«Se ha demostrado que el espacio exterior no es tan silencioso como creíamos y que muchos cuerpos celestes emiten sonidos imperceptibles para el oído humano»
La música ha acompañado a la humanidad prácticamente desde el principio de su historia, pero no es exclusiva de las personas. Sabemos que está presente en el mundo animal y es vital para algunas especies. Per no solo eso, existen teorías que afirman que todos los elementos del universo producen su propia música. No es nada descabellado: se ha demostrado que el espacio exterior no es tan silencioso como creíamos y que muchos cuerpos celestes emiten sonidos imperceptibles para el oído humano. Hace diez años, por ejemplo, el satélite Chandra de la NASA detectó un si bemol 57 octavas por debajo del do central de un piano que era emitido por un agujero negro supermasivo. En el siglo vii a.C., Pitágoras iba mucho más lejos y otorgaba a la música un papel fundamental en el funcionamiento del universo. No en vano, se adjudica al filósofo y matemático griego el descubrimiento de los intervalos musicales regulares. En la cosmovisión pitagórica, los planetas giran alrededor de una gran bola de fuego y cada uno de ellos emite un sonido diferente. Los que están más cerca de la Tierra y se mueven más lentamente producen notas graves, mientras que los más lejanos y rápidos emiten notas agudas. Los planetas se encuentran a la misma distancia entre ellos que las notas de una escala armónica. De este modo, el movimiento de los astros produce una música celestial imperceptible para los humanos que los pitagóricos llamaban «la armonía de las esferas» y que se correspondería con lo que identificamos como silencio.
«La visión de un universo basado en el equilibrio ha seducido a muchos pensadores a lo largo de la historia y ha dejado su huella en la creación artística»
La cosmovisión pitagórica estaba equivocada, pero la ciencia se construye sobre sus propios errores. Pitágoras y sus discípulos fueron los primeros en concebir los planetas como formas esféricas móviles y algunas de sus ideas han sido desarrolladas de manera más rigurosa muchos siglos después. La visión de un universo basado en el equilibrio ha seducido a muchos pensadores a lo largo de la historia, desde los clásicos como Platón y Cicerón hasta el astrónomo alemán Johannes Kepler, que en el siglo xvi estableció un sistema armonioso de relación entre los cuerpos celestes basado en la afinidad musical. Este planteamiento también ha dejado su huella en la creación artística. El ejemplo más conocido es el cuadro de Salvador Dalí titulado La armonía de las esferas, expuesto en el museo de Figueres dedicado al pintor surrealista. Naturalmente, este concepto ha tenido también una gran incidencia en el mundo de la música. En Estados Unidos existe la Music of the Spheres Society, dedicada a promover la música clásica, la filosofía y la ciencia. Y son muchos los músicos, como Ian Brown o Mike Oldfield, que han bautizado canciones o discos con esta expresión. Un caso reciente y cercano es el de L’harmonia de les esferes de los alcoyanos Arthur Caravan, la canción que dio nombre a esta sección sobre música y ciencia, incluida en el último álbum del grupo, Atles enharmònic (autoeditado, 2011).
«L’harmonia de les esferes combina los postulados pitagóricos con la historia de unos «amantes cinéticos» que se deleitan ante la magnificencia de un todo perfectamente equilibrado»
Atles enharmònic es un trabajo repleto de conceptos musicales que se hacen visibles en el mismo nombre del álbum (hablamos de enarmonía cuando dos sonidos iguales son percibidos de manera diferente según el contexto) y en los títulos de las canciones (Majors i menors, Cadència trencada, L’interval del diable…). En una entrevista reciente para La Vanguardia, el cantante y compositor del grupo Pau Miquel Soler explicaba que estas metáforas musicales forman parte de un juego poético que impregna todo el disco. Es dentro de este conjunto donde el tema L’harmonia de les esferes toma su máximo significado y combina los postulados pitagóricos con la historia de unos «amantes cinéticos» –¿los planetas?– que se deleitan ante la magnificencia de un todo perfectamente equilibrado. Un equilibrio que se traslada también a la relación entre los instrumentos de la banda y la agradable voz de Soler en una canción donde todos los elementos se conjugan para evocar la música celestial y en la que el amor se expresa con una idea tan simple como efectiva: un canto que es respondido exactamente a la misma frecuencia en un mundo sin distorsiones. La letra del tema llega a su fin con una máxima vitalista de difícil discusión: «cuando la vida vivida se muere, a la muerte se la mata viviendo». Si retomamos por un momento la visión pitagórica de un cosmos sublime reinado por la proporción, podríamos plantear la hipótesis de que el cielo es un lugar donde L’harmonia de les esferes de Arthur Caravan suena en un impecable bucle infinito. Lástima que la ciencia, a veces tan aguafiestas, se haya encargado de demostrar que la banda sonora del universo avanza por otros terrenos menos melódicos.
Para escuchar:
Arthur Caravan, 2011. Atles enharmònic. Autoeditado. Alcoy.
Para leer:
Edulque, A., 2010. «L’Univers pitagòric». Digits.