La paleoantropología –ciencia que se ocupa de los fósiles de homínidos– tiene una notable repercusión mediática, ya que el estudio del origen del hombre, además de su interés científico, no es ajeno a implicaciones sociales, políticas, culturales, ideológicas y religiosas, que no poseen otras ciencias. Entre estas implicaciones destacan las rivalidades nacionales por atribuirse ser el primer hombre de un determinado ámbito geográfico (primer europeo, por ejemplo), la exaltación del nacionalismo y del «orgullo patrio», la explotación turística y cultural (piénsese en los parques temáticos), la rentabilidad política (los yacimientos se emplean en ocasiones como instrumentos de propaganda), el uso racista y sexista de sus teorías (la creencia en la superioridad étnica) o el debate entre ciencia y religión (véanse las relaciones entre creación y evolución). Entre los muchos casos de hallazgos paleontológicos que han sido recogidos en la prensa, nos centraremos en el llamado Hombre de Orce, un descubrimiento científico que ha generado más de 1.000 artículos en periódicos españoles. Se trata de un fragmento craneal de unos 8,5 cm de diámetro hallado en 1982 en el yacimiento de Venta Micena, en Orce (Granada). Sus descubridores, los paleontólogos Josep Gibert, Jordi Agustí y Salvador Moyà, tras los primeros análisis de la cara externa del fragmento, atribuyeron el resto fósil a un homínido de entre 900.000 y 1.600.000 años. Hasta entonces, los fósiles humanos más antiguos hallados en Europa tenían una antigüedad de unos 600.000 años. El descubrimiento suponía que la presencia humana en el continente europeo podría retrasarse un millón de años. Esto implicaba una revisión de las teorías sobre la evolución del género humano referidas a la fecha de llegada del hombre a Europa y su vía de penetración en nuestro continente, pues este fósil era un indicio de un posible paso de nuestros antepasados desde África a través del Estrecho de Gibraltar, y no por Asia y Europa oriental. El hallazgo podía cambiar radicalmente las tesis hasta entonces dominantes sobre las migraciones prehistóricas. Tras la limpieza de la cara interna del fragmento para eliminar la capa calcárea, el endocráneo se sometió a un examen morfológico y se descubrió una cresta que sorprendió desagradablemente a los investigadores, ya que se considera que es una característica que muchos consideran incompatible con el género Homo, más propia del género Equus. Así pues, aparecieron indicios de que el fragmento craneal podría pertenecer a un équido, y no a un hombre, lo que originó una larga polémica, incluso entre los mismos miembros del equipo que realizó el hallazgo. Agustí y Moyà cambiaron de postura, y publicaron artículos defendiendo el carácter équido del fósil craneal, mientras que Gibert sigue manteniendo que el fragmento es humano. Las distintas etapas de este hallazgo paleontológico fueron recogidas por los medios de comunicación, que desempeñaron un importante triple papel: como vehículo principal de la controversia científica; como soporte mediático en la utilización política y cultural del descubrimiento por parte de algunas autoridades; y en la formación de la imagen social de la ciencia, los fósiles y el hombre prehistórico, por medio de una retórica encaminada a describir la realidad más o menos subjetivamente. Dado el enorme volumen de información periodística generada por este hallazgo, analizaremos como muestra su tratamiento en diario El País a través de algunos textos publicados en 1983 que dieron a conocer el descubrimiento antes de surgir la controversia. Un hallazgo revolucionario para la prensa La primera noticia sobre el «Hombre de Orce» recogida por El País aparece en la sección de Cultura, fechada en Sevilla el 14 de junio de 1983, con un titular de alabanza que, en vez de describir en qué consiste la aportación científica realizada, emite una valoración, calificando el hallazgo de revolucionario: «El hallazgo del hombre de Orce puede suponer una revolución en el estudio de la especie humana». El contenido del descubrimiento se recoge en el subtítulo: «El homínido más antiguo de Eurasia fue hallado en Granada por un equipo de paleontólogos catalanes». Aunque la afirmación no es categórica al estar matizada con el atenuador puede –más por cortesía social que para expresar duda por prudencia científica–, en realidad el cuerpo de la noticia transmite la certeza de que el descubrimiento se considera una «auténtica revolución». En ciencia, los cambios son lentos y suele haber resistencia a aceptar nuevas teorías, y más si se presentan como revolucionarias. |
Portada de la revista satírica El Papus (1984), donde se ridiculiza el hallazgo del llamado«hombre de Orce» después de descubrirse indicios de que el fragmento podía pertenecer a un équido. «Los medios de comunicación desempeñaron un triple papel: como vehículo principal de la controversia científica, como soporte mediático en la utilización política y cultural del descubrimiento y en la formación de la imagen social de la ciencia, los fósiles y el hombre prehistórico»
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Noticia aparecida en El País (14-6-1983) y derecha, Notícia aparecida en El País (15-6-1983). |
«La primera noticia daba cuenta de cuestiones políticas conexas a la ciencia, mientras los autores del hallazo y la descripción e interpretación científica del fósil pasaban a un segundo plano» | |
La noticia contiene tres cuartas partes de información «política», y sólo un tercio de datos estrictamente científicos. El cuerpo del texto se inicia con la mención al consejero de Cultura de la Junta de Andalucía y al presidente de la Diputación de Barcelona, y continúa con informaciones relativas a la presentación social del hallazgo, la exposición del fragmento, la financiación de las excavaciones, los convenios entre instituciones, la instalación de los restos en Andalucía y otros datos sobre política científica, y todo ello visto desde la óptica andaluza, pues, como señalamos, la noticia se elaboró de Sevilla, sede del gobierno andaluz. Éste intentó obtener rentabilidad política, cultural y turística del «Hombre de Orce», en un momento de euforia nacional tras el nacimiento de la España de las autonomías. La noticia –orientada posiblemente por las autoridades culturales andaluzas– daba cuenta de cuestiones políticas conexas a la ciencia, mientras que los autores del hallazgo y la descripción e interpretación científica del fósil pasaban a un segundo plano. La siguiente noticia está fechada el 15 de junio de 1983 en Sabadell. El contenido y el tono, totalmente diferentes a los del anterior texto, se centran en aspectos científicos. El titular reitera la gran importancia del hallazgo, afirmando que éste «trastoca las actuales teorías sobre la vida humana en el continente euroasiático», sin específicar su contenido. Los investigadores pasan esta vez a un primer plano, que son nombrados en la entradilla. El texto describe el contexto científico e institucional del hallazgo y las duras condiciones del trabajo de campo en paleontología. Con relación a este aspecto, llama la atención el tono épico de la descripción: se habla de un campamento en un «oasis en el desierto, con un manantial del que fluye el agua a una temperatura constante de 19 grados», de «tiendas de campaña», de una «cueva» donde almuerza el equipo, de un «sol de justicia», de la ausencia de árboles, de un «clima muy duro». Todos estos evocadores elementos –desierto, oasis, manantial, cueva, tiendas de campaña, sol abrasador, ausencia de vegetación– trasladan al lector al épico mundo de los relatos y películas de exploradores aventureros. Ambas noticias, complementarias, ponen de relieve que la difusión periodística del descubrimiento del llamado «Hombre de Orce» respondió tanto a una campaña de instrumentalización política dirigida por las instituciones citadas como a un ejercicio de divulgación científica. Otra noticia fechada en Orce el 15 de junio de 1983 firmada por un enviado especial y elaborada al margen de las instituciones implicadas en el hallazgo, contiene más datos interesantes. El titular de la noticia se aleja de la ciencia y la política, y exalta el «orgullo» andaluz: «Los hijos de Adán eran andaluces». La referencia bíblica a Adán, carente de todo propósito creacionista, obedece más a una intención humorística de captar la atención del lector. El texto recoge unas declaraciones del catedrático de Paleontología de la Universidad de Granada, Pascual Rivas, que, además de afirmar que el «hueso puede no aportar grandes cosas» al no ser «el primer hombre ni el eslabón perdido», acierta con precisión cronológica en la predicción de que no sería extraño que dentro de un año algunos científicos contestasen el hallazgo. Estamos ante una visión más contenida de la importancia del hallazgo (y no será la única), diferente de la interpretación de los protagonistas del descubrimiento. Está claro que el paleontólogo de Granada pretende restar valor al descubrimiento, y no duda para ello en emplear un término poco científico en la actualidad (eslabón perdido), pero que en la cultura popular tiene cierta vigencia y más significado que el dato relativo al posible camino que siguió el hombre para llegar a Europa. Popularmente el eslabón perdido representa el antepasado situado entre el simio y la especie humana. Para el profano, descubrir el eslabón perdido sería un hecho de enorme importancia científica y supondría el encumbramiento del autor del hallazgo. Si el cráneo no es el eslabón perdido, para el hombre medio el descubrimiento no es tan importante. Por otro lado, dado que la antigüedad es un aspecto igualmente valorado por el lector lego (más que las migraciones o las rutas seguidas por la especie humana para colonizar la Tierra), Rivas aclara que no es el «primer hombre», concediendo así menos importancia al hallazgo. La noticia se completa con un recuadro de apoyo (o despiece) dedicado a la persona que, a mediados de los 70, encontró por casualidad los primeros restos fósiles en la superficie de sus tierras, Tomás Serrano, mientras apacentaba sus ovejas, poniendo en la pista de lo que más tarde ha sido uno rico yacimiento. El breve texto alude a los humildes orígenes del hallazgo, lo que siempre es un elemento que despierta el interés, el reconocimiento y la admiración de los lectores. El recuadro incluye declaraciones del pastor, que sintió el rechazo y el menosprecio inicial típico del «descubridor» de un gran hallazgo, lo que introduce un elemento que enriquece la narrativa popular de los descubrimientos científicos en general y paleontológicos en particular. Sigue el texto informando que la Junta de Andalucía y Tomás Serrano firmaron un contrato por el que éste recibía la cantidad de 300.000 pesetas anuales a cambio de vigilar los terrenos y entregar todos los restos encontrados en las excavaciones. Sin embargo, Serrano se lamenta de que la Junta le ofreciera esa cantidad justo antes de anunciar el valioso hallazgo del cráneo, y se pregunta si, una vez conocida la importancia del fragmento, el importe no será injusto. Con todos estos datos se introducen en la difusión periodística del «Hombre de Orce» nuevos elementos no propiamente científicos. El diario, además de servir de vehículo a los intereses políticos de la Junta de Andalucía y divulgar los datos científicos del hallazgo, resalta estos aspectos «humanos» que rodean al fósil de Orce, y que ponen al descubierto que la ciencia es una actividad social a la que no son ajenos los mismos intereses de otras actividades. la evolución de la notícia Las primeras informaciones periodísticas sobre el que entonces se creía un revolucionario hallazgo se completan en El País con un artículo divulgativo firmado por Eduardo Ripoll-Perelló, director del Museo Arqueológico Nacional y catedrático de Prehistoria, en el que sintetiza algunos hitos de la evolución humana. El relato se ajusta al modelo narrativo típico en paleontología humana, el género épico, en el que un héroe (en este caso, el hombre prehistórico representado por las diferentes especies ancestrales que conducen al Homo sapiens) supera una serie de duras dificultades hasta alcanzar su meta, en un viaje de perfeccionamiento y progreso constante. El título del artículo –«Los comienzos de la aventura humana»– refleja el espíritu de la estructura narrativa con que habitualmente se relata el origen del hombre. El texto está construido sobre la base de términos como perfeccionó, ampliando sus capacidades, aventura, realiza la hazaña, conquista de la Tierra o perfeccionamiento. El amplio reportaje incluye otros dos apartados muy significativos, uno bajo el epígrafe de «La ciencia» y otro titulado «La política». En la primera parte se recogen declaraciones de Gibert sobre los antecedentes de la excavación y el momento en que apareció el fósil, cuando se encontraron «algo extraño, un trozo de unos ocho centímetros de lo que parecía ser un fósil humano […], lo que sería un «hallazgo extraordinario». Nuevamente se introduce otro elemento de cierta emoción en el relato paleontológico, el del instante en que aparece un resto supuestamente humano de gran valor científico. En el término extraño no faltan evocaciones un tanto detectivescas muy del gusto popular. El paleontólogo, tras asegurar el rigor de su trabajo, reconoce que los profanos puedan extrañarse de que, a partir de un fósil tan pequeño como el fragmento de Orce, los científicos extraigan las conclusiones a las que han llegado, pero aclara que los restos de tamaño minúsculo son normales en paleontología, así como la rica información que se desprende de su estudio. Para los protagonistas del hallazgo es importante que el lector medio tenga en cuenta estas consideraciones, para evitar que se forme una opinión equivocada sobre el trabajo científico en general y paleontológico en particular. En el apartado titulado «La política», el periodista afirma abiertamente que el «hallazgo ha sido politizado». La ciencia es «pura», pero su «contorno» no lo es, añade el redactor. Es una muestra de que la información científica periodística atiende no sólo a los contenidos de la ciencia, sino también al contexto social en que se produce, lo que ayuda al lector a entender la influencia que los factores sociales ejercen sobre el conocimiento científico. Señala el artículo que existen rencillas entre las distintas escuelas paleontológicas españolas, así como competencia regional por el control de la investigación. La confrontación posee un gran valor noticioso. Se recoge también la opinión de otro paleoantropólogo granadino, Miguel Botella, que ha expresado su extrañeza por la forma del cráneo de Orce, que, según su parecer, tiene características diferentes a las de otros restos humanos africanos de similar antigüedad. Es una nueva opinión crítica que parece sugerir que el resto hallado no es humano. La discrepancia es muy noticiable, estando en la base de muchas informaciones, y el periodismo científico no es ajeno a ella. Se apunta asimismo que la Junta de Andalucía se ha visto obligada a emitir un comunicado declarando que los restos son auténticos, ante algunos rumores que lo ponían en duda. La sospechas de fraude recayeron también sobre el «Hombre de Orce». Se habla del futuro museo que la Junta de Andalucía ha prometido al pueblo de Orce, que sería una «fuente de ingresos», y también una «fuente de conflictos» entre los concejales del pueblo. Nuevamente se recoge el lamento de Tomás Serrano sobre lo que considera un injusto contrato con la Junta, así como unas declaraciones de Gibert, que afirma que Serrano «formuló ingeniosas hipótesis sobre la formulación del yacimiento». |
Representación del llamado «hombre de Orce» aparecida en El País (1983). «La referencia bíblica a Adán, carente de todo propósito creacionista, obedece más a una intención humorística de captar la atención del lector» |
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© Institut d’Història de la Ciència i Documentació, València Molde del fragmento craneal hallado en el yacimiento de Venta Micena (Orce, Granada) en 1982. |
«Para el profano, descubrir el eslabón perdido sería un hecho de enorme importncia científica y supondría el encumbramiento del autor del hallazgo» | |
El 18 de junio de 1983 El País dedicó un editorial al descubrimiento del cráneo de Orce, lo que es una muestra del interés social despertado por este supuesto avance de la ciencia. Los editoriales periodísticos de tema científico no son frecuentes, y menos en los años 80 del pasado siglo. El diario considera el hallazgo de «extraordinaria trascendencia» (rebaja algo la importancia del hallazgo, calificado en la primera noticia como una «auténtica revolución»), aunque no sea el «eslabón perdido» (eco de las declaraciones de Pascual Rivas), y apunta la posibilidad de que el hombre llegara al continente euroasiático a través del estrecho de Gibraltar (resalta la vía de penetración) hace más de un millón de años (enfatiza la antigüedad). Tras enunciar esta tesis científica en las primeras líneas del editorial, el periódico pasa a realizar algunas consideraciones políticas y morales derivadas del descubrimiento. Denuncia en primer lugar la precariedad económica y material con la que se realizaron los trabajos paleontológicos que culminaron con el hallazgo, si bien reconoce el apoyo y aliento de la Junta de Andalucía y la Diputación de Barcelona, especialmente en la última fase del trabajo. Esto le permite a El País efectuar una denuncia más general sobre la ausencia de una política de investigación en España, que no atiende debidamente la riqueza arqueológica y paleontológica de la Península Ibérica, según el editorialista. Con estos comentarios el diario cumple con la función crítica de la prensa, la de sacar a la luz y censurar los errores, deficiencias y defectos de los gobiernos y de la sociedad. El último párrafo del editorial es un alegato moral a favor de la paz mundial, que el periódico extrae como moraleja del cráneo de Orce. No sin cierto tono poético, y con un filosófico juego de palabras, considera el fósil una «maravilla de la evolución», pero también la «ceniza de la extinción de la humanidad» y un «buen motivo de meditación a la hora de hablarnos de la bomba de neutrones, el despliegue de euromisiles, la existencia de los SS-20 soviéticos o las supuestas ventajas de la guerra convencional». Acaba con una sentencia que contiene una visión pesimista del futuro humano, afirmando lapidariamente: «Jamás habíamos sabido tanto sobre nosotros mismos como ahora que sabemos que la especie humana puede morir mañana mismo». Estas reflexiones morales derivadas de asociar el fósil a los peores instintos destructivos del ser humano y los más terribles presagios del fin del mundo, exceden con mucho las conclusiones a las que puede llevar un fragmento de cráneo que sólo refleja un estado de la evolución biológica del hombre, y que no aporta ninguna información sobre su conducta, su sentido ético o su psiquismo. Estos pensamientos sobre el oscuro porvenir de la humanidad serían el reverso de la concepción épica de la evolución humana como una aventura en que el valiente héroe (especie humana) es el vencedor al final de una historia de perfeccionamiento. Por otro lado, son el reflejo de las muchas posibilidades ideológicas que puede ofrecer la paleontología a la prensa y la cultura popular. Las consideraciones morales del editorial muestran el uso (y abuso) de la ciencia para formar la opinión pública sobre cuestiones ajenas al conocimiento científico, en este caso además sobre temas de calado político y ético en torno al supuesto negro futuro de la humanidad. En conclusión, en este artículo hemos intentado poner de manifiesto la diversidad de enfoques, tonos, voces, aspectos, intenciones y temas acerca de un mismo acontecimiento científico que tuvo un amplio impacto social y mediático: el elogioso (y un tanto «publicitario») anuncio del descubrimiento presentado como una «revolución», el «hallazgo científico del siglo», «uno de los más importantes hallazgos de los últimos años», un «importantísimo hallazgo en el conocimiento del desarrollo del hombre», un «hallazgo excepcional», se ve contrarrestado por la expresión de ciertas dudas sobre su importancia real, al afirmar que no es el eslabón perdido; a la concepción de la evolución humana como una aventura guiada por el perfeccionamiento constante se unen unas reflexiones morales sobre las posibilidades del fin de la humanidad; se da cuenta del valor científico del hallazgo junto a los intereses políticos y económicos surgidos en torno al fósil; por último, a estos aspectos se añaden elementos literarios con ciertos ribetes de intriga novelesca, aparentemente anecdóticos y no muy relevantes científicamente, pero presentes en la narrativa popular de la paleontología, como son el hallazgo fortuito, la extrañeza causada por la rareza de los restos encontrados, el menosprecio inicial del descubridor, el trabajo «épico» de los paleontólogos en los yacimientos, el trabajo «detectivesco» en el laboratorio (Juan Luis Arsuaga, codirector del yacimiento de Atapuerca, ha enfatizado este aspecto) o las luchas y rivalidades entre escuelas científicas. BIBLIOGRAFIA José Antonio Díaz Rojo. Institut d’Història de la Ciència i Documentació López Piñero. CSIC-Universitat de València. Proyecto R+D HUM2006-4730/ HIST con fondos FEDER. |