Una historia de éxito evolutivo

El ascenso del simio urbano

https://doi.org/10.7203/metode.13.21713

Amman

Los proyectos urbanísticos han dominado los últimos seis mil años de historia de nuestra especie, y han aparecido de forma independiente en todos los continentes habitados. La mayoría de la población ya vive en ciudades, y esta tendencia parece ir en aumento. Un enfoque evolutivo implica explicar primero cuáles fueron los factores que hicieron posibles los experimentos urbanos al final del Holoceno y, a continuación, qué presiones selectivas provocaron que las fórmulas urbanas de organización social tuvieran más éxito que otras alternativas. Una serie de factores (algunos ambientales y otros derivados de las características del animal humano) explican el surgimiento del urbanismo. Entre las razones de la ventaja comparativa de las ciudades, se argumenta que la formación del estado y la urbanización han tendido a formar relaciones sinérgicas en las que cada elemento ha facilitado el éxito del resto.

Palabras clave: ciudades, evolución social, Holoceno, formación del estado.

El fenómeno urbano

El urbanismo ha transformado los entornos habitados de nuestro planeta, así como lo que entendemos por ser humano. Más de la mitad de nosotros ya vive en ciudades, y para finales de siglo es posible que la cifra alcance las tres cuartas partes de la población mundial. La reciente aparición del urbanismo –las primeras ciudades se crearon hace tan solo 6.000 años– y su práctica omnipresencia actual plantean un reto explicativo (Smith, 2019). Nuestra especie tiene una antigüedad de cerca de 300.000 años. Como cazadores recolectores y antes del final del Pleistoceno, ya habíamos colonizado con éxito todos los continentes excepto la Antártida. Nuestra aventura urbana colectiva comenzó hace relativamente poco, pero los sistemas urbanos pronto consiguieron dominar los paisajes sociales de nuestro planeta.

Esto no es una sorpresa para todo el mundo. Existen muchas variaciones del mito de la civilización que entiende la ciudad como una forma superior de existencia. Estas ideas han suscrito discursos teleológicos de la historia humana centrados en el «progreso» hacia un mundo de ciudades, estados y tecnología cada vez más avanzada. Sin embargo, nuestra extensa existencia preurbana sugiere que la explicación es mucho más compleja. Ahora sabemos bien que no solo no hubo una única revolución urbana, sino que el urbanismo tampoco «se propagó» a partir de un pequeño número de centros originales (Childe, 1950). Las ciudades se han inventado decenas de veces a lo largo de los últimos milenios; a menudo lo hicieron poblaciones que no tenían conocimiento de otros experimentos urbanos. Los colapsos también han sido frecuentes, por lo que la historia de las ciudades es discontinua y regional.

Definiciones y descripciones

Se hace necesario ofrecer una definición provisional. Las ciudades son asentamientos densamente poblados construidos para perdurar durante varias generaciones, y la riqueza y las ocupaciones de sus habitantes son heterogéneas. Todas las sociedades humanas se caracterizan por diferencias en los roles sociales en función del sexo y la edad, y siempre existen unos pocos individuos que por una u otra razón son tratados de forma diferente tanto en vida como tras su muerte. Pero las primeras sociedades urbanas incluían grupos de artesanos, comerciantes y, a menudo, especialistas religiosos y guerreros, junto con familias dedicadas principalmente a la producción de alimentos. Las diferencias de riqueza emergieron a partir de estas distinciones: son claras si observamos el espectro de viviendas de un asentamiento, y a menudo también a partir de las diferencias sistemáticas en los ajuares funerarios e incluso en la dieta.

Estas cuestiones distinguen a las ciudades de campamentos grandes pero temporales como los creados por los cazadores recolectores y también de los asentamientos permanentes sin apenas diferenciación alguna entre habitantes, como los poblados agrícolas prehistóricos de Eurasia (Wengrow, 2018). Las ciudades también se pueden distinguir de los grandes enclaves ceremoniales creados por algunas sociedades prehistóricas tardías. Es muy probable que las diferentes invenciones de las ciudades se basaran en los modelos proporcionados por grandes asentamientos temporales, extensos poblados agrarios y complejos monumentales, pero lo que crearon fue algo nuevo.

«Las primeras ciudades tenían mucho en común, independientemente del lugar en el que se crearan» 

Las primeras ciudades tenían mucho en común, independientemente del lugar en el que se crearan. Por ejemplo, formaban nodos relacionales con dos tipos de sistemas de intercambio. A escala local, las ciudades se sostenían con la extracción de alimentos, materiales y trabajo de las zonas cercanas. Por otro lado, la mayoría también participaba en intercambios de larga distancia entre civilizaciones urbanas muy alejadas. La unión de estos dos sistemas se materializaba en la fabricación para la exportación, por ejemplo la producción de tejidos.

En términos morfológicos, las primeras ciudades también presentaban algunas similitudes. Los sistemas de comunicación interna eran necesarios para la circulación de alimentos, agua, combustible, desechos e información, además de otros bienes y productos manufacturados. Los límites de las ciudades estaban claramente delimitados por muros, canales, caminos perimetrales y, en ocasiones, santuarios y cementerios. La organización espacial dentro de las ciudades difería entre culturas. Algunas dedicaban amplias áreas a los templos y las residencias de los gobernantes, mientras que otras parecen haberse organizado de forma más igualitaria. Aparecen con frecuencia espacios comunitarios para rituales colectivos y tal vez para reuniones políticas, pero la estructura de los barrios era diferente entre unas y otras.

Existían también notables áreas de diferenciación. El tamaño de las primeras ciudades iba desde los pocos miles de personas hasta los cientos de miles en las capitales imperiales preindustriales. Las ciudades mesoamericanas eran enormes en comparación con las de la cuenca mediterránea. Los imperios euroasiáticos se caracterizaban por redes urbanas muy jerarquizadas en las que unas pocas ciudades de varios cientos de miles de habitantes coexistían con miles de entidades urbanas mucho menores. Las distintas trayectorias de urbanización explican parte de esta variabilidad. Algunos sistemas urbanos se crearon por diferenciación con otras redes de asentamientos anteriores, mientras que otras surgieron por una rápida concentración de población. Es también probable que los factores medioambientales tuvieran un papel relevante en la configuración de estas urbes. Un gran número de ciudades tenían una densidad relativamente baja, con áreas residenciales separadas por jardines y otros espacios abiertos (Fletcher, 1995); esto se ha considerado típico de los trópicos. Otras ciudades estaban más concentradas, en ocasiones con residencias de varios pisos.

El éxito de los experimentos urbanos no fue un proceso fácil: en muchos lugares, las ciudades se redujeron o desaparecieron debido a diferentes factores. Por ejemplo, el colapso de la civilización maya del periodo clásico se ha atribuido a los cambios medioambientales que provocaron su caída. En la imagen, el templo de Kukulcán (conocido como El Castillo), construido por la civilización maya entre los siglos VIII y XII de nuestra era, que domina el conjunto arqueológico de Chichén Itzá en el estado de Yucatán (México)./ Raquel Moss

Los testimonios de viajeros antiguos, medievales y del comienzo de la edad moderna, como Ibn Battuta, Marco Polo o los conquistadores, muestran que siempre fue fácil reconocer las ciudades, aunque sus peculiaridades locales también eran evidentes. Hasta hace muy poco, cuando se globalizaron las tecnologías de construcción y los estilos arquitectónicos, los sistemas urbanos de todo el mundo parecían una familia de primos con facciones comunes y reconocibles pero también con peculiaridades individuales.

Más allá del origen urbano

La utilidad de la ciudad como categoría analítica rara vez ha sido cuestionada. Los orígenes urbanos son más controvertidos.

Las explicaciones de episodios concretos de urbanización han variado enormemente (Ucko et al., 1972). Hay quien destaca el impacto de la guerra o el despotismo, o presenta las ciudades como el producto de movimientos de refugiados, en respuesta a catástrofes medioambientales, o por las exigencias de entornos con problemas hidráulicos. Se ha argumentado que, por sí solo, el aumento de la población puede llevar a una población más allá de un punto en el que las instituciones urbanas son necesarias, y otras explicaciones similares ven el urbanismo como consecuencia del crecimiento económico o político. Parece extremadamente improbable que podamos encontrar una causa única que explique cada una de las invenciones de urbanismo. Con mayor éxito, se ha sugerido que la ciudad es la solución única para muchos problemas durante el Holoceno (Clarke, 1979).

También se ha argumentado que la urbanización es solo una dimensión más de un aumento general de la complejidad que también incluye la formación del estado, el uso de símbolos, la escritura y el dinero (Smith, 2009). La interconexión de estos procesos suele ser evidente, pero la postura general ha recibido críticas constantes. Se han identificado numerosas ciudades en diferentes sociedades sin que existan indicios de instituciones estatales (Graeber y Wengrow, 2018, 2021; Morris, 1991). No todos los estados se caracterizaban por el urbanismo, y algunas ciudades tempranas parecen comunidades más igualitarias que jerárquicas. La complejidad es, en cualquier caso, una medida problemática: la complejidad de muchas sociedades de cazadores recolectores se materializaba de diferentes formas, y algunas operaban, al menos periódicamente, a gran escala. Muchos agricultores no urbanos sabían organizar proyectos extraordinariamente complejos, incluyendo obras hidráulicas y la construcción de monumentos. Por estas razones, parece más adecuado mantener el urbanismo separado en términos de análisis y considerar más adelante sus relaciones con la formación del estado.

Los evolucionistas podrían considerar la cuestión urbana en dos partes. La primera está relacionada con cuáles fueron los factores que hicieron posible la estrategia de la fundación de ciudades desde mediados del Holoceno. La segunda, con cuáles son las razones del éxito de este conjunto de experimentos sociales, en particular frente a otras alternativas.

La posibilidad del urbanismo

El urbanismo temprano no dependía de un único nicho ambiental. Las ciudades se crearon en llanuras aluviales y en estepas, en valles de ríos importantes y en el litoral marítimo, e incluso a gran altitud, como en los Andes. Antes de la era industrial, las ciudades eran poco habituales en la taiga, la tundra o el desierto. Hasta hace poco, podríamos haber incluido a los bosques tropicales en esa lista, pero el trabajo reciente con teledetección LiDAR en Centroamérica y la Amazonía sugiere que este vacío podría ser solo aparente (Iriarte et al., 2020). Los principales asentamientos en Ucrania se crearon en el cuarto milenio antes de nuestra era (ANE) en el punto de unión entre la estepa y los bosques templados. Es probable que queden por encontrar más sociedades urbanas tempranas. La mayoría de estos entornos también han sido, en ocasiones, la base de sociedades no urbanas, y pocas regiones tienen una historia urbana ininterrumpida. Así, fueron apareciendo grupos de ciudades que más tarde desaparecieron en gran medida hacia el final del Holoceno.

La agricultura es un prerrequisito para el urbanismo. Esta es probablemente la razón principal por la que, al parecer, la construcción de ciudades no se intentó antes. La domesticación de los primeros cultivos y, más adelante, de los primeros animales ocurrió en múltiples ocasiones en todo el mundo y en la mayoría de regiones precedió al urbanismo por varios miles de años. Aunque algunas sociedades de cazadores recolectores en entornos tropicales ricos sí adoptaron modos de vida sedentarios, y algunas incluso crearon monumentos notables, ninguna fundó ciudades como las definidas anteriormente. Lo más probable es que esto se deba a razones energéticas. La construcción de ciudades es un proceso temporal y energéticamente costoso, y sostener la vida urbana también requiere acceso a excedentes de producción. Pero aunque la agricultura fue necesaria para el desarrollo del urbanismo, no era suficiente por sí sola. Muchas sociedades agrícolas no intentaron crear ciudades.

Otros prerrequisitos están relacionados con una serie de rasgos que distinguen al animal humano de otras muchas especies (Woolf, 2020). Es de sobra conocido que los humanos toleran una gran variedad de dietas, incluyendo aquellas en las que se combinan las calorías adecuadas con una dieta rica en carbohidratos y pobre en vitaminas. De igual forma, los humanos han demostrado ser capaces de vivir en toda una serie de condiciones endémicas generadas al habitar junto a otros humanos, animales domésticos y los desechos de unos y otros. Estas condiciones ciertamente caracterizan a muchas ciudades tempranas (Hassett, 2017).

En términos más positivos, la sociabilidad humana permitió la cooperación sostenida de grandes grupos. Las ciudades ofrecen a los humanos algunas de las ventajas que las colmenas y las colonias ofrecen a los animales eusociales. Pero a diferencia de los insectos sociales o los peces, estas colaboraciones y roles complementarios dependen de una forma compleja de comunicación que ninguna otra especie puede gestionar. Esto no era una novedad del Holoceno. Los humanos ya tenían la capacidad de vivir y trabajar juntos en grandes grupos mucho antes de que crearan ciudades. De hecho, se ha sugerido que las grandes expediciones de caza colaborativa e incluso la construcción de monumentos proporcionaban a los humanos plantillas de actividad cooperativa que facilitaron tanto el desarrollo de la agricultura como la vida urbana. Tanto los proyectos agrícolas como los urbanísticos requerían no solo una planificación compleja, sino también la voluntad colectiva para invertir en proyectos de larga duración.

Tradicionalmente, el nomadismo se ha llevado mal con los estados centralizadores; esto ha sido así desde los primeros califatos hasta la Unión Soviética. Otras formas de organización social a menor escala han resultado ser (con algunas excepciones) menos compatibles que las ciudades con los objetivos de entidades políticas más grandes. En la imagen, una familia nómada cerca del lago Song Kol, en Kirguistán./ Raquel Moss

Una conclusión provisional es que una serie de características fisiológicas y cognitivas de los humanos resultaron ser también útiles para la construcción de ciudades y, cuando la agricultura ya había producido suficientes excedentes de energía y alimentos, estos proyectos se hicieron viables.

El urbanismo y sus alternativas

El urbanismo no fue la única innovación social del Holoceno. Pero tenemos que preguntarnos por qué tuvo tanto éxito, en comparación con otras.

En la actualidad es imposible documentar todos los experimentos sociales de las sociedades agrícolas, pero podemos identificar algunos. Lo más evidente en el registro arqueológico son las regiones caracterizadas por los pueblos agrícolas, comunidades sedentarias con escasa diferenciación social. Las domesticaciones animales abrieron un segundo grupo de opciones, incluyendo varios tipos de nomadismo. En muchas regiones desde el norte de Mesopotamia a la estepa euroasiática se desarrollaron relaciones simbióticas entre los agricultores y los ganaderos. Finalmente, podemos apuntar la existencia de varios grupos de cazadores y recolectores del Holoceno, muchos de los cuales (como las poblaciones circumpolares) utilizaban un set de herramientas mucho más avanzado que el de sus predecesores del Pleistoceno. La pregunta que tenemos que responder es por qué los experimentos urbanos acabaron por superar a otras opciones a largo plazo.

Deberíamos admitir de inmediato que este no fue un proceso fácil. En algunas regiones, los poblados agrícolas reemplazaron a los urbanizadores durante siglos. El valle del Indo es un ejemplo de ello. Diversas culturas agrícolas forestales ocuparon muchas áreas de América Central y del Sur ocupadas por urbanizadores mucho antes del intercambio colombino. El desarrollo de «imperios nómadas» en la estepa euroasiática fue una característica del último milenio ANE y del primero de la era actual: en muchos casos, las sociedades urbanas sobrevivieron como vasallos de estos estados nómadas, pero en algunos casos las ciudades se redujeron o desaparecieron. El final del Imperio Romano de Occidente provocó a la desaparición de las ciudades de algunas regiones del norte de Europa.

En unos pocos casos, puede que los cambios ambientales fueran un factor a tener en cuenta. Las ciudades al borde del desierto podrían haberse hecho menos viables; la colmatación obligó a abandonar ciertas urbes, y se ha ofrecido toda una serie de explicaciones ambientales para el colapso de la civilización maya del periodo clásico. Recientemente existe una tendencia clara a hacer hincapié en los factores antropogénicos. En efecto, esto es cierto en algunos casos, como el fin del urbanismo en el Mississippi poco después de la llegada de los europeos a Norteamérica, pero no es una explicación general válida. Muchas de estas discusiones han dado por sentado que el urbanismo (o la civilización) es indiscutiblemente bueno, y que cualquier sociedad capaz de desarrollarlo lo habría hecho (McAnany y Yoffee, 2010). Y sin embargo, es también posible que, en ciertos momentos y lugares, las poblaciones simplemente eligieran una de las alternativas disponibles al urbanismo.

Puede que, ciertamente, este tipo de elección sea ahora menos factible que en el pasado. El crecimiento global de población está haciendo que residir en entornos no urbanos sea una opción cada vez más exclusiva de las clases privilegiadas. La reducción de biodiversidad provocada por la agricultura comercial hace cada vez más difícil vivir de los huertos personales, la caza o la recolección. Pero la falta de alternativas al urbanismo es un fenómeno muy reciente, tal vez con menos de dos siglos de historia en algunas partes del mundo. Queda por explicar por qué el urbanismo sí logró desplazar otros estilos de vida alternativos en sus primeros cinco milenios y medio de existencia.

El éxito comparativo del urbanismo

El concepto de urbanismo de Clarke como una solución única para toda una serie de problemas nos puede servir como punto de partida. En muchos casos, el urbanismo debe haber resuelto o mitigado un problema inmediato. La persistencia urbana es menos difícil de explicar en esos casos, al menos mientras el problema siga existiendo.

«LAntropocè, ens agrade o no, pertany a la ciutat, i és difícil imaginar futurs posturbans no catastròfics»

Por ejemplo, algunas ciudades tempranas se caracterizaron por estar dotadas de muros o ciudadelas y, por lo tanto, se las puede considerar también un refugio. Las ciudades sumerias del cuarto milenio ANE o las griegas del primer milenio ANE aparecieron en paisajes políticamente fragmentados en los que la guerra parece haber sido una preocupación principal, a juzgar por su literatura y arte figurativo. Resulta bastante fácil ver por qué su cambio hacia el urbanismo no se revirtió mientras persistieran las mismas condiciones.

Incluso cuando estas cambiaron, se podían encontrar nuevos usos para las viejas ciudades. La expansión de varios estados imperiales en la región mediterránea que culminó con un largo período de unificación bajo el mandato romano redujo los conflictos entre ciudades y aumentó la seguridad, pero el resultado no fue el abandono de las ciudades fortificadas. En algunas regiones como Italia central, se empezó a construir y residir más en el campo, y en otras como Grecia, las poblaciones urbanas aumentaron, pero la mayoría de ciudades no se fortificaron. Las ciudades en general se volvieron más importantes como nodos de las redes de intercambio y como proveedores especializados de servicios como la justicia y los eventos religiosos y culturales. Como resultado, la red se volvió más diferenciada, encogiendo a las ciudades pequeñas y haciendo crecer más las grandes. Un conjunto similar de procesos se produjo siglos más tarde en Europa occidental, con la expansión de las ciudades catedralicias, los centros de peregrinación y las poblaciones portuarias a costa de los primeros burgos medievales, que anteriormente proporcionaban seguridad local (De Vries, 1984).

El fenómeno de la persistencia de las ciudades pese al cambio de sus funciones es tan extenso que merece una mayor consideración. Si bien es posible que las ciudades se desarrollaran como solución a múltiples problemas, tal vez hemos de considerar la facilidad con la que se reconvirtieron. Como otras tecnologías (por ejemplo la escritura o la metalurgia), una vez adquirido, el urbanismo se puede utilizar para diferentes fines. La disponibilidad de ciudades puede haberlas convertido en herramientas convenientes, y es posible que su amplia utilidad les asegurara la persistencia incluso cuando las razones originales para su creación ya no existían.

Los humanos ya tenían la capacidad de vivir y trabajar juntos en grandes grupos mucho antes de que crearan ciudades. Pero tanto los proyectos agrícolas como los urbanísticos requerían no solo una planificación compleja, sino también la voluntad colectiva para invertir en proyectos de larga duración. En la imagen, un mercado de alimentos en Bolonia (Italia)./ Renate Vanaga

Un ejemplo particularmente generalizado es el uso de las ciudades en el gobierno. Los gobiernos premodernos surgieron a partir de diversos orígenes. Tanto la competencia entre grupos de parentesco como las conquistas externas, el conflicto entre facciones y los cambios en tecnología militar tuvieron un papel importante. Los primeros imperios los establecieron monarquías, grupos nómadas y ciudades estado que lograron superar a otros sistemas rivales. Pero el espectro de opciones de gobierno era más limitado. Los imperios premodernos solían depender de alianzas con las élites locales, de la imposición de gobernadores militares o de la generación de burocracias. Las dos últimas soluciones solían ser lo suficientemente costosas como para requerir una subida de impuestos. No es sorprendente, por lo tanto, que las ciudades conquistadas fueran utilizadas regularmente como instrumentos de gobierno por imperios de todo tipo. Lo mismo ocurre con los estados nación. Podría decirse que el éxito del urbanismo en los dos últimos milenios se ha debido en gran medida a la utilidad de las unidades políticas más grandes.

Esta línea de argumentación nos lleva de vuelta a la cuestión del urbanismo y el estado, y de la complejidad social. En lugar de afirmar que la ciudad y el estado son dos dimensiones o reflejos de un proceso mayor, quiero defender que ambas unidades han sido cada vez más útiles mutuamente. Por el contrario, tradicionalmente el nomadismo se ha llevado mal con los estados centralizadores; esto ha sido así desde los primeros califatos hasta la Unión Soviética. Otras formas de organización social a menor escala –silvicultores, grandes poblaciones agrícolas y comunidades de cazadores– han resultado ser (con algunas excepciones) menos compatibles que las ciudades con los objetivos de entidades políticas más grandes.

Futuros urbanos

El urbanismo, como he sugerido, comprende una serie de experimentos sociales disponibles para la especie humana a partir del punto del Holoceno en el que los excedentes agrícolas y las poblaciones que estos generaban alcanzaron un cierto umbral. Durante gran parte de los primeros cinco milenios, los modos de vida urbanos compitieron con otras alternativas, y se pueden encontrar numerosos casos de sociedades que, por una u otra razón, se desilusionaron del concepto de ciudad. Dichas alternativas se han visto cada vez más apartadas por los drásticos cambios de los últimos dos siglos. El Antropoceno, nos guste o no, pertenece a la ciudad, y es difícil imaginar futuros posturbanos no catastróficos.

He aquí una cuestión general sobre la reversibilidad de procesos como la urbanización y la formación del estado. Esta cuestión resultará familiar a los expertos en evolución que estudian otros problemas. El cambio en respuesta a las presiones selectivas se puede revertir muchas veces cuando dichas presiones cambian, pero puede llegar un punto en el que esa opción ya no sea posible. En la evolución biológica, esto suele implicar una reducción de diversidad genética, como cuando una especie sufre una situación de cuello de botella.

La evolución social opera mediante mecanismos distintos. Es cierto que la pérdida de biodiversidad hace que algunas alternativas al urbanismo sean mucho más difíciles de perseguir hoy en día. Colectivamente, las ciudades han creado entornos en los que es difícil ser no urbano: esto también es una consecuencia no planificada de su éxito. Pero, en cierto sentido, la ciudad también es la solución a tantos problemas que resulta complicado imaginar una sustitución integral. Al final, la versatilidad social del urbanismo es lo que ha asegurado su éxito.

Referencias

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© Mètode 2022 - 113. Vida social - Volumen 2

Profesor distinguido Ronald J. Mellor de Historia Antigua en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) (EE. UU.) y profesor visitante honorario de Arqueología en el University College de Londres (UCL) (Reino Unido). Estudió en la Facultad de Clásica e Historia de Oxford y completó un doctorado sobre la transición de la Edad del Hierro tardía al Imperio romano en Francia en la Universidad de Cambridge, bajo la dirección de arqueólogos e historiadores de la era antigua. Su investigación y docencia ha continuado desarrollándose en torno a todas estas disciplinas en las universidades de Oxford, St. Andrews, Londres y, actualmente, en Los Ángeles. Es miembro de la Academia Británica. Sus proyectos actuales incluyen un examen de las dinámicas de cambio cultural en Roma y un estudio de la movilidad en el mundo mediterráneo antiguo.