Vivimos en un continuo brotar de paranoia y conspiraciones. Cuando la lluvia arrastra arena del Sáhara hacia la península, hay quién nos «desvela» que en realidad se trata de productos que nos echan encima para controlarnos. Lo mismo si nieva: recordarán los vídeos que corrieron durante el temporal Filomena, a principios de 2021, en los que los protagonistas acercaban una llama a una bola de nieve y esta no se fundía, sino que se ennegrecía. Evidentemente, todas estas conspiraciones se agrandan en estas cámaras de eco que son las redes sociales, pero el caso es que al final acaban llegando al grueso de la sociedad. Un ejemplo lo tenemos con la COVID-19 o las vacunas para combatirla: justamente, si de algo sirvió Filomena, fue para tener unos días sin manifestaciones de antivacunas e iluminados berreando que el virus había sido creado en un laboratorio, que las vacunas llevan microchips y que la OMS tiene un cronograma para las futuras variantes de la enfermedad; en definitiva, gente develando otra gran conspiración para dominarnos.
Evidentemente, las teorías de la conspiración no son una novedad, ni aquí ni en ningún sitio. En España, sin ir más lejos, tenemos una buena tradición: desde el magnicidio de Carrero Blanco del 1973 a los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004, pasando por los avistamientos de ovnis en Manises o el incendio de la torre Windsor en Madrid. Pero sí que son un elemento cada vez más importante en la política. De hecho, las fuerzas de extrema derecha en todo el mundo hacen un uso intensivo de ellas, como parte del corpus de fake news que tan buenos resultados les están dando. Así pues, entender las teorías de la conspiración es, en realidad, entender una parte del mundo que nos rodea.
Todavía más, analizar el pensamiento conspiranoico implica comprender cómo ha cambiado la psicología de cada sociedad, y es que muchas de estas construcciones paranoicas no son más que reconstrucciones de otras mucho más viejas que hoy recordamos con una media sonrisa de superioridad. La obcecación por George Soros, un poderoso inversor húngaro de ascendencia judía, no es más que un refrito de la vieja obsesión antisemita, de la historia de Los protocolos de los sabios de Sión y de la familia judía Rothschild. La «conspiración francmasona» no es otra cosa que los ecos del miedo de los antiguos estamentos europeos hacia las consecuencias de la Ilustración.
Sobre todo eso trata El pensamiento conspiranoico de Noel Ceballos. Un libro este con una grande (inmensa) virtud: su nulo interés por desmontar las teorías de la conspiración. Este no es un libro dedicado a convencer a los descreídos de la sociedad: no pretende explicar por qué la Tierra no es plana o cómo sabemos que la COVID-19 no fue creada en un laboratorio, sino que trata de entender estas teorías (cómo se generan, por qué se propagan) y, por extensión, entendernos a nosotros mismos y a la propia sociedad en que vivimos.
Porque cada teoría conspiranoica, la creamos o no, es hija de su tiempo. Por lo tanto, lo que propone Noel Ceballos con este libro es un ejercicio casi de sociología: comprender una sociedad a través de sus miedos. Un ejercicio, hay que decirlo, que resulta ameno y entretenido desde la primera a la última página.