La tabla periódica más antigua del mundo
Un ejemplar del siglo XIX esclarece los inicios de la enseñanza del sistema periódico
A veces los descubrimientos importantes llegan por casualidad. Este fue el caso de cuatro adolescentes franceses que vagaban por los bosques del pequeño municipio de Montihac allá por 1940; creían que entraban en una cueva corriente, pero, en realidad, habían descubierto la cueva de Lascaux, la «capilla Sixtina del arte prehistórico». Algo similar le había sucedido un siglo antes al campesino griego Yorgos Kentrotas cuando, limpiando su terreno situado en la isla de Melos, encontró una cavidad de la que sobresalía el torso desnudo de una diosa. Era la Venus de Milo. Y es que sí, las casualidades pueden ser maravillosas. De la misma forma, por azar, en junio de 2014 se descubrió en la universidad escocesa de la localidad de Saint Andrews una tabla periódica que ha sido reconocida ahora como el ejemplar académico más antiguo datado hasta el momento. En este caso, la casualidad, es todavía mayor, pues la publicación de la datación de este documento ha coincidido con la celebración del Año Internacional de la Tabla Periódica de los Elementos Químicos con motivo del 150 aniversario del establecimiento del sistema periódico por el químico Dmitri Mendeléyev.
En el verano de 2014, la Facultad de Química de la Universidad de St Andrews ordenó la limpieza de una zona de almacenaje por motivos de seguridad en el edificio Purdie. Entre material viejo, reactivos caducados y parafernalia de laboratorio, al fondo de la sala había unos carteles enrollados. Uno de ellos resultó ser una tabla periódica de la que se desconocía el origen, pero rápidamente dedujeron que se trataba de una pieza valiosa y procedieron a su conservación. Inicialmente, los expertos dataron el ejemplar entre 1879 y 1886, es decir, entre ocho y quince años después de que Mendeléyev publicara en un artículo la última versión de su tabla periódica. Dado que la tabla periódica de uso académico más antigua hasta el momento era un ejemplar de Koblenz (Alemania) fechado como mínimo a partir de 1886, cabía la posibilidad de que la tabla de St Andrews le arrebatara el título.
La búsqueda de los orígenes
Aquí daba comienzo el reto de encontrar la procedencia de la tabla. De esta labor se encargó María Pilar Gil, doctora en Ciencias Químicas por la Universidad de Barcelona, que se incorporó como bibliotecaria a la Universidad de St Andrews unos pocos meses después del descubrimiento. La doctora se planteó la búsqueda de los orígenes de la tabla como un desafío personal. La misión estaba dividida en dos partes: encontrar la fecha exacta de publicación y descubrir cómo llegó la tabla a la universidad escocesa.
La doctora dio con la primera pista rastreando la bibliografía, cuando encontró en una colección sobre historia de la química una entrada en la que aparecía una tabla como la de Saint Andrews. Según el archivo, la tabla había sido publicada en la ciudad de Viena en 1885, un año antes que el ejemplar de Koblenz. Otro catálogo bibliográfico de obras en alemán corroboró este dato: misma tabla y mismo título. Se trataba de la tabla periódica más antigua datada hasta el momento y provenía de la Viena de 1885.
Se conocía el dónde y cuándo, pero todavía faltaba un porqué. En la biblioteca de la universidad escocesa se encontraron los cuadernos de un meticuloso profesor que apuntaba el seguimiento de sus clases. Este profesor era Thomas Purdie, profesor titular de la Cátedra de Química que da nombre precisamente al edificio donde se encontró la tabla. En los apuntes sus apuntes habían numerosas referencias al nuevo descubrimiento de la tabla periódica: ordenación de elementos, valencias, peso atómico… Entre las páginas de uno de sus cuadernos se encontró un recibo: la factura de una tabla periódica de Mendeléyev. Al parecer, el profesor compró un ejemplar de uso académico para utilizarlo en sus clases. La tabla a la que se hacía referencia en el recibo era un ejemplar de C. Gerhardt, una empresa alemana de la localidad de Bonn. Se cerraba el círculo.
Marcas de tiza
La tabla periódica de Saint Andrews cuenta con 65 elementos, dos más de los que tenía la tabla original de Mendeléyev. La tabla presenta unos espacios a la izquierda destinados a los gases nobles de los que el químico ruso había predicho su existencia, pero que todavía no habían sido descubiertos. Se sabe que el ejemplar fue utilizado para enseñar química en la facultad, ya que en los espacios vacíos aparecen anotaciones en tiza de los elementos que se iban descubriendo con los años.
Resulta curioso que, a pesar del poco tiempo que se llevan la publicación de la tabla de Saint Andrews y la de Koblenz, ambas son bastante diferentes entre sí. De los orígenes de la tabla alemana se sabe poco. Se especula que podría ser de las primeras tablas impresas en Francia; no presenta referencias del impresor o el litógrafo que la publicó, pero la presencia del germanio –descubierto en 1886– sitúa la tabla en torno a finales de esta década. En la tabla de Koblenz los períodos aparecen en sentido vertical en lugar de horizontal mientras que en los grupos ocurre a la inversa, la ordenación es diferente e, incluso, hay algunos errores como la presencia del tulio. «Parece que quien estaba haciendo la tabla estaba copiando, no era un experto en química: donde debería estar el tungsteno se encuentra en cambio el tulio», explica Maria Pilar Gil.
Dos tablas de la misma época con características tan diferentes dicen mucho del momento que estaba experimentando la ciencia. Algunos países incorporaron la tabla de Mendeléyev inmediatamente, mientras que otros tenían a los científicos nacionales trabajando en otro modelo de tabla periódica. Cada uno trabajaba con sus criterios pero llegaron, al fin y al cabo, a una ordenación similar. Maria Pilar Gil indica que precisamente la aparición del galio en 1875, un elemento químico que coincidía con las propiedades que Mendeléyev predijo en su tabla, marcó un antes y un después en la aceptación de la tabla por parte de la comunidad científica: «Fue como decir “es esta”. La validación tan rápida es el motivo por el que utilizamos esta tabla a pesar de que otras ordenaciones también podrían haber sido validadas».
Científicamente, puede que el descubrimiento de St Andrews no resulte relevante en apariencia –tablas como esta ya aparecían en múltiples artículos y libros–. Pero lo cierto es que el hallazgo de un ejemplar académico arroja luz en torno a la enseñanza de la química y permite reconstruir, poco a poco, su historia. Maria Pilar Gil espera que descubrimientos como el de St Andrews animen a la comunidad científica a compartir y colaborar en esta reconstrucción histórica de la ciencia: «Hay que poner en común estas cosas que puede que estén olvidadas en el almacén, que todo el mundo pueda acceder a ellas, verlas y estudiarlas». Puede que así, siguiendo la pista a la casualidad, comprendamos las particularidades del progreso científico.
Actualizado: 26 de noviembre de 2019, 9:03