‘Yo contengo multitudes’, de Ed Yong
Los extraños que hay en nosotros
«Los microbios son importantes. Los hemos ignorado. Los hemos temido y odiado. Y es hora de valorarlos, pues de lo contrario nuestra comprensión de la biología humana sería muy pobre. En este libro me propongo mostrar en qué consiste en realidad el reino animal, y lo maravilloso que se vuelve cuando lo vemos como el mundo de asociación y cooperación que verdaderamente es.» Este pasaje, que se encuentra entre las páginas 24 y 25 de Yo contengo multitudes, es el primero que subrayé mientras leía el libro.
Ya hay quien considera Yo contengo multitudes como una obra fundamental de ciencia divulgativa, como lo fue en su momento El gen egoísta de Richard Dawkins. Este libro del divulgador Ed Yong, publicado en 2016 como I contain multitudes y editado en español en septiembre del 2017, nos invita a mirarnos a nosotros mismos no solo como individuos, sino como archipiélagos o cadenas de islas habitadas por microbios, o como zoos, o como «receptáculos interdependientes de los microbiomas que conforman todos los seres vivos». Yong refuta la afirmación de Orson Welles cuando dijo «nacemos solos, vivimos solos y morimos solos». También asegura que, cuando Neil Armstrong y Buzz Aldrin pusieron los pies en la Luna, «también hicieron dar pasos de gigante al género microbiano». En definitiva, yo soy yo y mi microbiota.
A lo largo de 291 páginas estructuradas en diez capítulos (el resto hasta las 416 corresponde a las notas, las referencias bibliográficas, los agradecimientos, una lista de ilustraciones y el índice alfabético), Yong se propone mostrarnos «el increíble universo que existe en el interior de nuestros cuerpos». Pero también quiere que aprendamos mucho sobre «los orígenes de nuestras alianzas con los microbios» y cómo ellos «esculpen nuestros cuerpos y modelan nuestra vida cotidiana». Además, alerta de que la interrupción de la asociación «cordial» con estos seres pone en peligro nuestra salud, y avanza que «podemos evitar estos problemas manipulando el microbioma en nuestro beneficio». Y todo esto lo hace de la mano de científicos y científicas que han dedicado su vida a entender el mundo microbiano, «a menudo haciendo frente al desprecio, el rechazo y el fracaso».
«Si hasta ahora veíamos a los microbios solo como enemigos, Ed Yong quiere que empecemos a considerarlos aliados»
Así, por las páginas de Yo contengo multitudes desfilan decenas de profesionales como Rob Knight, cuidador del zoológico de San Diego y especialista en vida microscópica. Con un bastoncillo de algodón, recoge los microbios que viven en el hocico del pangolín Baba. O Anton van Leeuwenhoek, reconocido como la primera persona que vio microbios, ya en 1675, incluidos los suyos. También nos habla de Neil Bekiares, investigador en un laboratorio de la Universidad de Wisconsin-Madison, y de la directora de este laboratorio, la zoóloga Margaret McFall-Ngai. Con ellos descubrimos la asociación entre el calamar hawaiano y sus bacterias, que son las que permiten que este se confunda con el entorno.
Así pues, si hasta ahora ignorábamos los microbios o los veíamos solo como enemigos, Yong quiere que empecemos a considerarlos aliados, también de nuestro sistema inmunitario. Así lo expresa: «La idea tradicional del sistema inmunitario está llena de metáforas militares y términos que expresan antagonismos. Lo percibimos como una fuerza defensiva que discrimina entre el propio organismo (nuestras propias células) y organismos ajenos (microbios y otras cosas), y erradica a estos últimos. Pero ahora vemos que los microbios ante todo configuran y afinan nuestro sistema inmunitario».
Yong también critica a quienes hablan de «microbios buenos» y «microbios malos», una clasificación que, para el divulgador, es más propia de los cuentos infantiles y no es adecuada para describir «las complicadas, conflictivas y contextuales relaciones del mundo natural». Esta concepción de los microbios como algo peligroso, sucio o repugnante podría tener sus orígenes en personas como Louis Pasteur, «un arrogante y polémico químico francés«, según Yong, quien también felicita a los biólogos que se ocupaban de estudiar los microbios de un modo que por fin permitió verlos bajo una luz muy diferente «mientras los teóricos de los gérmenes monopolizaban la atención pública identificando un germen patógeno tras otro».
Página a página, capítulo a capítulo, Yong se sirve de numerosos investigadores para reforzar sus ideas, la tesis del libro. Así, cita a John Rawls, quien ha trabajado con ratones y calamares libres de gérmenes, para subrayar que «los microbios son una parte necesaria de la vida animal. No hay que deshacerse de ellos». Y es que los microbios ya eran los amos del planeta mucho antes de llegar los animales y muchísimo antes de llegar nosotros, los humanos.
No hay que caer tampoco en el buenismo. Incluso en el caso de los microbios que viven en nosotros habitualmente, pueden ser buenos en el intestino, pero peligrosos en la sangre, por ejemplo; todo depende del contexto. «Así como una mala hierba puede ser una hermosa planta en un lugar que no le corresponde, nuestros microbios pueden tener un valor inestimable en un órgano, pero ser peligrosos en otro, o esenciales dentro de nuestras células, pero letales fuera de ellas», aclara.
Los estudios actuales ya están obligando a los científicos a examinar diferentes aspectos del comportamiento humano a través de la lente microbiana, cuenta Yong. ¿Por qué los niños con autismo son más propensos a tener problemas intestinales? ¿Por qué perdemos el apetito cuando nuestro estado de ánimo cambia, y nuestro estado de ánimo cambia cuando tenemos hambre? ¿Por qué las personas alcohólicas a menudo sufren depresión o ansiedad? La respuesta está en los microbios intestinales, y en Yo contengo multitudes.
Dice Yong que, igual que se escoge la película o el grupo musical favorito, no es raro que los científicos que escriben con frecuencia sobre microbiología escojan su bacteria favorita. La suya es Wolbachia, una bacteria capaz de manipular la vida sexual de sus huéspedes, haciéndolos sufrir, volviéndolos estériles o provocándoles la muerte, pero también responsable de salvar algunas hojas de manzano del amarilleo y la muerte propia del otoño. Un microbio muy versátil que, como bien nos ha ido explicando Yong a lo largo del libro, «en esta naturaleza polifacética, no está solo». Tampoco nosotros estamos solos; contenemos multitudes.