El paisaje ideológico: la huerta, la globalización y la modernidad valenciana. Una mirada norteamericana
Para mis ojos de geógrafo norteamericano, el paisaje urbano de la ciudad de Valencia presenta una imagen inolvidable. A la sombra de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, de los rascacielos hipermodernos que surgen de su entorno, todavía crecen los cultivos de la huerta. Las aguas de acequias milenarias fluyen ante el puerto y los barcos que circunnavegan el mundo. En este margen urbano, observamos el choque emblemático de nuestra época: la escala global y local mezcladas con esmero. Y aquí, la escala de la vida agrícola retrocede ante los monumentos de la modernidad valenciana. La transformación parece inevitable. Tanto o más que la globalización.
«Debemos definir nuestra modernidad y no dejar que la ideología de lo moderno nos defina»
¿Cómo podemos abordar los procesos de transformación que nos rodean? Esta pregunta ha motivado mis propios estudios sobre la política urbanística aquí, en la ciudad de Valencia. La comunidad intelectual valenciana y sus homólogos internacionales nos ofrecen una variedad de perspectivas. Las aportaciones de algunos de los cerebros valencianos más lúcidos nos permitirán comprender mejor los problemas de la huerta ante los cambios supralocales. Esta globalización es tratada por la literatura geográfica internacional sobre todo como un cambio de escala: la transformación económica se acompaña de un proceso simultáneo de “re-escalar” los espacios políticos y culturales. En esta dinámica, los nuevos gobiernos regionales destacan por ser agentes importantes en la búsqueda de estructuras territoriales más eficaces para competir económicamente. En definitiva, actúan como empresarios, procurando atraer capital y gente con el instrumento que tienen a su disposición: la planificación del espacio urbano, de las infraestructuras.
La pérdida cada vez más sangrante de huerta entre el centro histórico de Valencia y el puerto no refleja ningún descontrol urbanístico, ni, solamente, una operación de especulación del suelo. Es más bien el resultado de un esfuerzo planificado por la administración de reestructurar el espacio local para conectar mejor Valencia con los flujos globales de gente, de mercancías y de capital. Eso explica mucho. Sin embargo, hay un aspecto importante de esta planificación que no han tratado la mayoría de las teorías, ni tampoco suele aparecer en la mayoría de debates: la política simbólica, discursiva, del paisaje.
El espacio urbano puede ser tan ideológico como económico. Pero ¿qué ideología? Los discursos de modernidad tienen una fuerza estructurante innegable en los debates sobre Valencia y su futuro urbano. Pero es necesario decir que la modernidad no es más que una abstracción. Quiero decir que proyectos llamados “faraónicos” no reflejan necesariamente la modernidad valenciana, sino que son una visión administrativa, política, gubernamental, de lo que es (y no es) la modernidad. Y han tenido éxito, como símbolos inscritos en el propio paisaje, al adquirir un protagonismo indudable en el proceso de definición económico y cultural de lo que Valencia debería ser. Hemos llegado así a un discurso polarizado, donde sólo hay sitio para dos cosas: lo moderno y lo no moderno. Los grandes proyectos públicos, como los puentes hacia la escala de la economía global, han tenido la virtud de capturar, de apropiarse, del papel simbólico de la modernidad. Lo que queda, la huerta y muchos de sus defensores, se han tenido que conformar con la política de la melancolía y la tradición. Es decir, la escala local. Contrapuestos así, la huerta siempre perderá terreno.
Pero la globalización, a pesar de ser un proceso estructural dirigido y con finalidades económicas, no tiene nada de inevitable. Eso también pasa con la transformación de la huerta. Nuestros gobiernos tienen un papel como planificadores –espaciales e ideológicos–, de las escalas del futuro globalizado. Vicenç Rosselló ha preguntado: “¿Es la huerta de la Punta una víctima del mito del progreso?” Juan Olmos y Vicent Torres han preguntado al respecto de la misma huerta: “¿Es una víctima del mito de las infraestructuras?” Pregunto yo también: ¿puede ser que la huerta sea víctima de la infraestructura paisajística del mito de la modernidad? Como ciudadanos, debemos definir nuestra modernidad y no dejar que la ideología de lo moderno nos defina. Debemos definirla en el paisaje mismo.
Espero sinceramente que haya una escala propia para una huerta sostenible en el paisaje y en el discurso de cualquier modernidad valenciana.