Entrevista a Antonio Muñoz Molina

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Foto-A-M-MOLINA© Jesús de Miguel

El escritor Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) acaba de ser galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras. De ideas rotundas, acostumbra a no rehuir la polémica en sus declaraciones. Recientemente ha publicado el ensayo Todo lo que era sólido (Seix Barral), una crítica al despilfarro económico de los últimos años. Literato, articulista y defensor de la cultura científica, reflexiona en esta entrevista sobre las relaciones entre ciencia y periodismo.

¿Por qué cree que no hay apenas información sobre ciencia en los medios de comunicación generalistas?
En primer lugar, la gente que trabaja en ellos suele haber estudiado periodismo, que es una carrera muy superficial, y además «de letras». En segundo lugar, los medios padecen en España un proceso irreversible de trivialización que hace que cosas como la ciencia, igual que la literatura, parezca que “no venden”. Eso contrasta mucho con un periódico como The New York Times, por ejemplo, que publica cada martes un suplemento de ciencia extraordinario. Hay excepciones honrosas, claro. En El País, Alicia Rivera y Javier Sampedro escriben muy bien de ciencia.

¿Cree que la relación periodistas-científicos, salvo algunas excepciones, es irreconciliable? ¿Cuáles son las principales discrepancias entre ellos según su punto de vista?
No tendría por qué. Los dos se supone que comparten la curiosidad como elemento fundamental de sus respectivos oficios. Hay una discrepancia de fondo, claro, y es que el científico en principio no tiene la prioridad de atraer el interés inmediato del público.

¿Por qué le interesa la ciencia? ¿Cómo empezó su interés por ella siendo periodista?
Bueno, yo periodista no soy. Dejé la carrera apenas empezada, y nunca he trabajado en una redacción. De joven me llamaban mucho menos la atención esas cosas. Me importaba la literatura de ficción, y el arte, y casi nada más. Las personas de mi generación, como teníamos complejo de pueblerinos, queríamos ser muy urbanos, y solíamos tener la pose de desdeñar la naturaleza. A eso se une que en la escuela y en los primeros años del bachillerato que yo hice, la ciencia se enseñaba muy mal. Las clases de física y química y de matemáticas en el colegio de curas al que yo fui eran una pesadilla. Mi interés fue surgiendo poco a poco, creo que al tropezar con la excelente divulgación científica que se escribe en inglés.

En el artículo «Cuestión de método», que publicó en enero de 2012 en la revista Muy interesante, cree indispensable la cultura científica para evitar algunos desastres en la vida pública y crear una ciudadanía democrática. ¿Relaciona de alguna manera la ciencia con el sentido común, cree que la sociedad tendría más sentido común si hubiese una educación científica de mejor calidad?
Estoy seguro, aun teniendo en cuenta la propensión de la mente humana al delirio, al fanatismo y a las certezas indestructibles. La democracia se parece al método científico: se prueba un gobernante, y si no funciona se elige a otro. La transparencia sirve para que las decisiones erróneas se puedan corregir. Y cuanto mayor capacidad de razonamiento y mejor información sobre el mundo real tenga un ciudadano más difícil debe de ser, en principio, que los mensajes burdos de la política calen.

¿Cree que la metodología científica se podría aplicar en todos los aspectos de la vida?
En un cierto sentido, sí. Aprender a mirar el mundo tal como es y a distinguir entre los deseos y la realidad, y fijarse en los indicios que nos permiten comprender mejor a las personas.

¿Hay un distanciamiento generalizado entre los científicos y el resto del mundo? ¿Por qué cree que ha ocurrido eso y cómo se podrían acortar distancias?
Hay una falta de conciencia general de lo que significa el método científico, o la aproximación racional y empírica a lo real. Imagine todas las barbaridades que cree la gente sobre astrología, o sobre la historia de los pueblos. La mente humana es perezosa: prefiere acatar lo que le dicen y no esforzarse en ponerlo en duda. Pero una buena educación racionalista, que alentara la curiosidad, también innata en nosotros, serviría mucho.

La eterna batalla entre ciencias y letras, ¿está justificada? ¿Podríamos decir que luchar contra este conflicto es uno de sus propósitos cuando escribe «Las dos culturas»?
Esa batalla es una tontería sin fundamento. Las humanidades y las ciencias están unidas de manera inseparable en la conciencia humana. Los dos adjetivos que suelen usar los científicos para describir una buena teoría -elegancia y sencillez- aluden a principios estéticos. Niels Bohr decía una cosa impresionante, que el lenguaje sólo podía aludir al átomo en términos de poesía.

¿Cree que los científicos se preocupan demasiado en buscar la exactitud y la precisión de las cosas incluso de aquello que no es tan predecible?
Los científicos hacen lo que les es propio: medir, pesar, computar, formular hipótesis que han de ser corroboradas o desmentidas por una experimentación comprobable. A mí me fascina aprender que hasta lo indeterminado o lo caótico lo es de acuerdo con ciertos patrones predecibles. Claro que la ciencia también se ha equivocado muchas veces, precisamente por la creencia de que se podían medir o clasificar cosas inexistentes: las llamadas razas humanas, la predisposición al crimen, la aplicación de una versión espuria del darwinismo para justificar desigualdades sociales. También los científicos tienen que estar muy vigilantes.

En sus artículos suele incluir muchas anécdotas y experiencias propias. ¿Suele surgir de lo cuotidiano su inspiración para escribir sobre ciencia?
Es que mi mente funciona así: mediante la asociación de ideas. Algo muy inmediato o trivial me lleva a otra cosa más general, o a otro campo del conocimiento, o a un lectura. Un artículo es una construcción literaria cuya modesta finalidad es que el lector lo lea entero.

Después de haber leído y escrito sobre tantos temas, ¿podría decir lo que más le ha impactado o algo que le haya resultado fascinante, en sentido negativo o positivo?
Lo que más me impresiona es lo poco fiable de la inteligencia humana, la manera que tiene de funcionar con procesos incompatibles entre sí. La cultura, el saber científico, pueden no servir de nada. Personas de una inteligencia deslumbrante en un campo son imbéciles en otro. Personas con una destreza suprema en el uso de la tecnología creen al mismo tiempo en brujas o en extraterrestres. Científicos brillantes tienen posiciones políticas brutales. Hace falta una vigilancia constante…

¿Ha cambiado en algo su percepción del ser humano?
Curiosamente, la ciencia me ha ayudado a adquirir una idea del ser humano que se parece bastante a la de algunas sabidurías orientales, el budismo y el taoísmo sobre todo (que no tienen nada que ver con misticismos new age, por cierto): la primacía del devenir sobre el ser, la interconexión con otras especies animales y con la naturaleza, una humildad que es lo contrario de esa especie de monarquía sobre las criaturas que enseña la Biblia.

Mar Sanjuán Santonja. Graduada en Periodismo.
© Mètode 2013.

 

 

«La gente que trabaja en los medios de comunicación suele haber estudiado periodismo, que es una carrera muy superficial, y además «de letras»»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«La democracia se parece al método científico: se prueba un gobernante, y si no funciona se elige a otro»

 

© Mètode 2013

Graduada en Periodismo.