Jorge Wagensberg, pensador intruso y conversador infatigable

Retrato de un maestro de los aforismos científicos

Físico de formación, escritor, comunicador y columnista científico, viajero empedernido, museólogo, amigo de la buena mesa… Jorge Wagensberg Lubinski (Barcelona, 2 de diciembre de 1948 – Barcelona, 3 de marzo de 2018) se ponía muchos sombreros y siempre le quedaban bien. Pero si uno de ellos destacaba por encima de otros era el de conversador. Le apasionaba la conversación, no se cansaba nunca de cultivar la palabra. A través de la conversación concebía y exteriorizaba ideas y sueños. Era el embrión, el origen de cualquier iniciativa que emprendía. Wagens­berg debatía y argumentaba antes de actuar: si lo que hablamos vale la pena ya intentaremos llevarlo a cabo. Conversar es concebir y hacer planes, es compartir antes de que la realidad haga acto de presencia. Son los ratos en que somos realmente libres y que nos agrandan el espíritu. Como escribió François de La Rochefoucauld, aristócrata, escritor y moralista francés, en su obra Máximas, saber escuchar y saber responder es una de las más grandes perfecciones que pueden darse en el trato humano. A buen seguro que Jorge Wagensberg lo compartía. 

«El valor y la importancia de la pregunta son una constante del pensamiento y la obra de Jorge Wagensberg»

De hecho, su primer libro, Nosotros y la ciencia (1980) –editado por Antoni Bosch–, es un conjunto de conversaciones/entrevistas con catorce destacados científicos. Ramon Margalef, Joan Oró, Ilya Progogine o Francisco Grande Covián, entre otros. En la introducción, Wagensberg escribe: «Después de cursar unos estudios científicos y después de ocho años dedicados a la ciencia, he sentido la necesidad de ordenar un poco las ideas. Y he escogido el camino más fácil y directo: preguntar. En efecto, la pregunta oral sustituye casi siempre un duro trabajo. No me importa confesar que desde que hice este pequeño descubrimiento practico el ejercicio de la pregunta hasta el vicio. […] Me interesan temas de ciencia sobre los que los científicos siempre piensan, pero sobre los que no siempre escriben espontáneamente. La pregunta tiene la propiedad de forzar la situación». 

Jorge Wagensberg fue un profesor e investigador atípico, poco interesado en hacer una carrera científica tradicional. De hecho, nunca se adaptó a las reglas del juego del mundo académico y obtuvo más reconocimiento fuera que dentro del mundo universitario.
/ Tusquets Editors

El valor y la importancia de la pregunta es una constante del pensamiento y la obra de Wagensberg. La pregunta es la puerta de entrada al pensamiento intruso, a la mirada crítica, a la sorpresa que sacude el intelecto.

En este primer libro, Wagensberg añade una serie de reflexiones sobre la idea de progreso y evolución, sobre temas ambientales, sobre los límites de la mente humana, sobre la música y también sobre la práctica de la investigación en nuestro país. Ámbitos de conocimiento que profundizará durante su trayectoria intelectual y vital y que desarrolló en varias obras.

Primeros años y descubrimiento de la ciencia

Jorge Wagensberg, curioso e inquieto desde pequeño –hoy algún irresponsable lo definiría como hiperactivo–, empezó a apasionarse por la ciencia a través de la lectura de un libro de aventuras: La expedición de la Kon-Tiki, obra del etnólogo noruego Thor Heyerdahl, en que el autor quería demostrar quiénes fueron los primeros pobladores de las islas del Pacífico. Sostenía que la Polinesia fue colonizada desde América y construyó una barca que emuló el viaje. Años después, estudios genéticos demostraron que la tesis de Heyerdahl estaba equivocada. 

El viaje y la aventura han estado históricamente muy ligados a la empresa científica. Pensemos en Charles Darwin, Jane Goodall, Jordi Sabater Pi, Howard Carter o Mary Leakey y tantos otros. Años después, de otra forma, Wagensberg, como museólogo, emuló a los grandes exploradores y viajeros en sus estancias en la Amazonia y en muchos otros lugares del mundo.

Los padres de Wagensberg se fueron de Polonia, pero no por el placer de viajar. Muy al contrario, huyeron del ambiente xenófobo contra los judíos que se respiraba en la Polonia de los años treinta. Y se establecieron en Barcelona. Se ahorraron la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, pero sufrieron la Guerra Civil española.

Su padre tenía dotes de inventor. Fundó una empresa que fabricaba maletas, muy innovadoras en los años cuarenta. Este talante del padre, que siempre le daba vueltas a lo que fabricaba para tratar de mejorarlo, marcó el carácter del hijo. Jorge Wagensberg nació en 1948 en la Clínica Santa Eulàlia, en el distrito de Sarrià – Sant Gervasi de Barcelona, hoy demolida. Su libro autobiográfico Algunos años después (2014), en el que repasa niñez y juventud, empieza con una anécdota jugosa: «Nací en la madrugada del miércoles 2 de diciembre de 1948, en Barcelona, en una clínica donde confluyen en ángulo agudo las calles de Ganduxer y Modolell. El medico programó el nacimiento para no perderse el Rigoletto de Giuseppe Verdi que le tocaba aquella noche en el Gran Teatro del Liceo, así que fui recibido en este mundo por un señor que vestía de gala y lucía pajarita». No todo el mundo puede decir que un médico amante de la ópera y traje de esmoquin lo ha acompañado en el nacimiento. ¡El recién nacido Jorge ya apuntaba maneras!

Las escuelas en la España de los años cincuenta eran mayoritariamente opresivas, con una disciplina férrea y en ellas hablar en clase era casi pecado. Los padres de Wagensberg, miembros de la comunidad judía barcelonesa, lo inscribieron en la Escuela Suiza, en la que la asignatura de religión era optativa, se fomentaba la conversación y el sentido crítico y se aprendían al menos cuatro idiomas. El bachillerato lo cursó en el Liceo Francés, que dirigía con mano de hierro el gran pedagogo Pere Ribera, después impulsor de la Escuela Aula. En el libro Algunos años después, Wagensberg recuerda que algunas frases que decía Ribera en el aula –«El hombre en el neolítico pasó de ser cazador a hacer papillas», por ejemplo– le hicieron nacer la afición y la adicción por los aforismos, el género literario más científico. De hecho, muchas de las metáforas de Ribera sobre la historia inspiraron la forma de explicar la ciencia que impulsó Wagensberg como museólogo.

Físico y académico atípico

La lectura del libro La expedición de la Kon-Tiki del noruego Thor Heyerdahl despertó el interés de Wagensberg por la biología, por la antropología, por la geografía, por la epistemología, por las culturas tradicionales… y también le hizo llegar a la conclusión de que la ciencia, de alguna manera, es una ficción de la realidad.

«Wagensberg entendía la educación como un camino hacia la admiración del mundo, siempre incorporando la mirada crítica»

En una entrevista en El País, publicada el 9 de mayo de 2014, Wagensberg recuerda que en un primer momento lo atrajeron las matemáticas y su forma de razonar, pero que más tarde se inclinó por la física, que definía como «las matemáticas en colores».

Estudió física en la Universidad de Barcelona, donde se licenció en 1971. Mientras preparaba la tesis doctoral inició su actividad docente como profesor adjunto del Departamento de Termología. En 1981 se convirtió en profesor titular de Teoría de los Procesos Irreversibles del Departamento de Física Fundamental de la Universidad de Barcelona. Sus clases transmitían pasión y aportaban una mirada interdisciplinaria de la física, que él entendía más allá de sus leyes y aplicaciones. La ciencia, para Wagensberg, siempre fue interrogarse sobre los porqués y establecer conexiones con las diferentes partes de la realidad. Así mismo, siendo un joven profesor, ya organizaba debates y conferencias en las aulas acerca de temas científicos y culturales de actualidad. También era activo fuera de la academia: los días 1 y 2 de noviembre de 1985 fue uno de los organizadores del congreso «Proceso al azar» celebrado en el Teatro-Museo Dalí de Figueres. Además del pintor Dalí, participaron destacados científicos y filósofos como René Thom, Ramon Margalef, Ylia Prigogine o Évry Schatzman, entre otros. Fue un acontecimiento pionero en cuanto a la hibridación entre arte y ciencia, tan recurrente hoy. Su amigo y director de cine Gonzalo Herralde grabó las sesiones. 

En 1991 Jorge Wagensberg cogió las riendas del Museo de Ciencia de Barcelona de la Fundación la Caixa, que más tarde sería rebautizado con el nombre de CosmoCaixa. Wagensberg y su equipo hicieron de este espacio un museo de autor donde cada exposición era el resultado de un trabajo de reflexión e investigación. Gracias a esta tarea, hoy el CosmoCaixa es un referente mundial de la museografía. En la imagen, Jorge Wagensberg con el acaricuara, un ejemplar de árbol amazónico que funciona a la vez como elemento expositivo y arquitectónico en la entrada del CosmoCaixa.
/ Tusquet Editors

Las iniciativas y el talante de Wagensberg lo convertían en un profesor e investigador atípico, interesado en muchas más cosas que su estricto ámbito de conocimiento o hacer una carrera científica tradicional. De hecho, nunca se adaptó a las reglas del juego del mundo académico. Algunos de sus conocidos aforismos lo reflejan: «La clase magistral en la que más de cien alumnos asisten a una exposición, que siempre pueden leer antes o después, es una estafa educativa» o cuando escribió, sin ambages, que «La realidad no tiene la culpa de los planes de estudio que se acuerdan en escuelas y universidades».

De hecho, entendía la educación como un camino hacia la admiración del mundo, siempre incorporando la mirada crítica. Lo sintetizó también en forma de aforismos: «Educar es favorecer la adicción al gozo intelectual»; «Aprender tiene tres fases: el estímulo, la conversación y la comprensión, y con cada una de ellas existe la oportunidad para un gozo intelectual»; «Un buen maestro no esconde las paradojas, sino que las busca (la mejor manera de empezar una clase)»; «El conocimiento sin crítica es más preocupante que la crítica sin conocimiento».

Como les pasa a menudo a las almas libres, Wagensberg obtuvo más reconocimiento fuera que dentro del mundo universitario. Ciertamente, en 2010 la Universidad de Lleida lo invistió doctor honoris causa, pero la mayoría de premios vinieron de otras instituciones: el premio Nacional de Cataluña de Pensamiento y Cultura Científica (2005), la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña (2007) o el premio periodístico Juan Mari Arzak por el artículo «Aproximación a una copa de vino tinto» (2003), entre otros muchos.

Comunicador y columnista científico

La comunicación científica es un subproducto de la ciencia y, por lo tanto, condicionado por el valor social que esta tiene. En los años ochenta, la comunicación de la ciencia estaba en pañales, tanto en Cataluña como España. No interesaba a los científicos –entre otras cosas porque no tiene ningún valor curricular– salvo algunas excepciones. Wagensberg era una de ellas. Y seguramente su faceta de comunicador y columnista científico en diferentes medios –incluidas las colaboraciones en Mètode – fue una de las actividades más destacadas de su trayectoria profesional.

Fue inspirador de las páginas de ciencia de La Vanguardia, que se publicaban los domingos, y colaborador habitual del desaparecido suplemento de ciencia del rotativo del Grupo Godó. También fue asesor e invitado regular del programa Einstein a la platja de Betevé. En uno de los programas, dedicado a la figura de Einstein, Wagensberg se sentó en el plató junto a Albert Einstein. En realidad, era la figura de cera que está en el CosmoCaixa y que él aceptó que se desplazara en vehículo por Barcelona, lo que dejó boquiabierto a algún peatón culto al ver al famoso científico sentado, solo y mudo en un taxi. También colaboró en el programa que dirigía Joan Barril en Catalunya Ràdio. 

Wagensberg tenía dotes de orador pero también dominaba el arte de la escritura. Uno de los géneros que cultivaba era el columnismo científico. Ciertamente, el dato científico no es opinable, habla por sí mismo, pero la ciencia tiene muchas dimensiones que permiten la opinión: valorar la trascendencia de una investigación, su congruencia, o cuál es su impacto social. De esto trata el columnismo científico que últimamente ha ganado cierto espacio en los medios de comunicación. En nuestro país tenemos ejemplos de buenos columnistas como Pere Puigdomènech, Salvador Macip, Claudi Manso, Gemma Marfany, Ramon Folch… En el entorno anglosajón destaca la reconocida página semanal sobre temas ambientales de George Monbiot en The Guardian o la habilidad que tenía Oliver Sacks para explicar los problemas mentales de la gente.

El columnismo científico permite poner cara a un dato, facilita transmitir una idea e ir más allá de la pura noticia. Esto hizo Jorge Wagensberg en La Vanguardia, en El Periódico y en esta revista hasta pocos días antes de su muerte. Lo hacía con compromiso, preocupado por las crisis ambientales globales, por los debates éticos alrededor de los logros científicos o por los derechos de los animales. 

Especialmente mediática fue su comparecencia en el Parlamento de Cataluña el 3 de marzo de 2010 para pedir la abolición de las corridas de toros en Cataluña. Consiguió, con la complicidad del personal del Parlamento, introducir una bolsa con los enseres que usan los toreros: la divisa, la pica, las banderillas, el estoque y otros objetos punzantes. Levantó cada uno de los enseres por encima de la cabeza y describía su función que remataba con la frase: «¿Esto no duele? ¡Esto duele!». Al día siguiente las portadas de la gran mayoría de diarios españoles reproducían una foto de Wagensberg con uno de aquellos instrumentos y pidiendo la abolición de la fiesta. Wagensberg era entonces director de CosmoCaixa y a la dirección de la Fundación no le gustó nada su posicionamiento porque podría ser criticado por muchos españoles aficionados a las corridas de toros. Wagensberg mostró una vez más su habilidad argumentativa.

La faceta de museólogo

la Fundación la Caixa –hoy denominado CosmoCaixa– en un referente mundial de la museografia. Wagensberg y su equipo hicieron un museo de autor donde cada exposición era el resultado de un trabajo de reflexión e investigación. Se quería transmitir información pero a la vez hacer vivir experiencias y emocionar a los visitantes. Una buena exposición tiene que explicar una historia. Para Wagensberg, un museo tenía que ser también un espacio de conversación y de experiencias sensoriales. El eslogan «Toca, toca» se creó con esta finalidad así como los numerosos talleres y conferencias que se hacen.

«Jorge Wagensberg se sentía ajeno –intruso– en un mundo que ha perdido el gusto por la conversación lenta y razonada»

Hoy CosmoCaixa, incorporando el legado de Wagensberg, está en proceso de actualización y adaptación a las nuevas tendencias de comunicar y explicar la ciencia. El biólogo Jordi Portabella, director del área de Divulgación Científica y CosmoCaixa, y Lluís Noguera, director del Museo, lideran una transformación del espacio expositivo que está previsto inaugurar a finales de 2019.

El pasado 1 de diciembre del 2018, pocas semanas antes del primer aniversario de la muerte de Wagensberg, el CosmoCaixa acogió un acto de homenaje y recuerdo en el que participaron amigos, científicos y músicos.

Su faceta de comunicador y columnista científico en diferentes medios –incluidas las colaboraciones en Mètode– fue una de las actividades más destacadas de la trayectoria profesional de Jorge Wagensberg. Con sus escritos, iba más allá de la pura noticia y abría el debate sobre aspectos que le preocupaban, como las crisis ambientales globales, los debates éticos alrededor de los logros científicos o los derechos de los animales.
/ Tusquets Editors

Escriptor y maestro de aforismos

La gran inquietud intelectual que tenía le llevó a tocar muchas teclas. Una de ellas fue la edición de libros. En 1983 fundó la colección «Metatemas» de la editorial Tusquets, que supera los 120 títulos publicados. No es exagerado afirmar que «Metatemas» se ha convertido en la colección más importante en lengua castellana de libros sobre pensamiento científico. Solo hay que fijarse en la relación de autores: Richard Feynman, Lynn Margulis, James Watson, Francis Crick, Murray Gell-Mann, Konrad Lorenz o Jean-Marc Lévy-Leblond, entre muchos otros. 

Wagensberg también se dedicó a escribir ensayo y libros de aforismos. En cuanto al ensayo, las obras que tuvieron más éxito fueron La rebelión de las formas (2004), con 12.000 ejemplares vendidos, y El gozo intelectual (2007), que vendió 8.000. Pero, sin duda, los libros sobre aforismos han sido sus aportaciones más originales y celebradas. Él definía el aforismo como un receptáculo lingüístico que evoca lo máximo con lo mínimo. Una mínima expresión del máximo comportamiento, como muestran algunos ejemplos de sus aforismos: «La grandeza de la ciencia está en que es capaz de comprender sin necesidad de intuir»; «La grandeza del arte es que es capaz de intuir sin necesidad de comprender»; «Si no fuera por las crisis, aún seríamos todos bacterias». Los libros de aforismos de Wagensberg de más éxito son Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? (2002), con 25.000 ejemplares vendidos, y A más cómo, menos por qué (2006), con 10.000.

Y, ¿qué tipo de aforismos escribió sobre la muerte?: «La muerte es la más sorprendente de todas las noticias previsibles» o «Uno se acaba de morir del todo cuando se muere el último que le ha conocido vivo».

Epílogo

Jorge Wagensberg se sentía ajeno –intruso– en un mundo que ha perdido el gusto por la conversación lenta y razonada. Una sociedad en la que los humanos, atrapados por el miedo al futuro, la incertidumbre y la volatilidad, renunciamos demasiado a menudo a llegar a ser lo que somos. Wagensberg eligió vivir la vida que quería. Llevó varios sombreros y no renunció a ser la persona que, con sus luces y sombras, era. 

© Mètode 2019 - 100. Los retos de la ciencia - Volumen 1 (2019)
Periodista científico. Director de los programas Deuwatts y Terrícoles a Betevé. Profesor asociado en la Facultad de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
RELATED ARTICLES