Paisajes de frontera

Los límites de la ciudad

límites de la ciudad

La geografía se ha preguntado siempre por qué los lugares son como son, por qué las regiones son tan diferentes entre ellas, por qué la combinación naturaleza-cultura ha dado, históricamente, resultados tan variados en la superficie terrestre. Y esta pregunta le ha llevado a hacerse otra: ¿Hasta dónde llegan estas diferentes realidades territoriales? ¿Qué porción de la superficie terrestre abarcan? ¿Cómo se pueden delimitar territorios que mantienen una cierta homogeneidad, funcionalidad y coherencia internas? ¿Cómo regionalizar, en definitiva, el espacio geográfico? Los geógrafos y las geógrafas hemos invertido una enorme cantidad de energías en descubrir estas regiones y, aún más, en delimitarlas. Desde siempre, lo que más nos ha interesado no ha sido propiamente el límite, la frontera, sino el área que salía delimitada, la región que emergía de esta delimitación. De lo que se trataba era de averiguar cuáles eran los límites, y no cómo eran estos límites.

«La intensidad y velocidad de las transformaciones paisajísticas hace difícil reconocer los sitios a los que estábamos habituados»

El esfuerzo realizado en este terreno es laudable y los réditos intelectuales han sido, en perspectiva histórica, extraordinarios. Seguimos, hoy, marcando, fijando los límites de porciones de la superficie terrestre que tienen, cada una de ellas, una personalidad propia y diferenciada y que llamamos, genéricamente, regiones. Ahora bien, resulta que las dinámicas territoriales de la contemporaneidad están conllevando la emergencia de límites mucho más difusos, menos nítidos, más despejados. Lo que pretendo en las páginas que siguen es mostrar cómo son estos nuevos paisajes de frontera difusa, estos paisajes de la dispersión, que nos conducen, queramos o no, a mirar con más atención qué es lo que sucede en el límite, en la frontera, y cuáles son las modificaciones radicales que se están dando.

De la nitidez a la fragmentación

A vista de pájaro, la estructura y morfología de muchos de los paisajes del país ha cambiado radicalmente a lo largo de estos últimos cincuenta años. En la década de 1950 los diferentes usos del suelo tenían unos límites nítidos. Se podía percibir con claridad dónde acababa la ciudad y dónde empezaba el campo. Los núcleos urbanos se presentaban compactos. En sus alrededores, el espacio agrícola ocupaba las tierras fértiles, tanto la plana más inmediata como las faldas de las montañas más próximas, donde se conseguía ampliar la superficie laborable a partir de bancales y muros, a menudo de piedra seca. Los municipios localizados en las llanuras aluviales y, por lo tanto, con suelos de gran riqueza explotaban grandes extensiones agrícolas. En estas zonas la cubierta forestal quedaba reducida a las áreas más elevadas, envolviendo el espacio de cultivos. La zonificación rural, bastante compacta, era despejada y consistía, partiendo de forma casi concéntrica de los pueblos y de las masías, en una zona de huerta irrigada, una zona de secano con cereales, vid y olivos, una zona de herbazal y matorrales donde se practicaba el pastoreo extensivo y, finalmente, una zona forestal.

«Hay que dar a los espacios vacíos un papel protagonista en el proyecto territorial y en la intervención urbanística»

En la actualidad, la estructura y morfología del paisaje se caracteriza por una alta fragmentación. La zonación característica del paisaje tradicional se ha transformado radicalmente y ha derivado hacia una gran dispersión de usos y de cubiertas del suelo. La antigua zonación se ha difuminado, se ha perdido la claridad en la delimitación zonal, la compactibilidad se ha roto y ha acabado por imponerse un paisaje mucho más complejo y, a veces, discordante: en definitiva, un paisaje de transición, un paisaje híbrido, un paisaje de frontera. La estructura y la lógica discursiva de este paisaje es de mucha más difícil aprehensión, hasta el punto de que nos obliga a preguntarnos a menudo si el genius loci correspondiente ha desaparecido, si no habremos cambiado realmente de lugar, de país, parafraseando la excelente obra de David Lowenthal, The Past is a Foreign Country, traducida al castellano en 1998. De hecho, cuando se observan con detenimiento los fotogramas de los años 1950 –el famoso y llamado coloquialmente «vuelo americano» de 1956– se tiene realmente la sensación de estar contemplando otro territorio, de habernos equivocado de país, de fotograma.

Es precisamente en estos paisajes híbridos, mestizos, de contacto y de transición entre los paisajes más propiamente urbanos y los más propiamente rurales en los que el ciudadano experimenta una cierta sensación de desconcierto, a veces de caos y, en cualquier caso, de estupefacción, porque tiene ante sí una estructura territorial y paisajística que ya no reconoce y a la que no encuentra el sentido porque se trata a menudo –admitámoslo– de territorios sin discurso y de paisajes sin imaginario. La intensidad y velocidad de las transformaciones paisajísticas que se dan en estos espacios hace difícil, a veces, reconocer los lugares a los que estábamos habituados. La lógica de estos espacios es ya, en esencia, urbana, por más que su fisonomía externa –sobre todo en las coronas más alejadas de la ciudad– es, aún, rururbana, expresión híbrida y mestiza por excelencia. El suelo alterna usos urbanos (los mayoritarios) con usos rurales (cada vez más marginales), pero las dinámicas territoriales y las formas de sociabilidad son ya plenamente urbanas, y a menudo metropolitanas.

74-58

El cambio que se ha producido en las últimas décadas ha sido la aparición de paisajes híbridos o de transición entre los espacios urbanos y los rurales. En la imagen hallamos una mezcla de usos en los alrededores de la ciudad de Girona. El suelo alterna usos urbanos y rurales, aunque la lógica de estos espacios es en esencia urbana. / Observatori del Paisatge de Catalunya

Las causas

Asistimos, en efecto, a una especie de explosión de la ciudad, es decir, a una excepcional difusión en un extenso territorio de los asentamientos de población, de las actividades económicas y de los servicios. Se trata de un fenómeno que ha recibido varias denominaciones y conceptualizaciones, que no son sinónimas, pero que sí que apuntan hacia la misma dirección, esto es, hacia un intento de caracterización de estos nuevos paisajes de frontera. Se habla de ciudad difusa, ciudad dispersa, no ciudad, ciudad deshecha, hiperciudad, campo urbanizado, espacio rururbano, entre muchas denominaciones más.

Sea como sea, la realidad es que estos nuevos espacios, en los que los asentamientos residenciales tienen un peso predominante, emergen como resultado de varios factores: cambio de modelo económico general, crisis del espacio público, peso importantísimo del terciario, revolución tecnológica, diferencias notables en el precio del suelo entre zonas vecinas, nuevas vías de comunicación, crisis de algunos elementos de la ciudad tradicional, entre otros. Muchas de estas dinámicas son muy propias de espacios metropolitanos, pero también lo son –conviene no olvidarlo– de áreas urbanas mucho más discretas tanto por lo que respecta al número de habitantes como a la ocupación urbana del suelo.

En cuanto a las dinámicas propiamente metropolitanas, es interesante la observación de Francesco Indovina (2007) en el sentido de que ya hemos entrado en una segunda fase, es decir, en una especie de «metropolización del territorio» tendente a la integración, al reagrupamiento, de diversos agregados urbanos, y también de territorios de urbanización difusa. Una integración compleja que abarca sin duda la actividad económica de aquel espacio, pero también las relaciones sociales, la vida cotidiana, la cultura. En estos nuevos mosaicos territoriales las áreas metropolitanas tienden a estructurarse, según Indovina, en una jerarquía soft, antes que hard, de manera que los lazos del centro (o centros) con el resto del territorio se estructuran de otro modo: los desplazamientos de población ya no son monodireccionales (de la periferia al centro), sino que se convierten en pluridireccionales. La tendencia ya no es hacia la concentración en un solo punto (la ciudad central) de las funciones principales, sino que tiende más bien a la distribución en un amplio territorio de varios puntos de especialización. En estos nuevos territorios metropolitanos se generan diversas centralidades, con unos centros quizá menos visibles, pero más potentes. Si en estas nuevas realidades metropolitanas ya se hace difícil delimitar con precisión los ámbitos de influencia del correspondiente polo de atracción, todavía es mucho más difícil reseguir las fronteras de los diferentes usos del suelo y de los paisajes correspondientes. A menudo es simplemente imposible.

75-58

Las dinámicas de urbanización no afectan tan sólo a las zonas metropolitanas sino también al interior de la montaña, como es dramáticamente perceptible en comarcas turísticas como la Cerdaña y el valle de Arán. En la imagen, nuevas construcciones en Baqueira-Beret. / Observatori del Paisatge de Catalunya

La metástasis inmobiliaria

No hay ninguna duda de que, junto a las grandes infraestructuras y equipamientos, ha sido el sector de la construcción vinculado al lobby inmobiliario el agente más activo en la formación de los paisajes de frontera a los que aquí hacemos referencia, habitualmente en detrimento del espacio agrícola. El crecimiento vertical de los sesenta y setenta, circunscrito sobre todo a la fachada litoral y a las periferias urbanas, ha sido sustituido por preocupantes dinámicas de urbanización dispersa por el territorio, que no sólo afectan a los entornos metropolitanos, sino también al interior y a la montaña, como es dramáticamente perceptible en comarcas turísticas como la Cerdaña y el Valle de Arán.

Más allá del impacto evidente que este intenso proceso urbanizador tiene en lo referido al consumo de suelo urbano y urbanizable, hay que recordar que, de paso, se ve fuertemente afectado el suelo no urbanizable, porque en él se localizan multitud de actividades y de asentamientos desperdigados sin orden ni concierto, sin ningún tipo de ordenación ni de vinculación planificada y racional con la estructura urbana compacta que las y los genera. Este fenómeno, que ha recibido varias denominaciones, como las de artificialización y periurbanización, está presente en la corona de la mayor parte de ciudades, y el caso valenciano me parece, en este sentido, muy paradigmático. El resultado final, en cualquier caso, es preocupante, porque, además de fragmentar y fracturar el territorio, hay que añadir un impacto visual muy negativo y, en última instancia, la conversión de paisajes con una cierta singularidad en paisajes en los que se ha impuesto la homogeneización y la banalización.

«Hemos asistido en los últimos años a la emergencia de paisajes que han perdido su imaginario habitual»

El crecimiento del suelo urbano, mayoritariamente residencial, ha sido excepcional por todas partes. Por poner sólo un ejemplo, en el área metropolitana de Barcelona, entre 1972 y 1992, se pasó de una superficie urbana de 21.000 ha a otra de 45.000 ha, lo que, dicho de manera más cruda, implica afirmar que, en veinte años, se consumió tanto suelo como en toda la historia precedente. Este fenómeno, aún más agravado en otras zonas del litoral mediterráneo, donde se ha construido partiendo de la nada, se explica en buena medida por la apuesta por el modelo residencial de baja densidad. Como ha demostrado recientemente el geógrafo Francesc Muñoz, en los 311 municipios de la provincia de Barcelona, el 75% de lo que se ha construido desde 1987 hasta 2008 son viviendas unifamiliares o adosadas. Del total de 368.708 viviendas construidas en la provincia entre 1987 y 2001, las aisladas o adosadas superaron las 120.000 unidades. Más allá del impacto propiamente paisajístico de este modelo de urbanización, conviene recordar que se trata de asentamientos residenciales muy dependientes del automóvil, con pocos servicios a mano y con una estructura social uniforme y cerrada en sí misma. Es sintomático, en este sentido, que el 90% de los pedidos de sistemas domésticos de seguridad en España se concentren en estas nuevas áreas urbanas.

76-58

El fenómeno de crecimiento de suelo urbano ha sido más grave en las zonas del litoral mediterráneo. En la imagen, urbanización en el municipio de L’Escala, en la Costa Brava. / Observatori del Paisatge de Catalunya

Una legibilidad compleja

No es fácil leer estos nuevos paisajes fronterizos, por lo menos con la facilidad con que aprendimos a interpretar, desde la semiología urbana, el paisaje urbano compacto. En su ya clásico tratado sobre la imagen de la ciudad, Kevin Lynch (1960) resaltaba cinco categorías esenciales para la lectura del paisaje urbano convencional: señales, nodos, senderos, umbrales y áreas homogéneas. ¿Qué categorías, qué claves interpretativas permitirían leer hoy el paisaje de la dispersión, el sprawlscape? Seguramente las hay, y más pensadas para ser leídas en coche que a pie, pero son, sin duda, más efímeras que las que propone Kevin Lynch, y de más difícil legibilidad.

«La estructura y morfología de los paisajes ha cambiado radicalmente a lo largo de los últimos cincuenta años»

La legibilidad semiótica de estos paisajes contemporáneos sometidos a intensas transformaciones es, ciertamente, compleja. No es fácil integrar en una lógica discursiva clara y comprensible los territorios desgarrados y desdibujados de los paisajes de frontera, paisajes que a veces parecen itinerantes, nómadas, porque son repetitivos, porque son los mismos en todas partes; paisajes que generan en el observador una desagradable sensación de sálvese quien pueda, de insensibilidad, de desbarajuste. Son los paisajes que tan bien ha sabido reflejar en PaísViatge, espectáculo de música y poesía, el grupo valenciano VerdCel, encabezado por Alfons Olmo Boronat, músico y poeta. O el escritor catalán Toni Sala en su novela Rodalies. Y otros jóvenes escritores de los Países Catalanes, algunos de ellos prácticamente desconocidos, que sitúan la acción de sus novelas –a veces en forma de denuncia– en estos paisajes del mal gusto que contemplamos cotidianamente. He aquí los paisajes que alternan sin solución de continuidad adosados, terrenos intersticiales yermos y abandonados, polígonos o simulacros de polígonos industriales, viviendas dispersas, edificaciones efímeras, vertederos incontrolados, cementerios de coches, almacenes precarios, viveros, construcciones a medio hacer, paredes medianeras abandonadas de la mano de Dios, líneas de alta tensión, antenas de telefonía móvil, carteles publicitarios (o sus restos), escombros, descampados intermitentes… Definitivamente, hemos asistido en los últimos años a la emergencia de territorios que han cambiado de repente su discurso y a la emergencia de paisajes que han perdido –también de repente– su imaginario habitual.

77-58

Zona de vertido de escombros en el municipio de Riudoms. Este tipo de espacios han perdido de repente su imaginario habitual y se han convertido en paisajes que generan en el espectador una desagradable sensación de insensibilidad y desconcierto. / Observatori del Paisatge de Catalunya

«El modelo residencial de baja densidad se basa en asentamientos residenciales muy dependientes del automóvil»

Estos territorios están llenos de espacios vacíos, desocupados, aparentemente libres, sin rumbo ni personalidad definidas, como si fuesen tierras de nadie. Son espacios indeterminados, de límites imprecisos, de usos inciertos, expectantes, a veces una mezcla entre lo que han dejado de ser y lo que no se sabe si serán. Son terrains vagues, enigmáticos lugares que parecen condenados a un exilio desde el cual contemplan, impasibles, los dinámicos circuitos de producción y de consumo de los que han sido apartados y a los que algunos –no todos– volverán algún día. Muchos de estos espacios –y sus paisajes correspondientes– fueron generados en forma de externalidades negativas por parte de la ciudad industrial moderna, una ciudad cerrada en sí misma e indiferente a la propia imagen exterior. Estos espacios yermos entre autopistas han servido muchas veces como escenarios más bien tenebrosos y fúnebres para el cine de acción y la novela negra. Son el decorado preferido, por ejemplo, por James Graham Ballard (2000, 2002), uno de los escritores que más y mejor partido ha sacado de ellos y en quien parecen inspirarse, a veces, algunos de los noveles escritores catalanes a los que he hecho referencia hace un momento. Novelas como Crash o La isla de cemento, con acentuada dosis de erotismo y de violencia, y sirviéndose del automóvil como metáfora sexual y también como metáfora global de la vida del individuo en la sociedad contemporánea, representan un verdadero canto a uno de los paisajes más desolados e inhóspitos de nuestros entornos metropolitanos.

La complejidad, la extensión y la presencia de estos paisajes fronterizos de límites imprecisos nos lleva inevitablemente a entender los actuales límites no como delimitaciones nítidas de espacios de diferenciación, tal como era habitual, sino como puntos híbridos, de encuentro y desencuentro entre espacios y tiempos de comunidades diversas. Quizá ha llegado la hora de poner sobre la mesa nuevas propuestas de vertebración de esta ciudad difusa y dispersa desde los huecos que genera la ocupación del territorio que practica. Creo que hay que dar a los espacios vacíos un papel protagonista en el proyecto territorial y en la intervención urbanística: ha llegado la hora de entenderlos como agentes activos y no como simples espectadores mudos, pasivos, del proyecto territorial.

Y, una vez rehecha la fragmentación, una vez zurcidos los descosidos generados por un proceso urbanizador sin sentido, hay que volver a la nitidez en las delimitaciones, a las fronteras claramente perceptibles. Entiendo que éste es el único camino para imbuir de discurso unos territorios que lo han perdido y para rehacer imaginarios paisajísticos que han desaparecido de nuestro patrimonio cultural colectivo.

BIBLIOGRAFÍA

Ballard, J. G., 2000. Crash. Minotauro. Madrid.

Ballard, J. G., 2002. La isla del cemento. Minotauro. Madrid.

Indovina, F., 2007. «La metropolización del territorio: nuevas jerarquías territoriales». In Font, A. (ed.), 2007. La explosión de la ciudad: transformaciones territoriales en las regiones urbanas de la Europa Meridional. Col·legi Oficial d'Arquitectes de Catalunya. Barcelona.

Lowenthal, D., 1998. El pasado es un país extraño. Akal. Madrid.

Lynch, K., 1960. The Image of the City. The Massachussetts Institute of Technology Press. Cambridge.

Muñoz, F., (en premsa). Urbanalización: paisajes comunes, lugares globales. Gustavo Gili. Barcelona.

Nogué, J. [ed.], 2007. La construcción social del paisaje. Biblioteca Nueva. Madrid.

Nogué, J. i J. Romero [eds.], 2007. Las otras geografías. Tirant lo Blanch. Valencia.

Salas, A., 2004. Rodalies. Edicions 62. Barcelona

© Mètode 2008 - 58. Paisaje/s - Contenido disponible solo en versión digital. Verano 2008

Catedrático de Geografía Humana, Universitat de Girona. Director de l’Observatori del Paisatge de Catalunya.