Entrevista a Manuel Costa

«Valencia podría ser la ciudad ideal, pero ni lo es ni lo será nunca»

Manuel Costa

Manuel Costa es catedrático de botánica de la Facultad de Farmacia y director del Jardín Botánico de la Universitat de València. Hace unos meses fue distinguido con la medalla de la Universitat en reconocimiento a su labor como docente e investigador, y por su trabajo en la rehabilitación y recuperación del Jardín Botánico, una joya ahora al alcance de todos los valencianos.

Manuel Costa

Fotografía de Miguel Lorenzo

Quizá no sea muy periodístico iniciar una entrevista señalando que es un gran placer hablar con Manuel Costa. Pero, en mi defensa, debo insistir en que es muy cierto. Antes, cuando tenía su despacho en el pequeño edificio de dirección, era necesario atravesar gran parte del jardín, y el canto de las tórtolas, el rumor de los árboles, el olor a tierra húmeda, nos introducía en una auténtica fuente de vida, en una especie de inesperado y maravilloso refugio que nos permitía por momentos olvidarnos del contaminado, ruidoso y violento mundo exterior. Ahora, en el nuevo edificio de investigación, el disfrute no sólo proviene de la presencia inmediata de este mundo botánico, sino de la sensación de investigación, de ilusión y de proyectos que se manifiesta enseguida entre todos los que forman el equipo de Manuel.

Porque eso es fundamentalmente la obra del profesor Costa: un equipo, un grupo de colaboradores que trabajan con él en su inviolable proyecto de profundizar en el estudio y conservación de las plantas, y, por tanto, en la protección y gestión del medio ambiente. No obstante, para Manuel Costa, tan importante es la defensa de nuestros endemismos y de su hábitat natural, como el aleccionamiento de los ciudadanos, saber influir sobre ellos y hacerlos más sensibles al estudio de la naturaleza. En los años ochenta publicó un libro sobre la vegetación del País Valenciano que es todo un clásico, y muy recientemente ha sacado a la calle una nueva obra sobre el paisaje botánico en las tierras valencianas en el que pone al alcance de todos su vasto conocimiento de nuestra geografía. Por todo esto, se podría decir que el Jardín Botánico representa un hito –y un modelo– en la divulgación de la conciencia ecológica en la ciudad de Valencia.

Hablamos en su despacho. Lleva el pelo –que ya casi es completamente blanco– cortado muy corto y está muy moreno. Tiene un gesto expresivo en la cara de energía y honestidad, esa expresión bonachona de la persona que no tiene nada que ocultar y que se siente orgullosa de haber superado con éxito los –a veces bien difíciles– obstáculos del trabajo académico. La sensación que produce es la de un hombre que se encuentra en uno de los momentos más felices y fructíferos de su vida, y que disfruta mostrando su obra bien hecha.

«Sentí vergüenza ajena de ver que faltaban los gobernantes valencianos en la apertura de curos. ¡Este ultraje no se le puede hacer a la Universidad!»

En el acto de apertura del curso, después de escuchar el parlamento del rector Pedro Ruiz, comentaba que el espíritu de la Universidad debe ser siempre combativo, casi rebelde… ¿Usted se considera rebelde?
¡Yo sí!… Mira, sentí vergüenza ajena de ver que faltaban los gobernantes valencianos en la apertura del curso de nuestra universidad. ¡Este ultraje no se le puede hacer a la Universidad! La academia, el alma mater que es la Universidad, debe ser crítica, debe serlo incluso con la institución misma, y por tanto los políticos no deberían sentirse atacados, sino que con nuestras objeciones deberían intentar mejorar su gestión… Sí, me considero rebelde: no me gusta el adocenamiento en el que está cayendo la Universidad, ni la actitud indiferente, pasota, de los estudiantes y de muchos profesores… Rebelde es ser crítico; primero con uno mismo, y después con la institución y la sociedad.

Pocos políticos de esta universidad, si exceptuamos el equipo rectoral, han mantenido una lucha tan intensa contra los políticos valencianos.
Bueno, es normal… Yo creo en una serie de cosas y estoy dispuesto a llevarlas adelante, y eso a veces molesta a algunos grupos reaccionarios de la ciudad… Por tanto, como ves ¡rebeldía adelante!

¿Es cierto que Eduardo Zaplana no ha visitado nunca el Jardín?
No, no, no ¡Nunca!

«El presidente de la Generalitat Valenciana no ha venido nunca al Jardín Botánico –quizá ni tan sólo sabe que existe–, y la alcaldesa Rita Barberá vino cuando estaba en la oposición»

¿Y eso es también una especie de ultraje?
¡Indudablemente! En cualquier ciudad culta una institución como el Jardín Botánico estaría protegida, mimada, por todo tipo de autoridad política y administrativa. El presidente de la Generalitat Valenciana aquí no ha venido nunca –quizá no sabe ni que existe–, y la alcaldesa Rita Barberá vino cuando estaba en la oposición y se inauguró la primera fase de la rehabilitación, el año 1991.

¿Quiere decir que la alcaldesa de Valencia no ha visitado el jardín en más de diez años de gobierno?
No, no ha venido por aquí… A un jardín referente entre muchos otros jardines botánicos del mundo… Y con un agravante: la fundación del Jardín, hace cinco siglos, fue una iniciativa de la ciudad, como lo es también la Universidad.

¿Cómo se explica este desinterés? ¿Qué sentido tiene que el Ayuntamiento despilfarre dinero construyendo un hipotético jardín de las Hespérides al lado del Botánico, y en cambio no visite su institución centenaria?
No lo sé… No sé qué sentido tiene todo eso. El Jardín de las Hespérides es una iniciativa del Ayuntamiento, y a mi no me han consultado para nada, ¡para nada!, ni sobre el diseño, ni sobre su integración con el Botánico, porque hay que decir que es colindante con el nuestro, pared con pared. Teóricamente, por lo que he podido leer en la prensa, este Jardín tiene la mejor colección de cítricos de la ciudad, lo que es falso, ¡porque ésta se encuentra en el Botánico adyacente! Tenemos aportaciones desde hace años y años… Por tanto, ¡deberíamos hablar del Jardín de las Hespérides “bis”! [el profesor Costa tiene un modo de hablar enérgico, y a menudo golpea con tres dedos la mesa del despacho, y con cada golpe consigue reforzar el efecto de sus palabras.]

Manuel Costa

Fotografía de Miguel Lorenzo

El Jardín Botánico tiene una clara función didáctica y, en este sentido, una buena muestra es el trozo de huerta que conserva. Ahora están preparando unas actividades sobre pájaros que buscan refugio entre los árboles del Jardín. Hay algunos inesperados, como las dos especies de chotacabras. Los jardines podían representar este papel de refugio también para la fauna…
Es sorprendente ver el desconocimiento y la admiración de muchos visitantes, sobretodo niños, que ven por primera vez una tomatera o un berenjenal… María José Carrau montó una exposición sobre las plantas y el hombre en la que explicaban el origen americano del tomate, y después se comentaban los productos derivados. ¡La gente se sorprendía de que el képchup, el de las hamburguesas, viniera del tomate! De todas maneras, en esta exposición de pájaros se demostraba que los jardines botánicos, de una manera no planificada, cumplen una misión de refugio de aves, algunas tan significativas como las dos especies de chotacabras. En realidad, todos los jardines de la ciudad son una especie de islas naturales donde se refugian muchos organismos: escarabajos, mariposas, hongos…

En su libro La vegetació i el paisatge en les terres valencianes dedica un capítulo a los paisajes urbanos y periurbanos. ¿Por qué?

Bien, veamos… [El profesor Costa se acomoda en la butaca y me dedica una mirada llena de paciencia.] Una ciudad tiene un paisaje, que puede ser solamente de cemento, o bien otro, que puede alternar con zonas verdes. El jardín es un artificio que se conoce desde antiguo: es un espacio que crea el hombre para reencontrarse de nuevo con la naturaleza. En las ciudades actuales, cada vez más, las masas verdes se encuentran en inferioridad frente al crecimiento del cemento… Cuando paseo por la ciudad me sorprenden las enormes posibilidades que una vez detrás de otra se desaprovechan en este sentido… ¡De creación de nuevas zonas verdes! ¡De zonas verdes para la gente! ¡No para la decoración de las vías rápidas de los automóviles! Por eso me pareció interesante en este libro hacer unos comentarios sobre la combinación de urbanismo con parques y jardines.

En este libro escribe frases contundentes como que “los paseos centrales de las grandes vías son prácticamente inaccesibles para los peatones como consecuencia del intenso tráfico” o bien “la Alameda se ha convertido en una vía rápida y en un gran aparcamiento, destino muy diferente de aquél para el que fue concebida”…
¡Efectivamente! ¡Efectivamente! Valencia tiene un cinturón antiguo, que son las grandes vías, y hoy en día en estos bulevares, como la Gran Vía Marqués de Turia y la Gran Vía Fernando el Católico, es casi imposible pasear por los jardines. ¡Está repleto de coches! Y de ruido, de contaminación. Incluso es casi imposible cruzar de acera a acera sin tener que pararte en el semáforo siguiente… ¡Se tiene que correr para poder coger el otro semáforo en verde! ¡Cuando no es un espectáculo ver los equilibrios que hacen los camareros para servir a los clientes! Eso significa que en esta ciudad predomina el automóvil.

Manuel Costa

Fotografía de Miguel Lorenzo

Y la Alameda de Valencia…
Es muy triste, porque, como anuncia el nombre, antes, donde ahora hay un aparcamiento, tan solo había álamos… Pero lo que para mí es un ejemplo sangrante es la avenida de Aragón… El espacio donde estaban antes las vías del ferrocarril de Aragón, ¡se ha desaprovechado con un aparcamiento sin el más mínimo criterio urbanístico! Todavía más cuando pensamos que este aparcamiento es ¡para el campo de fútbol! ¡Dónde se puede concebir una ciudad que tenga su estadio plantado en el mismo centro! Y no sólo eso, sino que éste, durante la ampliación que se hizo recientemente, se ha merendado, como quien dice, una calle que estaba al lado. ¡Eso no se ha visto en ningún sitio! Nosotros, cuando hicimos las obras padecimos todo tipo de denuncias por parte de los municipales por los momentáneos problemas que ocasionaban los camiones en el momento de descargar el material de construcción. En cambio, si la ampliación del campo de fútbol hace desaparecer una calle, no pasa nada… ¡No pasa nada! ¡Queda en la impunidad! Como queda en la impunidad que hayan cortado unas quince o veinte carrascas que crecían en la acera. Es impresentable.

También ha sido crítico con el campus de Tarongers de la Universitat de València porque le faltan zonas de esparcimiento.
Ahora mismo decíamos que se debe ser crítico… Aunque sea mi universidad que tanto quiero, tengo que cuestionar las cosas que me parecen desafortunadas. Se han hecho unos edificios pesados que creo que no son los más adecuados para un campus universitario, sin espacios verdes. ¡Es un modelo arquitectónico estalinista! Hemos perdido la oportunidad de hacer un campus agradable. Por otro lado, el campus de Burjassot, que es espantoso, tenía un jardincito de plantas mediterráneas, un jardín didáctico que había sido iniciativa de Eva Barreno, la catedrática de Botánica de la Facultad de Biológicas. Y sin consultar a nadie, ¡lo arrasaron y plantaron palmeras y césped! No ha habido sensibilidad. ¡Y eso entre compañeros!

«La especulación urbanística en los alrededores de la ciudad, sobretodo en la Ciudad de las Ciencias y en el Palacio de Congresos está despoblando el barrio antiguo… Por ejemplo, las inmediaciones del Botánico están totalmente abandonadas»

¿Cómo ve el crecimiento urbanístico de la ciudad de Valencia?
Loco, loco… Hay una cosa que me sabe mal de nuestra ciudad: Valencia podría ser una ciudad magnífica, pero no lo es, ni lo será nunca. La especulación urbanística en los alrededores de la ciudad, sobretodo en la Ciudad de las Ciencias y en el Palacio de Congresos, está despoblando el barrio antiguo. Por ejemplo, las inmediaciones del Botánico están totalmente abandonadas. Las casas asoladas o a medio asolar. ¡Esto es Beirut! ¡Beirut! O el barrio antiguo de Palermo, que no se ha reconstruido desde la Segunda Guerra Mundial… Y si se degrada el centro de la ciudad, si se pierde el barrio antiguo y la gente se va a vivir a estos nuevos barrios antiestéticos, feos, sin planificación, sin gracia, la ciudad perderá calidad de vida.

Manuel Costa

Fotografía de Miguel Lorenzo

«El gran problema de nuestra ciudad es que los posibles centros de divulgación científica se encuentran totalmente aislados los unos de los otros. Sin ninguna comunicación entre ellos»

En este sentido, quizá en Valencia se estén realizando demasiadas obras sin un contenido bien pensado. Pongamos por caso el Palacio de Congresos o la Ciudad de las Ciencias…
Desgraciadamente, son grandes apuestas urbanísticas que no se hacen para mejorar la ciudad, sino tan sólo para especular con los terrenos adyacentes. El reto de una Ciudad de las Ciencias, que nació en el periodo socialista, buscaba integrar nuestro potencial científico en un museo al alcance de todo el mundo. Hoy eso se ha quedado en nada. Está, claro, el magnífico edificio de Santiago Calatrava, pero el contenido es muy flojo. Todos los investigadores que han visitado la Ciudad de las Ciencias se han quedado boquiabiertos con la arquitectura y decepcionados con el contenido del museo. En cualquier caso, quizá el gran problema de nuestra ciudad es que los posibles centros de divulgación científica se encuentran totalmente aislados los unos de los otros. Sin ninguna comunicación entre ellos. Pienso en el museo de Ciencias Naturales en los Jardines del Real, o en la colección Torres Sala, o en el zoológico…

«La naturaleza no interesa, francamente»

En su libro La vegetació al País Valencià, que es un clásico en el estudio de la vegetación valenciana escribía: “El reto es crear una conciencia medioambiental adecuada que nos permita asimilar que la naturaleza forma parte de nosotros como un sentimiento, es decir, que la queremos instintivamente y que de la misma manera la cuidamos y la defendemos.” ¿Cree que eso se ha conseguido?
¡No se ha conseguido en absoluto! En absoluto. Pienso que hay una falta total de ética en este sentido. El mejor ejemplo es el del litoral. Hace unos años, hicimos un extenso trabajo sobre el litoral mediterráneo español, y delimitamos en un mapa los espacios que había que conservar de manera taxativa, necesaria… Pues prácticamente no queda nada, nada, de lo que nosotros marcamos como zonas de altísimo interés… Es patético… Por ejemplo, si ahora vas a la dehesa de Campoamor, puedes ver los bulldozers trabajando cerca de la microreserva de flora de la Generalitat Valenciana, donde crece el fantástico endemismo Helianthemum caput-felis. Es una planta que viene en las listas europeas de plantas protegidas. Pues el cartel de microreserva lo han tirado las máquinas que están construyendo los apartamentos. Y ese es tan sólo un caso. Hay tantos ejemplos, ¡tantos! La naturaleza no interesa, francamente.

¿Cómo ve la ciudad de Valencia dentro de cincuenta años?
¡Vaya pregunta! Yo no viviré… Bien, si continúa a este ritmo, una ciudad poco acogedora, y con poca calidad de vida. ¡Y me sabe muy mal! Quiero que lo pongas: ¡muy mal! Valencia sería una excelente ciudad para vivir, pero no puedo dejar de ser pesimista. Muy pesimista…

¿Y cómo ve el mundo?

¡Caramba! [Se lo piensa un rato. Me sonríe y baja los ojos mientras confiesa:] No tengo capacidad para contestarte… Mientras dudaba, sabes, he hecho un repaso, y la verdad… la verdad…

    En eso que llama a la puerta una joven investigadora que quiere despedirse porque al día siguiente inicia una estancia en el extranjero. Nos anuncia que para la ocasión ha traído una tarta de manzana, que ha dejado en la cafetería, y que sería una lástima que no la probásemos. El profesor Costa se levanta con energía, no porque sea goloso, sino porque en su espíritu, en su talante más espontáneo está pasar estos momentos con su equipo. Se le ve contento de poder animar y acompañar aquella joven botánica que va a pasar unos meses muy lejos de casa.

© Mètode 2001 - 31. ¿Existe la ciudad soñada? - Disponible solo en versión digital. Otoño 2001