La ciencia y la ideología política

El ejemplo de la Alemania nazi

DOI: 10.7203/metode.10.13657

Aunque el marco básico de la ideología nazi y de sus políticas antisemitas no estaba fundamentado en la ciencia, los científicos no solo les apoyaron de varias maneras, sino que aprovecharon la oportunidad que les ofrecían para, por ejemplo, experimentar de forma poco ética con humanos. Sin embargo, la complicidad de los científicos con la ideología y la política nazi no implica que todas las ciencias de la Alemania nazi estuvieran ideológicamente contaminadas. En este artículo sostengo que, pese a que algunas disciplinas continuaron a un gran nivel, lo que afectó de manera más negativa a la ciencia de la Alemania nazi no fue la imposición de la ideología nazi en el proceso científico, sino la aprobación de medidas legales para ejecutar la expulsión de los científicos judíos. El antisemitismo de los jóvenes académicos y estudiantes fue especialmente agresivo. Además, en este documento muestro que los científicos apoyaron las ideologías y las políticas nazis no solo mediante lo que se conoce como ciencia reduccionista, con áreas como la eugenesia o la higiene racial, sino también promoviendo ideologías organicistas y holísticas sobre el estado racial. 

Palabras clave: antisemitismo académico, ecología y holismo en la Alemania nazi, ciencia y valores. 

Introducción

En las últimas décadas hemos vivido un fuerte resurgimiento del antisemitismo y el racismo en los países occidentales, impulsado, entre otras cosas, por la llegada de un gran número de refugiados y otros migrantes no europeos a Europa. El ultranacionalismo, el racismo y la homofobia prevalentes en la extrema derecha recuerdan a la ideología nazi (y a otras ideologías fascistas). Sin embargo, el creciente antisemitismo, a veces redactado en términos de antisionismo y prevalente en las organizaciones izquierdistas, también plantea interrogantes sobre sus orígenes ideológicos. 

Una retrospectiva continua sobre la complicada relación entre la ciencia y las ideologías nazis y antisemitas muestra que, i) pese a que la naturaleza de estas ideologías no era científica, a menudo recibían el apoyo de científicos que violaban las normas éticas existentes; ii) este hecho no implica que todas las ciencias estén en todo momento politizadas o que sean inseparables de la ideología; iii) combatir estas ideologías hoy en día no debería ser una cuestión de cambiar los principios científicos, sino de incidir sobre ellos y sobre su implementación en nuestra sociedad al completo.

La ciencia y la ideología de la Alemania nazi

En 1941 Sir Richard Gregory, exeditor de Nature, señaló el peligro de fundamentar los procesos científicos en principios que no lo son: «Convertir la raza, las convicciones políticas o la fe religiosa en barreras para la búsqueda de conocimiento natural implica que la ciencia de la Alemania nazi pierde su alma con el propósito de obtener el mundo» (citado en Deichmann, 2000). Seis años después, Max Delbrück, un físico y genetista alemán que entonces residía en los Estados Unidos, estaba preparando una visita a Alemania. El genetista americano Hermann Muller le pidió que averiguara qué genetistas alemanes no habían ayudado voluntariamente al régimen nazi en ningún momento. Esta información, sugirió, «sería muy útil para nuestro Comité de Ayuda a los Genetistas en el Extranjero, porque muchos de sus miembros […] no quieren que se utilice su dinero para ayudar a gente que haya participado en la prostitución de la ciencia o en el movimiento que podría haber destruido los valores que debería representar la civilización» (Deichmann, 1996, p. 312).

Muller y Gregory respondían de esta forma a la existencia de un ethos científico que había sido violado por los científicos de la Alemania nazi. Pensaban que la ciencia no está, ni debería estar, influida ideológicamente, sino que debería proceder de acuerdo a sus propias normas y preceptos; por lo tanto, el apoyo ideológico y práctico de los científicos a la política racial nazi se podría calificar de prostitución. También consideraban la universalidad, es decir, la independencia de cualquier afiliación nacional o étnica, un principio científico fundamental. 

«Los científicos de la Alemania nazi violaron los principios éticos existentes y apoyaron los objectivos racistas e imperialistas nazis de múltiples maneras»

Aunque puedan parecer idealistas a día de hoy, estos puntos de vista están relacionados con principios que, junto a metodologías y epistemologías especiales, han permitido que la ciencia se convierta en la autoridad del conocimiento, muy superior y más fiable que la generada por cualquier otra actividad humana. El hecho de que, a lo largo de los siglos, los científicos, particularmente en los regímenes totalitarios, no se ajustaran exclusivamente a principios científicos, sino que fueran influidos también por las ideologías imperantes, no ha impedido la generación de un creciente cuerpo de conocimientos científicos universales y bien fundamentados. El descubrimiento de la fisión nuclear y la síntesis de los gases nerviosos tabún y sarín en la Alemania nazi son ejemplos del potencial de las actividades científicas también en los regímenes totalitarios. Por esta razón, la tendencia actual de considerar que todas las ciencias están arraigadas en la ideología política y de negar su estatus privilegiado como generadoras de conocimiento es peligrosa. Relativiza el poder real de los resultados científicos en manos de ingenieros y políticos, especialmente en regímenes inhumanos, y exculpa a los científicos que apoyan voluntariamente ideologías y prácticas inmorales con su trabajo y prestigio. 

Como se ha documentado ampliamente, los científicos de la Alemania nazi, a menudo sin presión política, violaron los principios éticos existentes y apoyaron los objetivos racistas e imperialistas nazis de múltiples maneras, por ejemplo como mejoradores de plantas que perseguían el desarrollo de variedades de cultivos que se adaptasen a las condiciones de los territorios ocupados en el «Este» (en Polonia o la Unión Soviética); psiquiatras que decidieron asesinar a pacientes por medio de la eutanasia; antropólogos que se pronunciaron como expertos en materia de pertenencia a grupos «raciales» en el marco de la Ley de Núremberg (en muchos casos basándose solo en fotografías de los presuntos padres); químicos que realizaban investigaciones con aplicaciones bélicas, entre ellas la guerra química; y doctores que llevaban a cabo experimentos, con frecuencia fatales, sobre los reclusos en los campos de concentración, con el propósito de aportar nuevos tratamientos o vacunas a sus militares, por mencionar solo algunos de los ejemplos. 

Sin embargo, el hecho de que muchos científicos apoyaran las ideologías y políticas nazis no significa que las crearan ellos mismos. Por lo tanto, aunque medidas individuales como la esterilización forzada de los «no aptos genéticamente» estaban basadas en la ciencia, los marcos racistas y antisemitas de la ideología y la práctica nazis ciertamente no lo estaban. Pero la ley de esterilización eugenésica, aunque fuera extrema en su aplicación en comparación con leyes similares en otros países, incluyendo los Estados Unidos, no estaba dirigida a razas particulares, y no era, como afirmaba, por ejemplo, el historiador Robert W. Sussman (2014), la razón de ser de la deportación y el exterminio de los judíos.

camp Auschwitz-Birkenau

Aunque medidas individuales como la esterilización forzada de los «no aptos genéticamente» estaban basadas en la ciencia, los marcos racistas y antisemitas de la ideología y la práctica nazis ciertamente no lo estaban. Por lo tanto, no podemos buscar la lógica científica de la deportación y el exterminio de los judíos en la ideología y las políticas nazis. La fotografía muestra las colas de judíos esperando para la selección en el andén del campo de Auschwitz-Birkenau en mayo de 1944. / United States Holocaust Memorial Museum, cortesia de Yad Vashem (domini públic)

El pensamiento de los principales ideólogos del partido nazi estaba fuertemente influido por el movimiento Volkish, que, tras los escritos del filósofo Johann Gottlieb Fichte y de otros autores del siglo xix, promovió la idea del Volk (“pueblo”) como una unidad orgánica. No basaron su virulento antisemitismo y racismo en conceptos antropológicos. En la era nazi, diferentes grupos de ideólogos y políticos del partido, como el ministro de Agricultura Walther Darré, uno de los ideólogos del concepto de «sangre y tierra», o el fundador del periódico antisemita radical Der Stürmer, Julius Streicher, tenían diferentes concepciones de raza y de los cambios raciales en la evolución de los seres humanos que nunca llegaron a ser vinculantes desde el punto de vista científico (véase Deichmann, 1996, pp. 251–276; Wetzell, 2017), y los antropólogos no hablaban de una raza judía o «aria» en sus publicaciones científicas (Hutton, 2005, p. 48, pp. 80–100). Pero los científicos se convirtieron en cómplices de la política racial nazi. Según las palabras de Benno Müller-Hill sobre los genetistas humanos, «tuvieron que aceptar y apoyar el violento antisemitismo de los nazis para ser recompensados con cargos y con un amplio apoyo a la investigación sobre las enfermedades hereditarias. Y lo hicieron» (Müller-Hill, 1988). 

La ideología racial nazi afectó a la ciencia alemana de muchas maneras diferentes. Su impacto más negativo para el desarrollo de la ciencia fue el despido y la emigración forzada de científicos y académicos judíos. 

El impacto de la expulsión de los científicos judíos

La purga de todos los científicos judíos o descendientes de judíos de las universidades alemanas, una de las primeras medidas antisemitas, se basó en leyes y decretos, especialmente en la Ley para la Restauración de la Función Pública del 7 de abril de 1933. Se identificó a los judíos por la afiliación religiosa de sus abuelos; la categoría Misch­ling (“mestizo”) incluía a todos aquellos que tuvieran al menos un abuelo judío, lo cual era razón suficiente para el despido. 

«Los ideólogos del partido nazi intentaron reemplazar el internacionalismo científico con la ideología nacionalista de que la ciencia era también producto de la sangre»

Esta purga tuvo consecuencias de largo alcance para muchas disciplinas científicas (Bergmann, Epple y Ungar, 2012; Deichmann, 1996, 1999, 2001). Tras la emancipación legal de los judíos en Alemania en 1870, se admitió a científicos y eruditos judíos en cargos académicos y algunos se convirtieron en figuras importantes de campos como la bioquímica, la química, las matemáticas, los clásicos y el derecho. Las razones de su participación científica desproporcionadamente elevada e incluso de su desigual distribución y éxito en diferentes áreas se han analizado en otros estudios (Charpa y Deichmann, 2007). Baste decir que, debido a la extraordinaria y desigual participación de los científicos judíos en diferentes áreas, las leyes antisemitas tuvieron un efecto severo en la investigación y la enseñanza en general y en algunos campos en particular. Con un 25 % de despidos y emigraciones entre los profesores e investigadores universitarios en los Institutos Kaiser Wilhelm, la química se vio fuertemente afectada; entre las subdisciplinas de la química, la química física sufrió las pérdidas más considerables (36 %) (Deichmann, 1999, 2001). Tanto la bioquímica como las matemáticas sufrieron pérdidas de alrededor del 33 % (Bergmann et al., 2012; Deichmann, 1999, 2001), mientras que la biología (zoología, botánica y genética no humana) se vio menos afectada (8 %). El impacto en la física estaba en algún punto entre esos extremos, pero no tenemos cifras concretas. Después de las matemáticas, la bioquímica alemana fue la que más investigadores importantes perdió, entre ellos varios ganadores presentes y futuros del Premio Nobel. 

Esta pérdida es una razón importante para el declive de la anteriormente famosa bioquímica alemana y también contribuyó a retrasar el inicio de la biología molecular en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Los importantes logros científicos de muchos de los emigrados contribuyeron a mejorar los estándares científicos de los países que les refugiaron, en particular los Estados Unidos, el Reino Unido y Turquía, como expresó el bioquímico de la Universidad de Harvard Eugene Kennedy (2001, p. 42619): «Antes de la Segunda Guerra Mundial, la bioquímica en los Estados Unidos tenía un fuerte sabor a química clínica. […] Los estudiantes americanos tenían que ir a Alemania o a Inglaterra para practicar lo que se acabó llamando aspectos dinámicos de la bioquímica. Después de la guerra, el flujo de estudiantes se invirtió en gran medida. Esta transformación fue en gran medida el resultado de nuevas perspectivas y enfoques llevados a los Estados Unidos por científicos inmigrantes». 

Uno de los fenómenos académicos más notables en 1933 era que las políticas nazis más severas con la ciencia –como la expulsión de los científicos judíos– se llevaron a cabo con un mayor nivel de silencio y a menudo con el consenso de los colegas no judíos. Pese al hecho de que la mayoría de los judíos se identificaban con la nación y la cultura alemanas, no solo no hubo protestas públicas, sino que tampoco hubo muchas protestas privadas ni muestras de compasión. 

Walther Darré

Varios grupos de ideólogos y políticos del partido nazi –por ejemplo el ministro de Agricultura Walther Darré, ideólogo del concepto de «sangre y tierra»– tenían concepciones diferentes de raza y cambio racial en la evolución humana que nunca llegaron a ser científicamente vinculantes. En la fotografía, Darré dando un discurso en un mitin en Goslar, con el lema «Blut und Boden» (“sangre y tierra”) de fondo./ Bundesarchiv, Bild 183-H1215-503-009 / CC-BY-SA 3.0

En otros artículos he ofrecido algunas posibles razones para este silencio y esta falta de solidaridad, como la obediencia a la ley (los despidos fueron ordenados por ley, y la mayoría de científicos alemanes eran funcionarios obligados a seguirla), el beneficio propio (puesto que la mayoría de las vacantes se cubrieron rápidamente por personal más joven, a menudo miembros de las organizaciones nazis) y el antisemitismo (Deichmann, 1999, 2001). Aunque el personal académico no era abiertamente antisemita antes de 1933 y en muchos casos los científicos judíos tenían relaciones de amistad con colegas no judíos, ya existía un virulento antisemitismo, prevalente entre el personal más joven y particularmente entre los estudiantes, desde los años veinte. Los estudiantes y sus organizaciones eran los representantes de la «revolución nacionalsocialista» –un término oficial en aquel momento– en las universidades. Identificaron a los estudiantes de posgrado judíos a quienes los profesores habían permitido completar el doctorado, o a los profesores judíos a los que se había permitido mantener su trabajo (hasta 1935) por ser veteranos de guerra que habían luchado en primera línea, e hicieron campaña pidiendo que los despidieran. Observando el actual auge del antisemitismo en todo el mundo, incluso en el ámbito académico, resulta notable que la mayoría de campañas e incidentes antisemitas en las universidades europeas y norteamericanas también llegan de la mano de los estudiantes y sus organizaciones. Aunque las razones actuales son ciertamente diferentes de las que impulsaron el antisemitismo en la década de 1930, es importante recordar sus devastadoras consecuencias. 

La aparición de la «ecología política»

Los fundamentos de las políticas antijudías y de la persecución de otras personas que no se consideraban aptas de acuerdo a la noción de una raza alemana sana, como los gitanos y los homosexuales, se incrustaron en la ideología de la integridad y en el ultranacionalismo prevalente entre los principales ideólogos del partido nazi. Intentaron reemplazar el internacionalismo científico, entendido como la manifestación de formas de pensar antiguas, liberales y judías, con la ideología nacionalista de que la ciencia era también producto de la sangre; es decir, que la ciencia alemana era diferente de la ciencia judía. Como es bien sabido, esta ideología proporcionó durante algunos años un nicho para el movimiento de la «física alemana» o «física aria» que lanzaron en los años veinte dos premios Nobel de Física, Philipp Lenard y Johannes Stark. El movimiento rechazaba el alto nivel de abstracción y matemática de la física teórica y la teoría de la relatividad como resultado del modo de pensamiento judío, que contrastaban con la forma visualizable (anschaulich) y pragmática del pensamiento alemán. Ganó apoyos sobre todo entre los docentes jóvenes y los representantes del movimiento estudiantil nazi (Beyerchen, 1977). No obstante, perdió su poder a los pocos años y en los años cuarenta el partido nazi restauró oficialmente la reputación de la física teórica. 

Este movimiento y algunos otros intentos de transformar ideológicamente la ciencia no tuvieron éxito en su intento de cambiar por la fuerza el contenido de la mayoría de la investigación básica. A diferencia de la URSS, bajo las órdenes de Lysenko, donde varias ciencias, en particular la genética, se suprimieron ­durante décadas y donde los científicos disidentes fueron perseguidos y asesinados (véase, por ejemplo, Joravsky, 1970).

La ideología de la «integridad», sin embargo, fue promovida por biólogos que politizaron voluntariamente la retórica de su disciplina, en parte por razones oportunistas y en parte porque creían en esa ideología. La ecología es uno de estos casos. 

La politización de la ecología en Alemania empezó ya en los años veinte, cuando conceptos teleológicos y organísmicos –basados en la idea de que un entorno específico determina una biocenosis específica, que se comporta como un organismo por derecho propio– pronto se impusieron a los conceptos individualistas. Según estos últimos, no hay unidades organísmicas por encima de los organismos, solo asociaciones más o menos fortuitas. El concepto organísmico de la ecología se relacionaba de forma estrecha con el holismo, un concepto filosófico marginal creado por el sudafricano J. C. Smuts acompañado habitualmente por el conservadurismo político. Esto es cierto no solo para los ecólogos alemanes sino también los de otros países, especialmente los Estados Unidos (Trepl, 1987, p. 148). 

Konrad Bloch i Fritz Lipmann

La bioquímica alemana perdió a sus investigadores más importantes debido a la expulsión de científicos judíos del país. En las fotografías, los bioquímicos Konrad Bloch (izquierda) en 1964, el año que recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, y Fritz Lipmann (derecha), que recibió el Premio Nobel en 1953. Ambos fueron expulsados de Alemania por el régimen nazi. / Smithsonian Institution Libraries

El völkische Bewegung (“movimiento völkisch”)  fue otra razón para la politización de la ecología. Una de estas organizaciones nacionalistas (Artamen) había desarrollado en los años veinte el concepto de «sangre y tierra» (Bramwell, 1985), un concepto antisemita y antieslavo que originalmente intentaba mantener la población rural alemana y evitar que los inmigrantes polacos trabajaran en las granjas alemanas. Más tarde lo adoptaron Heinrich Himmler y las SS, pretendiendo «solucionar la cuestión judía» mediante el asesinato de todos los judíos europeos y la expulsión de millones de europeos del este de sus hogares. 

Las actividades del entomólogo Karl Friederichs, que desde los años veinte había desarrollado conceptos ecológicos teóricos centrándose en la autorregulación de un sistema ecológico que logra alcanzar el equilibrio biocenótico, demuestra claramente la politización de la ecología. En 1934 incidió en su idea de procesos teleológicos orientados que conducen a la preservación de una norma en la naturaleza, todavía de manera no política, aunque las alusiones políticas son evidentes. En cuanto al holista Adolf Meyer, este afirmó que el «pensamiento teleológico» era un prerrequisito para «entender el organismo y su entorno como un todo vivo y armonioso». Por lo tanto, la ecología era un camino «hacia una visión total del mundo, una visión del mundo en la que todo se relaciona con todo lo demás; todo, de forma directa o indirecta, afecta a todo lo demás, y donde todo está a la vez en movimiento y en un proceso de transformación» (Friederichs, 1934).

Tres años después, Friederichs declaró de forma explícita su intento de «extender el pensamiento ecológico» como contribución a la ideología y la política nazis: «Este esfuerzo del ecólogo para extender la consciencia de la naturaleza entre la población sería inútil si no estuviera enteramente de acuerdo con la corriente de los tiempos, especialmente en términos políticos» (Friederichs, 1937, p. 86). Afirmó (sin citar la fuente) que Hitler había dicho que el hombre nunca debería creer que se había convertido en el amo de la naturaleza, sino que debía entender la necesidad de los procesos en la naturaleza. Friederichs lo resumió de forma sucinta: «La ecología es la doctrina de la sangre y la tierra» (Friederichs, 1937, p. 91). 

«La politización de la ecología en Alemania empezó ya en los años veinte, cuando conceptos teleológicos y organísmicos pronto se impusieron a los conceptos individualistas»

Otros biólogos, en particular el zoólogo Hermann Weber, repitieron esta idea de una ecología y una biología políticas. Según Weber, una nueva era había comenzado en la que la biología se había convertido en una ciencia decisiva (Weber, 1935). «Para nosotros los alemanes», dijo, «la velocidad y la dirección del camino hacia la nueva era están determinadas por el movimiento de Adolf Hitler». Consideraba la biología no solo como parte esencial de la nueva era. Afirmaba que «para nosotros los alemanes también es el fundamento de una nueva actitud política». La biología, concluía Weber, enseña a todo el mundo «que debemos entender la vida en una comunidad como algo organísmico y holístico». En un sentido más alto y novedoso, la biología se ha convertido en «una ciencia política» (Weber, 1935). En 1942, cuando las deportaciones de judíos eran evidentes para todo el mundo, Weber equiparó los conceptos biológicos de «organismo y entorno» con los de «sangre y tierra» en la política (Weber, 1942).

Los resultados de la «política de sangre y tierra» son bien conocidos. Como se ha indicado anteriormente, los conceptos de unidad, integridad y organicismo fueron centrales para la ideología racial nazi. El jefe de la Oficina de Políticas Raciales del NSDAP, Walter Gross, señaló en 1936: «La idea básica de política racial surge de la conciencia de unidad e integridad de la vida. Esta afirmación de totalidad cubre el espacio entre la materia y el espíritu, y suprime al mismo tiempo la idea de este dualismo. […] Por ello, la doctrina racial no aparece como parte de otra ciencia, sino que abraza la integridad de la vida; nunca se queda en lo particular, sino que crea a partir de sí misma una visión total del mundo, obligatoria para el fin último de todo nacionalsocialista» (Deichmann, 2004). La unidad y la integridad del pueblo alemán requerían la exclusión de todo lo que se considerara una raza extranjera, especialmente los judíos, y de quienes sufrieran enfermedades hereditarias. Por lo tanto, los conceptos de integridad y organicismo en la Alemania nazi estaban estrechamente relacionados con la idea de «limpiarla» de gente indeseable, primero negándoles derechos básicos y más adelante eliminándolos. 

 Konrad Lorenz

En 1973 Konrad Lorenz recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina. Durante los años cuarenta, Lorenz había sido miembro de la Oficina de Políticas Raciales del partido nazi y había defendido una «política racial con base científica» para erradicar los elementos inferiores de la sociedad. En la imagen, Konrad Lorenz en una fotografía de 1940 en la que aparece luciendo la insignia nazi en la solapa. / Geheimes Staatsarchiv Preußischer Kulturbesitz, Berlin

Cuando, a partir de la década de los ochenta, los académicos y los movimientos sociales comenzaron a reflexionar de manera crítica sobre la complicidad de los científicos con las atrocidades raciales de los nazis en Alemania y en otros lugares, se criticó severamente el reduccionismo y a los genetistas, mientras que la cercanía de las ideologías de organicismo y holismo a la ideología racial era anatema para la mayoría de movimientos y comentaristas. El movimiento medioambiental de Alemania occidental en los años ochenta utilizó la nueva edición de 1959 del libro de Karl Friederichs (publicado originalmente en 1937) para apoyar esta llamada a la ecología como ciencia natural unificadora (no interdisciplinaria) en la que se basaría el desarrollo de una nueva era científica que debería reemplazar la era de la ciencia reduccionista causal (Trepl, 1987, p. 17). Según el científico político y escritor Peter Cornelius Mayer-Tasch (1985, p. 9), «la ecología política [muy probablemente] se convertirá en la guía del postmodernismo de manera similar a como el cientifismo ilustrado ha sido la guía del modernismo y la teología lo fue de la edad media». Ni Mayer-Tasch ni ningún otro de los promotores de una ecología política mencionaron la existencia de una ecología política en los años treinta y cuarenta. De igual modo, aunque durante los años cuarenta el etólogo Konrad Lorenz, miembro de la Oficina de Políticas Raciales del NSDAP, había demandado una «política racial con base científica» que erradicase a los elementos inferiores de la sociedad (Deichmann, 1996, pp. 187–191), fue célebre entre los representantes de los movimientos ecologistas de Alemania y Austria en los años setenta como uno de sus mentores en cuestiones de preservación de la naturaleza y protección de la vida. En su libro Die acht Todsünden der zivilisierten Menschheit, publicado en 1973 y traducido al español años después como Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada, Lorenz no menciona el holocausto, lo que llevó al científico social estadounidense Donald Campbell a comentar que «aunque las armas nucleares están en su lista de pecados capitales, el nacionalismo genocida ya era el pecado capital número uno incluso antes de las bombas atómicas y las bombas de hidrógeno» (Evans, 1975, p. 1069).

La idea de una racionalidad científica moderna que sustituya cada vez más al conocimiento y los mitos populares se basa en la distinción entre hechos y valores y, en esencia y de manera ideal, en la independencia de las corrientes políticas. La indiferencia acerca de esta distinción llevó a los científicos a promover la idea de ecología política y a etiquetar como inferiores o superiores a individuos con enfermedades o rasgos hereditarios supuestos o reales. Evaluaciones como estas no son científicas, sino que son el resultado de una ideología. Una de las peores prostituciones de la biología al servicio de la política racial nazi del momento fue la petición del futuro premio Nobel Konrad Lorenz entre 1940 y 1943 de una «política racial con base científica» para erradicar a los elementos inferiores de la sociedad. 

Un estudio histórico muestra que cada generación tiende a olvidar aquellas acciones de sus antepasados que no encajan con las perspectivas prevalentes. En el contexto de nuestros propios tiempos, la reaparición de la nación estado y el declive de un orden internacional liberal, reforzado por la desinformación y las doctrinas nacionalistas, ya están socavando la neutralidad de valores en pos del conocimiento. Nos conviene recordar que las posturas y acciones anticientíficas o excesivamente escépticas que estas cuestiones fomentan no conducen a una ciencia mejor ni más ética. Por el contrario, contribuyen a la irracionalidad y a actitudes de posverdad y alimentan los peligros para la ciencia y la humanidad que estas conllevan. 

REFERENCIAS

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© Mètode 2019 - 102. Ciencia y nazismo - Volumen 3 (2019)
Directora del Centro Jacques Loeb para la Historia y la Filosofía de las Ciencias de la Vida de la Universidad Ben-Gurión del Néguev (Israel) y profesora adjunta en la misma universidad, así como en la Universidad de Colonia (Alemania). Su investigación se centra en el origen y el cambio de conceptos en la biología moderna y en el impacto de diversas ideologías en la ciencia. Algunas de sus publicaciones recientes incluyen: Epigenetics: The origin and evolution of a fashionable topic y Biologists under Hitler. Ha recibido varios premios por su trabajo, como el Premio Ladislaus Laszt de la Universidad de Ben-Gurión y la Medalla Gmelin Beilstein de la Sociedad Química Alemana. [email protected]