Siempre nos alegramos cuando la ciencia sirve para algo, ya sea un nuevo fármaco, un nuevo material o un nuevo sistema de comunicación. Está bien aprender cómo funciona el mundo y, si además conseguimos que el conocimiento tenga una aplicación práctica, el premio es doble. Si esta aplicación práctica conlleva la resolución de un crimen, la sociedad entiende que se le está prestando un servicio valioso.
Desde el punto de vista filosófico, esto conlleva una tensión que raramente sale a la superficie, pero que cuando lo hace afecta negativamente a la imagen de la ciencia. Por un lado, cualquiera que haga investigación sabe que las verdades de la ciencia son provisionales, la mejor explicación hasta que aparezca una que la supere. Esto es una desventaja cuando un científico debate con un charlatán o cuando habla con un medio de comunicación. Las afirmaciones matizadas siempre tienen menos fuerza que las afirmaciones rotundas. Por otro lado, los aviones vuelan, los ordenadores funcionan y muchos medicamentos curan. Algo de verdad tiene que haber en las afirmaciones de la ciencia.
Cuando una afirmación científica puede decantar un juicio, aparece la tensión entre la verdad provisional y el hecho de que algunas afirmaciones científicas son ciertas a todos los efectos prácticos. Los informes forenses tienen que resolver esta tensión, distinguiendo exquisitamente entre la verdad incontestable y la verdad probable.
La primera aparición que conozco de la ciencia como elemento de resolución de un juicio se refiere a un litigio de falsificación de una firma, según explica Louis Menand en El club de los metafísicos. Los matemáticos Benjamin Peirce y Charles Sanders Peirce (padre e hijo) aplicaron la estadística para averiguar si la firma de un testamento millonario era auténtica. Para ello se basaban en la probabilidad de que alguien haga los trazos exactamente igual en varias firmas. La verdad en este caso no es absoluta, sino estadística, con lo que esto conlleva de posibilidad de error. Los Peirce atestiguaron que la probabilidad de que la firma fuera auténtica era ínfima y el testamento se consideró falso.
La certeza más avasalladora posiblemente esté relacionada con la genética. El análisis del ADN es la técnica más conocida y la que más titulares ha dado, tanto para demostrar que unos inocentes habían sido condenados injustamente como para capturar a los culpables décadas después de sus crímenes. En ocasiones excepcionales las afirmaciones matizadas y las verdades provisionales de la ciencia se convierten en pruebas definitivas para decidir sobre la vida y la muerte (a menudo, literalmente).
LastWeekTonight. (2017, 1 de octubre). Forensic science: Last week tonight with John Oliver [Archivo de vídeo]. Consultado en https://www.youtube.com/watch?v=ScmJvmzDcG0
Menand, L. (2016). El club de los metafísicos. Barcelona: Ariel.
Mulet, J. M. (2016). La ciencia en la sombra. Barcelona: Destino.