La figura y la memoria de Alfred Russel Wallace (1823-1913) están unidas de forma inseparable a las de Charles Darwin, ya que formularon, de forma paralela y prácticamente simultánea, la teoría de la selección natural. Sin duda se trata de uno de los descubrimientos científicos múltiples más sorprendentes de todos los tiempos.
Ahora bien, Wallace no ha pasado a la historia de la biología, o de la ciencia en general, simplemente por esta cuestión. Podríamos decir incluso que su contribución al evolucionismo ha logrado esconder un tanto otros aspectos de su actividad científica. Quizás su aportación a la biogeografía es la única que se salva de este olvido. Por otra parte, fue un personaje muy polémico, que se involucró en la defensa de puntos de vista que en su momento se veían, como mínimo, discutibles. A estas alturas, un siglo después desde su muerte, algunos de estos nos sorprenden todavía. Unos porque parecen premonitorios; otros porque, de nuevo, son fuente de confusión. Estas páginas están dedicadas a analizar algunos de estos aspectos de su obra.
Vida
Empecemos por situar a Wallace en su entorno histórico y social, cosa que siempre es indispensable para entender verdaderamente la vida y la obra de un hombre. Alfred Wallace nació el 8 de enero de 1823 en Usk (en galés, Brynbuga), una localidad del condado –en aquel tiempo inglés– de Monmouthshire, o Sir Fynwy en galés (actualmente es parte del País de Gales). Su padre era escocés y su madre inglesa.
Por su fecha de nacimiento (1823), pertenece a la generación siguiente a la de Darwin (1809) y Richard Owen (1804); es decir, a la de Henry Bates y Thomas Huxley (1825). La mayor parte de las biografías de Wallace ponen el acento en su origen social, supuestamente humilde, en comparación con la mayor parte de sus contemporáneos relacionados con las ciencias naturales, como por ejemplo el mismo Darwin o Charles Lyell. Pero eso no es del todo cierto. Comparativamente, Huxley, hijo de un pobre maestro, era de raíces más humildes. El padre de Alfred Wallace había estudiado derecho, aunque nunca ejerció como abogado. Heredó varias propiedades, lo que le permitió vivir unos cuantos años de las rentas hasta que, después de varias inversiones fallidas, se creó una situación de penuria familiar. Según explica el mismo Wallace, en su autobiografía de 1905 (citada por Berry, 2013), fueron a parar a Usk en busca de un lugar lo más económico posible.
Cuando Alfred tenía cinco años (era el penúltimo de los nueve hijos del matrimonio) se trasladaron a Hertford, lugar de donde era originaria toda la familia por parte de madre, a consecuencia del fallecimiento de la abuela materna. Quizás el motivo del viaje fue algún legado por parte de la difunta. En cualquier caso, la situación financiera no mejoró, sino que se fue a pique definitivamente. Ante este panorama, en 1837, con trece años, Wallace se trasladó a Londres para vivir con uno de sus hermanos mayores, John. Empezó a trabajar como agrimensor con otro hermano, William, y estuvo moviéndose por diferentes localidades de Inglaterra durante seis años. Posteriormente, también trabajaría de maestro.
En 1848 se embarcó con Henry Bates para trabajar en la cuenca amazónica. Volvió a Gran Bretaña en 1852 y en 1854 empezó su aventura en las Indias Orientales. Será allí donde se le encenderá la lucecita que lo llevará a formular su concepción de la teoría de la selección natural, paralela a la de Darwin, pero con matices importantes (Darwin y Wallace, 2008). En 1862, se asentó definitivamente en Inglaterra. En 1866 se casó con Annie Mitten, hija de William Mitten, botánico especializado en briófitos. Tuvieron tres hijos, de los que solo dos, Violet y William, llegaron a la edad adulta.
Polemista
Desde su vuelta, si bien Alfred Wallace dedicó muchos esfuerzos a explotar los datos obtenidos durante su estancia en el archipiélago Malayo, también comenzó una serie de actividades paralelas e intervino en temas que, objetivamente, tenían poco o nada que ver con la biología, aunque él pensara lo contrario. Cosa que no quiere decir que no sean interesantes como muestra de sus inquietudes, dentro de una perspectiva que cabe admitir como holística. Por ejemplo, defendió ideas de reforma social, retomando posiciones que ya había asumido de muy joven (Berry, 2013).
Muchas de estas opiniones polémicas en temas no estrictamente biológicos las expuso ya avanzada su larga vida, en 1898, mediante una obra titulada The wonderful century: Its successes and failures (‘El siglo maravilloso: Sus éxitos y fracasos’) (Wallace, 1898/2007). Se trata de una mirada retrospectiva de lo que había sido el siglo XIX, en la que, como indica su título, analiza tanto los éxitos, principalmente en ciencia, como los aspectos negativos de ese período. Todo desde una visión algo peculiar. Para entender cuál era la ideología de Alfred Wallace en aquel momento, en diferentes temas en los que había intervenido, son más interesantes sus críticas a propósito de aquello que consideraba fracasos que no la exposición de los éxitos. Entre aquellas, había alguna denuncia que puede considerarse premonitoria, como por ejemplo la explotación de la Tierra (The plunder of the Earth).
Antivacunas
Otro de los capítulos de The wonderful century está dedicado a sus opiniones sobre la vacuna contra la viruela. Es el titulado «Vaccination – a delusion. Its penal enforcement a crime» (‘La vacunación: un engaño. Su obligatoriedad, un crimen’). Se publicó también en 1898, previamente, como un opúsculo separado, donde anunciaba el libro entero para unos meses más tarde (Wallace, 1898/2019). Vale la pena analizarlo con cierto detalle porque incide en una polémica recurrente, ya que las posturas antivacunas todavía persisten en nuestros días, como se ha visto en los últimos años a raíz de la pandemia de covid-19. Y se ha de entender en el contexto de una serie de posicionamientos de Wallace a favor de lo que podrían considerarse causas perdidas (Weber, 2010).
La primera disposición legal referente a la vacunación contra la viruela en Inglaterra es de 1840. Algunos años más tarde, en 1853, se hizo obligatoria. Esta obligatoriedad se fue reforzando mediante diversas leyes, hasta que en 1896 una comisión especialmente designada para analizar la oposición a la obligatoriedad recomendó que se aceptara la objeción de conciencia. Dos años después, esta recomendación fue atendida, de forma que a principios del siglo XX alrededor del 25 % de los padres de recién nacidos se acogían a la objeción (Weber, 2010).
Los oponentes formaban una curiosa alianza, ya que si bien había fundamentalistas, también había personas que basaban su posición antivacunas en la poca garantía sanitaria que ofrecían los sistemas imperantes, como una asepsia poco estricta en los utensilios empleados, o la inmunización por contacto entre los brazos de individuos diferentes, que implicaba el riesgo de transmisión de otras enfermedades aparte de la viruela.
Alfred Wallace pasó a formar parte del movimiento antivacunas tarde en su vida, en la década de 1880. Previamente, no parecía que hubiese tomado partido en la cuestión, al menos no en contra, ya que se sabe que sus hijos fueron vacunados (Smith, 1999). Lo hizo, pues, en un marco temporal en el que adoptó diferentes posiciones idealistas, como el espiritismo o sobre el origen del hombre, como veremos, en contraste con su ideología de juventud, más bien materialista y agnóstica, parecida a la de los primeros evolucionistas.
Desde este punto de vista, en cuanto a la salud, desarrolló una concepción que puede considerarse holística. Por ejemplo, en relación con el contagio, sin negarlo, creía que factores como la nutrición podían tener también mucha importancia como prevención. Esta no era una posición extraña en aquel momento histórico. Un ejemplo de una concepción parecida es la de François-Vincent Raspail (Casinos, 2018).
Cabe señalar que sus dudas sobre la eficacia de la vacunación no eran puramente ideológicas. Trató de dotarlas de una base empírica, discutiendo las estadísticas oficiales: interpretó que la tasa más grande de mortalidad por viruela entre las clases populares, incluso entre vacunados, demostraba que factores ligados al nivel de vida eran también importantes. En este sentido, algo era cierto: era conocido que, en línea con lo dicho anteriormente, la vacunación entre las criaturas de las clases bajas no se llevaba a cabo en las mismas condiciones de asepsia que entre las de las clases acomodadas. Cabe reconocer, pues, que, en última instancia, la posición empírica de Wallace sirvió para ver la necesidad de elaborar estadísticas rigurosas, que no diesen lugar a interpretaciones (Weber, 2010). Era evidente que muchas de las previas no lo habían sido, tal como él apuntaba.
Ha de concluirse que su crítica a la vacunación tenía fundamentos en la época, pero no es extrapolable al presente. Aunque una inmunización pueda comportar riesgos, es innegable que desde los ensayos de Edward Jenner con la primera vacuna, la antivariólica, se han acumulado pruebas suficientes sobre sus ventajas, también por lo que respecta a otras enfermedades infecciosas. Pensemos en la alta incidencia de la poliomielitis en la primera mitad del siglo XX, en contraste con la segunda. La publicación reciente, por parte de la OMS, de estadísticas que relacionan el repunte del sarampión con la caída de la tasa de vacunación remacha la cuestión.
Espiritismo
Desde 1866 hasta el momento de su muerte, Alfred Wallace fue un acérrimo defensor del espiritismo, hecho que lo llevó a enfrentamientos con muchos de sus colegas naturalistas, como Thomas Huxley o Ray Lankaster. Parece que fue una de sus hermanas, Fanny, la que lo introdujo en la práctica. Ahora bien, probablemente su interés por el tema es anterior. Mientras vivía en las Indias Orientales, recibía publicaciones sobre espiritismo, según explica en su autobiografía (Smith, 2008). Por otro lado, desde su juventud fue un seguidor del socialista utópico Robert Owen (1771-1858), que lo influenció profundamente en muchos aspectos (Claeys, 2008), empezando por lo que respecta a la reforma social, ya comentada. Owen aceptó el espiritismo hasta el final de sus días.
Ya en 1866 Wallace publica, primero en una revista y después como opúsculo, The scientific aspect of the supernatural. No totalmente convertido al espiritismo, lo que hace es una defensa de la realidad de lo que se conoce como milagros (Smith, 2008), que no serían otra cosa que hechos naturales imposibles de explicar por métodos científicos normales. En este marco, puede considerarse que tenía una visión positivista del tema. Años más tarde (1875), publicaría On miracles and modern espiritualism, una colección de ensayos entre los que incluiría el de 1866. Posiblemente veía en el espiritismo una forma de conseguir acelerar el progreso moral de la humanidad, que concebía como una especie de selección natural de los mejores y superiores valores de la conciencia (Molina, 1996). Su aceptación del espiritismo no ha de entenderse, pues, aisladamente, sino dentro de una deriva hacia posiciones globalmente espiritualistas, que se reflejan también en cuanto al origen del hombre.
Dado que era un tema especialmente sensible para los sentimientos religiosos, parece claro que Darwin prefirió aparcarlo en el Origen, a pesar de su convencimiento de las raíces, por decirlo así, animales del ser humano, y el papel que habría jugado la selección natural en estas. Esta parecía ser también, en un primer momento, la posición de Wallace, sobre todo respecto a la evolución del cerebro. Distinguía dos etapas en la hominización. En la primera, habrían ocurrido transformaciones anatómicas generales y profundas, que serían la base del origen de las razas, en función del medio. En una segunda etapa, que habría empezado después de la adquisición de cierto nivel de desarrollo cerebral que garantizaría la supervivencia, aquellas transformaciones se habrían detenido y habría empezado la evolución cultural.
Pero ya en 1866, le escribe a Darwin diciendo que cree que el papel de la selección natural en la evolución humana sería limitado (Molina, 1996). Esta rectificación la hará pública tres años después (1869), mediante la recensión que hace de reediciones de obras de Charles Lyell. Retoma el tema del cerebro, pero virando en la argumentación respecto a la selección natural. Ciertas características intelectuales y morales del ser humano solo pueden explicarse por la existencia de un mecanismo adicional, una fuerza por encima de cualquier otra. Piensa en una inteligencia superior (higher intelligence) (Glickman, 2009), que habría dirigido la evolución humana en un sentido finalista, de la misma forma que nuestra especie utiliza la selección artificial con animales y plantas. La minoración del papel de la selección natural la hace con un argumento racista: los requisitos mentales de ciertas razas primitivas son claramente inferiores a los de un ser humano civilizado («superan por poco los otros animales») y, aun así, sus cerebros son solo ligeramente más pequeños que la mediana de los europeos. Añade que, de acuerdo con lo que él considera que serían aquellos requisitos de los salvajes, «la selección natural tan solo podría haber dotado a los salvajes de un cerebro un tanto superior al de un simio» (subrayado por Darwin, según Glickman [2009], que tuvo acceso al ejemplar de la recensión que había leído el autor del Origen, que también escribió un «NO» en el margen, con unos cuantos signos de admiración). Más adelante, Alfred Wallace hace un razonamiento similar a propósito de los órganos de fonación, que considera demasiado perfectos, dadas las pocas necesidades entre los «salvajes más inferiores con vocabulario poco fecundo». Si la selección natural hubiese actuado en estos casos, no habría permitido tanto desperdicio.
Esta argumentación a favor de una inteligencia dirigista coincide bastante con lo que hoy entendemos como «diseño inteligente». Pero, al margen de sus dudas sobre la selección natural, en aquella aflora una interpretación que, como ya se ha comentado, es claramente racista, hecho que pone en cuestión la aureola de hombre globalmente progresista que se le acostumbra a otorgar. Y no creo que sea suficiente recurrir al espíritu de la época como justificación. No se hallan ideas parecidas en Charles Darwin (Tort, 2000).
El último libro de Wallace (1910; véase la traducción en castellano, 1914), tan solo en el título, ya da una idea de su deriva, al final de su vida, hacia una concepción de la evolución que implica creacionismo, en el sentido de causa primera, diseño inteligente y finalismo.
En función de lo que se ha expuesto sobre unas pocas facetas de las concepciones científicas e ideológicas de Alfred Russel Wallace, podemos concluir que, en algunos aspectos, se ha idealizado un tanto su figura, muchas veces en contraposición a la de Charles Darwin. Empezando por su origen social y siguiendo por la consideración que se le hace de persona socialmente avanzada. Si bien es cierto que hizo críticas sensatas a lo que consideraba derroche de recursos naturales (Wallace, 1898/ 2007), y que en este tema tuvo un papel pionero, también se lo ha de considerar pionero en lo que respecta a planteamientos para nada progresistas, como la oposición a la vacunación, la introducción de explicaciones idealistas del hecho evolutivo o, de nuevo, los argumentos de carácter racista.
Referencias
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Casinos, A. (2018). Mateu Orfila en el París del seu temps. Edicions de la Universitat de Barcelona-Institut Menorquí d’Estudis.
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Darwin, C. R., & Wallace, A. R. (2008). La lluita per la vida. Publicacions de la Universitat de València.
Glickman, S. E. (2009). Charles Darwin, Alfred Russel Wallace, and the evolution / Creation of the human brain and mind. Gayana, 73(1), 32–41. http://doi.org/10.4067/S0717-65382009000300004
Molina, G. (1996). Wallace Alfred Russel 1823-1913. En P. Tort (Ed.), Dictionnaire du darwinisme et de l’évolution (pp. 4565–4586). Presses Universitaires de France.
Smith, C. H. (1999). Alfred Russel Wallace on spiritualism, man, and evolution: An analytical essay. https://people.wku.edu/charles.smith/essays/ARWPAMPH.htm#path9
Smith, C. H. (2008). Wallace, spiritualism, and beyond: “Change” or “No change”. En C. H. Smith & G. Beccaloni (Eds.), Natural selection and beyond. The intellectual legacy of Alfred Russel Wallace (pp. 391–423). Oxford University Press.
Tort, P. (2000). Darwin y la laicización del discurso sobre el hombre. Asclepio, LII-2, 51–83. https://doi.org/10.3989/asclepio.2000.v52.i2.207
Wallace, A. R. (1914). El mundo de la vida, considerado como manifestación de un poder creador, de una inteligencia directiva y de un propósito final. Daniel Jorro, Editor. (Obra original publicada en 1910)
Wallace, A. R. (2007). The wonderful century: Its successes and failures. COSSIMOCLASSICS. (Obra original publicada en 1898)
Wallace, A. R. (2019). Vaccination – a delusion. Its penal enforcement a crime. Proved by the official evidence in the reports of the Royal Commision. Swan Sonnenschein & CO., Limd. The Project Gutemberg eBook. (Obra original publicada en 1898)
Weber, T. P. (2010). Alfred Russel Wallace and the antivaccination movement in Victorian England. Emerging Infectious Diseases,16(4), 664–668. https://doi.org/10.3201/eid1604.090434