Es raro el pueblo o ciudad sin una calle dedicada a Alexander Fleming o a Jaume Ferran. Son testimonios de gratitud pública a la lucha que mantuvieron contra las enfermedades infecciosas y a favor de la salud humana. Porque conviene reflexionar sobre los beneficios que nos reportan antibióticos y vacunas y sobre el hecho de que, hace cien años, las infecciones mortales eran temibles. Hoy en día, en los países industrializados, la muerte causada por bacterias o virus está muy por detrás del cáncer o las enfermedades cardiovasculares. Y sin embargo el miedo colectivo a las epidemias es real. Hugh Pennington, profesor emérito de bacteriología de la Universidad de Aberdeen, analiza este miedo y si está justificado. Con ejemplos de infecciones y epidemias (aunque sesgados en el caso británico), hace un recorrido didáctico y bien documentado sobre las relaciones poco amistosas entre microorganismos y humanos.
La vida en la Tierra es inviable sin los microbios y su extraordinaria capacidad de transformación ambiental. Pero no es menos cierto que durante la historia humana la relación con virus y bacterias ha sido más bien dolorosa, pese a los beneficios que nos reportan muchos microorganismos. Ahora podemos reconstruir los grandes episodios macabros: una alianza entre la arqueología y el análisis del ADN recuperado de esqueletos de los enfermos permite establecer las grandes epidemias de peste como brotes con orígenes independientes. Cada vez que un patógeno aprende a moverse de una especie a otra estamos ante una enfermedad emergente. ¿Podemos aspirar no solo a reconstruir el pasado sino a predecir estos tránsitos evolutivos? Hace falta más investigación en biología evolutiva y epidemiología para sugerir una respuesta. Pero también necesitamos más prospección de las poblaciones naturales de microorganismos y sus relaciones ecológicas para entender los mecanismos de control de estas poblaciones. La aparición de cepas bacterianas superresistentes a los antibióticos es una amenaza muy tangible.
Pennington no se ahorra los contextos socioeconómicos y culturales para justificar el respeto por estos bichos invisibles. El autor repasa casos históricos que pueden explicar el miedo a las infecciones, ejemplos de victorias claras sobre los microbios, el papel de las mutaciones y la evolución en la emergencia de las enfermedades, el oportunismo de los microorganismos ante hábitos poco higiénicos y nuestra mala memoria histórica, sin olvidar la cara política de las pandemias. En la conclusión del libro, Pennington da una respuesta contundente a la pregunta del título: los microorganismos no nos han ganado. Yo añadiría «por ahora». El mayor obstáculo en esta guerra continúa siendo la prevención en países con sistemas de salud precarios, pero la investigación en enfermedades infecciosas es irrenunciable. Las tecnologías basadas en la secuenciación masiva de genomas están cada vez más al alcance y representan una herramienta muy potente para estudiar la evolución de los patógenos y conocer sus debilidades. Un conocimiento imprescindible si queremos continuar diciendo que las bacterias no nos han ganado.