Entrevista a Francisco Tomás

«La curiosidad ha generado el impulso del conocimiento»

Catedrático de Química Física de la Universitat de València

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Con un discurso sobre la estructura y dinámica de las proteínas, el profesor Francisco Tomás Vert ingresaba el pasado mes de febrero en la Real Academia de Medicina de la Comunitat Valenciana. El que fuera rector de la Universitat de València entre 2002 y 2010 escogía así para su ingreso en esta academia científica un tema que pone de manifiesto una de las muchas consecuencias de la química en nuestra vida cotidiana. Una ciencia en la que el profesor Tomás confiesa que se inició movido por las circunstancias: «Yo quería hacer ciencia –explica– y en Valencia la única carrera que había era química». No obstante, de sus palabras durante nuestra conversación se deduce que no se arrepiente de esta decisión. En su despacho del Campus de Burjassot, rodeado de libros, revistas científicas y recuerdos, Francisco Tomás nos habla de química, universidad, sociedad y ciencia. Sobre la mesa, junto al último número de Mètode, podemos ver el libro que está releyendo, La nueva mente del emperador, de Roger Penrose. «La ciencia la hacemos también palabra», asegura, convencido de que la universidad debe superar la creciente especialización y acercar ciencia y humanidades.

Su discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina de la Comunitat Valenciana trató sobre la estructura y dinámica de las proteínas, ¿por qué escogió este tema?

Se trataba de una cuestión relacionada con la salud y las ciencias de la vida, pero además partía de las raíces químicas, que es mi formación. En síntesis, este tema es el objeto del Premio Nobel de 2013, que reconocía las investigaciones para conseguir medios de trabajo para simular procesos que se dan en la vida, en las células y en todos los seres vivos. Nuestra estructura química y biológica está hecha fundamentalmente de proteínas. Se han desarrollado muchas técnicas experimentales para conocer la estructura de las proteínas y su función, pero realmente las técnicas experimentales están muy limitadas a la hora de estudiar su funcionamiento en un ser vivo. Por eso tenemos que simularlo. Este metodología para hacer posible la simulación se fue desarrollando durante unos cuarenta o cincuenta años y cristalizó en los trabajos del grupo de los profesores Karplus, Levitt y Warshel, que fueron los que orientaron todo el conjunto de investigaciones y le dieron un vuelco. Muchos investigadores empezaron a utilizarla, y esto motivó que en 2013 les dieran el Premio Nobel. Este galardón tiene la significación de reconocer el trabajo de los investigadores en los estudios de los procesos de simulación en grandes sistemas biológicos desde la segunda mitad del siglo xx hasta la actualidad.

¿Cómo se aplica esto al campo de la medicina?

Incide en la práctica y sobre todo en la investigación médica. En primer lugar, ayuda a entender los mecanismos biológicos a escala molecular. Existen procesos que son muy cortos y no se pueden observar fácilmente, y entonces esta simulación del mecanismo nos ayuda a entender su funcionamiento. La segunda cuestión, que tiene tanta importancia o más, es la de diseñar mecanismos de reacción, por ejemplo en el desarrollo de nuevos medicamentos. Ante la alteración de un mecanismo biológico en una patología, ¿cómo tenemos la capacidad de controlar esta alteración? Produciendo fármacos que intervengan en el mecanismo de reacción y que modifiquen las pautas de funcionamiento. Esto puede conducir a un sistema de comprensión de la acción de los medicamentos sobre los organismos mucho más directo y rápido, y también hay que decirlo, mucho más económico.

Habla del desarrollo de medicamentos. Existe una percepción social que relaciona la química y la industria farmacéutica con connotaciones negativas, ¿qué opina de esto?

Hay una corriente de pensamiento que parte de que la química es mala para el desarrollo de la sociedad humana, y eso no es cierto. Somos seres vivos y funcionamos gracias a procesos químicos. Por tanto, trabajar y conocer como funcionan estos procesos no es nada malo; el conocimiento nunca lo es. Y en segundo lugar, el mundo en el que nos toca vivir tiene 7.500 millones de personas para las que debemos proveer medios de vida razonables y cómodos, alimentación y también calidad de vida. Todo eso implica que la sociedad ha desarrollado todo un conjunto de herramientas que realmente lo posibilitan. Se acusa a la química de ser la culpable cuando no es el caso, el culpable es el sistema económico que utiliza las herramientas de la química en su propio beneficio. Tenemos el ejemplo del DDT, un insecticida fuertemente contaminante que actualmente está prohibido. Pero en su momento fue un éxito total: acabó con las plagas, las cosechas fueron mucho más ricas y países como la India pasaron de un hambre endémica a ser autosuficientes. Más tarde, las plagas se inmunizaron frente a los insectidas, especialmente el DDT, y hacía falta poner más y más. Y llega un momento en que nuestro sistema fisiológico también sensible a los insecticidas se vio afectado. Perdimos la referencia de que nosotros también somos seres vivos, y eso es lo que está cambiando.

Foto: Anna Mateu

El libro de Rachel Carson, Primavera silenciosa (1962), la obra que alertaba sobre los peligros del DDT, es considerado uno de los precursores del ecologismo moderno, y seguramente también es una de las causas de la percepción tan negativa de la química.

La química nos ha permitido llegar al estándar de vida que tenemos. El problema es que en la crítica a la química se contrapone lo artificial con lo natural. Hay cosas naturales que también son malísimas. El veneno más potente que se conoce es la tetraodotoxina, presente en los peces globo del océano Pacífico. En la naturaleza hay miles de sustancias tóxicas y también muchísimas beneficiosas. En la fabricación de sustancias también se hacen muchas más buenas que perjudiciales. La enorme cantidad de sustancias que tenemos en la vida cotidiana, como los fármacos, materiales como los plásticos o los nanomateriales, vienen de materias primas como el petróleo, los minerales, etc. Si no hubiera química, nosotros no podríamos existir. Al fin y al cabo estamos formados por unos cuantos átomos bien combinados. Yo reivindico la química. Toda la diversidad del mundo en el que vivimos y que podemos apreciar la explica la química. El mundo se ha movido por la ambición de las personas durante mucho tiempo, pero también por la inquietud y las ganas de conocer. Toda esta curiosidad es la que ha generado el impulso del conocimiento que ha configurado la sociedad científica y tecnológica que hoy en día tenemos.

En 2011, el año de la Química, usted era el encargado de la lección magistral de apertura de curso de la Universitat de València y en ella hablaba de aprovechar aquel año para formar soñadores, descubridores, científicos… Además de tener esta curiosidad de la que habla, ¿un científico tiene que ser también un soñador?

Totalmente. En la actualidad parece imponerse la corriente que defiende que la investigación tiene que tener una aplicación inmediata. Pero la experiencia nos dice que la mayor utilidad de la investigación no es esta, sino enfrentar el desconocimiento y optar por el descubrimiento. Los países que tienen una mejor investigación y, como consecuencia, un mayor desarrollo económico, son aquellos que han dado libertad a los investigadores y a los científicos para que piensen, estudien y descubran. Si no hacemos nada que no tenga una rentabilidad inmediata al final no haremos nada. Estoy seguro de que cuando Einstein se encerró en su gabinete a inventar la teoría de la relatividad, nadie fue a decirle: «¿eso cómo contribuye al desarrollo económico de la Comunitat Valenciana?».

Pero con la situación actual de crisis los gobiernos buscan soluciones a corto plazo.

Eso no es universal. Por ejemplo, cuando en Europa se declaró la crisis, el gobierno alemán duplicó los recursos destinados a la investigación. El problema económico es angustioso y hay prioridades ineludibles, como pagar las pensiones y los salarios. Es el hándicap que países como el nuestro tenemos para el desarrollo de la ciencia: que no hay recursos suficientes. Pero se tienen que hacer esfuerzos, hay líneas de investigación que no necesitan muchos recursos. Se han ocultado bajo el paraguas de que no hay dinero y de la rentabilidad. En este momento nuestro sistema de investigación y desarrollo necesita una cosa de la que nadie se hace eco: gente joven. Los jóvenes se van fuera a buscarse la vida, y también a aprender más, pero hay muchos que regresan o quieren regresar. Y aquí volvemos a la química, que es una ciencia no excesivamente costosa, pero que pide instrumentos buenos e infraestructuras básicas.

Hace referencia a la gente joven. Usted a lo largo de su carrera ha desarrollado tanto la docencia como la investigación, ¿qué le ha resultado más enriquecedor?

Donde me he quedado más satisfecho es haciendo clase. Pero el profesor no puede ser un mero repetidor de lo que han hecho otros. La universidad no es solo una academia donde se enseña el conocimiento, es esencialmente un lugar donde hay personas generando este conocimiento. Por eso es importante que docencia e investigación vayan unidas. Esta conjunción de funciones en la caracteriza a la institución universitaria.

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Foto: Anna Mateu


Además de profesor e investigador, también ha dedicado parte de su carrera a la gestión académica, primero como vicedecano y decano de la Facultad de Ciencias Químicas, más tarde como vicerrector de investigación y finalmente como rector de la Universitat de València entre 2002 y 2010. ¿Qué destacaría de su experiencia como gestor universitario?

Yo fui rector porque quería a mi universidad. Aquí me encontraba como en casa y me di cuenta de que no podía solo vivir ahí, sino que también debía trabajar para la casa y hacer alguna cosa por ella. En la universidad hay una triple dimensión: investigación, docencia y gestión. En otros países el profesorado no gestiona, pero aquí la Ley de Reforma Universitaria del PSOE significó una revolución copernicana. Era una invitación a los universitarios a participar. He tenido mucho respaldo durante mi gestión en la universidad, muchas personas han tenido complicidad conmigo. También he sido consciente de que lo que yo pensaba no era la única verdad y que había otras formas de actuar. Sobre todo en un lugar como en la Universitat de València, donde la heterogeneidad es una riqueza. Me gustaría ver en una sociedad que reconociera que, salvo la Iglesia católica, no tiene una institución más antigua en su estructura social que la Universitat. Ya son más de 516 años en Valencia.

En 2006, en una entrevista publicada en Mètode, se mostraba optimista respecto a la situación de la ciencia: «La ciencia progresará, se acabará imponiendo», decía. ¿Continúa pensando los mismo diez años después?
Soy optimista porque al final nosotros somos hijos de la historia. Hemos hecho barbaridades en nombre de la ciencia, pero si haces balance el progreso científico ha supuesto una mejora de la condición humana, de la sociedad y de los valores. Yo tengo una percepción de la ciencia a largo plazo. A partir de la reforma de 1980, entramos en un sistema de progreso. Nunca habíamos vivido un aumento tan grande en la producción científica en nuestro país como en el inicio del siglo xxi, cuando España llegó a ser el noveno país en producción científica del mundo. Actualmente nos hemos alejado un poco de esta posición, aunque tampoco mucho gracias al esfuerzo y la imaginación de los investigadores en esta situación de crisis. Me gustaría acabar con un cierto toque de nostalgia hacia la Universitat en la que estudié, y donde inicié mi vida docente e investigadora, aquella Universitat reunida en el Paseo al Mar, donde podías hacerte un café con los compañeros de derecho, humanidades o medicina y explorar las posibilidades de luchar por las libertades y la razón en la sociedad de aquel momento, y reivindicar también la universidad del conocimiento sin divisiones artificiosas. Este es el modelo universitario en el que me he criado y en el que creo.

Marta Navarro. Estudiante de Periodismo de la Universitat de València.
Anna Mateu. Jefa de redacción de la revista Mètode.
© Mètode 2016.

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Estudiante de periodismo de la Universitat de València.