Mariposas con piel de tigre
Conversación entre el escritor y crítico Julià Guillamon y el entomólogo Xavier Bellés
Xavier Bellés (Barcelona, 1952) es actualmente uno de los entomólogos más destacados de los Países Catalanes. Biólogo y químico, trabaja en el Instituto de Biología Evolutiva del CSIC y la UPF y está especializado en la evolución de la metamorfosis de los insectos. A lo largo de este verano ha tenido la suerte de zambullirse en las páginas de un libro inaudito. Les cuques (Mariposas de invierno y otras historias de la naturaleza, en la versión castellana), del escritor y crítico literario de La Vanguardia Julià Guillamon (Barcelona, 1962), tiene el acierto de presentar «la realidad compleja de la naturaleza y de los insectos» y explicarla de manera muy vivencial; eso sí, sin perder ni un ápice de rigor. Es quizás por eso que, cuando invitamos al entomólogo a establecer una conversación con Guillamon, se confiesa entusiasmado con las metáforas que sirven al autor para describir, por ejemplo, una mariposa. «Es fantástico y maravilloso que la Iphiclides podalirius sea un avión de papel con piel de tigre», afirma Bellés, que no deja de elogiar la sensibilidad del relato. Precisamente este trabajo lingüístico que travesía la obra, pero también la observación aguda de los insectos y la reflexión a partir del tiempo cíclico del bosque han hecho de Les cuques (Anagrama, 2020) uno de los libros del año en el ámbito de la literatura catalana.
Sus capítulos breves, con un estilo a medio camino entre la columna periodística y el flash de un recuerdo involuntario, nacieron como explica Guillamon de una añoranza muy grande. Fueron tres veranos (2017-2019) de no poder ir a la montaña con su familia, golpeada por un problema de salud grave. El poder de la memoria y el oficio de escritor han permitido al autor de ir reconstruyendo su vínculo con el bosque. El resultado es una obra con mucho ritmo y con una gran profundidad que, a finales de verano de 2020, ha congregado Julià Guillamon y Xavier Bellés en una conversación por videoconferencia muy entretenida.
Les cuques es el resultado de una gran combinación entre precisión y creatividad a la hora de describir los insectos. ¿Es uno de los grandes hallazgos del libro?
Xavier Bellés: Probablemente por deformación profesional –porque Hoplia coerulea o el escarabajo rinoceronte ya los conozco mucho– lo que me ha parecido menos interesante son los insectos, y lo que más me ha gustado es cómo se presentan: las figuras, las metáforas… A veces es difícil encontrar las palabras para describir una especie nueva. Tienes que repetir la expresión color verde de cinco maneras diferentes para que no sea tan redundante. Cuando presenta Hoplia coerulea, que es un bicho muy bonito con un procedimiento muy complicado de plegar las alas, el padre le dice a su hijo que le ha quedado un trocito de ala mal plegado y es como si se hubiera dejado un trocito de camisa afuera. Se nota que has leído a Jean-Henri Fabre. Claro, Fabre es más técnico, y tú, Julià, eres más poético, más lírico.
Julià Guillamon: La primera vez que escribí de insectos no fue para retratarlos; sino para una novela de tema industrial que se llamaba La Moravia. Quería describir las máquinas de una forma poco aburrida y cogí la obra de Fabre. Me fijaba en cómo describía los insectos y aplicaba sus descripciones a máquinas que yo me inventaba. Además, cuando mi hijo era pequeño, convivíamos mucho con la naturaleza y tuvimos el privilegio de vivir en una casa de campo un poco abandonada. Había trozos vírgenes, pero también había frutas en el árbol y los insectos estaban por allá porque nadie les molestaba y se comían las ciruelas que el campesino no cosechaba. Fueron unos años extraordinarios porque era como el Harmas de Fabre [Museos Harmas Jean Henri-Fabre], un tipo de observatorio de la vida natural y sobre todo de la vida de los insectos.
Les Cuques es una obra que da ganas de ir al bosque a observar y que invita a mirar la naturaleza como un todo. Los insectos aparecen presentados en su contexto…
Guillamon: He escrito Les cuques porque no podíamos ir al bosque. Si hubiéramos podido ir, seguramente Les cuques no existiría. Cris [la pareja de Julià Guillamon] tuvo un derrame cerebral, estuvo en coma, le costó mucho recuperar la conciencia; finalmente la recuperó… Nosotros, que nos pasábamos el verano en el bosque, nos encontrábamos en agosto de 2017 en un piso en Barcelona, que no era nuestra casa, y eso fue lo que puso en marcha todo el mecanismo de creación. Hice el primer texto, el del escarabajo rinoceronte, en el momento en que aparecen estos escarabajos en Arbúcies, a finales de julio. Es un insecto muy fuerte, pero siempre aparece destruido junto a las aceras, los gatos se lo comen y a menudo le falta un artejo o una pata… Entonces no me di cuenta, pero después he visto que aquel escarabajo era yo. Y me pasó una cosa muy curiosa: cuando dejó de hacer calor, ya no fui capaz de escribir sobre ningún bicho más… Ya no había ninguno y mi cabeza lo sabía.
Bellés: Se puede decir que es un libro estacional…
Guillamon: No quería hacer un libro sobre los recuerdos de un niño, quería explicar una cosa más profunda… No sabía muy bien qué… Creo que he acabado explicando la relación que tenemos los humanos con el tiempo. Hay un tiempo de la naturaleza, el tiempo de las Mantis que aparecen a finales de agosto, de Timarcha tenebricosa, el último insecto que ves antes de que empiece el frío… Todo esto es el tiempo de la naturaleza, un tiempo circular… Después está el tiempo de las personas, que también forma parte de este tiempo de la naturaleza, pero que en el caso de los protagonistas del libro ha recibido un hachazo muy fuerte porque la chica ha tenido un problema de salud muy grave. Y, por tanto, el tiempo humano, que es contingente y lineal, contrasta con el tiempo de la naturaleza. Para salvarse de esta situación tan traumática, los protagonistas quieren armonizarse con el tiempo de la naturaleza. Quieren sentir que forman parte de ella, que viven acompasados.
Bellés: Esto se ve mucho en Les cuques. Los insectos son un recurso para explicar otra historia más profunda… Y es muy bonito este acompasamiento de un ciclo humano con un ciclo de la naturaleza. Muy a menudo me preguntan sobre la extinción de algunas especies a causa de la actividad humana; yo les respondo que la especie humana también se puede extinguir. Si pasa eso, a la naturaleza le será del todo indiferente. La fuerza de la selección natural y de la evolución es imparable. De alguna manera, el hombre está poniendo barreras a la evolución. Está haciendo una selección natural donde predominan unas cuantas especies, las que él quiere. Si el hombre desapareciera, la naturaleza estaría encantada. Su ciclo continuaría. Nosotros somos solo unos espectadores de unos cuantos ciclos limitados, finitos y después marchamos.
Guillamon: Lo que he intentado, y en este sentido es lo que tú dices, es que los bichos no aparezcan humanizados. Hay una atracción de los protagonistas del libro hacia los bichos, pero los insectos no están humanizados, no les ponen nombres… Existe una distancia entre unos y otros. Ahora bien, también hay puntos de contacto: Los bichos entran en casa. Eso se explica al principio del libro, por ejemplo, con la típula de finales de agosto. Era fascinante observar cómo taladraba la pared y se metía dentro de las botellas del bar del hostal. Eso es algo que está desapareciendo.
Bellés: La gente piensa que las típulas son mosquitos gordos que les picarán el triple, y no hacen nada. Cuando mis amigos me dicen que tienen hormigas, les explico que son muy limpias y que no les harán nada. Y mira, «me ha entrado un moscardón». «No te picará», les digo, «se irá solo, seguro, porque aquí no se siente cómodo… Es un regalo que tengas un trocito de naturaleza adentro de casa un rato».
¿Si colectivamente perdemos el lenguaje para describir el entorno natural y los insectos, perdemos la capacidad de apreciarlos?
Guillamon: En Arbúcies conocíamos a Joan de Can Torrent, un propietario forestal que conservaba el conocimiento tradicional de la naturaleza, un conocimiento que la gente ya ha perdido. Un día me dijo: «Te voy a explicar cómo se llaman estas plantas: eso se llama serreig, eso, sangnua y eso, cugula». Me lo apunté y me sorprendió que después, leyendo a Verdaguer, encontré esas plantas. El conocimiento que este hombre tenía de una forma natural, que le venía de sus abuelos y bisabuelos, te lo encontrabas después en Segarra, o en Ruyra… Había una conexión entre naturaleza y cultura, que es un tema que a mí me interesa.
Bellés: La sabiduría popular para reconocer los insectos y las plantas es mucho más grande de lo que nos pensamos. Edward Wilson, el más grande divulgador de la biodiversidad, describió decenas de especies nuevas de hormigas en Papúa Nueva Guinea. Los aborígenes ya las conocían. No habían medido con un micrómetro el segundo nudillo de la pata anterior de la hormiga, pero la distinguían y le daban un nombre popular.
Guillamon: En Arbúcies, el campesino tenía un gran conocimiento del bosque, del mundo vegetal y no digamos de las setas, pero no tanto de los insectos. En cambio, me he dado cuenta de que en el País Valenciano y en Mallorca hay un vocabulario más vinculado a los insectos.
Acompañan al texto de Les cuques ocho láminas preciosas inspiradas en láminas de época. ¿De dónde surgió la idea?
Guillamon: Para nosotros, el bosque es parte de nuestra vida y lo vivimos cada día, pero mucha gente no conoce los insectos. Por eso dije a la editorial que los lectores tenían que poder ver de qué bichos hablaba en el libro. Usé como referencia unos libros de mariposas con láminas desplegables que había hecho Ignasi de Sagarra, hermano de Josep Maria de Sagarra. Tengo la suerte de que siempre trabajo con diseñadores. A Albert Planas, con quien siempre hemos hecho muchos proyectos, le dije: «Tenemos que hacer estas láminas» y me quería matar porque dieron muchísimo trabajo. La gracia es que aparecen insectos que nunca encontrarías en una lámina de historia natural. Pusimos el gusano del mescal, por ejemplo.
Bellés: Las láminas me han gustado mucho. Me recuerdan a las láminas auténticas del siglo XIX, de los libros o de las guías; está todo mucho muy bien puesto.
En consonancia con las ilustraciones, pienso que es muy importante que el personaje de Pau dibuje los bichos. Para un aprendiz de naturalista, ¿el dibujo afina la observación?
Bellés: Dibujar es una forma de descubrir nuevos detalles del insecto que estás viendo. Cuando describes una nueva especie, tienes que acompañar el texto de un dibujo. También puede ser una foto, pero yo prefiero dibujarlo. Mientras lo haces, te das cuenta de cosas en las que no te habías fijado. Dices: «Ostras, si los ojos tienen pelos!» Entonces vuelves al texto: «Por cierto, los ojos tienen pelos». Esto de la nomenclatura es todo un ejercicio de imaginación… Describí una especie que tenía unos espolones en las patas y no sabía cómo llamarlos. Hay unas espadas que se llaman yatagan, unos machetes que se usan en Oriente. Aquellos espolones tenían aquella forma y publiqué «los espolones con forma de yatagan». Es un buen ejercicio dibujar insectos, porque es cuando realmente te impregnas de cómo son en sus mínimos detalles.
Guillamon: El dibujo selecciona, elige y te permite destacar los elementos que tú quieres, mientras la fotografía lo capta todo en un nivel más plano. Cuando nosotros usábamos libros, el de mariposas y el de coleópteros eran en dibujo, y nos fueron muy bien. En cambio, no encontramos ninguno de arañas que fuera en dibujo, era con fotografías y nunca entramos en el mundo de las arañas. Las fotografías no nos permitían identificar mucho las especies y no era tan interesante.
Bellés: Cuando le compraste la guía de los coleópteros, ¿qué edad tenía Pau?
Guillamon: Debía tener ocho o nueve años. Le encantaban, aquellos libros. Cuando son pequeños, los nanos tienen mucha capacidad de asimilación, sobre todo de cosas que han experimentado ellos mismos. Si es algo puramente teórico, no. Pero cuando salen a la calle y lo ven, sí que entran. Seguíamos un procedimiento complejo porque salíamos por la mañana, mirábamos lo que encontrábamos, volvíamos a casa con cáscaras de huevo, o con las hélices de un cadáver de insecto y después por la tarde el nano dibujaba, cogía los libros de la Història Natural dels Països Catalans o el Manual de les Papallones d’Europa y se dedicaba a dibujar. Todos aprendíamos. Yo aprendí el nombre de las mariposas. hacíamos listas, las memorizábamos; y ahora vamos al bosque y sabemos cómo se llaman todas las mariposas diurnas y la mayoría de las nocturnas. Nosotros siempre hemos sabido las cosas porque primero las hemos visto y después, al llegar a casa, las hemos buscado en los libros…
Bellés: El proceso contrario también se disfruta mucho, al menos yo. Primero ves en el libro Iphiclides podalirius que es una belleza, pero no la has visto nunca. O Graellsia isabellae, que la has visto en los libros y dices: «A ver si algún día la veo». Y, de repente, un día la encuentras. Aquello es un momento de gozo.
Guillamon: Sí, es un proceso de ida y vuelta. Empiezas de una forma y acabas de otra. Hay un momento que ya tienes todo el mapa mental y dices: «Ostras, esta no la hemos visto nunca».
¿Cómo es que hay un desconocimiento tan grande de los insectos? ¿Por qué dentro de la biología la rama de la entomología es una de las más desconocidas?
Bellés: Los insectos nunca han dejado de tener una cierta mala fama; por razones quizás atávicas, la gente los asocia a dolencias, a la transmisión del cólera o de la malaria. Los demoniza un poco y no los aprecia. Siempre trato de convencerlos de que solo hay un 0,3% de especies de insectos que transmiten dolencias, pero quintando de este 0,3% el 99,7% son especies que nos resultan útiles. No pienso en las abejas, la miel y la cera, esto ya se da por sentado; pienso en la polinización. Sin insectos no habría árboles frutales. Es una lástima que la población haya dado esta mala fama al insecto. En estos momentos, tendríamos que valorar la biodiversidad. En este sentido, Les cuques está muy bien porque contribuirá a que apreciemos los insectos. El libro de Guillamon es muy interesante porque enseña a ver los insectos con unos ojos de espectador interesado, con otros ojos.