En el momento de publicarse este número asistimos, entre incrédulos, inseguros e impotentes, a una situación solo comparable a la vivida en las dos guerras mundiales del siglo XX. Una pandemia global, que ha situado de nuevo a la especie humana ante un escenario tan inédito y desconocido como imprevisible, y que nos obliga a pensar sobre el mundo que hemos construido y a avanzar hipótesis sobre las consecuencias y los posibles escenarios de futuro. Con humildad académica y conscientes de que un nuevo «cisne negro» otra vez puede cambiar radicalmente cualquier previsión.
Son muchas las preguntas que ahora se formulan las ciencias sociales (al igual que las ciencias de la salud y las ambientales) sobre cómo será el futuro inmediato y cómo afectará a nuestras sociedades y a nuestras vidas. No solo carecemos de respuestas sino que probablemente será necesario cambiar muchas preguntas. Con todo, la academia, desde sus distintas miradas, se ha apresurado a investigar (las destacables contribuciones de este número son buena muestra) y al tiempo se ha aventurado a analizar y discutir sobre las corrientes de fondo que preocupan a las sociedades contemporáneas en este tiempo nuevo que para algunos colegas significa el fin de un mundo.
«La pandemia no debe utilizarse como coartada para proseguir con modelos productivos y de crecimiento insostenibles»
Se agolpan ahora importantes análisis acerca de los posibles efectos geopolíticos en un mundo sin centro, crecientemente multiunipolar, en el que la Unión Europea transita indolente, renunciando a convertirse en «tercer espacio» geopolítico del planeta entre el declive relativo de EEUU y el ascenso relativo de China. Se anuncian sombrías proyecciones sobre el efecto económico y social de la pandemia global, hasta el punto de que hablamos de la Gran Depresión de 2020. Se discute sobre las consecuencias económicas, sociales y políticas del repliegue de unas sociedades fracturadas que reclaman muros físicos o virtuales a sus representantes políticos, especialmente en Europa, donde el euroescepticismo se consolida en ausencia de proyectos capaces de ofrecer seguridades ante un futuro que genera miedos que no solo se explican por la economía. Se alerta acerca de los riesgos que acechan a las democracias liberales y la tentación aprovechada por distintos poderes para hacer que progresen distintas versiones de vigilancia digital, restringiendo libertades y manipulando la información. Se discute incluso acerca de qué modelos son más «eficientes y eficaces» (si el asiático o el occidental) para organizar las sociedades y cuáles avanzarán o retrocederán en el futuro inmediato. Se analizan posibles cambios culturales que puedan producirse y el impacto en ámbitos tan esenciales como el modelo de ciudad, la influencia o retroceso de las religiones, las relaciones interpersonales, la movilidad e incluso formas de consumo. Finalmente, se debate acerca del papel de los medios de comunicación en una época en la que la mentira se consolida como forma de comunicación en red, al margen de los medios tradicionales, y como herramienta política, en un tiempo en que lo que ocurre a miles de kilómetros es «local », mientras que lo que ocurre en mi localidad es «global».
Nadie sabe qué nos depara el futuro, ese «país extraño» al que se refería mi maestro Josep Fontana. Sin embargo, entiendo que sí es posible extraer algunas enseñanzas de esta pandemia global. Sugiero, entre otras muchas, algunas que me parecen relevantes. En primer lugar, también habrá ganadores y perdedores entre nosotros. Con diferencias, según la parte del mundo y la familia en que hayamos nacido, pero siempre sufren más los mismos. Los invisibles que ahora nos apresuramos a destacar como esenciales. En segundo lugar, será más difícil ahora oponerse a la idea de ensanchar el espacio público. En especial el pilar social y el sociosanitario. En tercer lugar, en un contexto más desglobalizado será más fácil que los poderes públicos refuercen la autonomía estratégica en el ámbito europeo. En cuarto lugar, será necesario insistir en el error que supondría orillar la lucha contra la crisis climática en favor del modelo productivista. La pandemia no debe utilizarse como coartada para proseguir con modelos productivos y de crecimiento insostenibles. Finalmente creo imprescindible contar con estrategias públicas para afrontar nuevos y desconocidos riegos extremos. Porque estos han venido para quedarse.