«La memoria secreta de las hojas», de Hope Jahren

Una vida en el laboratorio

La memoria secreta de las hojas

La memoria secreta de las hojas
Una historia de árboles, ciencia y amor
Hope Jahren
Traducción de María José Viejo Pérez e Ignacio Villaró Gumpert. Paidós. Barcelona, 2017. 232 páginas.

A finales de los años setenta, el bosque de King County, en Alaska, sufrió las consecuencias de una plaga de orugas de librea que provocó un descenso brusco de las poblaciones arbóreas de la zona. Dos años más tarde, investigadores de la Universidad Estatal de Washington alimentaron orugas de la misma especie con hojas de los árboles supervivientes y observaron que las orugas se debilitaban. Un compuesto químico en las hojas hacía enfermar a los insectos que solo unos meses atrás se habían alimentado con gran éxito de estos mismos árboles. Pero lo que realmente sorprendió a los investigadores fue que los sauces sanos situados a dos kilómetros del bosque, en la ciudad de Sitka, y que no habían sufrido la plaga, también habían producido sustancias tóxicas tras el primer ataque de las orugas y, a través de compuestos orgánicos volátiles que habían viajado por el aire, habían «avisado» a sauces alejados, que habían tomado las mismas medidas de protección. Tuvieron que pasar más de veinte años para que alguien confirmara la existencia de este mecanismo de comunicación.

Esta es una de las historias botánicas que nos descubre La memoria secreta de las hojas. A través de breves relatos, la geobotánica Hope Jahren nos va revelando aspectos curiosos, sorprendentes o simplemente destacables de las plantas con las que convivimos a diario, y a las que raramente prestamos atención. Así, el libro nos muestra cómo las raíces proporcionan el agua necesaria a los árboles, la forma de reproducción de los sauces, la ambición de las plantas trepadoras o los mecanismos de supervivencia de los cactus en el desierto. La mirada personal de la autora hace que el lector no pueda evitar establecer paralelismos entre la vida de las personas y la de las plantas. Al fin y al cabo, compartimos el mismo objetivo: sobrevivir.

Il·lustració: Perico Pastor

Ilustración: Perico Pastor

Y, sin embargo, no estamos ante un libro sobre plantas. O al menos, no principalmente. La memoria secreta de las hojas trata sobre la carrera científica de una botánica, desde sus inicios hasta su consolidación como investigadora de primer nivel. Actualmente, Hope Jahren trabaja en la Universidad de Oslo (Noruega), en su propio laboratorio, donde mide los isótopos estables de carbono de plantas vivas y fósiles. En sus memorias, la geobotánica nos acerca de una manera realista, pero al mismo tiempo entusiasta y apasionada, a las dificultades, las decepciones y las recompensas de dedicarse a la ciencia. A lo largo de los diferentes capítulos asistimos a los esfuerzos de dos jóvenes científicos, la propia autora y su técnico de laboratorio, Bill Hagopian, para hacerse un hueco en la no siempre amable comunidad científica. Siempre a través de los diferentes laboratorios donde ha trabajado y que ha montado la profesora Jahren.

Es por eso que el título original en inglés, Lab girl (“Una chica de laboratorio”), parece mucho más adecuado a la hora de hacerse una idea de con qué nos encontraremos en las páginas de este libro. Porque Hope Jahren tenía claro desde bien pequeña que lo que quería era convertirse en una mujer de laboratorio. «Todo árbol adulto fue primero una semilla que esperó», dice la autora. Y la semilla de la científica en que se convertiría se encontraba en el laboratorio donde su padre enseñó ciencias durante más de cuarenta años, en una pequeña localidad de Minnessota.

Asegura la autora que lo que convierte realmente a una persona en científica no es saber matemáticas, física o química, sino el hecho de hacerse preguntas. Y en sus memorias nos deja entrever cómo se enfrenta ella a nuevas cuestiones: ya sea desde una colina en Irlanda mientras realiza trabajo de campo o desde su laboratorio cuando observa la manera peculiar como crece una planta. El libro nos permite adentrarnos en el día a día del trabajo de laboratorio, que requiere técnica, paciencia y grandes dosis de dedicación. Las memorias de Jahren reflejan largas jornadas, pocas horas de sueño y prácticamente una ausencia de tiempo libre, en una dinámica que se podría incluso calificar de adicción al trabajo. Unos hechos que muestran la pasión con que la profesora Jahren se enfrenta a su trabajo, a pesar de que en ocasiones las dudas o el sentimiento de soledad afloran en sus reflexiones, con el añadido además de haber tenido que enfrentarse a los episodios maníacos derivados de un trastorno del que Jahren habla con naturalidad.

«El libro nos permite adentrarnos en el día a día del trabajo de laboratorio, que requiere técnica, paciencia y grandes dosis de dedicación»

Pero, tal y como ella misma explica, la principal preocupación para una científica es otra. «Pregunta, pregúntale a una profesora de ciencias qué es lo que le preocupa verdaderamente. […] Se te quedará mirando a los ojos y te dirá dos únicas palabras: “El dinero”». En efecto, la falta de financiación y la inseguridad laboral son una constante en las dos primeras partes del libro. Recorrer 4.000 km en furgoneta durante cinco días en medio de una tormenta de nieve para asistir a un congreso, agudizar el ingenio para encontrar o reciclar material o incluso vivir en el laboratorio son algunas de las cosas que Hope Jahren y Bill Hagopian tuvieron que hacer durante sus primeros años como investigadores.

El hecho de ser mujer en un mundo dominado por hombres científicos tampoco pasa desapercibido en estas páginas. Jahren va dejando caer aquí y allá reflexiones al respecto sobre las dificultades para encajar en un mundo académico dominado principalmente por hombres, la maternidad en medio de la carrera científica, la falta de referentes de mujeres científicas en la cultura popular… «Me han reprendido por ser demasiado femenina y han desconfiado de mí por ser demasiado masculina. Me han advertido de que soy demasiado sensible y me han acusado de ser cruel y no tener corazón», resume la autora.
Pero en todo caso, Jahren cree que su condición de científica y mujer le ha dado la libertad para improvisar sobre la marcha quién es en realidad. Se ve a sí misma como una hormiga que forma parte de algo más grande y asegura que continuará montando laboratorios con su nombre en la puerta, no lo puede remediar. «La ciencia es trabajo, nada más y nada menos. Así que seguiremos trabajando», concluye.

© Mètode 2017 - 94. Sapiens - Verano 2017