Las lozanas higueras

…higuera, da bolsas de miel a propios y extraños
Josep Carner

«Las flores y frutos, recluidos en un receptáculo, se tornan carnosos y dulces con la maduración. Se mantienen bien visibles en lo alto del árbol y no caen fácilmente»

Dejadme que empiece a hablar de la higuera recordando un hecho histórico del cual se conmemora este año el 400º aniversario: la expulsión, en 1609, de los moros conversos del Reino de Valencia. Fue esta la expulsión de una gente que, en gran medida, representaba al pueblo nativo, habitante de Xarq al-Ándalus, que encontraron los conquistadores cristianos a su llegada a estas tierras. La conquista, acompañada de numerosos pactos, obligó a los sarracenos que se quedaron a adaptarse a las diversas circunstancias que los repobladores les imponían. Esta situación se dio hasta el año 1609, cuando los poderes políticos y religiosos les obligaron a un exilio sin retorno. Aquellos, que habían sentido una gran estima por la higuera, nos dejaron muchas muestras del cultivo de este árbol y del aprovechamiento de su fruto. Por eso me gustaría ahora recordarlos.

© V. Rodríguez

Para recordar el amor por este árbol, será mejor echar una ojeada a los documentos que aquellos desafortunados valencianos nos dejaron. Uno de ellos me afectó de tal manera que me motivó a escribir estas páginas. Fíjense: se trata de una campesino nuevo converso, su vecino es un cristiano viejo y también agricultor, ambos viven de ilusiones, de esperanzas, de imaginaciones permanentes. Llega la hora de la muerte y su ilusión es dejar la higuera, la cual estima, a todos, a su pueblo, sin hacer distinción religiosa. Los hechos acontecen, en 1530, en Simat de la Valldigna, un pueblo donde conviven cristianos y moriscos. Nos lo cuenta Ferran Garcia-Oliver en un hermoso libro sobre la vida de los agricultores medievales La vall de les sis mesquites (El valle de las seis mezquitas): «Aquella espléndida higuera verdal que Fucei Valencí de Simat de la Valldigna donó por amor a Dios al pueblo —por amor a Alá, quiere decir— es común del pueblo, y cualquier persona del pueblo del presente valle puede tomar y comer los higos de dicha higuera.»

«Los moriscos, que habían tenido la higuera en gran estima, nos dejaron muchas muestras del cultivo de este árbol y del aprovechamiento de su fruto»

Se dice que los cultivos a los que más se dedicaron los moriscos fueron los de huerta, pero muchas veces se ha esgrimido demasiado este tópico y se olvida su aportación a los cultivos de secano. El algarrobo, el olivo, el almendro y la higuera fueron los árboles clave de ese secano valenciano al que dedicaron también parte de su trabajo. En 1600, el cultivo de la higuera se había extendido por todas las comarcas valencianas. Si nos fijamos en el cabreo de 1600, dice E. Ciscar Pallarés que en la Valldgina el 17,2% de los árboles eran higueras, solamente superadas en número por las moreras, que representaban el 18,1 %, y muy por encima de los olivos y los árboles frutales. Por el contrario, en cabreos del año 1680 quedan muy pocos campos de este árbol. Parece ser que la expulsión de los conversos también había conllevado la expulsión las higueras de aquel valle.

Existen muchas variedades de higos, entre ellas los higos napolitanos (a la  izquierda, en la imagne). Los frutos de la higuera se caracterizan por ser dulces carnosos. / © V. Rodríguez

La cultura de la higuera

La higuera la encontramos en Asia occidental, el norte de África e incluso en las islas Canarias desde tiempos inmemoriales. Fue uno de los primeros árboles fruteros que fueron introducidos en el sur de Europa. En Grecia la menciona Teofrasto y Dioscórides, y también Homero en La Odisea. La mitología consagra el árbol a Juno, como protectora de los casamientos; es por esto que una de las celebraciones nupciales consistía en hacer una ofrenda de higos en una copa a la novia. Josep Pla, con la rotundidad de siempre dice: «Los griegos hablan de los higos como si fueran néctar. Es un fruto de economía pobre. En los países ricos nadie los come.»

Se la relaciona habitualmente con los rituales de fecundidad y fertilidad. Por eso cuentan que los romanos, cuando edificaban una ciudad nueva, plantaban una higuera para facilitar el crecimiento de la nueva población. También los romanos los consideraban un árbol sagrado, ya que debajo de una, la loba amamantó a Rómulo y Remo. Se recuerda mucho la imagen de Catón mostrando en el Senado romano higos frescos de Cartago, como un aviso de la proximidad del enemigo en el momento de las Guerras Púnicas. La fama de la higuera está ligada a la fecundidad, y algunos han declarado la simbología de su fruto non sancta. La tradición popular cristiana considera la higuera como un árbol maldito, porque se cree que el traidor Judas se colgó de una de ellas.

Higuera que crece en el campanario de Pedralba (Serranos). Es común encontrar higueras en los muros, campanarios y torres, a donde llegan gracias a los pájaros y de donde es difícil extraer las raíces. / © V. Rodríguez

«La tradición popular cristiana considera la higuera como un árbol maldito, porque se cree que el traidor Judas se colgó de una de ellas»

A los estudiosos del mundo mediterráneo les gusta debatir hasta dónde llegan los límites del ámbito cultural de este mar. Unos señalan que hasta allá donde se cultiven olivos y algarrobos, pero otros, como explica Predrag Marvejevic en su ensayo Breviari mediterrani, hacen otras aportaciones: «un proverbio de Herzegovina dice que el Mediodía desaparece donde no crece la higuera y no brama el borrico». Para él, el Mediodía es el Mediterráneo. Lo que significa tanto como decir que la higuera es el árbol más representativo de todo este territorio de culturas.

Higuera abocada en la ventana de una casa abandonada en Higueruelas, vila dels Serrans. Una muestra de la vigencia del topónimo de la misma Figueroles que ya aparecía en los documentos forales valencianos. / © V. Rodríguez

Otra propiedad que le han cantado los poetas y que le hemos dado los humanos es aquella de su predilección para acogernos bajo su sombra.

En el País Valenciano, nos recuerda siempre a la imagen maternal que acoge en su sombra a la familia y amigos en un día de fiesta y que encontramos retratada en muchas fotografías familiares, las fiestas, las conmemoraciones o veladas alrededor de la mesa, habitualmente tienen lugar bajo la sombra de la higuera. A unas horas en las que el ambiente invita a probar las cosas elementales de la gastronomía rural: los colores de las ensaladas, el perfume a asado o la sabrosa frescor de unas brevas puestas a refrescar en una cesta colgada dentro del pozo de la casa.

Estaba bastante generalizada la creencia de que algunos árboles de secano —algarrobos, higueras y olivos— crecían más ufanos y daban mejores cosechas cuando la gente se paraba a almorzar a la sombra de estos árboles, lo que significaba que a estos árboles les «complace» la presencia de los seres humanos.

El árbol

La higuera (Ficus carica l.) —en catalán figuera, en francés figuier, en italiano fico, en inglés fig tree y en árabe xaraja tin— es una árbol de ramas tortuosas del cual se aprovechan los frutos. Es aromático y generalmente bajo, aunque algunos ejemplares pueden alcanzar los cinco metros de altura y anchura. Las hojas son ásperas al tacto, lobuladas, de contorno palmeado y caducas. Las flores y frutos, recluidos en un receptáculo, se tornan carnosos y dulces con la maduración, tienen forma de pera y se llaman higos. Por otro lado, se mantienen bien visibles en lo alto del árbol y no caen fácilmente. Los pájaros ingieren, junto a la pulpa, las pequeñas semillas que contiene el fruto y las esparcen con sus deposiciones. Es así como llegan a los muros y riscos. En muchos campanarios y torres las vemos crecer entre sillares, de donde es fácil sacar las raíces. Estas higueras rara vez dan higos comestibles.

Hojas de higuera. Las hojas de este árbol son ásperas al tacto y de contorno palmeado. / © V. Rodríguez

La polinización de las higueras se realiza gracias a la colaboración de una avispa especializada llamada Blastophaga psenes, que transmite el polen fecundado a las flores femeninas. Allá donde llegan estas avispas fructifican estas higueras.

«Las fiestas, las conmemoraciones o veladas alrededor de la mesa, habitualmente tienen lugar bajo la sombra de la higuera»

Algunas comarcas valencianas, siguiendo la tradición morisca, mantuvieron el cultivo de la higuera, concretamente en zonas de secano interior, como en el caso de Camp de Túria, donde su cultivo en planos y montañas duró hasta mediados del siglo XX. Los tipos más destacados eran las higueras blancas de los valles de las montañas de Portaceli, que crecían sobre zonas silíceas. Los higos blancos, los mejores para secar, se guardaban en cestas hechas de palmito (Chamaerops humilis). Pero las que ocupaban los llanos eran los verdales, mayoritariamente destinados al comercio. Otros tipos eran los negros, los napolitanos, los negros y blancos de Burjassot…

«La fama de la higuera está ligada a la fecundidad, y algunos han declarado la simbología de su fruto ‘non sancta’»

Otra comarca en la que se comercializó bastante esta fruta fue en la Marina Alta: en 1800 rentaba unos 18.000 quintales de higo, que se exportaban secos a Francia y Cataluña. El término más dotado de estos árboles era el de Xàbia, con una producción de 18.000 arrobas. En 1881, aún se embarcaban 475 quintales de higos secos en Xàbia destinados al extranjero. Hoy, en 2009, todo esto es historia y solamente se puede encontrar alguna higuera superviviente cerca de alguna casita rural.

Realmente existe una gran diversidad de higueras, pero desgraciadamente es muy difícil encontrar muchas de ellas hoy en día. Los últimos reductos de cultivo comercial valenciano, con magníficos huertos, se encuentran en las comarcas del Baix Vinalopó y el Baix Segura. Allí las primeras en aparecer son las brevas, que salen a finales de junio.

Cultivo actual de higueras que resisten en el término de Villar del Arzobispo (Serranos). En esta localidad y en otras de la comarca vecina de Camp de Túria se plantaron muchos campos de higueras durante el siglo xix, imitando las plantaciones de algarrobos u olivos. / © V. Rodríguez

En Camp de Túria, y más concretamente en los llanos secos de Llíria, en los términos de Casinos y Olocau e incluso Villar, se plantaron muchos campos de higueras en el siglo XIX. Eran campos, muchos de los cuales de 30 hanegadas, donde el árbol crecía en hileras plantadas igual que los algarrobos o los olivos. La mayor parte de las higueras eran verdales, las cuales se secaban para ser exportadas. Hacia finales del siglo XIX, Llíria concentró un importante comercio de esta fruta, que también llenaba los campos de las grandes masías de aquel término municipal.

Texto completo disponible en Catalán.

BIBLIOGRAFÍA
Ciscar Pallarès, E., 1998. Vida cotidiana en la Valldigna (Siglos xvii-xviii). Edicions la Xara. Simat de la Valldigna.
Garcia-Oliver, F., 2003 La vall de les sis mesquites. El treball i la vida familiar a la Valldigna medieval. Universitat de València. València.
Pla, J., 1992. Obra completa. Edicions Destino. Barcelona.
Rosselló, J.; J. Rallo i J. Sacarés, 1996. Les figueres mallorquines. Fundació Illes Balears. Gràfiques Miramar. Mallorca.
Valero, V., 2001. Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933. Península. Barcelona 2001.

© Mètode 2009 - 63. Los miedos a la ciencia - Número 63. Otoño 2009