Dean Hamer

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© J. Gritz

Un abismo insalvable separa hoy en día ciencia y religión, pero al genetista molecular Dean H. Hamer le gusta vivir en el límite. Su último libro El gen de Dios (La Esfera de los libros, 2006) no empieza en un esterilizado laboratorio blanco, sino en un monasterio japonés donde un monje alemán vive una vida de austeridad consagrada a la meditación zen. Según la tesis central de Hamer, la búsqueda de la iluminación que emprende el joven monje tiene todo que ver con la secuencia de bases codificada en su ADN.

Hamer cree que ha descubierto un vínculo entre la espiritualidad y un gen llamado VMAT2. En un estudio realizado a 1.001 sujetos, el 28%, que llevaba una cierta variante de VMAT2 –una base C en lugar de A–, mostraba significativamente más tendencias espirituales ante un cuestionario. Algunos expresaban amor a la naturaleza y un sentido de unidad con el medio; otros tenían una tendencia casi mística a sumergirse completamente en cualquier tarea y a perder todo sentido del tiempo y el espacio. En la mayoría de los casos, estos rasgos tendían a correlacionarse, señalando que los sujetos con «alelo espiritual» de VMAT2 tienen un carácter psicológico diferente que sus homólogos de base A.

En los resultados de Hamer llama la atención que no apareciese ninguna relación entre el supuesto «gen divino» y el comportamiento religioso tradicional: creencia en la Biblia, asistencia regular a la iglesia o adhesión al dogma oficial. Tal como escribe Hamer, «este fue un resultado sorprendente… Contrariamente a lo que la gente suele creer, a los niños no les enseñan a ser espirituales sus padres, profesores, sacerdotes, imanes, ministros o rabinos, ni tampoco su cultura o sociedad… el núcleo de la cuestión debe encontrarse justo al principio. Debe formar parte de los genes.»

Enfrentarse a los asuntos sociológicos más candentes es la especialidad de Hamer. Sus libros anteriores han explorado cuestiones como la obesidad, la ira o la homosexualidad desde una perspectiva genética. Extendiendo la discusión a la espiritualidad, Hamer reta a sus colegas a seguir su pista, a averiguar incluso los caracteres humanos más abstractos e íntimos a partir de un fragmento de DNA.

Hamer, doctor por la Facultad de Medicina de Harvard, trabaja en el Instituto Nacional del Cáncer de Washington, donde es el jefe de la sección de Estructura Genética y Regulación en el Laboratorio de Bioquímica.

El título de su libro parece una respuesta directa a El gen egoísta de Richard Dawkins. ¿Era ésta la intención?
Los científicos siempre hablan sobre aquel gen o aquel otro, y el título ciertamente fue una simplificación exagerada con la que trataba de resumir la idea general del libro, aunque no trato sólo del «gen divino».
Hay una cosa que me gustaría aclarar. En realidad, el libro no trata tan sólo de un gen. Trata de un gen candidato que debe ser uno de tantos.
Y tampoco trata de Dios realmente. El título, sin embargo, da una idea general sobre qué trata el libro. Si le hubiese dado un título referido a los elementos genéticos involucrados en la autotrascendencia no habría enganchado tanto al lector.

Su búsqueda del «gen divino» nació de un proyecto de estudio sobre fumadores de cigarrillos. ¿Hay algo relacionado con la predisposición genética a fumar que coincida con la espiritualidad?
Era sólo uno de los asuntos que trataba el cuestionario de personalidad que estábamos utilizando. Se dice «Inventario de temperamento y carácter», y lo elegimos porque se basa en la biología. En realidad, incluye una escala espiritual llamada autotrascendencia. Así pues, el origen fue accidental, pero cuando empecé a pensarlo me di cuenta de que la espiritualidad podría ser un campo interesante de investigación por ella misma.

¿Ha utilizado alguna tecnología de vanguardia para analizar las muestras de DNA? Usted representaba las reacciones en placas de microtítulo que brillaban en verde, naranja o rojo dependiendo de qué versión del gen había en la cadena de DNA. ¿Puede decir algo más al respecto?
La tecnología que utilizamos era una variante de vanguardia de la tecnología estándar. La idea de estudiar cuidadosamente los polimorfismos de los nucleótidos simples es muy común en este campo. Así es como se ha llevado a cabo mucha investigación. La idea de estudiar cuidadosamente el color de la reacción es un poco menos frecuente. Esta variante particular ha sido planeada por Max Myakeshiv, que trabaja en el laboratorio conmigo. Su método hizo realmente simple desarrollar la reacción completa en un pocillo de una placa, y por supuesto los colores proporcionaron un proceso bonito. Pero no fue un avance fundamental, tan sólo una buena jugada.

En su investigación sobre el «gen de Dios», inicialmente sigue el ejemplo de estudios de drogas que alteran la mente. ¿Por qué?
Mi idea fue que los estados de sueño espiritual extremado eran verdaderamente similares, fenomenológicamente, a aquellas experiencias en las que la gente se encuentra bajo la influencia de las drogas. Así pues, parecía una especulación razonable ver si se recorrían los mismos caminos químicos del cerebro. Además, se sabe que las monoaminas tienen un amplio efecto en diferentes aspectos para la reacción emocional del cerebro. Por esta razón nos pareció lógico empezar nuestra investigación por esta área.

Aislar los genes da la impresión de ser una tarea abrumadora. Pero concretar una definición de la espiritualidad parece aún más arriesgado. Sus medidas se basan sobre todo en una cualidad llamada «autoolvido», que es cuando uno se enfrasca tanto en una tarea o proyecto que pierde la conciencia de él mismo.
La idea es abandonar el sentido de uno mismo. No puedes estar siempre pendiente de ti mismo.

Pero mucha gente puede argumentar que la espiritualidad no quiere decir olvidarse de uno mismo sino precisamente una experiencia auténtica de uno mismo. Usted menciona un estudio de 1960 llamado el experimento del Buen Viernes, en el que los sujetos describieron su estado espiritual como «una disminución de lo exterior», «una gran conexión con todo el mundo y con todas las cosas», «un sentido súbito de la unidad». ¿Es esto muy diferente del «autoolvido», que implica perderse en una actividad en el mundo exterior?
Estoy de acuerdo en que definir la espiritualidad no es una tarea trivial. Aplicamos este cuestionario en particular porque era psicológicamente válido. Lo sorprendente es que si sólo miras a las preguntas, éstas no están realmente relacionadas, pero cuando las planteas a un gran número de gente, encuentras que realmente son consecuentes hasta cierto punto y parece que las relacionan con la espiritualidad. Algunos de los aspectos –como creer en los milagros–, están más claramente relacionados con lo que la gente consideraría espiritualidad. Pero estoy de acuerdo en que no hay unanimidad a la hora de precisar el grado de espiritualidad. De manera que realmente lo que encontramos era que nuestros genes estaban relacionados con el sentido de la propia trascendencia.

A lo largo del libro, usted enfatiza la diferencia entre la religión organizada y la espiritualidad. Su perspectiva me recuerda a lo que Sam Harris admite en su libro The End of Faith. Él concluye que «el misticismo genuino puede ser objetivo… en tanto que necesita no estar contaminado por el dogma». ¿Cree usted que el misticismo puede, o debe, estar totalmente divorciado de la religión?
Obviamente Sam Harris es más crítico con la religión que yo. Pienso que la razón es que él estaba realmente enfadado. Harris no hace distinción entre la parte espiritual y la dogmática de la religión organizada. Pero estoy de acuerdo en que la mayoría de las religiones organizadas se basan en cuestiones culturales no innatas que pueden ser extremadamente perjudiciales para los seres humanos, y a menudo lo son. Creo que eso es probablemente cierto. Es diferente cuando la gente practica la meditación. Aquí no hay ningún dios orientador.

   «Encontramos que nuestros genes están relacionados con el sentido de la propia experiencia»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

«La fe tiene un componente biológico muy importante»

 

 

97-54 © J. Gritz   «La mayoría de las religiones se basan en cuestiones culturales no innatas, que pueden ser extremadamente perjudiciales»

Alguna gente, como usted sabrá, considera como una ofensa la idea de la base genética de rasgos que sentía tan personales como la espiritualidad o la sexualidad. Pero usted ha escrito extensamente sobre estos temas en su libro Living with our genes. ¿Por qué encuentra que es interesante o valioso explorar este campo?
Si se quiere entender cómo trabaja el ser humano, hay que hacer experimentos, y resulta que los experimentos dicen que los genes son importantes para muchas cosas interesantes. Así pues, si quieres entenderlo, debes descifrar qué son los genes y qué hacen.

A mi parecer, en The God gene, usted intenta evitar que parezca que ya se ha dicho todo sobre el papel del gen VMAT2. Parece más bien una plataforma de lanzamiento, una invitación para que otros científicos se sumen a una investigación y una discusión más profunda sobre genética y creencias espirituales.
Exactamente. Efectivamente es una plataforma de lanzamiento para abrir la discusión. Mi idea principal es que se puede estudiar analíticamente esta cuestión aunque la gente muy a menudo diga: «no puedes cuestionar mis creencias. Es mi religión; yo creo en eso». Pero se puede cuestionar cualquier cosa. Es posible entender por qué la gente se comporta así, es muy interesante.

Cuando dijo a su jefa en el Instituto Nacional de Salud que usted quería escribir sobre el «gen divino», ella le sugirió que esperara hasta retirarse. ¿Por qué cree que pesa un cierto tabú sobre los intentos de presentar juntas ciencia y religión?

En parte, porque la religión como tal está mal definida, es transitoria, es un fenómeno no esencial. No es como estudiar qué hace que la gente tenga hambre o que practique el sexo. Cualquier científico diría inmediatamente que deben ser impulsos biológicos y que deben de estar de alguna manera en el cerebro. Empiezas a hablar de alabar a Dios y todo eso y la mayoría de los científicos –absolutamente legítimo– girarían los ojos y dirían: «como quieras». La fe tiene un componente biológico importante. Sin embargo, evidentemente, no es tan simple como algunos de los otros aspectos del comportamiento que hemos estudiado.

Algunos libros recientes, como Can a Darwinian Be a Christian?, de Michael Ruse, argumentan que no hay una contradicción inherente entre ciencia y religión y que el abismo que las separa hoy en día es resultado de factores sociopolíticos que se remiten a la Ilustración. ¿A su juicio los científicos aún están actualmente influidos por los debates que tuvieron lugar en época de Darwin, cuando los ateos usaron la evolución como una herramienta para rebatir el Génesis?
Eso también tiene que ver con ello. Las universidades no estudiaban sino la religión, de hecho Harvard y Yale se construyeron alrededor de la religión. Pero después, con la revolución científica, la religión pasó a ser impopular en los círculos académicos. Y ahora en la mayoría de las universidades la religión se queda realmente al margen. Hay algún pequeño departamento de religión, normalmente dirigido por un puñado de judíos seculares e intelectuales que no creen en esta materia. Y también hay un par de grupos de estudiantes fanáticos de Jesús. La religión no forma parte del plan de estudios, y mucho menos si se trata de una facultad de medicina o de una institución científica. Pero, al mismo tiempo, tiene una fuerza increíble y poderosa que está dirigiendo a los políticos de EE UU y nos lleva a la guerra y, por lo tanto, tiene una enorme influencia en la sociedad. Así pues, los científicos y los académicos cumplen una función útil cuando se encargan de estudiar esta cuestión.

No hace mucho, entrevisté a otro científico –un profesor de psicología de Yale llamado Paul Bloom que escribió un artículo titulado «¿Es Dios un accidente?»–. Es justamente el tipo de ateo secular que usted describía. Bloom piensa, como usted, que esta tendencia a la fe está muy ligada a nuestra psicología, pero él considera que se trata de un subproducto fruto de algún otro rasgo desarrollado. ¿Qué opina?
Lo que yo sugiero es que la fe no es un accidente. Pero no hay nada más que especulación. De hecho, soy muy crítico con los psicólogos evolutivos. La fe podría muy bien ser un spandrel.1 Pero el problema que este tipo de análisis le plantea a un científico experimental como yo es que no podemos volver atrás. De manera que no podemos hacer un experimento real para saber qué pasará, especialmente cuando todos los genes están identificados. Los psicólogos evolutivos te dirán que ellos tienen criterio para juzgar este tipo de cosas –hay uno que escribe para Scientific American que le encanta esta materia–, la psicología evolutiva no es una ciencia experimental.

Hablando de experimentos, en su libro menciona ciertos estudios sobre los efectos de la meditación en el cerebro. De hecho yo he formado parte de varios estudios como éstos, he practicado la meditación trascendental desde los cuatro años y he visto de primera mano como la meditación influye en las lecturas EEG en el laboratorio. ¿Qué influencia tienen este tipo de hallazgos en su investigación?
Creo que refuerzan la idea de que los cambios químicos y mecánicos en el cerebro pueden influir en tu manera de sentir las cosas, y más aún, es posible concebir cambios producidos mediante mecanismos que no tienen nada que ver con un dios que te habla.

La polémica de la mente contra la materia, es decir, la cuestión de si la mente mueve el cerebro o el cerebro genera la mente está muy presente en su libro.
Sí. La mente es materia. No hay separación. Quizá se separa en el sentido en que el cerebro es algo físico. Es una máquina sorprendente, pero pese a ello es una máquina. No es ninguna cosa filosófica extraña que sale de la nada.

Eso me recuerda al libro de Erwin Schrödinger, What Is Life?, que es básicamente una exploración física de como el cuerpo puede ser un mecanismo físico que piensa, siente y se mantiene él mismo.

Gracias por la comparación. Habitualmente coincido con él. El sistema mismo está hecho de trocitos de piezas, como un ordenador. Pero unidas de una manera tan perfecta que hace cosas realmente sorprendentes, como la conciencia de uno mismo.

Hay quien lo cuestionaría, argumentando que quizá el cerebro es el motor, pero querrían saber quién conduce el coche –un coche sin conductor no se puede mover, como el cerebro de una persona muerta no puede pensar. ¿Qué es, pues, la vida?
Esta es la pregunta clave del libre albedrío. Es demasiado filosófica para mí. No es una cuestión científica, no puedo medirla. Lo lamento.

1. Spandrel. término procedente de la arquitectura (“tímpano”, “embecadura”, “enjuta”) propuesto por S. J. Gould para designar «la clase de formas y espacios que surgen como subproductos necesarios de otra decisión en diseño, y no como adaptaciones evolutivas útiles por sí mismas» (Gould, S. J., 1997. «The exaptive excellence of spandrels as a term and prototype». Proc. Natl. Acad. Sci. USA, 94(20):10750-10755.) (Volver al texto)

Jennie Rothenberg. Periodista i editoria associada de The Atlantic Monthly. Washington D. C.
© Mètode, Anuario 2008.

  «Se puede cuestionar cualquier cosa»
© Mètode 2011 - 54. La especie mística - Contenido disponible solo en versión digital. Verano 2007

Periodista y editoría asociada deThe Atlantic Monthly. Washington D. C.