‘El científico rebelde’, de Freeman Dyson

Rebeldías de un científico

El científico rebelde

El científico rebelde
Freeman Dyson
Traducción de Mercedes García Garmilla.
Debolsillo. Barcelona, 2016. 372 páginas.

Poca gente sabe –científicos incluidos– que el famoso libro de Francis Crick titulado Qué loco propósito (1989), que narra su punto de vista como codescubridor de la estructura del ADN, obtiene su nombre de un poema del romanticismo británico, en concreto de Ode on a Grecian Urn (“Oda a una urna griega”), de John Keats (1795-1821). El poema se centra en los sentimientos generados a la hora de entender las historias narradas en los grabados de una jarra de cerámica, y es utilizado por Keats para ejemplificar una idea poderosa: que la belleza y el conocimiento son sinónimos.

Además, si entendemos la ciencia no solo como un conjunto de conocimientos, sino también como un modo de pensar, nos damos cuenta de que es un campo fértil para las historias apasionadas y cargadas de rebeldía. Hay pocas cosas más incómodas que la verdad, sobre todo cuando lo descubierto choca contra dogmas y chovinismos. Por ello, la ciencia es una revolución en sí misma, pues contiene en su esencia dos elementos subversivos: el rechazo de los argumentos que tienen valor porque los defiende una autoridad y el ensalzamiento del pensamiento crítico.

Sabiendo esto, no es de extrañar que el científico John B. S. Haldane, uno de los fundadores de la genética de poblaciones, viera en la ciencia una actividad revolucionaria, tal cual defendió en su libro Daedalus (1924). O que otros famosos científicos como Józef Rotblat, único físico en abandonar el Proyecto Manhatan, Norman E. Borlaug, genetista y padre de la revolución verde, Andréi Sájarov, físico nuclear que luchó por la eliminación de las armas nucleares, o Fridtjof Nansen, zoólogo que logró que se reconocieran los derechos de los refugiados durante la Primera Guerra Mundial, recibieran el Premio Nobel de la Paz por su activismo político.

En esa frontera entre la rebeldía, lo revolucionario, la belleza que nace de la comprensión, el dilema ético que supone la aplicación del conocimiento o las auténticas barbaries bélicas que ha vivido nuestro mundo tecnológico, es donde se mueve El científico rebelde, de Freeman Dyson, físico y matemático inglés que vivió la Segunda Guerra Mundial en primera persona.

A lo largo de veintinueve ensayos, discursos y reseñas de libros, Dyson nos muestra algunos temas candentes de la ciencia contemporánea, para proseguir con la barbarie de la guerra, algunos artículos sobre historia de la ciencia y por último unos ensayos a modo de reflexión personal y filosófica. En esos textos breves recorremos la historia moderna junto a Benjamin Franklin, Edward Teller, Leó Szilárd, Norbert Wiener, Desmond Bernal o a muchos de los citados en párrafos anteriores. Pero todo ello es solo una excusa para acompañar a Freeman Dyson en sus pensamientos sobre temas muy diversos.

Está muy presente en el libro la crítica al reduccionismo como modo de afrontar los procesos complejos, así como el aparente conflicto entre la ciencia baconiana y cartesiana, es decir, la ciencia descriptiva frente a la que intenta obtener reglas generales. Pero, más allá de temas científicos, el autor también nos habla de la diferencia entre el pacifismo como opción personal y como posición política, de sus vivencias durante la Segunda Guerra Mundial o de sus ideas acerca de la religión.

«La ciencia es un campo fértil para las historias apasionadas y cargadas de rebeldía»

Si bien el lector puede sentirse confundido con una mezcla tan compleja, el libro se entiende como un todo si nos percatamos de que su título es unificador. Si pensamos en el científico como si fuera un rebelde, nos daremos cuenta de que eso supone una revolución que no solo atañe a cuestiones del conocimiento científico, ya que la ética aflora cuando valoramos las aplicaciones de la ciencia. Además, vivimos una época en la que las cuestiones científicas afectan al modo en el que millones de personas entienden su religión y, por otro lado, la ciencia ha puesto en nuestras manos herramientas capaces de matar a millones de personas en pocos segundos, y eso también merece una reflexión.

Los científicos del Proyecto Manhattan, guiados por la idea de que los alemanes iban a desarrollar una bomba atómica, la crearon primero. Fue una época en que las mentes más brillantes se pusieron a trabajar de forma coordinada durante años para crear un arma capaz de destruir la civilización. ¿Cuál fue el argumento defendido por la mayoría de científicos? Que una bomba tan poderosa disuadiría a los países de hacer la guerra para no llegar a la autodestrucción, y que por fin se alcanzaría la paz en el mundo. Un pensamiento, en cierto modo, muy revolucionario.

Cuando la gran bomba estuvo terminada, sus creadores hicieron auténticos esfuerzos para convencer al gobierno de que no debía usarse, pero el resultado es de sobra conocido. Los científicos que participaron en el Proyecto Manhattan, sin quererlo, fueron cómplices del asesinato de centenares de miles de civiles y del miedo a la guerra nuclear que aún nos acompaña. Y eso nos ofrece una gran lección: las revoluciones no son buenas por sí mismas.

En su libro, Freeman Dyson nos habla en el final de su vida no solo como científico, sino también como pacifista desencantado, testigo de una guerra, creyente, activista político y amante de la historia. El mejor aprendizaje que podemos sacar de sus textos es que la ciencia, como acto de rebeldía y de revolución del conocimiento, ofrece belleza y comprensión, y eso puede llevarnos a herramientas poderosas capaces de crear auténticas revoluciones políticas y culturales, pero también a la barbarie y el sufrimiento. Y eso, para bien o para mal, dependerá de nosotros.

© Mètode 2017 - 95. El engaño de la pseudociencia - Otoño 2017

Biólogo (UVAT Bio, Valencia)