La magia de la Antártida

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  La Antártida es atractiva tanto por la fauna que alberga como por los hermosos paisajes que ofrecen sus majestuosos glaciares y los grandes témpanos de hielo.

«La Antártida nos abre sus puertas de hielo en verano para permitirnos espiar sus bellezas, sin dejarnos nunca convencidos de haber realmente conocido esta tierra de magia blanca»

Unos 35.000 viajeros y unos 50.000 científicos y logistas tienen la suerte de visitar el continente antártico cada año, un territorio del tamaño de dos Australias o 28 Españas. La Antártida nos abre sus puertas de hielo en verano para permitirnos espiar sus bellezas aunque sin dejarnos nunca convencidos de haber conocido realmente esta tierra de magia blanca.

Sólo unos 260 españoles visitaron la Antártida esta última temporada, repartidos en algunos de los 40 barcos que, cada año, llevan turistas desde finales de noviembre hasta principios de marzo, durante el verano antártico.

Llegar al fin del mundo

El barco se empieza a zarandear y nadie puede evitar la emoción de encontrarse cara a cara con el pasaje de Drake, el trozo de océano mítico que separa el continente americano de la Antártida. Para muchos navegantes, éste es el peor mar del mundo.

Antes de despedirnos de América y habiendo dejado el puerto de Ushuaia la tarde anterior, pasamos por el temible Cabo de Hornos, una roca vigorosa pero fea y malhumorada que separa el océano Atlántico del Pacífico y que nos despide desde el norte en el comienzo de nuestra aventura antártica.

Navegar el pasaje de Drake por dos días de ida y otros dos de regreso al puerto de Ushuaia, la ciudad más austral del mundo en la Tierra del Fuego argentina, es el precio que deben pagar el 98% de los viajeros antárticos, mientras que el pequeño porcentaje restante sobrevuela este bravo océano en unas pocas horas. Casi la mitad de las ocasiones el estrecho, de 1.000 kilómetros, regala un viaje calmo, aunque el viajero debe pasar al menos un día de tormenta para poder sentir la fuerza incontenible de las olas y los vientos del sur, que bloquearon el descubrimiento de la Terra Australis Incognita hasta hace menos de 200 años.

Una vez que el barco se esconde del mar abierto entre las islas Shetland del Sur, la cómoda navegación restante se hará al abrigo de las numerosas islas y bahías que abundan en la región. Los viajeros vivirán en el barco y bajarán a tierra, si el hielo y el clima lo permiten, dos o tres veces diarias mediante barcas inflables con potentes motores fuera de borda, las embarcaciones más seguras e ideales para todos los desplazamientos y desembarcos en este tipo de paisajes.

   
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Los albatros de cabeza gris (Thalassarche chrysostoma) suelen anidar en lugares altos y apartados de las islas antárticas y subantárticas.
  «La parte más importante de una visita a la Antártida es la apreciación de su magnitud, su pureza y el hecho de sentirse a merced de una naturaleza cruel pero delicada y frágil a la vez»

La gran mayoría de las travesías por la zona se desarrollan a un lado u otro de la península Antártica, el área con clima más benigno que permite el «veraneo» de los mamíferos y la nidificación de las aves marinas que aprovechan los breves meses estivales para la cría de sus polluelos, el deleite de todo amante de la naturaleza.

A parte de la observación de las focas, ballenas, pingüinos, petreles, albatros y demás fauna local, el otro gran atractivo de las actividades polares es la navegación por mares abarrotados de témpanos y frentes de glaciares majestuosos que se magnifica en el momento que abandonamos el barco y buscamos la intimidad de las pequeñas barcas.

No debemos olvidar que la Antártida no tiene pobladores autóctonos y esto hace que cualquier oportunidad de un contacto humano sea una fiesta, por lo que nunca se desperdicia la posibilidad de hacer una visita a una base científica, donde se recibe al visitante con el abrazo sincero de quienes, aislados, eligen estudiar la zona o realizar los experimentos que sólo esta región permite. Los enclaves históricos, estaciones de balleneros o de exploradores de antaño, son también lugares que transmiten el espíritu de las aventuras extremas que aquellos valientes soportaban a cada momento y que respetuosamente visitamos acompañados por el historiador de abordo.

Un día antártico

Los cruceros en zonas polares se autodenominan cruceros de expedición para diferenciarse de los cruceros típicos que conocemos. Las reglas que los operadores turísticos de la Antártida se impusieron para conservar el medio ambiente establecen, entre otras muchas cosas, que no pueden desembarcar más de cien pasajeros al mismo tiempo. Este es el motivo de que los cruceros sean pequeños y con un ambiente realmente amigable, ya que todo el mundo se conoce al segundo día de navegación.

Cada jornada comienza con un saludo por los altavoces del barco anunciando al mismo tiempo un abundante desayuno y probablemente unas cuantas ballenas minke (Balaenoptera acutorostrata) nadando a estribor. Durante el desayuno, el líder de expedición describirá los pormenores del desembarco de la mañana proyectando un plano de la zona y contándonos qué veremos allí, dónde podremos estar y por qué zonas no debemos caminar dependiendo de los nidos, presencia de musgos o líquenes o algún peligro.

   
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Un grupo de pingüinos papúa o de corona blanca (Pygoscelis papua) en la isla Danco, volviendo de su baño.
  «A parte de la observación de la fauna, el otro gran atractivo de las actividades polares es la navegación por mares abarrotados de témpanos y frentes de glaciares majestuosos»

El desembarco podría ser en la Bahía Paraíso y todos nos entusiasmamos, ya que, si bien la base argentina Almirante Brown está abandonada y tiene una colonia de pingüinos papúa (Pygoscelis papua) muy pequeñita, desde allí podremos subir a una colina desde donde se obtienen algunas de las mejores vistas de la zona y de la que podremos descender, si así lo queremos, mediante un vertiginoso y divertido culopatín por la nieve. Claro que el desembarco no termina allí pues hay que festejar que estamos pisando el continente antártico y aprovechamos que detrás de la base hay un frente de glaciares fantástico para recorrer con las zódiacs esas paredes de hielo milenarias de decenas de metros de altura mientras encontramos y nos acercamos a alguna foca cangrejera (Lobodon carcinophagus) que descansa sobre un témpano y los nidos de cormoranes antárticos (Phalacrocorax bransfieldensis) que cuelgan de unas paredes de piedra al pie de la colina que subíamos un rato atrás. Y si tenemos mucha suerte, mientras volvemos al barco zigzagueando entre los hielos también podremos ver alguna familia de orcas (Orcinus orca) que, curiosas, se acercan a nosotros para ver qué somos.

Una vez de nuevo sobre el barco, los cocineros tendrán lista la comida, que será amenizada, una vez más, con las explicaciones para las actividades de la tarde. Seguramente tendremos un par de horas para hacer una siesta reparadora, leer un libro en la biblioteca o asistir a una charla del historiador, del biólogo marino o del glaciólogo que nos acompañan en el viaje. Aunque todo esto está muy bien, probablemente esa sea la única vez en la vida que navegaremos por el canal de Gerlache o de Neumeyer, por lo que el mejor plan, teniendo tiempo libre, es salir a cubierta y admirar el fantástico paisaje blanco mientras buscamos ser los primeros en ver una familia de ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) pescando en grupo.

   
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La posibilidad de avistar ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) es uno de los atractivos del viaje a la Antártida. Estas ballenas viven en verano en los mares polares del Ártico y Antártico, mientras que en invierno migran hacia los mares tropicales.
   

Por la tarde, el capitán detendrá el barco frente a otro lugar mágico que podría ser la Isla Decepción, un cráter volcánico al que se entra por el angosto y dramático pasaje de Los Fuelles de Neptuno y que nos invita a estar a todos al aire libre, abrigados y con nuestras cámaras listas.

Justo después de entrar a esta impresionante caldera volcánica activa encontramos el fondeadero perfecto de Bahía de Balleneros, donde desembarcaremos en su extensa playa. A principios de 1900, este lugar veía como se procesaban unas 4.000 ballenas al año. Las ruinas de lo que posteriormente fuera una base británica hasta 1969 quedan como museo de una etapa en la historia en la que el hombre necesitaba el aceite de ballenas para, por ejemplo, alumbrar sus casas, y por esto se desplazaba a los lugares mas extraños del globo en busca de las últimas poblaciones abundantes de estos mamíferos, hoy todavía en peligro de extinción por ello.

El historiador del barco nos explica cada una de las instalaciones mientras otros miembros de la tripulación cavan con palas un jacuzzi improvisado en las calientes arenas de la playa del Puerto Foster para ofrecer a quien se atreva un agradable baño en aguas a unos 30 grados que se puede combinar con cortas zambullidas en las heladas aguas antárticas a sólo un par de metros de distancia. Estas actividades lúdicas se desarrollan en lugares en donde no hay ni flora ni fauna y donde nos garantizamos que nuestra huella no durará más de un breve tiempo, hasta la siguiente marea.

   
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El gavián dominicano (Larus dominicanus) es el único miembro de su familia que se reproduce en la península antártica y en las islas subantárticas.
   

Compartir las experiencias y las fotos con los compañeros de viaje mientras se espera la elaborada cena es uno de los momentos más divertidos de una noche que terminará, seguramente, con alguna película, una sauna o, mejor, con un desembarco sorpresa para aquel que aún tenga energías para disfrutar desde la zódiac de uno de los increíbles atardeceres polares casi a media noche y con rojos que no habíamos visto en la vida.

La parte más importante de una visita a la Antártida es la apreciación de su magnitud, su pureza y de una paradoja en la que los visitantes se sienten a merced de una naturaleza a veces cruel pero delicada y frágil que depende de la actitud de ese visitante y de sus congéneres para mantenerse y continuar igual de pura.

La educación de los visitantes es una parte primordial de los viajes polares, pues lo que se busca es convertir a todos ellos en embajadores de la Antártida, defensores de una naturaleza conservable y de un sistema político revolucionario como el del Tratado Antártico.

Los viajeros que eligen las gélidas aguas antárticas son, sin duda, gente muy especial, de todas las edades y con un nivel de compromiso muy alto. Sus motivos suelen ser la pasión por lo desconocido, la aventura y los parajes realmente vírgenes, aunque, por supuesto, siempre vale el argumento de visitar el último continente del planeta, una tierra donde es muy común que puedas darte el lujo de poner tus pies en donde ningún otro ser humano haya pisado antes.

   
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En las imágenes, hembras de elefante marino (Mirounga leonina).
   

El turismo antártico en la actualidad

La cantidad de visitantes antárticos se ha incrementado notablemente desde 1998 hasta la actualidad. En una década se ha pasado de 10.000 turistas hasta los 35.000 de la última temporada. Un argumento utilizado por varios operadores turísticos son los estudios realizados por el British Antarctic Survey y la Nacional Science Foundation, los organismos científicos antárticos del Reino Unido y EE UU, que fueron benevolentes con el impacto del turismo. Hasta el día de hoy, no se ha demostrado que el turismo deje una huella permanente ni de importancia en el territorio Antártico, pese al incremento mencionado arriba. Sin embargo ya somos muchos profesionales del turismo que sumamos nuestras preocupaciones a las de los científicos y ambientalistas por las actividades turísticas en una de las zonas mas vírgenes del planeta.

El turismo antártico, gracias a su primer promotor, Lars Eric Lindblad, y a quienes siguieron sus pasos, es extremadamente responsable y se impuso una extensa lista de medidas dedicadas a no destruir ni molestar el medio ambiente que le da de comer. En 1991, cuando el turismo en el continente blanco era ya una realidad, las siete empresas que lo realizaban decidieron formar la IAATO (Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos), una idea modélica a escala mundial en la que el sector privado se autorreguló y estableció normas de comportamiento en una zona que carece de un organismo que regule esta actividad.

   
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Arriba, los pingüinos, así como el resto de aves marinas que habitan aquí, aprovechan los meses estivales para criar sus polluelos.
  «Diversos organismos ambientales y científicos critican seriamente el desarrollo del turismo polar y se está analizando la forma de regularlo más adecuadamente»

En la actualidad la IAATO está conformada por el 95% de todas las compañías que trabajan con turismo al sur del paralelo 60º S, unas cien empresas. Sus autorregulaciones, mayoritariamente cumplidas a rajatabla, comprenden normas como no desembarcar nunca más de cien pasajeros al mismo tiempo y que estén acompañados al menos por un guía especializado por cada veinte personas. Nadie se puede acercar a menos de cinco metros de un nido de ave habitado o a menos de quince metros de mamíferos en tierra como elefantes marinos o focas. Todos aquellos que desembarquen están obligados a evitar cualquier ruido fuerte o grito, caminar por cualquier tipo de vegetación, alimentar o asustar a la fauna, comer y dejar residuos en tierra o recolectar nada, y a su regreso al barco deberán, cada vez, desinfectar sus botas y ropa sucia.

Estas decenas de reglas que van desde la forma de avistar ballenas hasta la de caminar por determinadas superficies se suman a las reglas medioambientales y de navegación específicas para la Antártida y permiten que la actividad turística se lleve a cabo con el mínimo impacto posible y en la forma más responsable.

La preocupación actual nace por las empresas que no respetan las normas IAATO, por el uso intensivo de algunos sitios de desembarco, por la falta de regulación oficial que determine, por ejemplo, las responsabilidades de eventos como rescates, evacuaciones, vertidos o cualquier tipo de accidente y por la abundancia de barcos, en especial de barcos gigantescos sin cascos reforzados para navegación en hielo y que usan combustible pesado, mucho mas difícil de digerir por el ecosistema en caso de un vertido, lo que convierte esta navegación en un riesgo ecológico de potencial muy elevado. Diversos organismos ambientales y científicos critican seriamente el desarrollo del turismo polar y se está analizando la forma de regularlo más adecuadamente.

   
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Si las condiciones climatológicas lo permiten, los turistas tendrán la posibilidad de navegar en zódiacs para recorrer los mares abarrotados de témpanos y contemplar los enormes glaciares.
  «La cantidad de visitantes antárticos se ha incrementado notablemente en la última década, en la que se ha pasado de 10.000 turistas anuales a 35.000»

La gente debe poder tener la opción de visitar este magnífico lugar pero probablemente haya llegado el momento de impulsar la creación de un organismo oficial entre los países firmantes del Tratado Antártico para ejercer de regulador del turismo, imponiendo una cuota lógica de visitantes al año, un sistema de observadores en todos los barcos y un control intensivo e inmediato de impacto en cada sitio de desembarco específico. En resumen, una serie de medidas que nos permitan garantizar la protección permanente de uno de los lugares más maravillosos del mundo.

Personalmente no creo, de ninguna manera, que se deba criminalizar el turismo antártico cuando en una gran proporción la poca contaminación que se encuentra en la zona polar es, en general, producida por la mala gestión de las actividades logísticas de países con bases o barcos en la Antártida y porque he sido testigo de los beneficios educativos y de difusión que tienen las actividades turísticas responsables en los viajeros. Por norma general todo aquel que viaja a la Antártida vuelve a su país de origen concienciado con los valores ecológicos que, gracias a los científicos de abordo y a sus propias experiencias con el entorno, aprenden y se encargan de publicitar en su medio social. Realmente los viajeros se convierten en embajadores de la Antártida.

Juan Kratzmaier. Especialista en viajes y fotógrafo.
© Mètode, Anuario 2009.

   
© Mètode 2011 - 57. Radiaciones - Contenido disponible solo en versión digital. Primavera 2008