lafita

A raíz de la emisión de la serie también se ha avivado el interés por visitar la zona, lo que se conoce como tanatoturismo o turismo negro. Este aumento de turistas, es decir, de humanos, ¿puede tener consecuencias para la fauna que allí habita?

En los últimos años ya estaba creciendo mucho el turismo en Chernóbil. El año anterior a la serie [que se comenzó a emitir en mayo del 2019] ya visitaron la zona 70.000 personas; el año pasado fueron cerca de 150.000. Así, ha habido un incremento muy fuerte y probablemente lo haya más el año que viene. ¿Qué impacto puede tener el turismo? Creo que puede ser incluso positivo. Los turistas ahora mismo se mueven por una zona muy restringida en Chernóbil. Fundamentalmente entran por la carretera principal, van a la central nuclear, a la ciudad abandonada de Prípiat y si acaso a alguna granja que hay por los alrededores. Suelen ser viajes de un día desde Kiev y se marchan. La zona de exclusión es muy grande, tanto en Bielorrusia como en Ucrania, creo que acaban siendo casi 40 kilómetros por 40 kilómetros.

¿Y por qué puede ser positivo ese turismo?

Porque uno de los problemas que tiene ahora Chernóbil es que se puede abrir otra vez. La gente no va a volver a Chernóbil, ya que Chernóbil no ofrece nada. Lo que tenía era una central nuclear y mucha actividad alrededor de ella; eso no existe. Los edificios que había no están utilizables. En cuanto a la agricultura, no tiene ningún interés especial. Chernóbil, pues, no ofrece nada para que la gente vaya. Y como eso es así, creo que lo mejor que le puede pasar ahora mismo a Chernóbil, sobretodo desde el punto de vista de un biólogo, es que siga siendo una zona de exclusión y que siga siendo lo que ahora mismo se ha declarado, que es una reserva natural [la Reserva Radioecológica Estatal de Polesia]. Tenemos un caso único de una superficie enorme dedicada a la fauna sin prácticamente interacción humana. Creo que el turismo puede contribuir a eso; el turismo va a seguir yendo allí si aquello es una zona de exclusión y la envuelve todo ese mito del accidente, de pasar unas barreras con unos dosímetros… Si le quitas esa mística, pierde gracia para el turismo. Creo que de manera indirecta el turismo puede ayudar a que eso siga siendo una zona de exclusión dedicada fundamentalmente a la conservación de la naturaleza.

Cuando hablamos de zona de exclusión, ¿a qué se hace referencia exactamente?

Fundamentalmente es una zona en la que en principio no está permitido el reasentamiento urbano. El acceso está restringido totalmente con puestos de control y solo se puede entrar con una autorización especial: gente que trabaja todavía en la central nuclear y que vive dentro de la zona de exclusión, turistas y gente que va a investigar. Pero es una zona amplísima en la que únicamente hay un núcleo de población –la antigua ciudad de Chernóbil, donde vive esa gente– y un núcleo de actividad –alrededor de la central nuclear–; todo lo demás está abandonado.

«A nivel de poblaciones y una vez que hemos descontado a los humanos del sistema, Chernóbil es una zona con una abundantísima fauna»

En la zona sigue habiendo contaminación radiactiva. ¿En qué medida afecta esto a los organismos que viven allí? Tenemos en el imaginario colectivo el pez de tres ojos de los Simpson…

Esa imagen no es real, a simple vista no se ve nada. A simple vista lo que se ve es justo lo contrario, un sitio en el que está viviendo gran fauna: alces, lobos, linces, ciervos… Los anfibios con los que trabajamos nosotros son también abundantísimos. El impacto inicial, el del primer par de años, fue importante en algunas zonas; siempre me gusta recalcar que la zona de exclusión es muy grande y que la zona que se vio afectada de manera muy intensa en el momento del accidente es pequeña. En esa pequeña zona todavía hay niveles de radiación altos e igualmente hay fauna por ahí tan abundante como en otros sitios. A nivel individual sí que puede haber efectos pero la radiación es un factor más dentro del sistema. La radiación es igual que un exceso de calor, un exceso de frío, una falta de alimento, predadores, un parásito… Evidentemente, hay individuos que pueden verse afectados por la radiación si están en un mal estado fisiológico porque han comido poco, porque ya son dos factores: escasez de comida más radiación. A nivel de poblaciones y una vez que hemos descontado a los humanos del sistema, aquello es una zona con una abundantísima fauna.

¿Qué lo llevó a centrar sus investigaciones en el campo de la radioecología?

He trabajado toda mi carrera con anfibios pero en cosas totalmente distintas, más relacionadas con el cambio climático. Pero entré en contacto con gente del mundo de la radiación, que quería trabajar en Chernóbil a nivel ecológico, y me pareció interesante. De hecho, es mucho más interesante de lo que pensaba en un principio. Cuando vas allí lo haces pensando en los efectos negativos pero en realidad, como decía en el artículo de Mètode, Chernóbil ahora mismo es un laboratorio evolutivo fantástico. Es un laboratorio en el que, sin humanos, la fauna está a su aire y se pueden estudiar procesos de adaptación rápida, de renaturalización de un ecosistema… Una cantidad de cosas que en otro sitio es muy difícil estudiar. Por lo tanto, como científico es un sitio fantástico.

Con motivo de sus investigaciones ha visitado la zona de exclusión de Chernóbil. ¿Tenía algunos prejuicios antes de ir? ¿Era como la imaginaba?

No sé si eran prejuicios pero sí desinformación. Yo tenía la idea de que íbamos a buscar efectos de la radiación pero en cuanto vas allí te das cuenta de que hay que cambiar un poco el chip. En lugar de buscar efectos negativos de la radiación es mucho más realista e interesante buscar respuestas adaptativas porque lo que ves es que allí hay animales. Siempre digo que la gran pregunta una vez que vas allí y ves lo que hay es: «¿Qué está pasando para que esto, que sigue teniendo contaminación radiactiva, se haya convertido en un paraíso para la fauna?». Creo que esa es la gran pregunta que hay detrás, con la implicación evidente que hay también hacia la parte humana de la historia. Es decir, si la fauna es tan abundante, ¿son necesarias estas zonas de exclusión en un caso similar? ¿Hay que llevarse a toda la población, con el fuerte impacto psicológico que tuvo? Esto tiene también interesantes implicaciones sociales.

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