Mujeres intrépidas… y sabias
Europeas en África
¿Y las mujeres? ¿Es que no ha habido científicas viajeras? Por los caminos de la Europa medieval, sobre todo siguiendo los itinerarios de las grandes peregrinaciones (como el camino de Santiago), acompañando ejércitos en campaña o camino de las cruzadas o de las conquistas coloniales, bien consta que ha habido mujeres. Pero es cierto que para encontrar mujeres que, perseverando en unos objetivos de obtener conocimientos nuevos y de transmitirlos, alcanzasen resultados científicos estimables que hayan dejado huella, no podemos ir muy atrás en la historia. Prácticamente nos tenemos que limitar a los siglos XIX y XX, que es cuando se ha iniciado y consolidado el acceso de las mujeres a una educación superior y han sido aceptadas por un mundo académico antes exclusivamente masculino (Godayol, 2011).
La transformación de la sociedad y la aparición de mujeres independientes
A lo largo de los siglos se han ido consolidando unos estereotipos culturales que diferenciaban las tareas socialmente admitidas como propias de cada género.
A partir de la revolución industrial las cosas empiezan a cambiar. Un hecho que hay que tener presente aquí es el progresivo acceso a una educación formal, inicialmente reservada a los hombres, que fue permitiendo la incorporación de mujeres a profesiones antes tenidas por exclusivamente masculinas como la medicina, el profesorado y también la investigación.
No es este el lugar de reconstruir los orígenes y la consolidación del capitalismo industrial a partir del siglo XVIII y los primeros decenios del xix ni de ver cómo surge una nueva cultura social entre las élites empresariales y profesionales que favorece actividades como el coleccionismo, los viajes y el mecenazgo y una nueva concepción del papel de la mujer en el marco familiar y en la proyección social que propicia el acceso de algunas mujeres jóvenes de estas clases sociales a la enseñanza superior. En definitiva, ayuda a que algunas de estas mujeres jóvenes se incorporen al mundo de la ciencia y en algún caso sientan el gusto por la aventura necesario para convertirse en heroínas de la vanguardia de la investigación en los espacios más difíciles y comprometidos (Morató, 2005).
«En los siglos XIX y XX se inicia y consolida el acceso de las mujeres a una educación superior, un mundo académico antes exclusivamente masculino»
Es el caso de las tres mujeres escogidas como ejemplos, hijas respectivamente de un médico, un jurista y un artista reconocido. Las tres recorrieron diferentes regiones de África, siempre en condiciones difíciles y, a veces, muy adversas y tomaron partido por los africanos, fuesen los antepasados reconocidos de los humanos modernos, las víctimas del esclavismo o los luchadores contra el colonialismo por la libertad de sus pueblos en los años de la descolonización. En los tres casos, mujeres apasionadas por la vida y la aventura que fueron, en su hacer día a día, singulares: Mary Henrietta Kingsley, Germaine Tillion y Mary Leakey, etnógrafas las dos primeras y paleontóloga humana la tercera. Estas tres mujeres, investigadoras sociales, son solo una pequeña muestra de muchas de las mujeres que, en todos los continentes, trabajaron y descollaron en todos los campos de las ciencias.
Mary Kingsley, la reina de África
Mary Henrietta Kingsley (Londres 1862 – Simon’s Town, Sudáfrica, 1900) hubiese podido ser una típica mujer victoriana de clase media (y, de hecho, en muchos aspectos lo fue) dedicada a la administración del hogar y al cuidado de su madre enferma. Su padre, George Kingsley, era un médico apasionado por la naturaleza y los viajes y no se había casado con su madre (una criada a quien había dejado embarazada) hasta pocos días antes del nacimiento de Mary. Su educación fue prácticamente autodidacta, la casa paterna estaba llena de libros y la curiosidad y el interés de Mary compensaron la ausencia de una educación más formal. Para ayudar a su padre a preparar algunos de los libros que escribía sobre África aprendió alemán, sin embargo, mientras los padres vivieron, se mantuvo retraída de toda vida social.
Fallecidos su padre y su madre el 1892, con poco tiempo de diferencia, y libre de obligaciones familiares, pudo iniciar con treinta años su carrera de viajera y estudiosa de los pueblos africanos. Un primer viaje la llevó aquel mismo año a las islas Canarias. Fue solo una prueba que la convenció de que ya no podía vivir sin viajar y que su objetivo tenía que ser conocer África lo mejor que pudiese. Así, después de hacer un curso de enfermería en Alemania, el verano de 1893 se embarcaba en Liverpool rumbo a São Paulo de Luanda, capital de la entonces colonia portuguesa de Angola.
Desde este punto inició un largo itinerario que la llevó a Cabinda, donde inició sus investigaciones sobre la religiosidad de los nativos y por el camino recogió también ejemplares de insectos, peces, batracios y reptiles. Recorrió una parte del llamado Estado libre del Congo, entonces propiedad personal del rey de los belgas Leopoldo I, y quedó indignada de la crueldad del sistema colonial allí impuesto. Continuó hacia el norte por el entonces Congo francés hasta Libreville y de allí se embarcó hacia Calabar, entonces capital de la colonia británica de Nigeria, desde donde volvió a Inglaterra.
«Las publicaciones de Mary Kingsley están llenas de ironía y buen humor, pero sobre todo contienen acertados análisis etnográficos bastante a contracorriente de las opiniones dominantes en su tiempo»
Depositadas en el British Museum las colecciones reunidas y entregados al editor MacMillan los originales del libro de su padre que ella había completado con sus notas de viaje, se le hacía larga la espera para volver a África. Tanto el director del departamento de zoología del British Museum, Albert Gunther, como la editorial le facilitaron recursos para el viaje. Nuevamente en Calabar, recorrió desde este punto el delta del Níger, visitó la isla de Fernando Poo, entonces colonia española, y finalmente remontó en vapor y en canoa el río Ogooué
y después de un itinerario por tierra volvió a la costa por el río Rembué hasta el estuario del Gabón. Aún encontró la oportunidad de ser la primera mujer en alcanzar la cima del Camerún, la más elevada de África occidental.
En 1899 emprendió su último viaje a África. El objetivo eran esta vez las orillas del río Orange, en Sudáfrica, pero al llegar se encontró que había empezado la guerra de los Bóers y decidió ofrecerse como enfermera. Fue adscrita a cuidar prisioneros enemigos en la base naval británica de Simon’s Town, allí enfermó de tifus y murió el 3 de junio de 1900. Sus publicaciones (Travels in West Africa, de 1897, y West African Studies, de 1899) están repletas de ironía y buen humor, pero sobre todo contienen acertados análisis etnográficos bastante a contracorriente de las opiniones dominantes en su tiempo. De forma valiente, expone sus criterios sobre el maltrato y las vejaciones a los que los países coloniales someten a los nativos africanos y sus críticas a la acción de las misiones, tanto protestantes como católicas (Kingsley, 2001a; 2001b).
Germaine Tillion, la etnóloga trashumante
Germaine Tillion (Allègre, Alto Loira, 1907 – París 2008) era hija de un juez de paz y escritor (autor de guías de viaje de diferentes países de Europa), que murió cuando ella tenía dieciocho años. Su madre, también escritora, colaboraba en las Guides Bleues de países de Europa de su marido y continuó con este trabajo para sostener a la familia.
A pesar de las adversidades familiares, siguió estudios de arte antiguo y prehistórico en la École du Louvre; de folclore, prehistoria y religiones de los pueblos primitivos en la École Pratique des Hautes Études; de sociología en la facultad de letras de la Sorbona: de lengua amaziga en la École des Langues Orientales y de etnología en el College de France (con Marcel Mauss). Tras una estancia en Alemania, Checoslovaquia y Dinamarca, su maestro Marcel Mauss le consiguió una beca para una campaña de exploración por la región montañosa del Aurés, al este de Argelia, un territorio de población amaziga, donde, a lo largo de tres años (entre 1935 y 1937) tuvo que vivir prácticamente sola estudiando la cultura de los bereberes xauia, compartiendo sus desplazamientos trashumantes.
De vuelta a París en 1939 obtiene el diploma de la École Pratique des Hautes Études con su estudio Morphologie d’une république berbère: Les Ah-Abder-rahman, transhumants de l’Aurès méridional y puede volver a Argelia para continuar sus estudios. Cuando en 1940 vuelve al París ocupado por los nazis se incorpora al Musée de l’Homme, donde participa, junto a su madre, en la organización de un núcleo de resistencia. Dos años más tarde, por una denuncia de un agente doble, son arrestadas, entre otros, ella y su madre y son deportadas ambas al campo de trabajo de Ravensbruck, donde su madre murió gaseada mientras que ella, posiblemente gracias a los hábitos adquiridos viviendo en soledad en lugares difíciles, consiguió sobrevivir. Incluso escribió una opereta, Le Verfügbar aux Enfers (“A punto para el infierno”).
Tras unos años de actividad más fijada en el activismo sobre el mundo concentracionario a partir de sus experiencias, en 1954 vuelve a Argelia, que en aquel momento se encontraba en situación muy convulsa, en lucha contra el colonialismo francés. Hasta el fin de la guerra de independencia argelina se compromete en la defensa de los más desvalidos y marginados y multiplica las actuaciones contra las penas de muerte, la tortura y los atentados terroristas.
Eso no le impide proseguir sus trabajos de investigación sobre la estructura familiar, trabajos que culmina en 1966 con su obra más conocida, Le harem et les cousins, que servirá de modelo de análisis de las familias tradicionales en todo el Mediterráneo. Su tesis principal es que las familias mediterráneas, independientemente de su religión, son muy endogámicas y que buscan las alianzas matrimoniales entre «primos».
De vida muy longeva –vivió casi cien años–, decía que su aprendizaje cabalgaba entre una actitud muy rigurosa en el campo científico de descripción etnológica y una actitud ética y de servicio a los más desvalidos (Tillion, 1966; 2009).
Mary Leakey, de Lo Cròs Manhon a Olduvai
Mary Leakey (Londres, 1913 – Nairobi, 1996) era hija del pintor escocés de origen irlandés Erskine E. Nicol, uno de los pocos pintores de su tiempo que reflejó en su pintura los horrores del hambre, el desahucio y la emigración en la Irlanda del siglo XIX. Mary no cursó estudios reglados, pero al lado de su padre alcanzó una remarcable habilidad en el dibujo. De bien joven viajó con su familia por Francia e Italia y en uno de estos viajes, cuando tenía doce años, hicieron una estancia a Las Eisiás de Taiac, donde se encuentra Lo Cròs Manhon, el lugar donde habían aparecido los restos fósiles del llamado hombre de Cromañón, y allí se empezó a interesar por la arqueología.
Fallecido el padre en 1926, su madre la llevó a una escuela de monjas de donde fue expulsada en dos ocasiones. No pudiendo entrar en ninguna universidad, empezó a frecuentar clases y conferencias de arqueología en el University College de Londres y en el London Museum. Eso y su buena mano con el dibujo le permitió entrar en contacto con bastantes arqueólogos, en particular con Louis Leakey, que en 1934 le pidió que le hiciese los dibujos de su obra Adam Ancestors. Fue el inicio de una relación, acompañada de escándalo en sus inicios (Louis Leakey estaba casado, era veinte años mayor que Mary y tardó más de dos años en divorciarse), que la llevó a viajar a África oriental, al valle del Rift, el escenario futuro de sus descubrimientos, con el hombre de quien estaba enamorada.
«De muy joven, Mary Leakey visitó el lugar donde habían aparecido los restos fósiles del llamado hombre de Cromañón y allí se empezó a interesar por la arqueología»
Al principio de su carrera africana Mary se interesaba sobre todo por el conocimiento de las habilidades manuales y artísticas de los homínidos primitivos, pero muy pronto sobresalió por su habilidad en intuir dónde buscar (y encontrar) los restos y los testimonios, fruto tal vez de su aprendizaje en el dibujo paisajista en la Dordoña. Antes que nada, de 1935 a 1959, Louis y Mary Leakey trabajaron en el desfiladero de Olduvai, al norte de Tanzania. Allí descubrieron, en 1959, el cráneo fósil de lo que llamaron Dear boy (“Chico querido”) porque era como el premio a más de veinte años de excavaciones en que habían encontrado muchos fósiles de animales e instrumentos de piedra primitivos pero nunca un fósil de homínido tan completo y tan inequívocamente fechado. Se trataba de un australopiteco (Australopithecus boisei), pero el hallazgo les hizo decidirse a establecer allí mismo un campamento base permanente y dos años más tarde Mary identificó los primeros restos de Homo habilis, el fósil propiamente humano más antiguo conocido hasta entonces, y más tarde, Louis, los primeros fósiles de Homo erectus.
Fallecido Louis Leakey en 1972, Mary continuó trabajando en las excavaciones emprendidas en común y, a partir de 1974, inició otras nuevas en Laetoli, 45 kilómetros al sur de Olduvai, en el área de conservación del Ngorongoro, donde encontró y describió las famosas pisadas de homínidos que demostraban que estos ya caminaban erguidos 3,75 millones de años atrás. De hecho, aunque se retiró en 1983 al cumplir los setenta años, nunca abandonó la investigación sobre sus fósiles hasta su muerte, en Nairobi, en 1996 (Leakey, 1981; Leakey, 1984).
Godayol, P., 2011. Viatgeres i escriptores. Deu perfils. Eumo Editorial. Vic.
Kingsley, M., 2001a. Cautiva de África. Las peripecias de una viajera intrépida. Mondadori. Barcelona
Kingsley, M., 2001b. Viajes por el África occidental. Valdemar. Madrid.
Leakey, M., 1984. Disclosing the Past: An Autobiography. Garden City. Nueva York.
Leakey, R. E., 1981. La formación de la humanidad. Serbal. Barcelona.
Morató, C., 2005. Viajeras, intrépidas y aventureras. De Bolsillo. Barcelona.
Tillion, G., 1966. Le harem et les cousins. Éditions du Seuil. París.
Tillion. G., 2009. Fragments de vie. Éditions du Seuil. París.