En el ámbito de las ciencias humanas, y en los últimos treinta años, se ha ido abriendo paso lentamente, pero de manera firme, una nueva disciplina que se ha dado en llamar humanidades digitales. De antemano parecería que los conceptos de humanidades y tecnologías digitales casan mal, y precisamente es este prejuicio el que ha hecho que en el mundo académico su aceptación haya sido paulatina en España. Pero hoy existen másteres, cursos especializados, e incluso grados que incluyen materias relacionadas con ella. Algunas universidades españolas han sido pioneras en propiciar la convergencia entre disciplinas humanísticas y tecnológicas, a partir de la creación de laboratorios e infraestructuras que activan y potencian la interdisciplinariedad. En 2012 se fundó la Asociación Internacional de Humanidades Digitales Hispánicas, que organiza un congreso bienal y diferentes actividades de difusión y reconocimiento de la investigación en esta nueva área, como es la entrega, en colaboración con la Fundación BBVA, del premio a la mejor tesis doctoral en humanidades digitales.
Las preguntas de investigación que se plantean desde esta nueva disciplina no son necesariamente nuevas, y continúan teniendo por objeto el estudio de la interacción del ser humano con la cultura y el medio, y los procesos, las transformaciones y productos que esa interrelación genera. Pero las herramientas digitales aportan nuevas maneras de almacenar los datos, de abordarlos, de organizarlos, de relacionarlos y de visualizarlos, lo que permite dar respuestas a partir de una cantidad de información y con una capacidad de asociación entre ellos imposibles de alcanzar por medios tradicionales y en tiempo tan breve. Solo por sí mismo, el tratamiento digital de fondos de archivos, bibliotecas o museos, que continúa aumentando día a día, ha supuesto una revolución que ha permitido a investigadores e investigadoras establecer nuevas conexiones y relaciones entre datos y objetos. Por otro lado, el procesamiento informático de los textos, a través de la marcación de los diferentes elementos de significado y estructura que lo componen, ha permitido la creación de grandes corpus lingüísticos y bibliotecas de textos literarios cuyo etiquetado favorece la extracción de datos y la resolución de problemas de una manera ampliamente fundamentada. La inteligencia artificial aplicada, por ejemplo, a la transcripción de música o a la lectura automatizada de textos, no solo impresos, también manuscritos y de diferentes épocas, abre puertas a un patrimonio que muchas veces corre el peligro de quedar oculto por las dinámicas de una sociedad cada vez más acelerada. Una aceleración que afecta también a los tiempos de desarrollo de la carrera investigadora. La aplicación de técnicas de escaneado, de modelado o de impresión 3D facilitan, por ejemplo, la recuperación y el estudio del patrimonio artístico en nuevos formatos.
Este número monográfico nos acerca a algunas de las posibilidades que el hermanamiento entre tecnologías y humanidades ha abierto, pero, al mismo tiempo, nos invita a la reflexión crítica sobre su alcance en el tiempo, que exige un compromiso de las instituciones con su preservación.
