La realidad física del arte

Cuando la palabra antimateria aparece en nuestro horizonte, nos sentimos atraídos hacia un excitante no-lugar inspirador de sugerencias. A aquellos que nos dedicamos a las artes plásticas este vocablo nos deja atónitos y desconcertados por más que a lo largo de la historia hayamos buscado, entre los recovecos del pasado, relaciones entre el arte y la ciencia. Pero el término sin duda exige estar provistos de un bagaje de conocimientos científicos a los cuales nuestro acceso, en otros tiempos factible, hoy es muy limitado porque el campo en el que se mueve la especulación científica es muy complejo. Necesitaríamos más tiempo que el de una sola vida para poder abarcar la amplitud de conocimientos que permitiera una aproximación a esta especie de enciclopedia del saber.

Y sin embargo y según parece, algunos científicos intentan encontrar en la ciencia otras imágenes de la belleza, de lo que está vivo, que nos identifica en la misma búsqueda. Porque a medida que se van desentrañando las relaciones, la constitución de la materia –y de la antimateria–, el cosmos y el mundo del cual formamos parte, nos percatamos de que todos perseguimos un objetivo común: desvelar misterios y mostrar todo aquello que intuimos. Para el pintor que trabaja con materia plástica, su obra se desenvuelve en unas condiciones fisicoquímicas concretas que no tienen ninguna relación con el tema que nos ocupa: con la antimateria. Para nosotros todo es tangible, palpable. Los artistas plásticos no sabemos qué es la antimateria pero lo presentimos.

«Para el pintor que trabaja con materia plástica, su obra se desenvuelve en unas condiciones fisicoquímicas concretas que no tienen ninguna relación con el tema que nos ocupa: con la antimateria»

Es curioso que la mayor preocupación por la materia, o, como dijeron los pintores y los críticos informalistas, por lo matérico, se produjera a mediados del siglo xx cuando los artistas comenzaron sus experimentos en torno a la abstracción con l’art brut, el tachismo, el informalismo, el expresionismo abstracto… los cuales tenían como premisa dejar a la materia en libertad para que ella misma se constituyera en su propia poética. La magia de la materia en acción se desbordó y, por primera vez en la historia, el movimiento afectó a todo el mundo. Sin duda la materia, esa gran olvidada, reivindicaba sus derechos. Y de la misma manera que para el científico la antimateria es una realidad en esos años y en los siguientes –e incluso en las aplicaciones que se están realizando actualmente en campos como la medicina– el pintor, en cambio, se centró en la materia, tal vez porque ella es real, porque puede palparla, extenderla, aglomerarla, abrasarla, diluirla… Es la herramienta con la que trabajamos. Hasta hoy, por el momento, al menos, la antimateria solo puede considerarse en la superficie del cuadro como el espacio que no contiene materia, como ese fondo sobre el cual cabalgan los acontecimientos plásticos.

Por tanto, para el pintor, aun para el más informalista, nunca será posible representar la antimateria tal cual es. Y si debe tomar como referencia el símbolo, pronto descubrirá que este no funciona porque el arte puede enamorar, puede causar desagrado o rechazo, puede existir negando y afirmando, pero nunca podrá prescindir de su dependencia de la materia sólida; nunca podrá llegar a manifestar realmente ese estado del espíritu del cual nos han hablado los grandes místicos en el que no existe nada porque todo es. No se puede llegar más lejos que el Cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malevich y, a pesar de todo, está realizado con materia.

Somos seres limitados que jugamos a seguir investigando en el laberinto de la vida y nunca nos detenemos. Sabemos que este laberinto es infinito, pero caminamos por él intentando abrirnos a la esperanza dejando nuestro rastro como otros hicieron.

Los pintores seguiremos trabajando con materia, con superficies y espacios que, de alguna forma, relacionen ambas –materia y antimateria– y seguiremos buscando la belleza y la verdad donde quiera que estén, porque podemos elegir una posición desde nuestros conocimientos sensibles. Y esta posición, por supuesto, como la del científico, es la vida en acción y la belleza que se desprende de su transformación y de su poesía.

© Mètode 2011 - 70. Cuando se quema el bosque - Número 70. Verano 2011

Artista y doctora en Bellas Artes. Académica de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Carles de Valencia.