Siempre ha sido conocido como el “cantante de Verges” y, en efecto, allí nació en 1948 y siempre ha estado vinculado al Ampurdán, su “país petit”. Pero la denominación resulta un poco simplista. Lluís Llach es algo más que un cantante catalán, en este país donde demasiado a menudo las cosas han tenido que ser más de lo que son. En 1967 subió a un escenario por primera vez y desde entonces ha sido la voz crítica de la conciencia de izquierdas y la pesadilla de los conservadores. Fue prohibido en todo el estado, lógicamente, durante el franquismo. En Valencia lo prohibieron en los setenta y ya al final de la dictadura, el mismo año 1975, lo detuvieron durante un recital en Barcelona.
Pero todo eso ha quedado atrás, como también los años ochenta, cuando puso una denuncia a Felipe González, entonces presidente del Gobierno español, por incumplimiento de las promesas electorales. Ahora vive un severísimo enamoramiento de las tierras de El Priorat. En Porrera, donde siempre había pasado las vacaciones con su familia, parece que ha descubierto muchas cosas. “Hay otra manera de vivir, en el tiempo, en el amor, concedidos a los otros. Lo he descubierto en Porrera, un pueblo de 350 habitantes, fuera del circuito turístico, olvidado de la administración, lejos de todo.” El Lluís Llach que vive en Porrera ha montado una bodega y hace vino, pero no nos engañemos, el vino de Porrera es algo más que vino.
Acabo de llegar a Porrera, en El Priorat, después de subir por una carretera de mil curvas que hace que la distancia de veinte kilómetros y pico desde Reus se alargue en el espacio y en el tiempo. Me lo encuentro por la calle, acompañado de Bitxo, un retriever joven que lo sigue sin perderlo de vista ni un instante. El Lluís Llach que recorre medio mundo cantando a la rebelión vive en este lugar donde hace más que canciones. Ahora la música también parece salir de las viñas. Hace unos años descubrió todo un mundo en el vino de una tierra rica en historias humanas y tradicionalmente pobre en recursos materiales. Lluís Llach se ha enganchado a las cepas, quizá en uno de los ejemplos factibles de armonía entre el medio y la gente. Equilibrio de tradición y técnica, El Priorat va encontrando su camino entre la ilusión de un futuro posible y los ataques a su ambiente y a su medio de vida.
Este Lluís Llach que se ha enamorado aún más de este pueblo lo encontramos en un día dulce: el Parlamento de Cataluña acaba de votar en contra de dos grandes amenazas para el futuro de la comarca: la instalación de la central térmica de Enron en la Ribera del Ebro y el Mapa Eólico de Cataluña que pretendía poner molinos en montañas y cumbres emblemáticas para El Priorat.
¿Cómo acaba un abstemio ampurdanés haciendo vino en El Priorat? Yo vine a Porrera porque mi madre es correligionaria de aquí y cuando murió me dejó una casa y unas tierras. Venía por aquí y encontraba que era un sitio fantástico para descansar, también tenía buenos amigos y me gustaba la manera de ser de estos pueblecitos de El Priorat. Trasladé aquí el piano, el sintetizador, los ordenadores y poca cosa más, pensando que sería una vida agradable para componer y todo eso. Me equivoqué totalmente, nunca he trabajado tanto en mi vida desde que he llegado. Siempre que venía de vacaciones tenía una panda de amigos y hablábamos sobre el futuro de Porrera, porque éstas son comarcas deprimidísimas, con una orografía muy complicada para racionalizar los cultivos. Siempre habíamos hablado de lo que se podía hacer para que la gente pudiera mantenerse, no ya alcanzar un nivel de vida alto, pero sí mantenerse y que los jóvenes no tuvieran que huir.
Pero, ¿cómo le picó el gusanillo del vino? Tuvimos noticias de cuatro locos que entonces no se conocían tanto como ahora: Renié-Barbier, Josep Lluís Pérez, Álvaro Palacios y Carles Pastrana, que intentaban hacer una nueva línea de vinos, aprovechando lo que siempre se ha dicho de El Priorat, que era un mosto fabuloso en contenido de azúcares, pero aplicando nueva tecnología y cuidando mucho el cultivo. Y yo pensé que entre otras alternativas que se habían dicho como los kiwis, los melocotones, etc., seguramente esta tierra estaba predestinada al vino. Y me decidí, casi instintivamente, por plantar una cepa. A partir de ahí te das cuenta de que hay toda una relación con el cultivo, que es una planta muy especial. Te das cuenta de que una cepa es fruto de una cultura, que una cepa sola no daría ni uva, y te vas entusiasmando porque en el fondo entras en un proceso creativo respecto a aquella planta. Y lo que pretendía ser un cultivo para dar vida a unos amigos se convirtió en un proyecto mucho más dulce. Me fui animando, y después Enric Costa entró en este juego. Es un amigo que tenía del Ampurdán, que se aburría [ríe], y le dije “ven, que aquí hay mucho trabajo”.
¿Dónde entra Lluís Llach en el proceso de elaboración del vino? ¿Hay sitio para el músico en este mundo? Yo creía que no podría participar en nada, pero me di cuenta de que es un proceso larguísimo con muchos elementos humanos y quizá yo no servía para hacer un buen vino, pero sí para elegir los elementos humanos y coordinarlos de manera que todo tuviera los elementos filosóficos que debe tener detrás un buen vino. Cuando escuchaba decir “eso del vino es toda una filosofía” pensaba, ¡Dios mío, sólo me faltaba eso! Después es un proceso lleno de parámetros que unos pueden llamar rigor, otros obsesión por la calidad… bien, llamadle como queráis. Nosotros partíamos de unas circunstancias sin condicionamiento económico, porque éramos dos personas que nos ganábamos bien la vida y nos obsesionamos con esto: rigor en el cultivo y vigilar la calidad y no solamente por el hecho de tener la posibilidad de ganar dinero, sino que, charlando y observando mucho, porque un cantante más que voz debe tener capacidad de observación, nos dimos cuenta de que en El Priorat o vas por una línea de calidad y de cuidado muy exhaustivo o no tienes nada que hacer. Desde aquí no podemos competir en cantidad con las grandes bodegas de la Rioja. Cualquier bodega mediana o grande de la Rioja hace más vino que todo El Priorat, incluso ahora que ya se ha animado mucho. ¿Es esta obsesión por la calidad la causa del nuevo impulso del vino en El Priorat? Sí, nosotros nos especializamos en la calidad con una bodega autolimitada, no podemos pasar nunca de 80.000 botellas (ahora hacemos 25.000) si no es cambiándolo todo de arriba a abajo. Desde la bodega hasta la elaboración estamos por la pequeña producción. Vinyes verdes del coster que hemos comprado, que son viñas de 70, 80 o 90 años que les cuesta mucho llegar a 600 gramos de producción por cepa, nosotros las rebajamos a 250, máximo 300. Las vides nuevas las rebajamos a 1 o 1,3 kilos, cuando podemos hacer hasta 3. Sí, queremos participar activamente en lo que podríamos llamar la punta de lanza de la calidad de El Priorat. Tenemos esta posibilidad y además, para hacer un vino normal y corriente… oye, a mi me gusta mucho cantar, Enric, mi socio, es notario… ¿Cree que hay una cultura del vino catalana o cree que sólo estamos ante una forma de ganarse la vida? ¿El vino imprime una marca en este pueblo? Hay zonas vitivinícolas que han funcionado siempre muy bien, como El Penedès, a través del cava, de los vinos blancos; aquí, en El Priorat, que es desde donde yo puedo hablar, había una cultura vitivinícola, pero la filoxera fue un trauma a principios del siglo XX. Hubo una gran tradición vinícola. En Porrera hay casas que tienen bodega y unas salas suntuosas, y es que fue una zona fantástica. ¿Qué pasó? Que llegó la filoxera y se creó un trauma social, la gente que tenía las riendas de la situación se fue a Barcelona, y aquí se queda la gente que no se puede ir allí: gente totalmente descapitalizada y arruinada. Entonces llegan los franceses y les dicen que ellos necesitan esta fuerza de aquí, del sur, de la cariñena y la garnacha. La gente hacía vino para consumo propio y ahora se les ofrecía hacer vino para venderlo a los franceses. Claro, así no se incentivó la producción del vino propio, fuera del de garrafa. No se incentivó un proceso de vinificación serio y la gente dejó totalmente de lado lo que es la elaboración y vinificación en las barricas particulares. A pesar de todo, se conservó alguna excepción en cada pueblo. La oferta de los franceses hace que se replante todo El Priorat con estas variedades, algo bueno, sin duda. Pero de repente, el Gobierno francés cambia la ley y les permite añadir azúcar al mosto. Entonces todo esto vuelve a caer en picado, y surge la posibilidad de plantar avellana porque comienza a ser rentable y todas las familias que pueden hacerlo arrancan las viñas y plantan avellanas. Las viñas que quedan son de la gente que no puede replantar y se queda con el trocito de viña durante años, maldiciendo no poder plantar avellanos. Este patrimonio hoy es una riqueza fantástica.
Reducción de la producción, cambios en el proceso de elaboración, subida de la calidad, entrada de nuevos mercados… ¿Cómo llega todo esto a la gente de Porrera? En medio de todo esto, aquí, hay un grupo de gente preocupada, que venimos del mundo de la izquierda. Déjame decir de pasada que Porrera es un país muy de izquierdas desde siempre, republicana, con muchos exiliados, aquí siempre ganan comunistas y socialistas. Es excepcional en el sur del Principat. Había una vieja cooperativa que seguía funcionando, gestionaba la pobreza, pero de todos modos funcionaba. Entonces el propietario de Mas Martinet, Josep Lluís Pérez y nosotros, que somos los propietarios de Vall Llach, comenzamos a pensar que tal como iban las cosas entonces (hace ahora seis o siete años), los grandes beneficiados eran los que tenían bodegas, pero el campesino todavía no había notado ningún cambio. Piensa que, hace seis años, al labrador le pagaban la uva a 40 pesetas por kilo, mientras que las botellas se vendían a 2.000 pesetas y pico. Entonces pensamos que eso no podía ser, y es que nosotros somos del mayo del 68 con remordimientos y además, a la larga, eso era un desastre. Si el agricultor no cogía un poco la iniciativa de todo el proceso, tendríamos un país colonizado por el capital, de un cantante de izquierdas o de una gran empresa del vino, da lo mismo. Entonces pusimos en marcha una empresa muy interesante que se llama Cims de Porrera: ofrecimos a la cooperativa de Porrera la oportunidad de vinificar su vino y de venderlo a todo el mundo. A cambio; nosotros intentaríamos romper precios. Ellos nos tenían que procurar un buen mosto, es decir, tenían que cambiar lo que ahora se dice el chip del cultivo. Claro, el labrador que no tiene relación con la producción de la bodega lo que intenta es aumentar la cantidad y así no puedes subir los precios. Debían entender que a lo mejor tenían que tirar uva al suelo, lo que para el agricultor es un pecado mortal, pero eso a nosotros nos permitía hacer un buen vino. Así pasamos el primer año de 40 a 150, el segundo pasamos a 300 y actualmente se paga a 650 pesetas el kilo. Entonces la cooperativa de Porrera estiró de todo el mundo, y digamos que así como aquellos cuatro locos comenzaron la revolución enológica, la revolución social y económica la comenzamos aquí y eso nos ha traído muchos dolores de cabeza, mucha inversión económica y muchas alegrías, porque ha sido una aventura en la que hemos cambiado, por lo menos, la calidad de vida de la gente; donde no podemos entrar es en lo que la gente haga con esta calidad de vida.
¿Es posible que este modelo de pequeña producción les obligue a cambiar el precio de la botella? Y hace que de alguna manera las pretensiones económicas de las empresas que se instalan aquí sean relativas. Es decir, aquí te puedes ganar bien la vida, pero si quieres hacer fortunas, entonces… Por muy bien que salga el precio, por muy alta que sea una calidad que permita subir el precio de la botella, por mucho que se les pague 6.000 u 8.000 pesetas en la tienda. En cualquier lugar puedes trabajar hectáreas y hectáreas mientras que aquí una persona puede llevar 8.000 ó 9.000 cepas y yo diría que no demasiado bien y con ayudas esporádicas. El factor humano pesa mucho y una explotación de este tipo, tan cuidada, cuesta mucho. A mí me han dicho: mira, instálate una embotelladora, que hace cien mil botellas y yo qué sé. Yo prefiero dar trabajo a tres o cuatro señoras que, además de hacer la faena, van charlando y nos divertimos mientras trabajamos, antes que buscar una embotelladora que lo haga todo. Es otra manera de entenderlo. Yo no me atrevería a hacerlo con esta mentalidad en otro sitio, en El Penedès, por decirlo claramente. Allá se debe ir con otra mentalidad.
¿Eso hará que un consumidor de Vall Llach esté pagando una especie de ecotasa? A mí me encanta cuando me dicen que el vino es muy caro y cuando me lo preguntan yo digo sííí y gracias a eso pagamos 600 pesetas y pico el kilo al campesino. Como la productividad es del 66%, en el vino que hay dentro de la botella ya hay 1.000 pesetas que van directamente al agricultor. Oiga, yo eso no lo cambio por nada si el vino lo vale. Ahora estamos haciendo unas colecciones de 1.200 botellas y, de cada familia que hace la uva, sabemos cómo se llama la madre, la tía, etc. Preferiría que cuando alguien se bebiera la botella me dejaran explicarle y decirle, oiga: Carmen Bargalló cuando tenía setenta años llevaba estas viñas y como estaba tan empinado, tenía que bajar de culo porque no podía caminar. Además es caro, pero yo no lo veo como vino de consumo. Es un vino objeto, para regalar, para paladear. De todas maneras tengo que decir una cosa para que la gente se tranquilice, que aquí no somos ninguna mafia que imponemos los precios. Una cosa muy curiosa es que el precio del vino no lo marca el propietario de la bodega. Yo lo descubrí cuando estábamos en Cims de Porrera. Vinieron nuestros compradores alemanes, la gente de Mas Martinet que hizo la venta de Cims de Porrera trajo unos distribuidores alemanes y nosotros habíamos pensado venderlo a 2.200 pesetas por botella. Ellos iban probando, probando, y dijeron que ellos por menos de 9.000 o 10.000 pesetas no lo podrían vender, eso nos obligó a ponerlo a 3.000 o 4.000. Es decir, en realidad el precio del vino lo pone su propia calidad y si no, venderás un año y al año siguiente ya estarás fuera del mercado.
Pero estas medidas, además de ser arriesgadas, harían la pascua a la gente que comenzó la revolución enológica y que posiblemente no contaba con estos cambios sociales, ¿no? No, hombre, nos hemos hecho la pascua nosotros mismos, o sea yo, como propietario de la Vall Llach, Cims de Porrera es el peor negocio que he hecho en mi vida. Pero, a largo plazo creo que es lo más conveniente porque en esta comarca, ¿en qué nos convertimos sin el entramado social que crea el vino? Quiero decir, a corto plazo quizá es un mal negocio para las bodegas, pero a largo plazo es un buen negocio para todo el mundo en el sentido de que es un buen negocio social, humano y de producción. Oye, a la gente la debes incentivar para que se quede, si no ¿cómo lo harás? Aquí, ahora, el gran reto que se plantea es si las grandes empresas que han venido y que están llegando, como por ejemplo Codorniu o Torres, entienden esta filosofía. Yo creo que sí porque les conviene. Porque al señor Torres, que es uno de los grandes enólogos que hay en el mundo, le conviene hacer un vino de gran calidad que pueda presentar en el mercado mundial y poder dejar a todos boquiabiertos.
¿Podríamos denominar un modelo sostenible a todo lo que explica? Sí, por eso estamos tan enfadados con la Generalitat de Cataluña. Porque resulta que cuando las comarcas de aquí abajo estaban sacando cabeza, después de pasar por unos momentos de abandono absoluto del norte, de repente, cuando en La Terra Alta también se despabilan a hacer vino y en La Ribera del Ebre se especializan en una fruta dulce muy buena, vienen y nos comienzan a traer polución y además nos quitan directamente los recursos, como a la gente de El Baix Ebre, que les quitan el agua por culpa del Plan Hidrológico español. Oiga, ahora que más o menos hay un horizonte, trabajando mucho, vienen ustedes y nos ponen cuatro torres ácidas en Móra d’Ebre, todas estas montañas de aquí, las más significativas como son el Montsant, el Motlló, están dentro del plan eólico de la Generalitat. Oiga, nosotros estamos de acuerdo, pero elijan los sitios. En todas partes hace viento por aquí. Mira, aquellas cuestas que se ven, las más altas de todas son del señor pintor, de Jordi, que con unas pendientes de cuidado tiene que intentar sacar adelante unas cepas, unos almendros. De acuerdo, se gana la vida, pero tiene que trabajar muchísimo. Así que déjenos en paz. Sobretodo cuando hay alternativas.
¿Piensa que se ha dado un ejemplo de lo que puede ser una actividad económica de éxito con cierto respeto al medio ambiente? No sólo eso, sino que se está haciendo un esfuerzo de cultura social cuidando el crecimiento. Sería muy fácil cosechar cuatrocientos mil kilos, pero ¡cuidado! Que no es eso lo que buscamos. Si queremos sostenibilidad debemos buscar calidad, por tanto, hemos de renunciar a lo inmediato. Entras en este proceso y la gente comienza a jugar. En la Cooperativa de Porrera, Josep Lluís Pérez, que es un biólogo genial, les está dando soluciones nuevas a gente de sesenta años que hace veinte años hubieran sido imposibles. Se está haciendo un esfuerzo. La gente joven que antes iba de cualquier manera y aprendía allá cavando, ahora se va a la Escuela de Enología de Falset, que también la querían quitar. Por cierto, otro acierto en pleno crecimiento de El Priorat.
Ahora que cita la Escuela de Enología de Falset, ¿cuál ha sido su papel en toda la evolución del mundo vitivinícola de la denominación de origen? Muy importante, porque la colaboración técnica hace que la gente joven de aquí, en lugar de comenzar de cero, puedan empezar de un poco más alto. Si subes todo este nivel, haces que todo suba.
Y la manía del vino se extiende. Ahora es el alcalde de Barcelona, Joan Clos, quien parece que quiere cultivar viñas en Barcelona. Yo animo muchísimo a Clos, más allá de las críticas. Si el alcalde de Barcelona lo que quiere hacer es plantar viñas en Barcelona está bien, porque la biodiversidad es buena [ríe]. Yo creo que se debería hacer una experimentación mediterránea, es decir, convertir este centro vitivinícola de Barcelona en un centro que recoja, explote y mejore todas las variedades antiguas mediterráneas, muchas se están perdiendo, como la garnacha del Ampurdán. Pero es que en Cerdeña hay variedades autóctonas que están vivas y hoy en el mundo vitivinícola nos estamos moviendo con los cabernets, los merlots y cuatro más. Los vinos mediterráneos tienen una tradición extraordinaria, investiguémoslos, recojámoslos y miremos qué posibilidades tendrían hoy en día con las nuevas tecnologías. Porque, claro, una cosa es una cepa y una vinificación hace doscientos años y otra cosa es ahora. Yo animaría a Clos para que sea así. Ya que parece que Barcelona es una capital económica bastante aceptada y como parece que no será capital de nada más [ríe], pues que haga este servicio al Mediterráneo que yo encuentro interesantísimo. Dos nucleares, campos de energía eólica, la térmica más grande de Europa… y todo concentrado en muy poco espacio. Producimos en esta región el 60% de la energía de Cataluña.
¿Tan lejos queda Barcelona? Más que Barcelona, el poder. No, lo que pasa es que mientras aquí estábamos en plena depresión la oligarquía utilizaba las comarcas deprimidas para poner todo lo que otros lugares con más empuje no permitirían de ninguna manera. Me imagino que si aquí hace quince años hubieran dicho que a cambio de unas pesetas pondrían molinos arriba de las montañas no hubiera habido ningún problema. La gente aquí durante mucho tiempo ha vivido de la pensión del abuelo de la familia y quizá de un hijo que se iba fuera a trabajar. Ahora, de repente, estas comarcas empiezan a sacar cabeza y los que quieren hacer estas cosas aquí empiezan a encontrarse con respuestas contundentes. Al menosprecio ancestral que han notado y con el que viven y sobreviven, por decirlo de alguna manera, se les añade un último sobresalto. Además, hecho con tan poca vista política que lo plantean todo a la vez y mal. De momento estas propuestas se han ido a la porra y les costará mucho más a partir de ahora. Escucha, me enganchas en un día que estoy contento.
«Seguramente esta tierra estaba predestinada al vino. I me decidí, casi instintivamente, por plantar una cepa»
Foto: A. Masó
Lluís Llach descubrió en Porrera (Priorat) el mundo del vino, en una tierra rica en historias humanas y tradicionalmente pobre en recursos materiales. Se ha enganchado a las cepas, posiblemente en uno de los ejemplos factibles de armonía con el medio y la gente. Vista de las cepas y de la bodega de Lluís Llach. Fotos: A. Masó