Los autores ofrecen un análisis de la enfermedad mental en la obra de una escritora clave del siglo xx: Virginia Woolf. La revisión crítica de su legado literario nos permite acercarnos a la que quizá sea una de las figuraciones literarias más intensas alrededor de la enfermedad, de sus metáforas y, al mismo tiempo, a las representaciones, los eufemismos, silencios y monstruos, plasmados en las páginas de la vida y la singular voz de una escritora esencial.
Palabras clave: enfermedad, literatura, escritura, Virginia Woolf, mujer.
Introducción
La gran mayoría de las patologías que sufrimos a menudo han estado sobrecargadas de mitología. Ya desde la antigüedad las especulaciones alrededor de la enfermedad la presentaban como un instrumento de la ira divina o quién sabe de qué fuerzas oscuras (pensemos, por ejemplo, en la plaga que Apolo inflige a los aqueos en la Ilíada como castigo por el rapto de la hija de Crises por parte de Agamenón). De hecho, toda afección considerada un misterio en un momento determinado será percibida como moralmente sospechosa; incluso se llegará a omitir el nombre para evitar insospechados peligros, como hace la madre del protagonista en Armancia de Stendhal cuando huye de la palabra tuberculosis por miedo a que, al pronunciarla, empeore su hijo. Así también, la malignidad de la palabra cáncer provoca que muchas personas la escondan o no se atrevan a mencionarla y en la literatura se constatan ejemplos de cómo se sobrentiende (recordemos La muerte de Iván Ilich de Tolstói).
«Virginia Woolf reflexiona acerca de la enfermedad y cómo esta nos hace contemplar el universo de una forma muy diferente»
En el presente trabajo se hace un recorrido por los trastornos y la enfermedad de Adeline Virginia Stephen, más conocida por Virginia Woolf. En su obra encontramos una profunda capacidad de introspección, tanto en la ficción como en los ensayos, diarios o escritos autobiográficos, pero también documentación que muestra cómo se vive desde dentro de la enfermedad, los estados de ánimo y los altibajos psicológicos. Información que se complementa con la procedente del círculo más íntimo de la escritora que esboza su universo clínico y cotidiano, a veces muy difícil de separar.
Las crisis
Sobre la enfermedad de Virginia Woolf se ha hablado mucho. Hoy en día se considera que padeció un trastorno bipolar con estados de hipomanías disfóricas y fases depresivas severas (American Psychiatric Association, 2000; Baldessarini, 2000). Los tres grandes brotes de su enfermedad aparecen en verano de 1895, en mayo de 1904 y en julio de 1913, aunque entre estos períodos sufrió algunas crisis también importantes. A los trece años tuvo el primer episodio que la hizo pasar más de seis meses convaleciente y abandonar por mucho tiempo la redacción de su diario, iniciada cuatro años antes. En 1897, tras un fuerte ataque, comenta que la vida es un asunto muy duro, que se necesita tener una piel de elefante que ciertamente la escritora piensa que no posee (Woolf, 1975). El segundo gran brote, en 1904, es realmente severo y comporta el primer intento de suicidio. A pesar de que su inestabilidad es importante, en agosto de 1912 se casa con Leonard Woolf. Sin embargo, el período más grave del trastorno se extiende entre 1913 y 1915. En esta época tiene altibajos relevantes, como refleja la ingesta el 9 de septiembre de 1913 de cien gramos de veronal, en otro intento de quitarse la vida.
Los colapsos, pesadillas y ataques se mantendrán hasta el verano de 1915. Después, y en contra de todo pronóstico, estuvo bastante bien hasta 1936 (Woolf, 1980). En 1941 vuelve a encontrarse bastante desanimada, con miedo a que la enfermedad se agrave de nuevo y a ingresar en un sanatorio como ya había pasado en otras ocasiones. De hecho, escucha las voces que son el preámbulo de una grave crisis y el 28 de marzo, tras escribir dos cartas de despedida, una para Leonard y la otra para su hermana Vanessa, se sumerge en el río Ouse con los bolsillos del abrigo cargados de piedras. Fue el último intento, y esta vez con éxito, de quitarse la vida. Este es un fragmento de la carta a Leonard:
Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no me recuperaré. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en cada uno de los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que apareció la terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Podrás comprobar que ni tan solo este escrito lo puedo hacer adecuadamente. No puedo leer.1
(Bell, 1996, p.226)
Freud y Woolf
Sigmund Freud y Virginia Woolf no se llegaron a conocer personalmente hasta el 28 de enero de 1938 en su retiro de Hampstead, un año antes de morir Freud y tres antes de fallecer la escritora. Hacía unos meses que Freud había llegado a Inglaterra, muy débil, cansado y deteriorado por el cáncer de mandíbula que sufría hacía ya tiempo. De la visita, Virginia Woolf quedó emocionada por la sagaz inteligencia del analista. Según se sabe, la autora nunca llegó a psicoanalizarse. En aquel momento el diagnóstico de su enfermedad era trastorno maniacodepresivo y los ataques sufridos se trataban con curas de sueño, buena alimentación y ambientes tranquilos, aunque dormía muy poco y comía menos.
Se ha preguntado el motivo por el que no se psicoanalizó, y más sabiendo la admiración que sentía Leonard Woolf por el médico vienés (fue el matrimonio quien publicó la obra de Freud en Hogarth Press2 efectuando una importante apuesta, tanto por el riesgo de la inversión económica como por la posible acusación por parte del establishment de obscenidad). Si bien Virginia siempre fue bastante reticente a las ideas del psicoanálisis, cambiará progresivamente desde el momento en que visitan a Freud, como leemos meses después de la muerte del profesor vienés en la entrada del diario de la escritora. El 2 de diciembre de 1939 comenta que ha iniciado la lectura de Freud y empieza a devorar sus escritos (Woolf, 1985). Ya no dejará de leerlo y así se reflejará en algunas referencias de su obra, como en Momentos de vida (Woolf, 2013). En cierta medida, Virginia Woolf respondía al sentido que el padre del psicoanálisis había asignado al poder del pasado y a las emociones primitivas escondidas bajo el disfraz de la cultura.
«En muchos momentos de sus escritos, sobre todo autobiográficos, Virginia Woolf comenta la necesidad de escapar de la enfermedad a través de la creación»
una Fuerte carga emocional
La existencia de la escritora estuvo muy marcada por acontecimientos de una fuerte carga emocional. De hecho, el primero tuvo lugar a raíz de la muerte de la madre, de la que se culpó a lo largo de la vida, así como de la del padre y de las personas más próximas que fallecieron en aquellos años. En este sentido, subrayamos como acontecimiento clave la muerte de su hermanastra Stella de peritonitis cuando estaba embarazada, con una grave consecuencia impuesta por el padre: la prohibición de pronunciar su nombre. Tener que silenciar sus emociones le impidió sobrellevar el duelo. Esta prohibición, además, explica el origen de las malas relaciones de Sir Leslie Stephen con los hijos. La muerte del padre, en 1904, le genera nuevos sentimientos de culpa y la aparición de voces que la incitan a cometer disparates, hasta que se arroja por la ventana, sin consecuencias graves. En 1906, su hermano predilecto, Thoby, de vuelta de un viaje a Grecia, muere a causa de una fiebre tifoidea.
El tercer episodio está bastante documentado, entre otros motivos, gracias al minucioso diario de Leonard de los trastornos de su esposa en el que recopila, por ejemplo, la incesante manía de hablar durante días sin parar con el padre y la madre. Se siente culpable y piensa que la perturbación que sufre es su merecido castigo (Figueroa, 2005; García Nieto, 2004). Asimismo, se ha apuntado que algunos acontecimientos vitales pudieron agravar la enfermedad: los posibles abusos sexuales que sufrieron ella y la hermana por parte de sus hermanastros Gerald y George Duckworth (DeSalvo, 1989).
«Algunos de sus personajes de ficción reflejan síntomas psicológicos que conocía muy bien»
Sin embargo, la mayoría de estudiosos atribuye peso al factor hereditario, una causa idiopática fundamental, ya que en la familia paterna el abuelo tuvo por lo menos tres episodios; su primo escritor, James Kenneth Stephen, desarrolló un trastorno maníaco y fue confinado por su agresividad; su padre, Leslie Stephen, preeminente intelectual, sufrió fuertes depresiones y se derrumbó en 1895 con la muerte de su segunda esposa; su madre, Julia Duckworth, pasó un duelo patológico tras la muerte de su primer marido; incluso su hermana, Vanessa Bell, sufrió un grave episodio depresivo después de perder el hijo que esperaba y una fuerte crisis, consecuencia de una tempestuosa relación con Roger Fry.
La escritura como terapia
En muchos momentos de sus escritos, sobre todo en los autobiográficos, comenta la necesidad de escapar de la enfermedad mediante la creación. La escritura como vida propia, dirá en abril de 1929, como un testigo de algo real más allá de las apariencias, que ella transforma a partir de las palabras y que, por este motivo, deja de herirla. La escritura se convertirá en una forma de huir de lo que la perturbaba, de lo que le horrorizaba (Woolf, 2013). Frente al sentimiento de vulnerabilidad, la creación le procuraba la protección que buscaba, como una especie de colchón interpuesto ante, entre otras cosas, el paso del tiempo o las relaciones con las personas queridas. Pero cuando eso se tambaleaba, caía en el pozo.
En este sentido, podemos leer Al faro (Woolf, 1996) como una especie de psicoanálisis, con diálogos que nunca realizó, como un ámbito para decir todo lo que no pronunció en vida. Minow-Pinkey (1987) ha sugerido también que la enfermedad de Septimus, personaje de Mrs. Dalloway, constituye una especie de locura verbal, caracterizada por la pérdida de la capacidad de distinguir entre significado y significante, por la confusión entre los objetos reales y las palabras. La desconexión entre las palabras y sus referentes culmina con la caída de Septimus en el agujero negro de la locura cuando se ve incapaz de sentir nada por la muerte de su mejor amigo, como la propia Virginia ante la muerte de muchos de sus familiares, lo que a menudo la hace sentirse culpable.
Cuando menos es curiosa la predilección de la escritora por las imágenes relacionadas con el agua, constatada tanto en su obra como en su vida y en la forma de ponerle fin que eligió. En las páginas de algunos de sus libros observamos la relación del agua con la impasibilidad de la naturaleza ante el destino de los seres humanos y, sobre todo, con la tranquilidad de la muerte. Así se ve en Mrs. Dalloway: «se oscurece y se ilumina bajo su cuerpo, y las olas amenazan con romper, pero solo rasgan suavemente la superficie, y, al parecer, hacen rodar, ocultan e incrustan de perlas las algas»3 (Woolf, 2003, p. 61).
En 1925 escribió un texto, a petición de T. S. Eliot, para ser publicado en la revista New Criterion, con el título «On being ill» (“De la enfermedad”) y que saldría a la luz en enero de 1926. En abril, la revista neoyorquina The Forum publicó una versión revisada más breve titulada «Illness: an unexploited mine» (“La enfermedad: una mina sin explotar”). En 1930 Virginia y Leonard recuperaron el escrito original en una edición de Hogarth Press, y nos regalaron así un texto repleto de imágenes sobre las enfermedades y el planteamiento recurrente de las relaciones del cuerpo y del alma. De hecho, entre los primeros temas, apunta la sospechosa ausencia de la enfermedad entre los grandes leitmotiv de la literatura y se pregunta por qué el hecho literario no describe el drama cotidiano del cuerpo y la mente cuando nos encontramos convalecientes. Incluso comenta la pobreza de la lengua inglesa para reflejar el dolor:
El inglés, que puede expresar los pensamientos de Hamlet y la tragedia de Lear, carece de palabras para describir el escalofrío y el dolor de la cabeza. […] Cualquier colegiala cuando se enamora cuenta con Shakespeare o Keats para expresar sus sentimientos; pero dejemos a un enfermo describir el dolor de cabeza a un médico y el lenguaje se agota de inmediato.4
(Woolf, 2014, p. 29–30)
Además, reflexiona acerca de la enfermedad y cómo nos hace contemplar el universo de una forma muy diferente, descubriéndonos aspectos de la realidad no apreciados o examinados desde otra perspectiva: «Existe, confesémoslo (y la enfermedad es el gran confesionario), una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen cosas, se sueltan verdades que la cautelosa respetabilidad de la salud oculta. […] En la enfermedad cesa esta simulación»5 (Woolf, 2014, p. 35–36). En el fondo, nos esboza la profunda soledad en la que se encuentra el ser humano.
No nos adentraremos en especulaciones sobre cómo habría podido ser su obra sin la enfermedad o con los actuales avances psiquiátricos, aunque, sin duda, las circunstancias personales afectaran la forma de afrontar su existencia y su creación. Pensemos cómo algunos de sus personajes de ficción reflejan síntomas psicológicos que conocía muy bien; por ejemplo, la ansiedad y el delirio de Septimus Smith que acaba en suicidio, los calificativos de loco que le dirigen los médicos como guardianes de la normalidad o la existencia de Clariss Dalloway. A menudo señaló como génesis del material ficcional las propias experiencias y, en especial, fruto de las crisis durante las que las ideas y las palabras le fluían como un volcán. En el primer brote de la enfermedad, la escritora apunta que oyó cantar a los pájaros en griego, escena que años después recrearía en Mrs. Dalloway y en Los años (Woolf, 1988).
En Mrs. Dalloway, posiblemente una de sus grandes obras, Virginia Woolf habla de todas sus preocupaciones del momento: la salud mental, el ambiente patriarcal y el papel de la mujer en la sociedad, el hecho de vivir y el suicidio, entre otros temas. Con la crónica de un día de junio de 1923 en la vida de Clariss Dalloway, mujer de mediana edad, entretenida en organizar una fiesta periódica de amigos, se narra también otra historia equidistante, la de Septimus Warren Smith, depresivo y veterano héroe de guerra. A partir de los dos protagonistas, la señora Dalloway y Septimus, nos muestra el vaivén de la mente, nos aleja y acerca el pasado y el presente, nos descubre impresiones, sentimientos de angustia, recuerdos… Nos sugiere una realidad subjetiva captada por el raudal de sensaciones inagotables acumuladas en el pensamiento, las reflexiones, la angustia que sufre la propia escritora, mezclada con la trama paralela de Septimus y su planteamiento del suicidio como única salida. Imágenes que se suceden en un discurso mental en el que las palabras son fundamentales: las palabras dichas y, sobre todo, las pensadas, en una representación del fluir de la conciencia.
«Los brotes fuertes que sufría, llamados en el diario como “la ola” y “el horror”, a menudo se acentuaban después del gran esfuerzo que le suponía escribir»
A modo de conclusión
Tanto de sus escritos como de los documentos de los seres más íntimos se desprende un carácter depresivo, muy escéptico y con pocas esperanzas, con ideas recurrentes de suicidio y miedo a la gente. Al mismo tiempo se muestra aterrorizada por la soledad, muy autocrítica y con constantes sentimientos de culpa, con terribles dolores de cabeza, insomnio y a menudo, asco por la comida. Algunos de los médicos atribuyeron a la literatura los problemas de salud de la autora. Incluso alguno le recomendó que la abandonara, ya que los brotes fuertes que sufría, llamados en el diario como «la ola» y «el horror», a menudo se acentuaban después del gran esfuerzo que le suponía escribir. Virginia Woolf nunca hizo caso y, aunque los largos ataques afectaron a su trabajo, con períodos sin poder escribir, tuvo una gran fuerza de voluntad para construir una sorprendente, vasta y original obra. Su pertinaz y perspicaz manera de trabajar asombraba incluso a Leonard, como podemos leer a lo largo de los diarios del esposo y editor (Woolf, 1970). Desde nuestra óptica, atribuimos al hecho creativo la ayuda para poder soportar aquel calvario que vivió; en su lucha sorda contra el acoso de la enfermedad, la literatura fue una tabla de salvación ante el naufragio continuo. En esta línea entendemos la exploración repetida de los últimos escritos de las complejidades del yo y su análisis de conciencia de los personajes. ¿Cómo iba a dejar de conocerse, de escribirse y de leerse? ¿Cómo iba a abandonar el propio viaje interior?
1. «Dearest, I feel certain that I am going mad again. I feel we can’t go through another of those terrible times. And I shan’t recover this time. I begin to hear voices, and I can’t concentrate. So I am doing what seems the best thing to do. You have given me the greatest possible happiness. You have been in every way all that anyone could be. I don’t think two people could have been happier ‘til this terrible disease came. I can’t fight any longer. I know that I am spoiling your life, that without me you could work. And you will I know. You see I can’t even write this properly. I can’t read.» (Volver al texto)
La traducción es de los autores.
2. La trayectoria editorial que iniciaron en 1917 Virginia y Leonard no fue ninguna broma: no solo publicaron sus libros sino también obras fundamentales de John Maynard Keynes, Edward M. Forster, Fiódor Dostoyevski, Katherine Mansfield, Antón Chéjov, Thomas S. Eliot, Middleton Murry o la obra de Sigmund Freud, entre otros. (Volver al texto)
3. «while the sea darkens and brightens beneath him, and the waves which threaten to break, but only gently split their surface, roll and conceal and encrust as they just turn over the weeds with pearl.» (Volver al texto)
Fuente: http://gutenberg.net.au/ebooks02/0200991h.html. Traducción: Mètode, a partir de Mrs. Dalloway (Proa, 2003).
4. «English, which can express the thoughts of Hamlet and the tragedy of Lear, has no words for the shiver and the headache. It has all grown one way. The merest schoolgirl, when she falls in love, has Shakespeare, Donne, Keats to speak her mind for her; but let a sufferer try to describe a pain in his head to a doctor and language at once runs dry.» (Volver al texto)
Fuente: http://www.woolfonline.com
5. «There is, let us confess it (and illness is the great confessional) a childish outspokenness in illness; things are said, truths blurted out, which the cautious respectability of health conceals. […] In illness this make-believe ceases.» (Volver al texto)
Fuente: http://www.woolfonline.com
Referencias
American Psychiatric Association. (2000). Diagnostic and statistical manual of mental disorders. Washington: APA.
Baldessarini, R. J. (2000). A plea for integrity of the bipolar disorder concept. Bipolar Disorders, 2, 3–7. doi: 10.1034/j.1399-5618.2000.020102.x
Bell, Q. (1996). Virginia Woolf. A biography. Londres: Hogarth.
DeSalvo, L. (1989). Virginia Woolf: The impact of childhood sexual abuse on her life and work. Berkeley: University of California Press.
Figueroa, G. (2005). Virginia Woolf: enfermedad mental y creatividad artística. Revista Médica de Chile, 133, 1381–1388. doi: 10.4067/S0034-98872005001100015
García Nieto, R. (2004). Virginia Woolf: caso clínico. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 92, 3501–3519.
Minow-Pinkey, M. (1987). Virginia Woolf and the problem of the subject. New Brunswick: Rutgers University Press.
Woolf, L. (1970). The journey not the arrival matters: An autobiography of the years 1939-1969. Londres: Harcourt, Brave & Word.
Woolf, V. (1975). The letters: Vol. I. The flight of the mind, 1888-1912. Londres: Chatto & Windus.
Woolf, V. (1980). The letters. Vol VI. Leave the letters till were dead, 1936-1941. Londres: Chatto & Windus.
Woolf, V. (1985). The diary of Virginia Woolf. Vol. V. Londres: Penguin.
Woolf, V. (1988). Els anys. Barcelona: Edhasa.
Woolf, V. (1996). Al far. Barcelona: Edicions 62.
Woolf, V. (2003). Mrs. Dalloway. Barcelona: Proa.
Woolf, V. (2013). Momentos de vida. Barcelona: Lumen.
Woolf, V. (2014). De la enfermedad. Barcelona: Centellas.