© M. Lorenzo La formación y el conocimiento son dos de las bases sobre las que se tiene que asentar el sistema productivo. En este sentido, la transferencia de conocimiento desde las universidades a la sociedad tiene que ser una prioridad para la administración. En la imagen, un aula de la Universitat de València. |
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La economía valenciana se encuentra ante un importantísimo reto que va más allá de la superación de una profunda crisis coyuntural: la sostenibilidad del crecimiento a largo plazo. El conocimiento, la formación de los recursos humanos, la innovación y la mejora continua de la productividad son clave en la consecución del mencionado reto, en el que empresarios y administraciones tienen un papel fundamental. La crisis económica internacional iniciada en la segunda mitad de 2008 está teniendo graves repercusiones sobre la sociedad valenciana y española y sobre sus economías, al tiempo que pone de relieve de manera muy clara los límites del actual modelo productivo. El año mencionado marca el fin de una larga etapa expansiva de catorce años de duración en la que estas economías han registrado un avance sustancial en el proceso de convergencia en renta por habitante con la media de la Unión Europea, aunque lo haya facilitado la entrada de países de la Europa Oriental con menor renta per capita. También se estaba dando una notable reducción de la tasa de paro, hasta alcanzar el mínimo histórico de las últimas tres décadas en el segundo trimestre de 2007 (7,95%, de acuerdo con los datos de la Encuesta de Población Activa del Instituto Nacional de Estadística). Así pues, sin duda, el modelo productivo vigente durante las últimas décadas ha contribuido en las etapas de bonanza económica a mejorar el bienestar de nuestra sociedad, gracias a unos elevados ritmos de crecimiento económico y creación de empleo. No obstante, también existe consenso en que se trata de un modelo productivo tecnológicamente endeble, con una baja productividad y excesivamente dependiente del sector de la construcción residencial, es decir, muy vulnerable, como se ha demostrado con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Todo eso es especialmente cierto en el caso valenciano, donde, además, el PIB por habitante ha ido situándose por debajo del correspondiente a España, del que diverge en casi 12 puntos en los últimos quince años. Actualmente existe un intenso debate por lo que respecta a las limitaciones del modelo productivo español (mucho más acentuadas, pues, en el valenciano) y de la necesidad de un cambio de modelo. Este debate, que no es en absoluto nuevo, ha tomado vigor especial en los dos últimos años como consecuencia de la particular incidencia sobre estas economías de la crisis global que estamos sufriendo. Como dato bastante ilustrativo de este hecho baste señalar que la tasa de paro en el segundo trimestre de 2010 se ha situado por encima del 20% en España (20,09%), tasa que duplica la media de la Unión Europea, y en el 23,84% en la economía valenciana (porcentaje que supera en más de 16 puntos porcentuales el dato del mismo trimestre de 2006 y que sitúa la economía valenciana en la tercera posición en la ordenación de las comunidades autónomas con mayor tasa de paro, solo por detrás de Canarias y Andalucía). Nos encontramos, pues, ante un importantísimo reto que va más allá de la superación de una profunda crisis de carácter coyuntural. Nos enfrentamos a un problema estructural: el agotamiento de un modelo de crecimiento cuyos éxitos en el pasado han enmascarado sus debilidades de futuro y la insostenibilidad en el largo plazo. Los cambios estructurales son factibles, como lo muestra la propia trayectoria de la economía valenciana desde los años sesenta del pasado siglo, pero requieren mucho tiempo. No se puede negar que estos cambios ya están teniendo lugar, incluso en muchos de los sectores tradicionales, pero también es evidente que la especialización productiva vigente dista mucho de haber cambiado lo suficiente para adaptarse a las dotaciones actuales de factores y niveles relativos de costes laborales. Ante esta situación, ¿cómo debemos actuar? ¿Qué debemos cambiar? ¿Qué agentes deben protagonizar los cambios? El contexto europeo e internacional Como punto de partida, conviene recordar que, desde los años noventa, se han producido cambios importantes en el escenario al que se enfrentan los agentes económicos valencianos, y que estos condicionan, de manera determinante, la respuesta y las estrategias públicas y empresariales que se pueden y deben adoptar. Entre los más significativos hay que destacar, por una parte, la intensificación de la competencia en el contexto internacional fruto de los avances producidos en el proceso de integración europea y de la globalización económica y, de otra, el surgimiento y desarrollo de la llamada sociedad del conocimiento. Si la adhesión de España a la actual Unión Europea en 1986 marcó un antes y un después, pasando de estar en Europa a estar dentro de Europa, los avances que han tenido lugar con el transcurso de los años en el proceso de integración europea (profundización y ampliación) han sido también de gran trascendencia. Por una parte, a la consecución del mercado único europeo a principios de 1993 debemos añadir la adopción del euro en 1999 por parte de once estados miembros de la Unión Europea (a los que se han unido seis estados más en los últimos años). Ambas etapas del proceso de profundización de la integración europea han significado un incremento del comercio y la competencia entre los países participantes y la última, además, implica también la imposibilidad de recurrir a la devaluación de la moneda por parte de las autoridades económicas españolas como mecanismo de ganancia competitiva. Por otro lado, con las dos últimas ampliaciones de la Unión Europea hacia el centro y el este de Europa del 2004 y el 2007 se han incorporado un buen número de países con bajos costes laborales pero con mano de obra muy cualificada que, además de intensificar la competencia de nuestras empresas en los mercados locales y foráneos, se ha traducido en una reducción de los fondos estructurales y de cohesión que recibimos de la Unión Europea, los cuales han sido fundamentales en la modernización de las infraestructuras. Ahora bien, las crecientes presiones competitivas a las que se enfrenta la economía valenciana no solo proceden de los progresos en el proceso de la integración europea, sino también de los significativos avances producidos en la integración de los países en el ámbito mundial, fruto de los acuerdos alcanzados en la Ronda Uruguay del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio), a mediados de los años noventa. Como en épocas anteriores, los avances en la globalización han afectado a múltiples ámbitos, además del comercio de bienes y servicios, como las inversiones o los movimientos migratorios. Este proceso ha coincidido en el tiempo con la intensificación del cambio en la geografía de las ventajas competitivas que se derivan del comportamiento de terceros países, en particular de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Finalmente, hay que incluir en los nuevos escenarios la revolución tecnológica que significa la generalización de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación). La sociedad del conocimiento está íntimamente relacionada con los sistemas productivos y sus aplicaciones permiten reducir los costes e incrementar la productividad en el conjunto de la economía, de manera que el futuro de muchas actividades depende de la capacidad que muestran sus empresas para aprovechar en toda su extensión las oportunidades de modernización y progreso que les brindan las nuevas tecnologías. Recordemos que la Agenda de Lisboa ya decía, hace diez años, que Europa se debía convertir en una economía más competitiva basada en el conocimiento, fundamentándose en las nuevas tecnologías y en el uso intensivo del capital humano en las actividades productivas. © A. Ponce & I. Rovira Un crecimiento sostenible En el contexto actual, al margen del logro de una serie de objetivos que son perentorios en el corto plazo, como la recuperación del crecimiento económico, la creación neta de empleo o el restablecimiento del equilibrio de las cuentas públicas, la economía valenciana debe orientar su modelo productivo para alcanzar, a medio y largo plazo, un crecimiento sostenible desde una triple perspectiva: económica, social y medioambiental. Ahora nos centraremos en la primera. Para alcanzar la sostenibilidad económica, el sistema productivo debe basarse fundamentalmente en el conocimiento, la formación de los recursos humanos, la innovación y la mejora continua de la productividad. Dicho esto, sepamos que la estructura económica valenciana continúa mostrando una elevada especialización en los llamados sectores tradicionales y una escasa presencia de las actividades catalogadas como avanzadas. Es fácil convenir que es deseable disponer de una estructura productiva en la que predominan este último tipo de actividades, caracterizadas por gozar de un mayor crecimiento de la demanda en los últimos tiempos y de un elevado contenido tecnológico y de conocimiento. Sin embargo, aunque son evidentes las ventajas de una estructura productiva con una importante presencia de este tipo de actividades, la respuesta al reto al que nos enfrentamos no puede consistir, si adoptamos un enfoque realista, en un cambio radical de nuestra estructura productiva a corto plazo. En primer lugar, porque los modelos productivos no pueden ser establecidos por la administración ni pueden surgir de la nada. Los empresarios y los trabajadores, particularmente en un contexto como el valenciano con un fuerte predominio de las pequeñas y medianas empresas, tienen unas capacidades y conocimientos que han ido adquiriendo con el tiempo y que, en buena medida, son específicos de la actividad que realizan. Por este motivo, es mucho más probable que el desarrollo de nuevas actividades tenga lugar con éxito cuando los nuevos productos están relacionados con los anteriormente producidos. En este punto, hay motivos para el optimismo porque, a pesar de la elevada presencia de los sectores tradicionales, la economía valenciana dispone de una base industrial amplia y diversificada, lo cual la dota de un gran potencial para el desarrollo de nuevas actividades. Además, conviene tener en cuenta que la concentración de determinadas actividades productivas en espacios territoriales concretos permite aprovechar las denominadas economías de escala externas a la empresa pero internas en el territorio, las cuales compensan en parte las limitaciones derivadas de las reducidas dimensiones medias de la empresa valenciana. En segundo lugar, porque el cambio de modelo en muchos casos no depende de lo que hacemos sino de cómo lo hacemos. En el seno de los varios sectores tradicionales es posible avanzar en términos del valor añadido de los bienes y servicios generados mediante la incorporación de capital humano y tecnológico a los procesos productivos. Son buenos ejemplos de ello bastantes empresas concretas de los sectores industriales tradicionales valencianos (cerámica, pavimento, calzado, textil, muebles, etc.) que han sabido aprovechar el importante papel que pueden representar intangibles como el conocimiento, el diseño, la marca, la I+D+i, la calidad, etc. Pero también hay algunas iniciativas interesantes en las actividades de servicios, como las relacionadas con el turismo o la distribución comercial (la experiencia de la empresa valenciana Mercadona es considerada como un caso de estudio en las universidades más prestigiosas del mundo) e incluso en los sectores de la agricultura o la construcción. Ahora bien, desarrollar nuevas actividades próximas a las que hemos ido realizando y avanzar añadiendo valor no tendría que ser obstáculo para el desarrollo de algunos sectores nuevos si se establecen las condiciones y los estímulos adecuados para que el capital autóctono y foráneo invierta de manera decidida. En este sentido, el informe Ideas para una nueva economía. Hacia una España más sostenible en 2025, elaborado por la Fundación Ideas, destaca siete nuevos sectores con alto potencial de crecimiento, innovación y desarrollo tecnológico: energías renovables, ecoindustrias, tecnologías de la información y las comunicaciones, biotecnología, industria aeroespacial, industrias culturales y servicios sociales. Así pues, en el cambio de modelo planteado, el empresario tiene el papel fundamental de descubrir y aprovechar las nuevas oportunidades que ofrece el mercado interno e internacional. Sin embargo, la labor de las administraciones públicas también es central: adoptar todas aquellas medidas micro y macroeconómicas que favorezcan y aceleren el cambio mencionado. En el ámbito microeconómico, la administración tiene que fomentar la cultura de la innovación, facilitar la creación de empresas, promover el crecimiento para que alcancen unas dimensiones lo bastante grandes como para que se puedan consolidar a medio y largo plazo, fomentar la innovación a través de una política pública bien diseñada de I+D+i, facilitar la transferencia del conocimiento desde las universidades y centros de investigación al tejido productivo, fomentar la competitividad del territorio (ciudades, ecosistemas de innovación de prestigio internacional…) y potenciar la internacionalización de las empresas. Asimismo, para que las mencionadas actuaciones puedan dar plenamente sus frutos, deben ir acompañadas de actuaciones de carácter macroeconómico y desarrollarse en un entorno institucional favorable. Para conseguirlo, las autoridades económicas, además de asegurar la estabilidad macroeconómica, la provisión (con sensatez) de infraestructuras sociales y productivas y un sistema educativo de calidad y eficiente que forme a los profesionales requeridos por las empresas, deben facilitar la eficiencia de los mercados (mediante la eliminación de los obstáculos a la competencia) y diseñar un marco laboral que combine adecuadamente la protección de los derechos de los trabajadores con una adaptación más flexible de las empresas a los cambios continuos en el entorno económico. BIBLIOGRAFÍA Salvador Gil y Vicent Soler. Catedráticos de Economía Aplicada, Universitat de València. |
«El modelo productivo vigente durante las últimas décadas ha contribuido en las etapas de bonanza económica a mejorar el bienestar de nuestra sociedad, mediante unos elevados ritmos de crecimiento económico y creación de empleo» «Para alcanzar la sostenibilidad económica, el sistema productivo tiene que basarse fundamentalmente en el conocimiento, la innovación y la mejora continua de la productividad» |