Entrevista a Antonio Ariño y Joan Francesc Mira

«La fiesta nos hace humanos»

Joan Francesc Mira y Antonio Ariño

A finales de los años ochenta, Joan Francesc Mira propuso a Antonio Ariño la posibilidad de publicar un libro sobre las fiestas valencianas en la colección «Temes d’Etnografia Valenciana», que él dirigía. Aquella oportunidad se materializó en el voluminoso trabajo (Festes, rituals i creencees), y posteriormente en una dedicación que ocuparía buena parte de su investigación, hasta el extremo de ser actualmente el mejor conocedor de las fiestas valencianas (actualmente tiene en prensa un nuevo libro, junto al investigador Sergi Gómez, titulado La festa mare: Les festes en una era postcristiana). Por ello, para la entrevista de este monográfico, hemos pensado en la posibilidad de reunir a ambos, para que charlen y discutan sobre los orígenes de las festividades, sobre sus vinculaciones con los ciclos estacionales, incluso sobre el trasfondo biológico que puede haber en muchos de los aspectos festivos. De alguna manera, en esta entrevista se reencuentran a lo largo del tiempo el «maestro» y «discípulo». Y este reencuentro también es motivo de celebración.

Antonio Ariño: «Hay conductas ritualizadas en otros animales, pero los rituales cooperativos que son indisociables de la fiesta son específicos del ser humano»

¿La fiesta nos hace humanos?
Antonio Ariño: La fiesta es uno de los rasgos que nos diferencia como seres humanos. Hay conductas ritualizadas en otros animales, pero los rituales cooperativos que son indisociables de la fiesta sí que son específicos del ser humano.
Joan Francesc Mira: Es difícil saber si la fiesta como tal es una característica presente en los inicios del proceso de hominización. Lo que sí que se ha encontrado en los yacimientos arqueológicos son indicios de elementos de tipo simbólico, asociados a los rituales fúnebres. Eso quiere decir que estos primeros seres humanos tenían una proyección mental simbólica. Ahora bien, no sé si eso ya lo podemos categorizar como fiesta.
A. Ariño: El ritual se convierte en fiesta en la medida en que conlleva celebración. Y esta idea de celebración, por lo menos en el Neolítico, ya parece que surge.

Joan Francesc Mira: «Las Fallas son un fenómeno urbano muy peculiar. Dejando a parte el aspecto de la crítica y otras cuestiones que la rodean, podemos decir que es una fiesta enormemente territorializada dentro de un espacio grande»

¿Realmente piensan que, en el proceso de hominización, el hecho de contar con rituales festivos constituía una ventaja adaptativa porque permitió la cohesión del grupo? Es decir, ¿un grupo más festivo era también más fuerte?
J. F. Mira: Cualquier forma de comportamiento ritual, desde el momento que implica unas normas, unos conceptos, una visión del cosmos, etc., es una muestra de hominización avanzada. La forma de elaborar el ritual con un criterio colectivo implica no solo que existe un grupo sino que lo refuerza. Estoy pensando por ejemplo en un brujo en una cueva, en que a pesar de tratarse de un ritual individual, está realizándolo con una proyección colectiva.
A. Ariño: Estoy de acuerdo. Cuando existe ritual es que existe previamente una organización social. Lo importante no es tanto determinar si fue primero la fiesta o la cohesión. Esta organización implica división de trabajo, y un grado de organización, cooperación y colaboración extraordinario que es difícil que se diera en las primeras etapas de hominización. Pero lo que está claro es que el grupo se refuerza a través de la celebración y el ritual, y la celebración y el ritual crea grupo. Esta es una dinámica que todavía encontramos hoy. Allá donde hay una identidad hay una celebración. 

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

¿Qué fue antes, la fiesta como elemento cohesionador humano, o la religión, la creencia en lo sobrenatural? ¿O quizá se trataba de dos procesos simultáneos?
A. Ariño: Los rituales festivos no separan la actividad lúdica, la deportiva, la musical o la religiosa… es todo el conjunto justamente lo que compone el ritual. La fiesta es la celebración de algo que está más allá de lo cotidiano, es una transgresión de las pautas a través de una cierta visión metafórica del mundo. En este sentido no podemos separar una dimensión religiosa de la fiesta. O por lo menos no se puede separar una dimensión sacra.

Las fiestas muy a menudo van acompañadas de alcohol u otras drogas, o de actividades como el baile o el juego, todo encaminado a la liberación de endorfinas… ¿Está en nuestros genes la búsqueda de este bienestar propiciado por las actividades festivas?
J. F. Mira: La búsqueda de una satisfacción evidentemente está en nuestra naturaleza.
A. Ariño: En la fiesta el cuerpo, y todo lo que estimula al cuerpo en esta búsqueda del placer, es fundamental, porque la fiesta es una institución que busca la espontaneidad. La fiesta está orientada al placer pero no hay un trabajo más duro, del que acabes más cansado. Y también busca el placer grupal. Creo que debemos considerar que la fiesta reproduce toda una serie de estructuras sociales, y es adaptativa en este sentido.
J. F. Mira: Con un añadido importante. De la misma manera que explica la cohesión también explica el conflicto o buscar una forma de jerarquía.
A. Ariño: Pero la fiesta combina muy mal con las disidencias internas, lo que hace es ratificar una cohesión interna ante otros. Otros que generalmente son externos, pero que también pueden ser internos. En las fallas lo hemos visto muchas veces cuando se habla de los «antifalleros», y a estos ya no se les considera valen­cianos. Se trata de construir estereotípicamente una identidad del grupo. Que tenga éxito o que fracase ya es otra cuestión.

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

Ya que habláis de las fallas, ¿qué tienen de particular estas fiestas?
J. F. Mira: Las fallas son un fenómeno urbano muy peculiar. Dejando aparte el aspecto de la crítica y otras cuestiones que la rodean, podemos decir que es una fiesta enormemente territorializada dentro de un espacio grande. Se crea una especie de identidad de barrio o de calle alrededor de la falla, y de microcompetencia territorial interna igualitaria. Y al mismo tiempo, hay una jerarquización en función de la categoría del monumento fallero.
A. Ariño: Detrás hay un proceso histórico porque inicialmente eran fiestas de calle y no tenían celebraciones conjuntas. En el siglo xix nadie identificaba las fallas con la valencianidad.

Una fiesta muy particular es la noche de San Juan. Detrás está toda una creencia sobre las propiedades mágicas de las plantas y de la naturaleza. Antonio Ariño explica en su libro Festes, rituals i creences que la gente aquella noche hace varias cosas, como ir a bañarse al río (Ludiente), pasar el cabello por el cànem de l’hora (Suera), buscar la falguera (Serra), curar las hernias… ¿Realmente pasa algo la noche de San Juan?
A. Ariño: El ritual se caracteriza justamente por hacer que haya algo donde no existe nada. ¿Qué diferencia el último segundo del último minuto de la última hora del 2012 del primer segundo del primer minuto de la primera hora de 2013? Nada, en términos de duración física no se diferencia en nada. Ahora, en términos sociales, gracias al ritual el cambio es evidente.  

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

¿Pero qué hay de magia y qué de propiedades reales de las plantas? Se ha comentado que en este momento, a finales de la primavera, es cuando las plantas tienen una cantidad de sustancias secundarias más elevada y que son más curativas que en otoño, por ejemplo.
A. Ariño: Eso es lo que podríamos llamar reflexividad técnica. Yo me he criado en una zona rural donde la gente no pensaba nunca en esta clave. Hay momentos que son considerados mágicos, y si realizas diferentes rituales el poder emana. Es después cuando entra la reflexividad del médico o del técnico, que decide comprobar si hay algún elemento en la planta que se utiliza en esta fecha que cause determinados efectos. Y en algunos casos es posible. Pero la característica fundamental de la fiesta y del ritual es que son prácticos, no intelectuales. Y como son prácticos el cuerpo tiene que estar implicado de cabo a rabo. Por eso las bebidas, los olores o los inciensos son elementos fundamentales en la efectividad del ritual.

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

Y además esta fiesta está vinculada al cambio de estación.
A. Ariño: Se vincula de alguna manera al tránsito de los astros por la visión cosmológica que hemos comentado.
J. F. Mira: También tenemos unas fiestas de invierno como las de San Antonio, donde la hoguera es una parte central que se podría asociar con un supuesto valor transformador del fuego. Pero en realidad, si quieres hacer una fiesta en invierno necesitas calor y luz. A veces nos extremamos buscando sentido simbólico a cuestiones que nacen de un sentido más práctico.
A. Ariño: Pero justamente a partir de un elemento básico, la interacción del grupo genera efectos e interpretaciones no previstos. En un mundo donde no hay luz eléctrica, la hoguera es un elemento básico de la víspera de una fiesta.


Per tant, quan es parla que els mediterranis estimem el foc és un mite?

J. F. Mira: Nos gusta a los mediterráneos, a los atlánticos, a los pacíficos…
A. Ariño: En todas las sociedades agrarias hay elementos comunes a los que se puede atribuir una serie de significados diferentes, pero que son comunes.

Joan Francesc Mira: «Todas las fiestas relacionadas con el ciclo vital tienen un sentimiento profundo de expresar o manifestar la aceptación del nuevo elemento o integrante del grupo»

Pero en el caso de las fallas y las hogueras de San Antonio el fuego está particularmente presente.
A. Ariño: La particularidad es cómo han evolucionado.
J. F. Mira: En nuestro territorio, cualquier fiesta antigua ha tendido a hincharse. Una fiesta que he conocido bien, los encierros y el toro embolado, de lo que eran hace cuarenta años a lo que son ahora lo único que continúa siendo igual es que continúa habiendo un toro. Al tener más recursos, estos se gastan en las fiestas. Antes la fiesta era más de una comunidad interna, del propio pueblo.
A. Ariño: No había tantos espectadores de la fiesta como hay ahora.

¿Qué relación hay con el propio ciclo vital y las celebraciones? Hay una necesidad intrínsecamente humana de celebrar las etapas vitales?
A. Ariño: Otra de las paradojas de la fiesta es que construye el orden social y el orden vital. Sin un orden social la duración del tiempo sería insoportable. La vida sería mucho más tediosa. Lo que la fiesta hace con el tiempo social, con celebraciones como Nochevieja, lo hace también con el tiempo vital con la celebración de las diferentes etapas de la vida.

Entonces, lo que hace la fiesta es romper el tiempo…
A. Ariño: Construye orden donde no hay más que duración indefinida.

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

Antes las etapas vitales venían marcadas principalmente por la religión, pero ahora encontramos celebraciones civiles que las sustituyen, más allá del matrimonio civil hay también «bautizos» civiles, curiosamente.
J. F. Mira: En el mundo católico, el bautizo dura cinco minutos. El resto de la fiesta se produce después, nada más salir a la calle se empiezan a cantar barbaridades. La parte estrictamente religiosa en realidad tiene una importancia marginal.
A. Ariño: Cuantitativamente, pero cualitativamente es la clave.
J. F. Mira: Todas las fiestas relacionadas con el ciclo vital tienen un sentimiento profundo de expresar o manifestar la aceptación del nuevo elemento o integrante del grupo. Una cuestión interesante en este sentido es que la tradición europea es la que menos ritualiza el tránsito a la pubertad o la entrada a la edad fértil.

¿Eso puede ser una cuestión religiosa? ¿Un tabú?

A. Ariño: Yo creo que tiene que ver con la herencia romana. Los romanos ya no lo celebraban. En cambio otras sociedades católicas que no tienen esta herencia, como México, sí que la celebran, especialmente para las mujeres. Hay un ritual de presentación de las mujeres jóvenes extraordinario.

También hay una necesidad de celebrar los entierros, de decir unas últimas palabras para despedir al muerto.
J. F. Mira: En muchas sociedades, y en la nuestra también, el entierro era una auténtica fiesta. Me da la sensación de que otras celebraciones como el matrimonio han cambiando relativamente poco, mientras que el ritual fúnebre ha cambiado totalmente. La gente no se muere en casa, se muere en el hospital. Antes era muy importante el momento de la salida del muerto de casa hasta la iglesia y el cementerio, y ahora todo eso se ha perdido.
A. Ariño: Hay una expulsión de la muerte fuera del ámbito cotidiano. Antes, un niño o una niña veía las muertes de manera absolutamente natural. Ahora la muerte se ha convertido en un tabú. Sin embargo estamos viviendo un proceso de nueva ritualización de la muerte por las funerarias, a través de la presencia de psicólogos y asesores para acompañar al duelo.

Antonio Ariño: «En la fiesta el cuerpo, y todo lo que estimula al cuerpo en esta búsqueda del placer, es fundamental. La fiesta está orientada al placer, pero no hay un trabajo del que acabes más cansado»

No solo este tipo de rituales vitales han evolucionado, también otras celebraciones más festivas. ¿Cómo ven la evolución de las fiestas en nuestro país?
J. F. Mira: En este país se han inflado las fiestas igual que se ha inflado todo: los toros, los moros y cristianos, las fallas… Mi pregunta es –y sé que no tiene respuesta–: ¿por qué todo el conjunto de la tradición festiva en el País Valenciano se ha inflado de esta manera?
A. Ariño: Yo pienso que no solo en nuestro país, es un fenómeno que ha ocurrido en toda España, y especialmente también en el sur de Italia. Los años ochenta fueron un período de revitalización festiva en todo el Mediterráneo. Sí que es cierto que hay muchas asociaciones relacionadas con la fiesta en el País Valenciano: asociaciones falleras, de moros y cristianos, bandas de música, peñas de toros… Por eso cuando dicen que la sociedad civil valenciana no está articulada, yo digo que eso no es cierto.
J. F. Mira: Pero esta enorme capacidad de organización y articulación funciona mucho en efectos inmediatos y directos, pero no a escala de país.

Joan Francesc Mira i Antonio Ariño

Foto: Miguel Lorenzo

¿Y qué hay de fiestas en concreto como las de San Antonio?
A. Ariño: Es espectacular cómo ha resurgido. Hubo una época en que estuvo realmente en crisis, pero yo diría que ahora es la fiesta más celebrada de todo el año, aun siendo una celebración tan austera, de labradores. Con la Muixeranga ha pasado una cosa parecida: antes las torres de la Muixeranga las realizaban los labradores, con todo el componente de riesgo que tenía construir aquellas torres. Ahora es diferente: el grupo, el número de figuras y su altura… Se ha transformado muchísimo.

¿Cuál es su fiesta preferida?
A. Ariño: Yo no tengo una, tengo dos. Los moros y cristianos de Biar y el San Antonio de Villanueva de Alcolea.
J. F. Mira: A mí San Antonio en general también me gusta. Y los toros, pero como eran hace cuarenta años.

¿Y cómo eran antes?
J. F. Mira: Algo mucho más comunitario e improvisado. Y aquí entra también una cuestión de simbolismo: el toro embolado perfecto tenía que ser virgen, es decir, que no hubiera sido embolado nunca, que fuera comprado y no alquilado, y por último que tenía que matar para comérselo después. Había un componente de comunidad que ahora no encontramos.

Antonio Ariño: «Los toros no pueden ser patrimonio cultural, porque no presentan valores que deban ser preservados de cara al futuro»

Pero también había maltrato animal.

J. F. Mira: Pero enormemente controlado. Yo he visto docenas y docenas de fiestas de toros, pero se tenía en cuenta que el animal no sufriera.

¿Están a favor de los toros? ¿De la tauromaquia?
J. F. Mira: Solo de aquellos toros. Me gustaban desde el punto de vista cultural, porque expresaban de manera muy clara una forma de comunidad.
A. Ariño: Una cosa es investigar y otra es estar a favor. La relación entre personas y animales en la sociedad agraria es la clave para entender cómo se producían estas prácticas, que eran extraordinariamente agresivas. Se maltrataba muchísimo a los animales, pero en aquel momento no se tenía esta percepción. Para mí la conclusión es obvia, estas fiestas no pueden ser patrimonio cultural, porque no presentan valores que deban ser preservados de cara al futuro. El patrimonio ha de tener un concepto eticomoral, si no estamos perdidos.

© Mètode 2012 - 75. El gen festivo - Otoño 2012