El filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno, afincado durante buena parte de su vida en Salamanca –«tierra de dehesas y toros de lidia»–, afirmaba que le repugnaban las corridas de toros por su crueldad y porque la gente perdía demasiado tiempo hablando de ellas. Asimismo, llamaba la atención sobre el descerebramiento de la mayoría de los aficionados a semejante «fiesta bárbara». Por aquel entonces Unamuno desconocía que, tras su fallecimiento, y después de la Guerra Civil, los toros se convertirían en la fiesta nacional española por excelencia, auspiciada y alentada por Franco (junto con el fútbol). El dictador remedaba con ello al absolutista Fernando VII, el cual devolvió a España lindezas tales como la censura o la Inquisición junto con las lidias, y ello a pesar de que los anteriores monarcas ilustrados, Carlos III y Carlos IV, hubieran prohibido la fiesta taurina. En la actualidad, las corridas de toros provocan debates airados, sobre todo a raíz de la recién aprobada abolición definitiva en Cataluña –medida que entrará en vigor a partir de 2012–. Figuras de la política, el toreo y la cultura se han manifestado a favor o en contra de las corridas de toros. Destacados intelectuales como Jorge Wagensberg o Fernando Savater opinaron sobre el conflicto; también lo ha hecho el filósofo Jesús Mosterín (Bilbao, 1941), que participó fervorosamente en la polémica «a favor de los toros» y en contra de la «fiesta nacional». Los artículos periodísticos de este destacado pensador y activo defensor de los derechos de los animales han sido lo mejor que se ha publicado en la prensa escrita, dada su claridad y contundencia. De ahí que sea un acierto la recopilación de todos ellos en este volumen que reseñamos, un libro en el que Mosterín reitera argumentos que en realidad son muy de sentido común; razones de hombre ilustrado que deberían bastar para cerrar de una vez y para siempre el debate taurino/antitaurino. El autor de libros tales como La cultura de la libertad (Espasa, 2008) –o esa magnífica Historia de la filosofía en varios tomos que publica Alianza– en su defensa de los toros huye de las denominadas «razones del corazón»; en cambio, se aferra a la lógica pura y a la argumentación objetiva para defender lo que cree debe ser posible desde la perspectiva de una ética que busca el Bien y la Justicia en tanto que metas compartidas. Así, en la moderna España de Internet resulta anacrónico un festejo que con su «remilgada cursilería, gestos amanerados y, sobre todo, abyecta y anacrónica crueldad» –como dice Mosterín– nos parece hoy tan solo un vestigio cutre y hortera de la España más bárbara y ultramontana. Mosterín parte de la base de que los defensores de la lidia desconocen la realidad de los toros. Piensan que este noble animal es una formidable máquina de matar cuyas embestidas buscan masacrar a todo bicho viviente que se le acerque. Nada más lejos de ello. El toro es un animal pacífico, un herbívoro y un rumiante que simplemente quiere disfrutar de sus pastos mientras se solaza en la dehesa. Solo si se siente acosado reacciona embistiendo. Con sus razonamientos, el filósofo prosigue derribando otros tantos tópicos que buscan apoyar el arte del toreo: que los toros no sufren; que el espectáculo no es cruel, puesto que da opción a que el toro se defienda; que el toro de lidia es una especie única y que si no hubiera corridas desaparecería… Así descubrimos que el toro no es exclusivamente español, sino que existe en más países. Tampoco la fiesta cruel es autóctona: desde la Edad Media hasta la Ilustración se practicaba en el resto de Europa algo parecido al toreo; se lanceaban toros o se masacraban en público de alguna forma. Lo que sucedió es que dichos espectáculos terminaron prohibiéndose. Actualmente tan sólo en México y Colombia perviven las corridas de toros. El mundo civilizado las abomina. Ningún argumento ético las justifica, ni tampoco cuantos las defienden esgrimen razonamientos morales en su favor, únicamente ridículas apelaciones a la tradición y demás objeciones reaccionarias, inculcadas en épocas bárbaras. A la hora de razonar, relativizan y trivializan hasta algo tan notorio como la crueldad (de cruor, “sangre derramada”) del espectáculo taurino, aduciendo que actos «más crueles» hay en el mundo (Savater o Vargas Llosa así lo han expresado para estupor de cuantos los leemos). En resumidas cuentas, los artículos de Mosterín reunidos en este volumen convencen. Ni siquiera habrá que leerlos todos, pues unas cuantas páginas bastarán para que quien todavía albergue dudas apueste por la razón y la ética, en contra de la crueldad festejada. Lo importante es que, con la contundencia de sus proclamas, Mosterín ha llamado la atención de la sociedad española sobre el desconocimiento reinante respecto a la atávica realidad de las corridas de toros; y ha dado un paso más hacia un horizonte que algunas veces se vislumbra más cercano: el olvido definitivo de esa España «devota de Frascuelo y de María» –empecinada en el ruedo y la sacristía– que tan reacia se muestra a desaparecer. Luis Fernando Moreno Claros. Doctor en Filosofia, Universidad de Salamanca. |
A favor de los toros
«Los artículos de mosterín convencen. unas cuantas páginas bastarán para que quien todavía albergue dudas apueste por la razón y la ética, en contra de la crueldad festejada» |
© Mètode 2011 - 69. Afinidades electivas - Número 69. Primavera 2011