La retórica de la ciencia y por qué es importante

Cuando comencé a ejercer la filosofía de la ciencia, hace ya más de cincuenta años, la retórica de la ciencia no existía. Al menos, no existía en los círculos filosóficos. Si leemos los textos de figuras importantes de este campo como Karl ­Popper y Ernest Nagel, vemos que no prestan atención a los métodos para convencer al público –a las maniobras lingüísticas o argumentativas–. Lo único importante era lo que se decía mediante el lenguaje y lo que probaban los argumentos. Se daba por supuesto, de hecho, que la ciencia sería mejor si se pudiera reducir a matemáticas puras, esquivando por completo la dependencia del lenguaje, y si toda argumentación fuera una deducción directa como las que encontramos en la geometría euclidiana.

Las cosas han cambiado drásticamente por varias razones. Una de las más importantes es, probablemente, el desarrollo de la historia de la ciencia. Este campo, y otros relacionados como la sociología de la ciencia, indicaron de forma precisa la naturaleza de la ciencia real tal y como la llevan a cabo los científicos –en oposición a la ciencia idealizada tal y como la reconstruyen los filósofos–. Y una de las cosas que uno descubre al observar la ciencia que producen los científicos es lo importante que resultan el lenguaje y otros aspectos relacionados con este. Un científico que produce un trabajo quiere convencer a sus lectores y lectoras de la autenticidad del mismo y de su importancia en el esquema general de las cosas. Esto implica la presentación, lo que a su vez implica el lenguaje y las estrategias argumentativas, ¡y esto significa retórica!

«Darwin siempre argumenta, intenta poner las cosas en su lugar»

Si tomamos como ejemplo un elemento esencial de la ciencia como es la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin, nos topamos con la retórica por lo menos por dos razones principales. Primero, en El origen de las especies encontramos un importante uso retórico del lenguaje, especialmente en el recurrente y eficiente uso de la metáfora que hace Darwin. Rara es la vez que Darwin introduce un tema en frío, podríamos decir. Siempre lo envuelve en lenguaje, frecuentemente mediante analogías, comparaciones u otros mecanismos, para tranquilizar y estimular. Todos nosotros conocemos (como conocían todos en el siglo xix), la habilidad de los granjeros y ganaderos para mejorar organismos mediante la cría selectiva. ¿Qué es más inmediato, entonces, que referirse a los procesos naturales como «selección natural»? Hace pensar y aun así resulta familiar y reconfortante.

La segunda forma que utiliza Darwin para llegar al lector es el discurso. Nunca ofrece datos sin más, uno detrás de otro. Siempre argumenta, intenta poner las cosas en su lugar. Ahora bien, el filósofo de la ciencia tradicional estaría de acuerdo en que un argumento es un argumento, y los de Darwin podrían ser correctos o no. Pero observar El origen nos muestra que no es tan sencillo. No podemos observar la selección natural en acción, o al menos Darwin pensaba que no podíamos. Entonces, ¿cómo podía intentar convencerte? En parte, por analogía, entre la cría selectiva y lo que ocurre en la naturaleza. En parte, con una especie de argumento unificador, que muestre que si aceptamos su mecanismo de selección natural, entonces campos como la biogeografía y la sistemática y la embriología podrían pasar a ser parte de un todo. Nada se puede discutir de forma aislada. Los argumentos se conectan. A esto se le conoce como «consiliencia de inducciones» y, como Darwin insistía –la repetición es otro mecanismo retórico–, es muy popular en otras áreas de la ciencia, especialmente en física.

Darwin no tenía que hacer las cosas de esta manera, pero lo hizo y fue muy efectivo para convencer a la gente de que la evolución ocurría de verdad. Así que aquí tenemos un caso en el que la retórica de la ciencia es realmente importante. A menos que aceptemos esto, nunca podremos llegar a comprender la naturaleza de la ciencia. En otras palabras, para hacer algo bien filosóficamente, hay que jugársela y observar cosas que los filósofos normales considerarían bastante irrelevantes para sus objetivos. Por esta razón, creo que la retórica de la ciencia es muy importante, y me gustaría instar a quien quiera alcanzar una verdadera comprensión de la naturaleza de la ciencia a tomarla muy en serio.

 

© Mètode 2015 - 86. Palabra de ciencia - Verano 2015

Profesor de Filosofía Lucyle T. Werkmeister y director del Programa de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Estatal de Florida (EEUU). Es autor de numerosos libros entre los que se encuentran Taking Darwin seriously: A naturalistic approach to philosophy (1986), The philosophy of biology today (1988) i Charles Darwin (2008). Ha sido también fundador de la revista Biology and Philosophy.