‘El club de los desayunos filosóficos’, de Laura J. Snyder
El nacimiento de la palabra «científico»
Esta es la historia de cuatro amigos, los jovencísimos William Whewell, Charles Babbage, John Herschel y Richard Jones, que se reunían cada domingo por la mañana, en unas habitaciones con chimenea del College Saint John’s de Cambridge, para hablar sobre cómo creían que se tenía que reformar la ciencia. Con los años, todos ellos llegarían a hacer contribuciones brillantes en varios campos de conocimiento (astronomía, fotografía, economía, mareografía y computación), pero en aquellos momentos, en 1812, son solo cuatro universitarios unidos por una misma urgencia: encarrilar la ciencia hacia caminos más precisos, más empíricos y sobre todo más fructíferos para lograr unas mejores condiciones de vida. Por encima de todo, se inspiran en Francis Bacon (1561-1626) en cuyas páginas leen una verdadera exigencia de revolucionar el pensamiento, de poner fin a las lecturas erróneas y periclitadas de Aristóteles y de impulsar un razonamiento inductivo que elimine el exceso de generalizaciones. Las propuestas que Bacon hacía con obras como Instauratio magna (1620) o La nueva Atlántida (1626) no habían acabado de germinar. Así lo creían Whewell, Babbage, Herschel y Jones, que, movidos por el optimismo, estaban dispuestos a dar el empujón que faltaba para que así fuera.
El excelente ensayo de la norteamericana Laura J. Snyder, El Club de los desayunos filosóficos, resigue desde el inicio la gran ambición de estos hombres de ciencia y demuestra paso a paso cómo llevaron a la práctica aquel acertado anhelo juvenil. Con un prólogo, trece capítulos y un epílogo vastísimos y exquisitos, el libro tiene un planteamiento muy original: no se trata de la biografía de un único personaje; es la biografía de una amistad y de una colaboración. Y es un mérito que sea así porque de este modo se ejemplifica que la nueva ciencia que estos jóvenes reclamaban tenía que ser por fuerza una empresa colectiva donde los descubrimientos y los hallazgos de los unos influyeran en los inventos y los razonamientos de los otros.
Hasta principios del siglo xix, los eruditos que se dedicaban a la ciencia solían ser personajes aislados que se denominaban a ellos mismos filósofos naturales. Pero, con sus ideas y con su nueva manera de hacer, Whewell, Babbage, Herschel y Jones encarnaron un nuevo profesional que se preocupaba por la aplicabilidad y el impacto de su conocimiento. A partir de sus cartas, de las lecturas conjuntas, de aventuras llenas de entusiasmo e incluso de envidias y resentimientos, Snyder narra el nacimiento del científico tal como hoy en día lo conocemos.
En esta narración se hace evidente que los cuatro eran plenamente conscientes de que estaban ayudando a alumbrar una nueva profesión. Lo sabemos porque fueron ellos quienes, por analogía con artist, crearon la palabra scientist. Era una palabra que los distinguía de los viejos filósofos naturales y que los proyectaba hacia el futuro. Y fueron ellos también quienes, por boca de William Whewell, la pronunciaron por primera vez en público. Era un 24 de junio de 1833 en la Senate House de Cambridge en una reunión de la British Science Association. Era un lunes y se acababa de inaugurar una época de precisión y de esplendor científico.