Richard Spruce, de Patxi Heras y Marta Infante

La dignidad de las pequeñas cosas

Richard Spruce. Un botánico inglés en el Pirineo romántico.
Patxi Heras y Marta Infante
Libros del Jata, 2022. 296 páginas.

Bosques donde la mano del hombre no está presente y la leña podrida se amontona; afloramientos rocosos; fachadas descuidadas; ambientes hostiles con acumulación de metales pesados. Inapreciables a la vista del observador poco riguroso, crecen unas modestas formas vegetales sin raíces ni flores. Musgos y hepáticas tapizan todo tipo de sustrato. Pero, si no los vemos, ¿quién cuida de los briófitos?

Richard Spruce –uno de los grandes naturalistas victorianos, junto con Darwin, Wallace y Bates– es recordado sobre todo por su aportación al conocimiento y al cultivo de la chinchona (de la que se obtiene la quinina, principal remedio contra la malaria). Dedicó quince años a explorar el Amazonas, pero poco antes había empleado diez meses –de 1845 a 1846– a la herborización de los Pirineos. Contribuyó a mejorar el conocimiento de los musgos y las hepáticas de la región, y triplicó el número de especies cono­ci­­das (empresa que ha quedado eclipsada por la aventura americana).

Los briólogos Patxi Heras y Marta Infante comparten la pasión del inglés por las pequeñas plantas no vasculares, y han construido un volumen que bebe de las experiencias recogidas en Notes on the botany of the Pyrenees, in a letter addressed to the editor (1846). Para reseguir con todo detalle las jornadas de trabajo de Spruce, los autores utilizan la misma guía de viajes que él usó para orientarse: Summer and winter in the Pyrenees (1841), de la escritora inglesa Sara Stickney Ellis (1799-1872).

El libro es un deleite tanto para lectores expertos como para profanos. Incluye fotografías a color de las especies citadas, litografías que evocan los paisajes pirenaicos de mediados del siglo xix y el ambiente burgués de los establecimientos termales, mapas de la región y anotaciones biográficas en ventanas de texto con voluntad enciclopédica.

El trayecto de un explorador minucioso, que –como destaca Stickney en referencia a los botánicos– «puede encontrar bellezas en el más humilde de los caminos», nos descubre parajes hoy irreconocibles. Porque lo que antaño fueron caminos de pastores y carboneros hoy son rutas homologadas por el senderismo; las aguas con propiedades curativas que atraían al turismo victoriano alimentan las actuales centrales hidroeléctricas; buena parte de los glaciares están en grave retroceso por el cambio climático y el urbanismo ha hecho que muchos de los bosques que conoció Spruce hayan desaparecido. De manera que los especímenes que recolectó se han convertido en valiosos «testimonios históricos de cómo ha cambiado el mundo».

Los autores dedican las últimas páginas al periplo suramericano y los últimos días en Inglaterra hasta su muerte, en 1893, a la edad de 76 años. El libro nos deja un mensaje final muy entusiasta, una diáfana declaración de amor a la biodiversidad. El gigante de la botánica, el hombretón que ha pasado a la historia por introducir nuevos alimentos y medicinas en Europa, manifiesta la postura inapelable del naturalista cuando habla de las menospreciadas hepáticas, que «a penas han producido hasta ahora alguna sustancia estupefaciente para el hombre, o para forzar el vaciado de su estómago, ni tan solo son buenas como alimento; pero (…) son, como mínimo, útiles y bellas en sí mismas, seguramente el principal motivo para la existencia de todo individuo».

© Mètode 2023 - 116. Instantes de ciencia - Volumen 1 (2023)
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Doctor en Biología y escritor (Valencia).