Desde su campo de trabajo, usted ha investigado sobre el exilio científico español del año 1939. ¿Podríamos estar acercándonos a otro exilio científico? Sí. El de ahora es un exilio científico-económico, mientras que el de 1939 fue político. El exilio del 39 estuvo representado no solo por aquellos científicos y científicas que tuvieron que abandonar el país, sino también por aquellos que se quedaron y que sufrieron la represión y se vieron obligados a abandonar sus puestos de trabajo, los institutos de investigación… Aquello supuso entorpecer una trayectoria científica de lo que se había denominado la edad de plata de la ciencia española y que había conseguido situarnos en un nivel internacional muy bueno y líder en muchas áreas de la ciencia. El franquismo fue un paréntesis y tuvo que llegar la democracia para recuperar un nivel científico como el que hemos conseguido, y ahora todo eso puede estar en el aire.
Otro de sus estudios está enfocado hacia el campo de la alimentación y de los hábitos nutricionales. ¿Qué medidas prácticas se pueden tomar para aminorar los efectos que la globalización puede tener sobre la dieta mediterránea? En la Universidad de Alicante ya hace tiempo que trabajamos con alumnos de grado de nutrición y del máster, en la línea de ofrecerles herramientas para que sean agentes activos en la recuperación y readaptación de la dieta mediterránea en las actuales circunstancias de vida. Queremos recuperar la cultura gastronómica porque nos proporciona unos elementos clave para poder tener una dieta variada, equilibrada y saludable. Esta recuperación y readaptación la tenemos que hacer en un contexto agroalimentario que no puede estar basado en la llamada agroquímica, sino en alternativas más sostenibles como la agricultura ecológica.
¿Por qué la ecológica? Porque la pérdida de referentes gastronómicos, como la dieta mediterránea, ha comportado – a parte de problemas como el sobrepeso y la obesidad – que ahora tengamos que combatir problemas de salud que tienen que ver con la presencia de contaminantes químicos en los alimentos y que hacen que a nuestro organismo lleguen sustancias como los compuestos químicos persistentes y los reductores endocrinos, que están presentes en pesticidas y herbicidas que se utilizan en la agroquímica. Ya empezamos a tener evidencia científica de que están presentes en patologías emergentes a las que tenemos que hacer frente.
¿De qué enfermedades estaríamos hablando? De endometrosis, de infertilidad y de otras patologías como la diabetes. Hay trabajos que apuntan a que muchas de las diabetes pueden tener relación con los reductores endocrinos, distintos tipos de cáncer y otras enfermedades como la fibromialgia o la hipersensibilidad química múltiple, patologías con un componente de género. Suelen ser de mujeres porque los reductores endocrinos tienen afinidad por la grasa.
Entonces, ¿tendrían cabida en la dieta mediterránea los alimentos transgénicos? Los transgénicos no son indispensables. Su uso está siendo estimulado detrás de la gran mentira de que no hay bastantes alimentos. Hay alimentos más que suficientes para alimentar a toda la población mundial. Por lo tanto, cuando tenemos delante la posibilidad de una innovación tecnológica hemos de tener presente una máxima de la ciencia, que es que las innovaciones tecnológicas muchas veces nos han ayudado a solucionar problemas, pero muchas otras nos los han creado. Hemos de preguntarnos cuales pueden ser los perjuicios a la hora de poner en práctica cualquier innovación. Hay argumentos más que suficientes para decir «no» a los transgénicos. A parte de que atentan contra la biodiversidad, si aplicamos el principio básico de la precaución en salud pública.
Pero no me negará usted que sí que hay un problema de falta de alimentos en muchos lugares del mundo. Sí, claro. Pero tenemos que reformular las políticas económicas y agrarias a nivel mundial. Tenemos que dejar de jugar con los alimentos desde el punto de vista de la economía financiera especulativa porque han perdido esa condición de economía productiva que tenían. Se ha producido una situación en la que estamos dando muchos alimentos para engordar animales porque se ha dado un aumento de la demanda de proteínas de origen animal. Una cosa completamente innecesaria y que es el origen de parte de la obesidad. En todo caso, esos recursos que dedicamos a los animales están en detrimento de los que necesita la población. Las grandes multinacionales están adquiriendo países enteros e implantan régimenes de monocultivo y provocan una desestructuración de las formas tradicionales de vida. ¡Están provocando desequilibrios muy preocupantes! Claro que hay alimentos para todos, pero se tiene que acabar con todas esas políticas para poder hacer un reparto justo.
¿Cómo valora el uso de los huertos urbanos, por ejemplo, para favorecer la recuperación de hábitos de alimentación mediterránea? Me parecen un instrumento muy útil para hacer educación en alimentación y nutrición, para recuperar aquellas señas de identidad propias de nuestro patrimonio y nuestra cultura alimenticia que ha de poner las bases para que los niños y los ciudadanos modifiquen los hábitos en un sentido más saludable.
Habla usted de señas de identidad. ¿No le parece que últimamente las grandes cadenas de comida rápida se están aprovechando de estas señas de identidad para vender sus productos, comparándose –paradójicamente- con los movimientos contrarios com el slow food? Sí, sí. Está el caso de una red de comida rápida que ahora tiene muchos anuncios donde se invita a comer con cuchara, con lo que se relaciona la comida poco saludable como es la fast food con una de las señas de identidad de la cultura gastronómica tradicional. Y no solo hay mensajes engañosos, sino que también publicidad engañosa. Eso siempre ha sido así, es un David contra un Goliat. Todos los esfuerzos que podemos dedicar en conseguir que los niños y niñas y los ciudadanos tengan unos hábitos de alimentación saludables se traducen en la lucha contra un enorme Goliat, que es ese gran mundo de empresas agroalimentarias y esa gran plataforma de la publicidad que acaba por desdibujar nuestros mensajes. Lo deseable sería buscar colaboración de las industrias agroalimenticias en un esfuerzo por conseguir su responsabilidad social, porque ellos tienen que asumir que el modelo es insostenible.
Se refiere, de nuevo, al mal reparto de alimentos… Me refiero a que, detrás de las cifras, hay mucho niños con obesidad y sobrepeso que son bombas de relojería que estamos colocando contra un sistema sociosanitario que será incapaz de sostenerse. Esos niños, en potencia, son adultos que tendrán problemas de diabetes o problemas cardiovasculares graves, que vivirán más años pero con una calidad de vida mucho más mala y con un coste social y sanitario que comienza a ser insostenible. Ya lo estamos viendo. Hace falta que cambiemos de modelo y que todos nos impliquemos. José Vicente Bernabeu Pardo. Estudiante de Periodismo de la Universidad de Valencia. © Mètode 2012.
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