Classified Emotions. Darwin and Le Brun.
One of the bibliographic sources used by Darwin when writing The Expression of the Emotions in Man and Animals (1872) was the text and images of the «Conference on the expression of passions» given by Charles Le Brun, First Painter to King Louis XIV of France, in 1668. Darwin used the morphological descriptions of Le Brun, but discarded the physiological explanations, which were fully based on Descartes theories. Although these explanations seem nonsensical today, or in Darwin’s time, they reflect the great effort Le Brun made to demonstrate the existence of semiotics of the soul.
Charles Darwin era un hombre meticuloso en el análisis de los antecedentes de sus investigaciones. Estudiaba con mucho cuidado las fuentes de información y a partir de esta base planteaba su discurso, a menudo demoledor. En su obra The expression of the emotions in man and animals (1872) comenta una docena larga de autores, desde Charles Le Brun y sus Conférences sur l’expression des passions, de finales del siglo XVII, y Petrus Camper con sus Discursos sobre anatomía comparada, de mediados del siglo XVIII, hasta sus contemporáneos Guillaume Duchenne de Boulogne, que analizó los movimientos de los músculos del rostro mediante la electricidad (1862) o Charles Bell, con sus contribuciones a la anatomía de la expresión (1806-1844).
De todas las fuentes, sin embargo, la de Charles Le Brun resulta particularmente singular, tanto por ser muy anterior en el tiempo –la conferencia que interesó a Darwin fue impartida en 1668– como por la personalidad del autor.
Charles Le Brun, primer pintor de Lluís XIV
El siglo XVII fue clave en la historia de la cultura francesa. Fue el siglo de Luis XIV, el rey Sol, que gastó una fortuna inmensa para fabricar una monarquía absoluta y glorificarla. Entre otros colaboradores, precisó de un pintor al servicio estricto de estos objetivos, y Charles Le Brun (1619-1690) le vino como anillo al dedo. Poseía un talento extraordinario, tanto artístico como organizador, y como primer pintor de Luis XIV y director de la Academia de Pintura y Escultura, fue el artífice o el supervisor de casi todas las producciones pictóricas encargadas por el gobierno real, entre las que destacan las del Palacio de Versalles.
«Lo que perseguía Le Brun era establecer un catálogo de las pasiones, definirlas morfológicamente y explicar cómo se deben dibujar»
Le Brun, sin embargo, no se conformaba con reproducir unos modelos sobre un lienzo, sino que su obra tiene un claro trasfondo literario. Sus pinturas explican historias, a menudo al servicio de Luis XIV, por supuesto. Es por eso que consideró imperativo dar a los personajes no sólo la impresión de estar vivos, sino de tener alma y expresar emociones. En sus conferencias en la Academia decía que «normalmente, todo lo que causa una pasión en el alma se refleja en alguna acción en el cuerpo». Le Brun se propuso, ni más ni menos, establecer una clasificación sistemática perfecta de las pasiones y las emociones, al servicio de la pintura.
La clasificació de las pasiones
El 17 de abril de 1668, Le Brun impartió ante la Academia su discurso más emblemático sobre la representación pictórica de las pasiones, cuyo contenido serviría de modelo para toda la escuela clasicista francesa de los siglos XVII y XVIII. Del discurso nos han llegado tres versiones de texto e ilustraciones publicadas póstumamente por discípulos y colaboradores suyos. La de Henry Testelin (Sentiments des plus habiles peintres sur la pratique de la peinture et de la sculpture mis en tables de préceptes, París, 1680, 1696), la de Gaëtan Picard (Conférence de M. Le Brun sur l’expression générale et particulière, París, 1698) y la de Jean Audran (Expressions des passions de l’âme, représentées en plusieurs têtes gravées d’après les dessins de feu M. Le Brun, París, 1727).
«Las láminas apuntan a un interés profundo de Le Brun por definir cuantitativamente la morfología de un rostro
y poderlo caracterizar de manera sistemática»
Estos documentos nos enseñan que lo que perseguía Le Brun era establecer un catálogo de las pasiones, definirlas morfológicamente y explicar cómo se deben dibujar. Por ejemplo, del horror dice «el entrecejo estará fruncido; la pupila, en lugar de estar en medio del ojo, se situará abajo, la boca estará entreabierta, pero más cerrada hacia el medio que hacia los lados, que deben ser como retirados hacia atrás, así, se formarán unos pliegues en las mejillas, el color de la cara será pálido, y los labios y los ojos un poco lívidos». Los dibujos que acompañan las explicaciones son desde muy esquemáticos hasta muy figurativos, pasando por borradores de trabajo donde se marcan las líneas de correspondencia entre las diferentes orientaciones de la cara. Así lo hace para todas las pasiones que podríamos calificar de universales, desde las positivas, como la admiración, la estimación o la veneración, hasta las negativas, como el menosprecio, el horror, el odio, la cólera o la desesperación, pasando por el amor, el deseo, el celo, el miedo, la tristeza, la risa o el llanto.
Le Brun era el primero en aplicar, evidentemente, estos cánones, y un buen ejemplo es el cuadro La familia de Darío a los pies de Alejandro, que hoy se expone en el salón de Marte del Palacio de Versalles, y que fue pintado por Le Brun en 1660. En el cuadro se puede ver claramente representadas, con expresiones idénticas a los modelos canónicos, la esperanza, el miedo, la admiración o el deseo, entre otros sentimientos.
Le Brun y Descartes
Le Brun no se contentó con la descripción de las pasiones, sino que también describió las sensaciones y las raíces fisiológicas de éstas. Cuando habla de los síntomas del odio, por ejemplo, nos describe que «el pulso es desigual y más bajo, aunque más rápido de lo que es normal, se siente un calor entremezclado de picor en el pecho, que proviene de quién sabe que ardores, mientras que el estómago deja de hacer sus funciones». Y cuando quiere explicar sus raíces más profundas añade que «es una emoción causada por los espíritus que incitan el alma a querer estar separada de los objetos que se le presentan como perjudiciales».
«Darwin nunca llegó a tener noticia de los trabajos anatómicos de Le Brun del cerebro y de la inervación de los músculos faciales humanos, ni de sus estudios sobre la expresión en animales»
No hace falta ir más lejos para reconocer el lenguaje y los conceptos de Descartes en estos diagnósticos, en particular los recogidos en su libro Les passions de l’âme, publicado en París en 1649. Según Descartes, los «espíritus» son átomos invisibles que circulan por las venas y los nervios desde la periferia del cuerpo hasta la glándula pineal, en el centro del cerebro. Como el rostro es la parte del cuerpo más próxima a la glándula pineal, es natural que sea la que más pronto y más claramente reacciona a la emoción, de manera que cejas, boca, ojos, sobreceja y nariz sean los vehículos de expresión más inmediatos. Todo hecho a la medida de Le Brun, que no escatimó esfuerzos para estudiar la anatomía del cerebro humano, con la situación de la glándula pineal, y la inervación de los músculos de la cara, tal y como muestran una serie de dibujos suyos guardados en el museo del Louvre.
Probablemente, Le Brun conoció el tratado de Descartes a través del médico del canciller Segnier, que fue protector suyo, y de quien se sabe poseía una primera edición. A pesar del préstamo evidente de ideas, Le Brun no mencionó nunca a Descartes en sus conferencias, pero eso se explica por el hecho de que los jesuitas relacionaban cualquier concepto cartesiano con el jansenismo. El mismo Luis XIV prohibió formalmente la lectura de las obras de Descartes en 1675.
La huella de la fisiognomía de Della Porta
El 28 de marzo de 1671, Le Brun presentó su Traité du rapport de la figure humaine avec celle des animaux en La Academia. No se trató de una simple incursión en el tema de la fisiognomía, sino que fue el resultado de una larga tarea de investigación de las características animales comparadas con las del hombre, como testimonian los sesenta dibujos de Le Brun sobre este tema conservados en el Louvre. Lamentablemente, no nos ha llegado el texto del tratado de Le Brun, y únicamente disponemos de sus dibujos y de un estudio que hizo Louis-Jean-Marie Morel d’Arleux, conservador de estas obras, a finales del siglo XVIII.
La mayor parte de los dibujos comparan rostros humanos y animales, al estilo de los que había publicado Gianbattista della Porta, en su libro De humana physiognomonia (1598). Della Porta pretendía deducir el carácter de la persona a partir de la semejanza de su rostro con el de un animal, cuyas virtudes y defectos eran conocidos de todo el mundo. Es evidente que Le Brun conocía el libro de Della Porta, cuya versión francesa se había publicado en 1656, ya que hay claros paralelismos entre los dibujos de ambos. Le Brun, sin embargo, a parte de comparar rostros humanos y animales, establece un sistema de triangulaciones entre puntos de referencia que permitiría geometrizar el rostro y hacer comparaciones cuantitativas. No nos han llegado los cálculos de Le Brun, pero Morel d’Arleux apunta varias posibilidades de cálculo que permitirían caracterizar el rostro del animal (y su carácter) con fórmulas geométricas, y extrapolarlo después a rostros humanos.
En cualquier caso, las láminas apuntan a un interés profundo de Le Brun por definir cuantitativamente la morfología de un rostro, y poderlo caracterizar de manera sistemática. En eso se avanza un siglo a los trabajos de comparación cuantitativa del hombre con los animales de Petrus Camper y de su famoso ángulo facial, y en casi trescientos años a la definición geométrica de las formas y las transformaciones cartesianas de D’Arcy Thompson. Le Brun, sin embargo, probablemente no se interesó nunca por averiguar el carácter de las personas a través de su rostro, como quería Della Porta. A Le Brun le interesa más bien lo contrario; dado un carácter, una emoción, una pasión, quiere averiguar cómo habría que pintarla. Al fin y al cabo, este era el encargo de Luis XIV: que pintase lo que más le convenía para su operación de construcción de un estado concentrado en su persona. El rey Sol ya tenía, por otro lado, un fisiognomista particular, su médico de cabecera Marin Cureau de la Chambre, que le adivinaba el carácter de las personas a las que quería responsabilizar de algún cargo, y que mostró sus habilidades en el libro L’Art de connoistre les hommes, publicado en Amsterdam el año 1600.
La mirada de Darwin
En The expression of emotions, Darwin reconoce que «las famosas Conférences del pintor Le Brun, publicadas en 1667, es el trabajo antiguo mejor conocido y contiene algunas buenas observaciones». Sin embargo, no tarda mucho en descartar la utilidad de las explicaciones de las raíces fisiológicas que da Le Brun. Lo hace con un punto de ironía, reproduciendo, en francés, la explicación que hace el pintor de la expresión del espanto: «una ceja baja y la otra levantada, hace ver que la parte alzada parece querer unirse al cerebro para manifestar el mal que el alma percibe, y la parte baja, que parece hinchada, se encuentra en este estado por los espíritus que vienen del cerebro abundantemente, como para cubrir el alma y defenderla del mal que teme; la boca bien abierta hace ver el susto del corazón, por la sangre que se retira hacia él, lo cual le obliga, al querer respirar, a hacer un esfuerzo que es la causa de que la boca se abra exageradamente y que, cuando pasa por los órganos de la voz, forme un sonido que no es articulado en absoluto; y si los músculos y las venas parecen hinchados, no es más que por los espíritus que el cerebro envía a aquellas partes.» La conclusión de Darwin es demoledora: «He pensado que valía la pena citar las frases, como ejemplos de la forma asombrosamente absurda con que se ha escrito sobre el tema.»
Hay que decir que la cita literal en francés que da Darwin nos descubre que hizo uso de fuentes originales francesas. El uso de las fuentes originales francesas es remarcable, dado que desde 1701 hasta el final del siglo XIX aparecieron 14 libros ingleses sobre la Conférence de Le Brun. En cualquier caso, Darwin concluye que las explicaciones fisiológicas no son de utilidad, lo que no es sorprendente, dada la base cartesiana de éstas y el hecho de que Descartes quedase absolutamente superado después de la aparición de los Principia Mathematica de Newton (1687). Newton pondrá fin al cartesianismo, no sólo en Inglaterra, sino que muy pronto también en la misma Francia, gracias a los esfuerzos divulgadores de Voltaire y de Madame du Châtelet.
En The expression of emotions, Darwin utiliza la fuente de Le Brun para las descripciones morfológicas, por ejemplo cuando describe la cólera, pero para las explicaciones fisiológicas opta por las fuentes más modernas, como los trabajos anatómicos de Charles Bell, en particular los centrados en el rostro humano, sobre el que llegó a publicar unos Essays the anatomy of expression in painting (1806). También utilizó mucho los datos y conceptos del médico francés Guillaume Duchenne de Boulogne, que con la aplicación de corrientes eléctricas en la cara analizó el papel de cada músculo facial en la configuración de las expresiones. Su libro Mécanisme de la physionomie humaine, ou Analyse électro-physiologique de l’expression des passions applicable à la pratique des arts plastiques (1862) fue de los primeros que usa fotografías para ilustrar un libro de ciencia. A petición de Darwin, Duchenne le facilitó las fotografías, algunas de las cuales fueron reproducidas en The expression of emotions, con lo que pasó a ser también pionero en el uso de la ilustración fotográfica en trabajos científicos.
Darwin, sin embargo, vio tan sólo la superficie de lo que hizo Le Brun, y nunca llegó a tener noticia de sus trabajos anatómicos del cerebro y de la inervación de los músculos faciales humanos, o de sus estudios sobre la expresión en animales. En otro caso habría apreciado la profundidad de su esfuerzo por demostrar la existencia de una verdadera semiótica del alma. De todas formas, por sí sólo el catálogo y la descripción morfológica de las emociones que hizo Le Brun ya es un paso importante hacia la sistematización de éstas y hacia el planteamiento de la existencia, o no, de emociones universales, un problema que todavía hoy es objeto de debate entre los estudiosos del comportamiento humano.
BIBLIOGRAFÍA
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