«A favor de la experimentación animal», de Fernando Cervera
Apología del mal menor
Este es un libro sorprendente, sobre un tema bien conocido, pero con un título expresamente polémico, una fotografía de portada impactante, y una aproximación claramente beligerante.
Antes de nada, ¿quién es Fernando Cervera? Es un biólogo y empresario valenciano, especializado en divulgación científica y con una notable persistencia a la hora de fustigar las seudociencias. Puede ser una buena manera de presentar al personaje recordar su libro anterior a este. En El arte de vender mierda, Fernando describía una aventura increíble: la invención que él mismo hizo de una seudoterapia –el fecomagnetismo– que empleaba excrementos humanos con esotéricas capacidades terapéuticas. Ni que decir tiene que todo se trataba de un experimento para demostrar la credulidad de la sociedad moderna, y cómo el diseño –voluntariamente grotesco y chapucero– de una pretendida terapia era aceptado sin críticas por particulares y grupos alternativos de todo tipo. Al autor le llovieron solicitudes de excrementos, de charlas «científicas» explicando la nueva terapia o, incluso, para escribir un capítulo de libro detallando punto por punto el concepto (recordemos, inventado) del fecomagnetismo. Desgraciadamente, también le llovieron insultos y amenazas, de las más graves imaginables. Cuando se toca según qué, o según quién, el peligro es desgraciadamente muy real.
No parece que al autor la reacción negativa de parte del público le haya hecho desistir de un impulso, que casi podríamos calificar de evangelizador, que continúa ahora con A favor de la experimentación animal.
«Ni los científicos son un grupo de sádicos obsesionados por torturar animales, ni los movimientos que se oponen son terroristas que priorizarían la vida de una hormiga a la de su propia familia»
El tema es delicado, y el respeto se impone. Quizá una manera de acercarse a él es desbastar el debate, eliminando los extremos más ofensivos: ni los científicos son un grupo de sádicos obsesionados por torturar animales, ni los movimientos que se oponen son todos grupúsculos terroristas que priorizarían la vida de una hormiga a la de su propia familia. Dicho eso, los grupos terroristas que tienen por bandera la liberación animal son muy reales y consideran legítimo –como bien se explica en el libro– emplear la violencia en nombre de aquellos que no lo pueden hacer. Uno de los más conocidos es el FLA (Frente de Liberación Animal), fundado en 1976 por Ronnie Lee, cuyos objetivos son liberar animales sometidos a condiciones inaceptables e infligir daño económico a los que presuntamente participan en el maltrato animal. Se defienden de las acusaciones de terrorismo con el argumento de que sus acciones están diseñadas para no hacer ningún daño a los animales (y eso incluye a los humanos). En cambio, el FLA está reconocido desde el 2005 en los Estados Unidos como una amenaza terrorista.
Como comenta certeramente el autor, todo el mundo que tiene un perro, un gato o cualquier otro bicho con el que se establecen lazos emocionales experimenta un rechazo instintivo ante la idea de que este, u otro semejante, sea sometido a cualquier experimento o práctica dolorosa. Solo a un sádico le gusta hacer sufrir a un ser vivo. Entonces, ¿vale la pena experimentar con animales?
«La gran mayoría de la comunidad científica considera que, aunque se puede reducir, la investigación y experimentación con animales es aún indispensable»
Cuando yo estudiaba asistí a una charla sobre transgénicos y su uso en control de plagas. En el turno de preguntas, un estudiante levantó la mano y dijo que en la charla se había hablado mucho de matar las plagas y que a él le gustaba más escuchar hablar de vida y no de muerte. Gran parte del público reaccionó a esta bobada con una ruidosa ovación. ¿Tiene sentido preocuparse por el derecho a la vida de los insectos, cuando estos destruyen cosechas enteras y arruinan a los campesinos del primer mundo o –incluso– matan de hambre a los del tercer mundo? ¿Estamos en condiciones de aplicar nuestras mejores intenciones hacia los otros animales y no utilizarlos en ninguna experimentación, asumiendo el riesgo de hacer las pruebas de los nuevos medicamentos directamente en humanos? ¿Existen alternativas a la experimentación animal? La respuesta a esta última pregunta es un sí rotundo, pero la gran mayoría de la comunidad científica considera que, aunque se puede reducir, la investigación y experimentación en animales es todavía indispensable, por ejemplo como una etapa intermedia entre las investigaciones a escala celular y el último paso de la aplicación en humanos.
Todos estos temas los encontramos en A favor de la experimentación animal. En este libro se hace un recorrido tanto por los argumentos de tipo puramente técnico como por los legales y también los morales. También encontramos una descripción del marco histórico de las ciencias biomédicas, de la experimentación animal y de la oposición a esta. Existe un apartado particularmente interesante, un experimento mental al estilo de las novelas de Saramago, siempre basadas en el desarrollo de una respuesta a la pregunta «¿Qué pasaría si…?». Aquí, Fernando Cervera nos propone plantearnos un mundo donde la experimentación animal no existiera.
El libro concluye con un capítulo de opinión personal –la cual no está ausente en el resto de la obra– en el que el autor se posiciona de manera firme en el sentido que indica el título del libro, y aboga por un uso controlado, racional y reducido de la experimentación animal.
El estilo de Cervera es la descripción desapasionada de hechos y datos históricos, de argumentos de todo tipo, para valorar la validez. Su conclusión es tan firme como el título de la obra. Pero más allá de afirmaciones enfáticas, quizá una buena forma de complementar un debate habitualmente trufado de respuestas emocionales sea acabar estas reflexiones con una pregunta de esas engorrosas: ¿estarías dispuesto, lector, a firmar un documento renunciando a los beneficios médicos de las terapias científicas basadas en la experimentación animal?