Pilar Benito no quiere escribir un estudio académico más sobre Spinoza (1632-1677), sino que se implica a título personal en la reivindicación de la filosofía como experiencia vital. Y es entonces cuando encuentra en Spinoza un auténtico maestro que aúna inteligencia y ejemplaridad, al que define así: «Era un filósofo extraño, llevaba a la práctica lo que pensaba». Solo desde esta combativa e irónica perspectiva se entiende que manifieste sin ambages su intención de aportar una lectura original y novedosa, sin eludir el empleo de la primera persona a la hora de tomar posición. Y hay que decir que lo consigue en buena medida. Podría decirse incluso que se trata de un libro ambicioso, desafiante, lleno de matices y disquisiciones, minucioso y a veces torrencial.
Hasta cierto punto, el pormenorizado análisis que dedica a los libros 3, 4 y 5 de la Ética es una continuación actualizada de los exhaustivos estudios que en su día (1968 y 1970) dedicó Martial Gueroult a los dos primeros. La semejanza se hace patente en la voluntad de rigor y detalle, en la capacidad de estructurar los contenidos principales y de enumerar sus variantes menores, así como en la intención de buscar los puntos de contacto con otros muchos autores. Pero enseguida se añade una triple lectura –física, óptica y ontológica– que atraviesa todo el estudio y es distintiva: la que proporciona el ajuste nítido y claro de las cosas para mostrar el armazón transversal y de fondo, a su vez en diversos niveles de realidad y descifrada en varios planos discursivos. Porque si algo rebate de oficio la filosofía es la barbarie de la simplificación y del reduccionismo que nos circunda, sea en la escritura de un inédito o en el comentario del mismo. Y aquí se hace.
Al final, la cuestión es muy sencilla y por eso muy difícil: Spinoza critica de manera implacable todo engaño, superstición, automatismo, ideologización, excusas y alienaciones para que salga a la luz la realidad de las cosas. Esto significa adelantar de forma brillante el trabajo de la Ilustración y el de los llamados «autores de la sospecha», como tantas veces se ha dicho, pero no para quedarse en una posición negativa, sino al contrario. Pilar Benito resume bien el tema: potencia racional, libertad y felicidad son lo mismo en última instancia, variantes todas ellas de la «virtud», concebida como la plenitud ética de un sujeto expansivo y sumamente eficaz que gobierna su destino, aunque nunca por completo ni para siempre. Lo interesante es que no hay disociación entre medios y fines, como tampoco una recompensa ulterior, sino una vivencia integral –en el aquí y el ahora– donde el conocimiento cambia cualitativamente a cada uno en su entraña emocional más íntima. En todo hay grados y riesgos, cierto, pero el mensaje central es claro: el ser humano cuenta con los recursos suficientes para recorrer el camino filosófico de la emancipación privada y pública. Con la cautela precisa, conscientes de la ubicua vulnerabilidad, pero sin renunciar a nada. La autora nos lleva con pulso firme y buen juicio por ese recorrido (diagonalidad) de apertura creciente en tal visión transformadora. Concluir ese viaje con éxito no es cualquier cosa.