Los jóvenes han lanzado una ofensiva al centro de nuestra conciencia. Siguiendo el impulso de la adolescente sueca Greta Thunberg, comenzaron a hacer huelga los viernes para manifestarse ante parlamentos y ayuntamientos en una «huelga escolar por el clima» y han levantado un movimiento cuyos ecos se escuchan desde la cumbre del Clima de Katowice hasta la de Davos, desde Polonia hasta España, desde los medios de comunicación tradicionales hasta el arte rupturista de Banksy, pasando por el naturalista británico David Attenborough y cientos de científicos que han apoyado la iniciativa. A los pocos meses, el inicio de este camino se reflejaba en el libro Cambiemos el mundo: #huelgaporelclima (Lumen, 2019), una recopilación de los discursos de Greta Thunberg.
Los jóvenes han tenido además la habilidad de generar círculos de complicidades a su alrededor. Enseguida les siguieron las Madres por el Clima, que comenzaron a compartir sus inquietudes sobre la contaminación y las afecciones en la salud de sus hijos. No tardarían en unirse los profesores con la iniciativa Teachers for Future, centrados en la educación ambiental, y de forma casi inmediata tanto parlamentos como ayuntamientos y universidades –en España las primeras fueron la Universidad Politécnica de Cataluña y la Complutense de Madrid– han ido aprobando declaraciones de emergencia climática.
El torpedo que lanzaron los jóvenes da de lleno en la línea de flotación de nuestro sistema político, económico y social, al que hemos mirado durante mucho tiempo con cierta autocomplacencia, hasta que de repente unos adolescentes lo han impugnado para poder defender su derecho a la vida, al presente y al futuro. Si lo hacen es porque ese sistema que nos ha permitido alcanzar, en Occidente, esas cotas de satisfacción, lleva en su interior el germen de su autodestrucción.
Su mensaje va dirigido de forma directa a los representantes políticos. Dicen que se lleva años hablando y que las medidas no llegan, que el tiempo se acaba y no se puede esperar más, y reivindican el valor de la política, de lo público y de lo que es de todos.
Se debate mucho sobre el impacto de estas movilizaciones, y si bien es todavía demasiado pronto para poder valorarlo en su justa medida, hay apreciaciones que se pueden hacer ya.
«#FridaysForFuture ha multiplicado el debate sobre el cambio climático»
En primer lugar, el movimiento #FridaysForFuture ha multiplicado la presencia del debate sobre el cambio climático tanto en los medios de comunicación como en el conjunto de la conversación pública. No es casualidad que veamos cada vez más referencias, más proyectos transmedia que buscan llamar la atención sobre el fenómeno y explicarlo con precisión, e incluso se han iniciado compromisos por parte de grupos de comunicación hasta hace poco impensables. Impulsado por Ecodes y con el apoyo de la European Climate Foundation, más de setenta medios de comunicación españoles han firmado un compromiso para comunicar de forma precisa el cambio climático. La Fundeu (Fundación del español urgente) ha puesto en marcha junto con la Agencia Efe una iniciativa para asesorar a comunicadores sobre el uso preciso de los términos que hay que emplear, y cada día se dedican más espacios –incluso secciones específicas– a hablar sobre el tema en la prensa generalista. El debate, por tanto, está presente en todas las agendas.
Por otro lado, los jóvenes son un importante grupo de influencia en la opinión de los adultos. Se ha comprobado en otros temas como el tabaquismo, la conducción responsable o el reciclaje. Son, sin duda, impulsores del cambio de hábitos en el ámbito familiar. Del cambio de costumbres y de conciencia necesario para que la adopción de medidas políticas ambiciosas sea inaplazable.
En definitiva, nuestros jóvenes nos recuerdan que no podemos seguir mirando hacia otro lado. De lo contrario, les estaríamos negando el derecho a la vida. A ellos, a nuestros hijos e hijas. Y por supuesto, a nosotros mismos.