Reimaginar una sola salud

Una perspectiva desde las ciencias sociales

https://doi.org/10.7203/metode.13.23821 

Una sola salud es un marco de interpretación centrado en las interacciones entre seres humanos, animales y ecosistemas, tanto en términos de servicios como de prácticas sanitarias. Las decisiones humanas están en el centro de los retos que plantea este marco, por lo que comprender cómo se perciben estas conexiones y cómo se actúa ante ellas es fundamental. Los estudios en este campo se han basado principalmente en las ciencias naturales y de la salud, y será necesario un esfuerzo adicional para aprovechar también el potencial que tiene incorporar la investigación social a este enfoque. En este artículo sugerimos diversas áreas de estudio que podrían facilitar el avance en este sentido.

Palabras clave: una sola salud, marco interdisciplinario, riesgo, ciencias sociales, zoonosis.

Aunque ninguna definición cuenta con un consenso universal, una sola salud es esencialmente un área de estudio centrada en las relaciones existentes entre los seres humanos, los animales y los ecosistemas, en relación tanto con los sistemas como con las prácticas de salud (Soares, 2020). El objetivo de una sola salud es mejorar los resultados sanitarios mediante actividades sinérgicas entre comunidades que pueden parecer separadas pero están muy interconectadas. Algunas áreas de trabajo son la seguridad alimentaria, el control de las zoonosis y la reducción de la resistencia a los antibióticos. En este texto se presentan las contribuciones desde las ciencias sociales a la comprensión de una sola salud.

Cuestiones sociales fundamentales

Lapinski et al. (2015) sugirieron tres formas clave en las que las ciencias sociales podrían contribuir de forma evidente a la investigación y la práctica de una sola salud: a) explorar cómo contextualizan los seres humanos su propia salud en relación con la salud de los animales y los ecosistemas; b) estudiar cómo pueden la información y la comunicación mejorar las decisiones y los resultados de una sola salud, y c) identificar las características clave de tecnologías de comunicación nuevas y emergentes, así como cuándo y de qué manera se utilizan (o podrían utilizarse) globalmente en el marco de una sola salud.

Estas son cuestiones de alto nivel que pretenden generar hipótesis de investigación sobre problemas centrales de una sola salud, como las enfermedades infecciosas emergentes y las zoonosis, el cambio climático, o la resistencia antimicrobiana, pero también para aprender más sobre otras problemáticas (como la protección y conservación del agua, el uso del suelo, la deforestación, las prácticas ganaderas, etc.). Aquí describimos brevemente estas tres cuestiones clave, basándonos en Lapinski et al. (2015) y en otros trabajos relevantes sobre la materia. La Figura 1 describe la propagación de patógenos resistentes a los antimicrobianos en poblaciones humanas y ofrece posibles vías de investigación en ciencias sociales.

Figura 1. Propagación de patógenos resistentes a los antimicrobianos y ejemplos de preguntas de investigación en ciencias sociales. Fuente: Clare Grall, 2020. Obra autorizada bajo licencia CC BY 4.0/ Ilustración: Xavier Sepúlveda

¿Cómo percibe y responde la población a una sola salud?

Las decisiones humanas están en el centro de los retos de una sola salud, por lo que comprender cómo se perciben estas conexiones y cómo se actúa en respuesta a ellas es fundamental. Principalmente, necesitamos obtener datos sociales útiles y contar con la participación de la comunidad para comprender cómo la gente da forma, contribuye o reacciona a cambios o intervenciones en el sistema. Por ello, es necesario realizar una aproximación sistémica a las decisiones individuales relacionadas con cuestiones de una sola salud. Esto requiere reconocer la complejidad de los factores que afectan a la toma de decisiones y acción de las personas y entender que están moldeadas, o lo estarán, por el mundo que les rodea (Partelow, 2018; Stokols, 1996).

Algunas investigaciones aplicadas ya utilizan este enfoque, como PREDICT-2, que examina 28 países (Saylors et al., 2021) en un proyecto de vigilancia global de patógenos que pueden dar el salto de animales a humanos. PREDICT-2 utiliza información sobre el riesgo conductual y los datos socioculturales para comprender las enfermedades zoonóticas. Así, el proyecto analiza los comportamientos, las actitudes, los conocimientos, la demografía y los antecedentes sanitarios relacionados con la emergencia y transmisión de enfermedades. Se centra en personas que se encuentran en el punto de contacto entre humanos, animales y el ecosistema, y supone un recurso de intervención planteado en términos culturales. De forma similar, Beall et al. (2021) adoptan un enfoque de conocimiento cultural del riesgo para examinar las conexiones zoonóticas entre el comercio de animales salvajes, la ecología y la emergencia de la COVID-19, con el objetivo de crear y probar mensajes relacionados con estas cuestiones. Sin embargo, la teoría social o del comportamiento rara vez es el foco de los estudios de una sola salud; introducir estos campos aumentaría nuestra capacidad para predecir y explicar ciertos resultados.

¿Cuál es el papel de la comunicación y la información en la toma de decisiones en materia de una sola salud?

Una mejor comprensión de los efectos de las interacciones humanas (mediadas o no) y de las intervenciones diseñadas estratégicamente puede informarnos sobre cómo abordar los problemas de una sola salud. La investigación sobre los procesos y efectos de la información y la comunicación se puede encontrar en varias disciplinas, y aunque rara vez adopta un enfoque explícito de una sola salud, existen estudios relevantes en ámbitos como la resistencia antimicrobiana.

En ese contexto, se han realizado esfuerzos de investigación en todos los niveles (Smith et al., 2015). Algunos de ellos se centran en cambiar las prácticas de los profesionales sanitarios y los pacientes en la salud humana y animal a través de la comunicación estratégica. Las revisiones sistemáticas indican que, en el caso de las personas, el uso de antibióticos se puede reducir mediante una mejor educación de los pacientes y de los facultativos, así como comprendiendo mejor las decisiones de los médicos que los recetan y sus interacciones con los pacientes (Ranjit et al., 2008; Rogers et al., 2019). En cuanto a la salud animal, ciertos cambios en la política ambiental, la práctica veterinaria y el comportamiento de los propietarios de los animales pueden reducir el uso de antibióticos y antimicrobianos. Recientemente, los intentos de cambiar el enfoque de los estudios sobre la resistencia antimicrobiana hacia una mejor comprensión de las normas sociales han abierto nuevas líneas de investigación (Hernando-Amando et al., 2020).

¿Cómo se utiliza la tecnología de la comunicación en una sola salud?

La última cuestión planteada en Lapinski et al. (2015) fue el llamamiento a centrarse en el papel de las tecnologías de la comunicación en el marco de una sola salud. Estas herramientas son fundamentales en la forma actual en que experimentamos e interactuamos con el mundo y cumplen un papel importante en el desarrollo de una sola salud y en cómo se abordan sus retos. Un ejemplo de ello es la propagación en redes sociales de desinformación sobre el virus del SARS-CoV-2, la influencia de esta en el comportamiento humano y, en última instancia, su impacto en la trayectoria de la pandemia.

Algunos ejemplos de la utilidad de las tecnologías de la comunicación en este ámbito incluyen: la predicción y vigilancia de enfermedades, la documentación y la intervención frente a la destrucción ilegal de ecosistemas al igual que la caza furtiva y el comercio de especies salvajes, la identificación de tendencias en las conductas y convicciones de las personas (mediante el análisis de datos de las redes sociales), y el uso de aplicaciones y «juegos serios» para promover la reducción del riesgo y la búsqueda activa de información. La investigación sobre las tecnologías de comunicación y su aplicación en una sola salud seguirá evolucionando conforme surjan nuevas herramientas y representa un área emergente de estudio para este enfoque.

Una sola salud, crisis y resiliencia

Tanto el Zika, como el ébola, los vertidos químicos y la contaminación, así como los peligros naturales que afectan al sistema construido por el ser humano, se han enmarcado en la perspectiva de una sola salud. Esta centra la atención en las interdependencias y en la forma en que los cambios, a veces menores, pueden afectar al funcionamiento de otros sistemas dependientes y crear riesgos sanitarios. Esta delicada dependencia de las condiciones iniciales en sistemas complejos ha sido documentada como fuente de amenazas, alteraciones y crisis significativas que provocan un daño sustancial y generalizado.

El marco conceptual interdisciplinario de la resiliencia puede ser útil para comprender el funcionamiento de sistemas complejos y grupos de sistemas interdependientes (Bené et al., 2018; Bourbeau, 2018). El concepto se extendió a partir de los estudios de la ecología y la teoría de sistemas para comprender mejor los sistemas físicos, a la gente, los entornos y sus interacciones. La idea de resiliencia se refiere a la capacidad y a los procesos por los cuales los sistemas pueden anticipar, evitar, responder y recuperarse de las amenazas provocadas por alteraciones, crisis y catástrofes graves.

La resiliencia es una característica de los sistemas y de la forma en que estos interactúan, se comunican y reciben apoyo mutuo de otros sistemas interdependientes. Se puede examinar a nivel individual, de organización, de comunidad y nacional. Por ejemplo, en la «crisis del agua» en Flint (Michigan, EE. UU.), la salud de algunos miembros de la comunidad se vio afectada por el agua proveniente del río Flint, que no había sido tratada de manera efectiva por el departamento municipal correspondiente. Esto ocurrió por culpa de un sistema político que privó de derechos a algunas comunidades pobres y minoritarias, agravado por las diferencias sanitarias subyacentes. Los sistemas naturales, políticos, sociales y de ingeniería interdependientes fueron algunos de los factores de esta crisis sanitaria (Nowling y Seeger, 2020). La comunidad carecía de capacidad para anticiparlo, evitarlo y responder a ello. Le faltaba resiliencia. También la crisis de salud pública del virus del Zika implicó factores tanto conductuales como climáticos, y se produjo en la intersección entre el entorno natural y el antropogénico. Probablemente, el incremento de la población mundial, de los mosquitos, de la urbanización y del transporte global de productos y personas facilitaron que la enfermedad por el virus del Zika pasara de ser un trastorno raro presente solo en ciertas partes de África a una amenaza sanitaria global.

Se han propuesto diversas perspectivas de la resiliencia. El modelo de las cuatro R –robustez, redundancia, capacidad de respuesta y rapidez– ofrece un enfoque sistémico y dinámico (Florin y Linkov, 2016). La robustez se refiere a la capacidad de los sistemas para resistir las tensiones sin sufrir grandes trastornos. Los ecosistemas frágiles pueden sufrir graves daños incluso como consecuencia de pequeñas alteraciones. La redundancia es la capacidad de los sistemas para seguir funcionando incluso en caso de interrupciones o daños. Muchas catástrofes naturales, como la del huracán Katrina en 2005, las inundaciones de 2012 en Europa Occidental y los tornados de Joplin (Missouri, EE. UU.) en 2011, provocan importantes trastornos en el sistema. La capacidad de respuesta se refiere a la capacidad de anticiparse a los problemas y de movilizar los recursos necesarios para evitar interrupciones o reducir su impacto. La rapidez es la capacidad de responder a las amenazas a tiempo para limitar los daños y pérdidas. Muchos brotes de enfermedades infecciosas, incluido el de COVID-19, no se atajaron por la falta de recursos y la poca rapidez de la respuesta.

Las alteraciones, crisis y catástrofes de los sistemas tienen un profundo impacto en la salud humana. La pandemia de gripe de 1918 causó cincuenta millones de muertes en todo el mundo (Overby et al., 2005). La Organización Mundial de la Salud estima que las enfermedades transmitidas por alimentos suponen 600 millones de casos y provocan 420.000 muertes al año, el 30 % de ellas en menores de cinco años. El tsunami del océano Índico de 2004 causó la muerte de unas 227.898 personas en catorce países y devastó varias economías (Ahmadun et al., 2020). Además de las muertes y las hospitalizaciones, estas alteraciones generan daños sociales, mentales y económicos, tanto a corto como a largo plazo.

Estos son algunos ejemplos de una larga lista de peligros conocidos y emergentes, que incluye la aparición o reaparición de enfermedades infecciosas. Los vertidos químicos y la contaminación, ya sea del petróleo, los metales pesados, las sustancias perfluoroalquílicas y polifluoroalquílicas o los fenómenos radiológicos, provocan enfermedades, afectan a los sistemas naturales y a la agricultura y causan trastornos sociales y económicos. Se prevé que el cambio climático provoque una alteración profunda y generalizada de los ecosistemas, de los entornos construidos por los seres humanos y de los sistemas sociales y económicos, con el consecuente desplazamiento de poblaciones, y la alteración radical de las economías y de las prácticas agrícolas. Se espera que los fenómenos meteorológicos extremos, las inundaciones recurrentes, los huracanes, los tornados y las sequías sean cada vez más frecuentes. El cambio climático también puede provocar alteraciones secundarias en los ecosistemas, favoreciendo la aparición y reaparición de enfermedades infecciosas.

Estas y otras perturbaciones graves de los sistemas interdependientes se pueden mitigar trabajando en la resiliencia del sistema, tratando de comprender las interdependencias, anticipando las fuentes de distorsión e incorporándolas a la planificación. Las enfermedades zoonóticas están relacionadas con el sistema alimentario y son un caso en el que el desarrollo de la resiliencia es particularmente importante.

Zoonosis y riesgo

Las enfermedades zoonóticas se intercambian con frecuencia entre los trabajadores agrícolas y los animales y después pueden propagarse ampliamente. La salmonela transmitida de animales a humanos es un ejemplo de ello. Los científicos están cada vez más preocupados por el aumento exponencial de virus transmitidos por los mosquitos y de enfermedades infecciosas propagadas por los animales a medida que la Tierra se calienta. Algunos organismos, como los Centros Científicos de Adaptación al Clima del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS-CASC), están examinando los impactos del cambio climático en los peces, la fauna y los ecosistemas y preparando planes estatales de acción basados en la investigación para la vida salvaje.

Los científicos están cada vez más preocupados por el aumento exponencial de virus transmitidos por los mosquitos y de enfermedades infecciosas propagadas por los animales a medida que la Tierra se calienta./ James Gathany – CDC

El impacto global de estas complejas interconexiones se puso de manifiesto cuando los brotes de SARS-CoV-2 entre los empleados de las fábricas de carne de Estados Unidos obligaron a que estas cerraran temporalmente, lo que generó numerosas consecuencias. Aunque estas industrias contaban con sólidos planes de bioseguridad para impedir la propagación de enfermedades entre los animales, la COVID-19 cogió a la industria desprevenida y provocó la destrucción de millones de animales (Economic Research Service, 2021). De hecho, años antes podemos encontrar un ejemplo de éxito en la industria porcina, que logró atajar la propagación del virus de la diarrea epidémica porcina (PEDV) –un virus nuevo en los Estados Unidos en 2014– en cuestión de meses. Las lecciones aprendidas de su exitoso plan de bioseguridad agropecuaria mitigaron las abrumadoras pérdidas de casi 100.000 lechones cada semana.

Un enfoque útil para abordar estos complejos riesgos es la formación de comunidades de práctica globales, «grupos de personas, que forman parte de redes o instituciones, que comparten intereses, intercambian información o debaten ideas sobre un tema en particular a través de la interacción continua en grupo» (Organización Panamericana de la Salud, 2015). Esta perspectiva puede ser una forma de implementar el enfoque de una sola salud, porque los representantes de innumerables subredes y disciplinas cumplen una función en la respuesta efectiva a las crisis. Cuando la industria cárnica estadounidense se tuvo que enfrentar a la pandemia de SARS-CoV-2, las prácticas de bioseguridad que habían sido ampliamente eficaces durante el brote de PEDV no sirvieron de nada, debido a la incapacidad de la industria porcina de tener en cuenta los riesgos para la salud humana y los multiplicadores para la industria. La proximidad de los trabajadores en las plantas de procesamiento contribuyó a la propagación del SARS-CoV-2. Crear planes para crisis similares implica mantener la bioseguridad de los animales, pero también diseñar plantas de procesado alternativas.

Responder a estas crisis con eficacia requiere una colaboración excepcional. No obstante, esta cooperación puede también ser un proceso proactivo. Courtenay et al. (2015) describen un caso en el que médicos y veterinarios empezaron a hacer consultas conjuntas, observando casos en los que la mala salud de las mascotas estaba relacionada con la salud humana y viceversa. Hueston y sus colaboradores (2013) han identificado varias estrategias de comunicación prometedoras para la promoción del marco de una sola salud. En primer lugar, destacan el valor de las narrativas o casos de éxito: las historias que muestran interacción interdisciplinaria y resultados individuales satisfactorios son bastante persuasivas. En segundo lugar, sugieren que se utilice como portavoces a personas que hayan sido testigo del éxito del modelo de una sola salud. En tercer lugar, el compromiso de ampliar y consolidar las asociaciones entre disciplinas es esencial. Por último, abogan por un enfoque global en la promoción de una sola salud. Es importante que el valor de este marco sea observable de manera directa para todas las partes interesadas.

El futuro de la investigación en ciencias sociales de una sola salud

A pesar de los numerosos avances, existen muchas cuestiones interesantes que todavía no se han explorado. Los estudios desde este enfoque se centran fundamentalmente en las ciencias naturales y de la salud; todavía existen pocos trabajos que utilicen plenamente el potencial de la investigación social. Sugerimos varias áreas de investigación que podrían suponer un avance en este sentido: 1) Reproducir estudios sobre procesos sociales básicos en contextos de una sola salud y desarrollar la teoría sobre las similitudes y las diferencias entre los desafíos de este enfoque y de otras cuestiones. 2) Desarrollar y comprobar un nuevo cuerpo teórico sobre el marco de una sola salud y las dinámicas sociales, incluyendo la teoría sobre la resiliencia de los sistemas. 3) Examinar las conceptualizaciones indígenas de una sola salud, incluyendo las de las personas que viven en la intersección de las tres formas de salud, para contribuir a la teoría y la práctica global de este enfoque. 4) Prestar mayor atención al impacto de las relaciones interpersonales y sociales en la respuesta a los problemas de una sola salud. 5) Continuar con los esfuerzos para estudiar de qué manera las interacciones con los animales y los ecosistemas y la información que estos proporcionan conforman la experiencia, la salud y el bienestar humanos (y viceversa). 6) Traducir y comunicar los resultados de los estudios de salud que puedan contribuir a la salud humana, animal y de los ecosistemas de forma sinérgica.

Estas y otras vías de investigación configuran una hoja de ruta importante para la futura investigación y aplicación del marco de una sola salud. Se espera que la incorporación de las ciencias sociales de forma más directa a esta estrategia ayude a sacar partido a esta integración. Los éxitos señalados anteriormente son prueba del valor de este enfoque, así como de la necesidad de dar pasos significativos para afrontar los inminentes desafíos a los que se enfrenta nuestro mundo

Referencias

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© Mètode 2022 - 114. Un mundo, una salud - Volumen 3 (2022)

Profesora del Departamento de Comunicación y miembro de AgBioResearch, Universidad Estatal de Michigan (EE. UU.). Directora del Centro de Comunicación de Riesgos Healthy People, Healthy Planet de la Universidad Estatal de Michigan. Entre 2012 y 2016, codirigió la colaboración interdisciplinaria «One Health: Emerging Communication Technology for Decision-Making and Behavior», financiada por el Instituto Nacional del Cáncer de los EE. UU. Actualmente es comisaria de la comisión una sola salud de The Lancet.

Profesor de Comunicación en la Universidad Estatal Wayne (EE. UU.). Entre sus libros, destacan Crisis and emergency risk communication (2ª edición, 2015), Narratives of crisis: Stories of ruin and renewal (2016), International handbook of crisis communication (2016), y Theorizing crisis communication (2021). Fue fundador de The Journal of International Crisis and Risk Communication Research.

Profesora de comunicación estratégica en la Facultad de Comunicación Nicholson de la Universidad de Florida Central (EE. UU.). Su investigación se centra en la comunicación instructiva en múltiples contextos, en particular en la comunicación de riesgos y crisis. Su trabajo ha sido ampliamente publicado en revistas interdisciplinarias e internacionales. Ha realizado investigaciones sobre el diseño de mensajes instructivos sobre riesgos financiadas por organismos como el Servicio Geológico de los Estados Unidos, el Departamento de Seguridad Nacional y los Centros de Control y Prevención de Enfermedades.

Profesor de comunicación estratégica en la Facultad de Comunicación Nicholson de la Universidad de Florida Central (EE. UU.). Su investigación se centra en la comunicación de riesgos y crisis. Ha realizado investigaciones financiadas por el Departamento de Seguridad Nacional, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, la Agencia de Protección Medioambiental, el Servicio Geológico de Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud. También ha desempeñado funciones de asesoramiento para la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y la Administración de Alimentos y Medicamentos.

Profesora emérita de Comunicación en la Universidad de Dayton (EE. UU.). Sus investigaciones se centran en la comunicación sanitaria y el género, la ética, la interacción entre médicos y pacientes y la superación del duelo. Dirige la revista Health Communication desde hace casi 35 años y ha sido autora y editora de numerosos libros y artículos, entre ellos las tres ediciones de The Routledge Handbook of Health Communication y los tres volúmenes de la Encyclopedia of Health Communication publicada por SAGE.