Según Sydney Brenner, la ciencia progresa a base de técnicas, descubrimientos e ideas, probablemente en este orden. En la era de la secuenciación a gran escala, la biología de sistemas y otras fuentes desmesuradas de datos, esta afirmación es más que una crítica a la investigación sin reflexión: es una descripción de lo que, cada vez más, es la ciencia normal. La obtención de datos ahora no es un problema, el reto es saber extraer de ellos información útil.
Ian Stewart es un autor veterano de divulgación de las matemáticas. En su entrega más reciente argumenta a favor de un papel central de las matemáticas en la resolución de problemas biológicos. Stewart considera que las matemáticas son la sexta revolución, al mismo nivel que el microscopio, la clasificación de Linneo, la evolución, la genética y la estructura del DNA. Cada una de estas revoluciones ha desencadenado nuevas perspectivas, nuevas maneras de definir los problemas de la biología, y, por tanto, nuevas maneras de obtener soluciones.
Es fácil admitir que las matemáticas han tenido un papel instrumental en la biología, pero Stewart defiende que el progreso en matemáticas abre nuevas vías a la biología. Puede incidir directamente en la resolución de problemas fundamentales, no solo como apoyo estadístico o de cálculo. Su argumento se basa en casos de éxito en áreas diversas de la biología.
Las matemáticas de la vida tiene una parte bastante extensa de divulgación de las cinco revoluciones de la biología según Stewart. Es prácticamente medio libro, redactado con el estilo coloquial marca de la casa. A continuación hay una serie de ejemplos que ilustran cómo las matemáticas avanzadas han tenido este papel central que Stewart reivindica. Leemos sobre temas variados: la cápsida de los virus, las redes neuronales, las epidemias, los patrones de rayas y manchas en varios animales y otros. El lazo entre el problema biológico y la aportación de las matemáticas se ve muy claramente en ejemplos como la locomoción y los generadores centrales de patrones, o la relación entre las alucinaciones con espirales (la imagen tópica de un viaje con LSD) y la transmisión de ondas al córtex.
Estos capítulos son el meollo del libro y, ante la variedad de ejemplos, se hace evidente que hay un lugar para las matemáticas en la resolución de problemas biológicos. Quizá no tanto como para «descubrir los secretos de la existencia», según anuncia el subtítulo, pero en todo caso es una contribución apreciable.
El libro pierde empuje en los últimos dos capítulos, donde Stewart habla sobre exobiología y la posibilidad de vida extraterrestre. Aquí las matemáticas se limitan a calcular probabilidades, y con los números tan grandes a que nos tiene acostumbrados el universo es difícil que el lector aprecie el valor añadido de las herramientas matemáticas.
Los biólogos que lean Las matemáticas de la vida encontrarán buenos argumentos para plantear sus escollos a algún matemático amigo, y los matemáticos interesados en las aplicaciones prácticas de su ciencia encontrarán un aliciente para interesarse por el trabajo de los biólogos. El lector imparcial podrá apreciar cómo interactúan dos extremos de la ciencia, el más abstracto y el más terrenal.