
No basta con admirar la belleza de un jardín sin tener que creer que además hay hadas en él? Douglas Adams Durante muchos años los científicos han sido objeto de las críticas y los ataques (más o menos virulentos dependiendo de la época y del lugar) de los creacionistas y otros fundamentalistas religiosos. Pero algo está cambiando. Algunos científicos han decidido pasar a la ofensiva y contraatacar el fanatismo religioso en su propio terreno. Recientemente, el cosmólogo Victor Stenger, el neurobiólogo Sam Harris, el antropólogo Pascal Boyer, el biólogo David Sloan Wilson o el filósofo Daniel Dennett, entre otros, han escrito libros en los que examinan el fenómeno religioso desde una perspectiva científica. La última contribución a este floreciente género literario es The God Delusion (El espejismo de Dios, Espasa Calpe, 2007) en el que el biólogo evolucionista Richard Dawkins ofrece un potente y bien articulado alegato en contra de la fe religiosa. Dawkins, que ostenta el curioso título de Charles Simonyi Professor for the Public Understanding of Science en la Universidad de Oxford, es un ardiente defensor de la ciencia y de la racionalidad y un brillante polemista. Su labor como divulgador es sobradamente conocida, especialmente por su archifamoso y controvertido The Selfish Gen (El gen egoísta, Salvat, 2000), considerado como uno de los mejores libros de divulgación científica de todos los tiempos. No menos conocida es su faceta como ateo militante y beligerante que ha participado en multitud de debates en los que ha expuesto sus ideas sobre la relación entre ciencia y religión. Una apuesta por el ateísmo Han pasado más de treinta años desde la publicación de The Selfish Gen (Dawkins cumplió los 65 el año pasado), pero con The God Delusion su autor ha vuelto a situarse en el ojo del huracán. Como anticipo a la publicación del libro, la BBC emitió a principios de 2006 un documental, escrito y presentado por el mismo Dawkins, titulado Root of all evil? Tanto el documental como el libro han sido objeto de numerosos comentarios y han convertido a su autor en uno de los personajes más solicitados en programas de radio y televisión a ambas orillas del Atlántico (algunas de sus entrevistas y conferencias son accesibles a través de YouTube o de la propia página web de Dawkins. Incluso ha aparecido ya un libro irónicamente titulado The Dawkins Delusion, en el que el teólogo Alister McGrath intenta rebatir (sin éxito) los argumentos de Dawkins. En The God Delusion Dawkins aplica sin piedad el rodillo del racionalismo al fenómeno religioso. El título hace referencia a una de las tesis centrales del libro: la idea de un Dios sobrenatural es una mentira, un engaño, mera ficción, una fantasía, una quimera, un producto de la imaginación… Además, para Dawkins la idea de Dios es más que una simple mentira: es una mentira perniciosa. Dawkins confiesa sentirse incómodo con el título que la BBC le impuso para su documental y que claramente identifica la religión con la raíz de todos los males. Sin embargo, ya desde la primera página de The God Delusion, Dawkins nos invita a imaginar, como hizo en su día John Lennon, un mundo sin religión, y muy especialmente un mundo en el que no se cometen abusos e injusticias en nombre de la creencia religiosa de turno. Dawkins escribe fundamentalmente para aquellas personas que pueden sentirse insatisfechas con la religión en la que han sido educadas, pero que quizá no se han planteado nunca el ateísmo como una alternativa. Sus argumentos van principalmente dirigidos a los seguidores de las tres grandes religiones monoteístas, pero también tiene reflexiones para deístas, panteístas y agnósticos (estos últimos en sus distintas variedades). Está claro que Dawkins ha iniciado una cruzada y no parece dispuesto a hacer prisioneros. The God Delusion no es un libro irreverente, aunque su autor no ahorra calificativos a la hora de caracterizar al dios del Antiguo Testamento, que describe como un personaje misógino, celoso, obsesionado por el control, homófobo, vengativo, racista, sexista, genocida, megalómano, sadomasoquista… A los que se puedan sentir ofendidos por alguna de sus afirmaciones, Dawkins les exhorta a reflexionar sobre el tremendo (y en gran medida inmerecido) respeto que la sociedad en general profesa a las creencias religiosas. Podemos opinar sobre el tiempo, la política o los impuestos, pero no sobre la obligación de respetar el descanso del sabbat, la virginidad de María o cualquier otro asunto que se considere que corresponde al ámbito de la religión. Opiniones o comportamientos que de otro modo podrían hacernos acabar en el psiquiátrico o en la comisaría gozan, no obstante, de una inusitada tolerancia cuando la religión les ofrece una coartada. Algunos grupos cristianos, por ejemplo, se oponen a las leyes en contra de la discriminación argumentando que atentan contra su libertad de religión. Dawkins cita el caso reciente de una sentencia de un tribunal de los Estados Unidos que autoriza a un adolescente a llevar en su instituto una camiseta con la siguiente inscripción: «La homosexualidad es un pecado, el Islam es una mentira, el aborto es un asesinato. Algunos asuntos simplemente no admiten duda» (en el original «some issues are just black and white»). Pero Dawkins es un científico, como algunos críticos se han apresurado a señalar, y ciencia y religión se ocupan de asuntos muy distintos. De hecho, muchos intelectuales y científicos de renombre han intentado, quizá por cortesía, mantener un difícil equilibrio con la fe religiosa abrazando lo que Dawkins denomina la doctrina de los «magisterios no solapantes». En palabras del biólogo Stephen J. Gould «la ciencia estudia cómo funciona el cielo; la religión cómo llegar a él». Pero Dawkins afirma que ciencia y religión aspiran en realidad a contestar las mismas preguntas: el origen del universo, por qué estamos aquí, el significado de la vida. Es posible que la respuesta a algunas preguntas realmente interesantes esté más allá del alcance de la ciencia (actual). Sin embargo, si la ciencia no puede contestar estas preguntas, ¿por qué piensan algunos que la religión sí que puede hacerlo? ¿Por qué algunos científicos (como Gould) son tan respetuosos con las pretensiones de los teólogos sobre preguntas que en realidad los teólogos no están más capacitados que los propios científicos para contestar? Y, en todo caso, la existencia de Dios, de un agente sobrenatural que diseñó el universo y que, por lo menos en algunas versiones, lo mantiene e incluso interviene en él por medio de milagros, es una hipótesis científica. Un universo creado y mantenido por una inteligencia sobrenatural es (o debería ser) muy diferente de un universo que no lo fuera. Una parte no menospreciable de la población de Estados Unidos cree firmemente que la Tierra tiene una antigüedad en torno a 6.000 años. La evidencia científica, no obstante, calcula la edad de nuestro planeta en 4.500 millones de años. Una diferencia en absoluto trivial (una encuesta reciente reveló que más del 50% de los norteamericanos piensan que la historia de Noé y su arca es cierta en sentido literal). Como recientemente recomendaba Dawkins a un grupo de estudiantes universitarios de los Estados Unidos, «si el museo de tu universidad expone fósiles de dinosaurio de 3.000 años de antigüedad quizá deberías plantearte cambiar de universidad». Es cierto que la ciencia no puede demostrar que Dios no existe (como tampoco puede demostrar la inexistencia de las hadas, de los duendes o del ratoncito Pérez). Pero esta incapacidad no se traduce, como algunos sostienen, en que la probabilidad de que Dios exista es la misma de que no exista (50%). Es la falacia, muy extendida, de creer que porque no podamos demostrar de manera concluyente que una cosa existe (o no existe) eso hace que su existencia y su inexistencia sean equiprobables. Lo que verdaderamente interesa no es si podemos demostrar que Dios no existe (que no podemos) sino si la existencia de Dios es probable. La doctrina de los magisterios no solapantes de la ciencia y la religión es relativamente popular precisamente porque no hay ninguna evidencia de la existencia de Dios. ¿O quizá alguien piensa que si se descubriera algún tipo de evidencia científica que abonara la existencia de Dios los que ahora defienden la independencia de ciencia y religión lo continuarían haciendo? Dawkins concluye que la existencia de Dios es altamente improbable y para justificarlo empieza analizando los argumentos clásicos que filósofos y teólogos han utilizado para demostrar que existe. Los argumentos son asombrosamente débiles, casi pueriles, y Dawkins no pierde ocasión de criticarlos. Los tres grandes argumentos son el ontológico, el cosmológico y el del diseño. El argumento ontológico afirma que Dios existe por su misma naturaleza, ya que está dotado de todas las perfecciones, y existir es más perfecto que no existir; ¿convencido? El argumento cosmológico establece que el mundo físico que ahora conocemos en algún momento debió no existir; pero como existe, es necesario postular alguna entidad eterna y sobrenatural –Dios– responsable de su existencia. El argumento cosmológico forma parte de las cinco «pruebas» de Tomás de Aquino. Por lo menos tres de estas pruebas, incluyendo el argumento cosmológico, están afectadas por el mismo problema lógico, pues, al proponer a Dios como creador, como causa última, suscitan una pregunta obvia: ¿y quien creó a Dios? El argumento del diseño, la última de las cinco pruebas de Tomás de Aquino, es el único que se continúa planteando con una cierta frecuencia. Hay por lo menos dos versiones del argumento del diseño: la organísmica y la cósmica. Dawkins relata que, en su versión organísmica, el argumento del diseño impresionó profundamente al mismo Charles Darwin cuando, de estudiante en Cambridge, leyó la Teología natural del reverendo William Paley. En su libro, Paley argumentaba que, de la misma manera que si al pasear por el campo nos encontramos un reloj inmediatamente deducimos que ha sido concebido por un diseñador inteligente (un relojero), el extraordinario diseño de los seres vivos debería llevarnos a concluir que son la obra de un diseñador sobrenatural. Muchos, especialmente los defensores de la doctrina del «diseño inteligente», consideran que la analogía del relojero constituye la prueba definitiva e irrefutable de la existencia de Dios. Desgraciadamente para ellos, hace muchos años que Darwin demostró que la complejidad y la apariencia de diseño en los seres vivos son el resultado de la selección natural, no de la acción divina.¹Como Dawkins expresó en uno de sus libros de divulgación científica, The Blind Watchmaker (El relojero ciego, RBA Coleccionables, 1993), «antes de Darwin no era posible ser un ateo intelectualmente completo». Pero Darwin nos proporcionó una alternativa convincente al «Dios lo hizo» con el que algunos resuelven sus dudas existenciales. Los creacionistas intentan forzar una disyuntiva falsa: si algo no ha sido diseñado debe ser resultado del azar y, como es altamente improbable que el azar pueda dar lugar a una cosa tan compleja como un ser vivo, necesariamente debe existir un diseñador/creador. Ningún biólogo en su sano juicio aceptaría el azar como solución a este dilema, pero la auténtica alternativa al azar no es el «diseño inteligente». Darwin introdujo una tercera vía: la extraordinaria complejidad de los seres vivos alimenta una ilusión de diseño deliberado, pero es en realidad fruto de un proceso de evolución acumulativa debida a la supervivencia diferencial (no aleatoria) de cambios hereditarios generados aleatoriamente. El argumento del diseño no funciona porque intenta explicar un suceso estadísticamente improbable (el intrincado diseño de los seres vivos) mediante un suceso aún más improbable (la existencia de un dios sobrenatural lo bastante complejo como para diseñar seres vivos). Sin embargo, ¿quién diseñó al diseñador? Para resolver el enigma necesitamos, utilizando la terminología del filósofo Daniel Dennett, una «grúa» que nos permita escalar en el espacio del diseño, desde el punto más simple hasta la exquisita complejidad biológica que observamos por todas partes. Y la evolución por selección natural no sólo es una solución ingeniosa, parsimoniosa y elegante al problema del diseño. Es la única alternativa plausible al azar que conocemos; la única grúa capaz de elevarnos, gradualmente o a pequeños saltos, hasta las alturas requeridas. La apariencia de diseño no es, por lo tanto, más que eso –mera apariencia–, y en las manos adecuadas el principal argumento de los creacionistas acaba convirtiéndose en la prueba más convincente de la improbabilidad de la existencia de Dios. La versión cósmica del argumento del diseño tiene origen en la observación que señala que el universo conocido parece estar delicadamente ajustado para permitir la existencia de vida (algunos añadirían «inteligente»). El astrofísico Martin Rees menciona seis constantes fundamentales que, si adoptaran valores ligeramente diferentes de sus valores actuales, darían lugar –por pequeña que fuera la diferencia– a un universo radicalmente diferente del que conocemos y, en cualquier caso, a un universo inhóspito e incapaz de albergar vida. Eso ha sido utilizado por algunos como demostración de que debe existir algún tipo de inteligencia sobrenatural responsable del ajuste, o incluso que el universo ha sido diseñado con el objetivo de generar observadores inteligentes. Hace unas cuantas décadas los cosmólogos formularon el principio antrópico² precisamente para recordar que nuestra propia existencia como observadores impone restricciones al tipo de universo que podemos observar. El principio antrópico no es, en sí mismo, una explicación, pero por lo menos debería mitigar nuestra sorpresa al ser informados de que las condiciones presentes ahora en la Tierra son especialmente adecuadas para la evolución de vida inteligente. Obviamente, ya que si no lo fueran, simplemente no estaríamos aquí divagando sobre este tipo de cuestiones… Es curioso que algunos defensores de la religión opinen que el principio antrópico avala su causa en favor de la existencia de Dios. En realidad, como aclara Dawkins, el principio antrópico es una alternativa al argumento del diseño. La teoría de la evolución explica el diseño y las adaptaciones de los organismos, pero tiene muy poco que decir sobre el origen del universo. Por este motivo hay un conflicto entre la teoría de la evolución y la versión organísmica del argumento del diseño, pero no así con su versión cósmica. Sin embargo, Dawkins se atreve a pronosticar que quizá en un futuro no muy lejano la cosmología encontrará un principio explicativo (universal) tan potente como la teoría de la evolución lo es para la biología. Además, añade Dawkins, es posible que dicho principio explicativo tenga mucho en común con la teoría darwiniana. Un subproducto accidental Si realmente en el fondo todo es una ficción, un espejismo, ¿por qué todas las culturas poseen algún tipo de religión, con sus rituales extravagantes y a menudo costosos en tiempo, energía e incluso vidas humanas? Hay diversas hipótesis que aspiran a explicar la ubicuidad de la religión. Algunas de ellas son claramente darwinistas y buscan el beneficio o beneficios que directa o indirectamente podrían haber obtenido aquellos de nuestros antepasados más proclives a la creencia en un Dios sobrenatural. Dawkins, sin embargo, opina que las creencias religiosas no son (ni han sido nunca) beneficiosas desde el punto de vista darwiniano. Según Dawkins, la religión no proporciona en sí misma ningún beneficio, sino que es un subproducto accidental (no adaptativo) de alguna otra característica que sí que tiene (o tuvo en algún momento de nuestra historia evolutiva) utilidad para nuestra supervivencia. La idea de la religión como subproducto accidental no es enteramente nueva, pero en manos de Dawkins da lugar a algunos de los pasajes más originales, sugerentes y entretenidos de todo el libro. Aunque parece más preocupado por el argumento general que por los detalles, Dawkins avanza la hipótesis de que la religión podría ser un subproducto accidental de la propensión psicológica que tienen los niños de nuestra especie a obedecer a sus mayores y a confiar en lo que les dicen. Los biólogos han descubierto que los animales a menudo se comportan de acuerdo con reglas heurísticas, que en inglés se denominan rules of thumb (“reglas del dedo pulgar”): recetas sencillas y de fácil aplicación que proporcionan soluciones aproximadas a problemas complejos y que orientan en la toma de decisiones. Muchos animales, por ejemplo, parecen seguir la regla de «en una situación de conflicto, cede ante un adversario que te supere en tamaño». Las reglas heurísticas también son importantes para el comportamiento humano. Una regla heurística que conocen todos los estudiantes de ciencias establece que para un gran número de reacciones químicas la velocidad de reacción se duplica por cada diez grados centígrados de incremento en la temperatura. Muchos refranes, proverbios y dichos populares, como «donde fueres, haz lo que vieres», son en realidad reglas heurísticas; el producto destilado, como decía Cervantes, «de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios». Las decisiones que los animales toman utilizando reglas heurísticas son las que, generalmente, mejor contribuyen a garantizarles la supervivencia y reproducción. Pero las reglas heurísticas que permiten resolver cómodamente problemas cotidianos son un arma de doble filo. Un macho que se apareja con la hembra más grande que puede conseguir generalmente obtiene una ventaja (las hembras grandes suelen ser más fecundas que las hembras pequeñas) pero corre el riesgo, si la zona en la que vive está ocupada por varias especies semejantes en apariencia pero de distinto tamaño, de elegir una hembra de una especie diferente de la suya. La selección natural ha dado lugar a niños cuyos cerebros muestran una tendencia a creer lo que les dicen sus padres, los ancianos de la tribu o cualquier otra figura de autoridad. La regla heurística que parecen seguir es «obedece a tus mayores y confía ciegamente en su palabra, especialmente cuando adoptan un tono solemne y amenazador». Esta credulidad es sin duda adaptativa porque permite que los niños eviten situaciones de riesgo. Pero la misma credulidad que favorece su supervivencia en determinadas circunstancias hace a los niños tremendamente vulnerables a la infección de sus cerebros por «virus mentales». La selección natural no diseña niños capaces de distinguir entre ideas buenas e ideas erróneas. Los niños no pueden saber que «no te acerques al fuego» es un buen consejo, pero que «sacrifica una cabra cada luna llena» es, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo (y de cabras). Hacemos un pobre servicio a los niños cuando les imponemos (nuestras) creencias religiosas a una edad en que sus cerebros son extremadamente vulnerables y no tienen defensa frente a ideas potencialmente perniciosas. Dawkins no tiene inconveniente en calificar la situación de «maltrato», «abusos infantiles» o «escándalo educativo». Aunque no tan ameno y elocuente como los libros que Dawkins ha dedicado a otros asuntos más terrenales, The God Delusion es un libro valiente, estimulante, inteligentemente construido e incluso divertido. Por ende, a pesar de sus muchos detractores, Dawkins escribe con claridad, elegancia y sentido del humor. No en vano es, además de uno de los intelectuales más destacados de nuestro tiempo, un excelente y experimentado escritor. Algunos le han acusado de defender el ateísmo con la misma pasión fundamentalista que desarrollan los fanáticos religiosos que critica en su libro. Pero Dawkins es apasionado porque la evidencia es meridianamente clara, mientras que los fundamentalistas religiosos suelen ser apasionados precisamente por el motivo opuesto (porque lo han leído en un libro). The God Delusion es, en definitiva, un libro que difícilmente podrá dejar indiferente a ningún lector. Convencerá a algunos, ofenderá a muchos, pero merece ser leído. Como algún comentarista excesivamente entusiasta ha señalado, «si este libro no cambia el mundo, ¡estamos jodidos!» 1. Aunque los filósofos consideran que fue Hume quien demostró que el argumento del diseño no es válido, los biólogos, atribuyen este mérito a Darwin. (Volver al texto) Enrique Font. Institut Cavanilles de Biodiversitat i Biologia Evolutiva. Universitat de València. |
«El biólogo evolucionista Richard Dawkins ofrece un potente y bien articulado alegato en contra de la fe religiosa»
«La tesis central de El espejismo de Dios es que la idea de un dios sobrenatural es una mentira, un producto de la imaginación»
«Dawkins describe el Dios del Antiguo Testamento como un personaje misógino, celoso, homófobo, vengativo, racista…»
«Según Dawkins, ciencia y religión aspiran en realidad a contestar las mismas preguntas: el origen del universo y el significado de la vida»
«Lo que verdaderamente interesa no es si podemos demostrar que Dios no existe sino si la existencia de dios es probable»
«The God Delusion es un libro valiente, estimulante, inteligentemente construido e incluso divertido» |