En el año del Señor de 1263, el padre Pedro de Praga dudaba de la transubstanciación del cuerpo y de la sangre de Cristo en la eucaristía. Así, fue en peregrinación a Roma, en busca de la gracia de una fe más fortalecida. De vuelta de Roma, se detuvo a pasar la noche en la pequeña ciudad de Bolsena, en el Lacio. Al día siguiente celebró misa en la cripta de santa Cristina y, como premio, y para afianzar su fe, Dios se le manifestó haciendo que la sagrada hostia sangrase y llenase de sangre los corporales. A raíz de este milagro, el papa Urbano IV, que estaba en la cercana ciudad de Orvieto, instauró una de las fiestas anuales más importantes de la Iglesia: la festividad del Corpus Christi. El primero tuvo lugar el 11 de agosto de 1264, y por todo el mundo católico aún se celebra el jueves siguiente a la octava de Pentecostés. Este milagro sanguinolento, aun siendo el más conocido, no ha sido el único de su color. Además, esta fiesta da ocasión a celebraciones tan tradicionales como las alfombras de flores (en Sitges) o l’ou com balla (en Barcelona).
«Si estudiásemos los milagros más a fondo, nos daríamos cuenta de que muchos de ellos tienen alguna explicación racional; sin embargo, si no encontramos una, eso no prueba que una mano divina ande por medio»
Este tipo de milagros ya había ocurrido antes, el 23 de febrero de 1239, en Llutxent, a tres leguas de Xàtiva. Tropas aragonesas de Daroca, Teruel y Calatayud luchaban contra los sarracenos. El capellán de los cristianos, Mateo Martínez, de Daroca, se encontró seis hostias que había consagrado el día anterior empapadas de sangre y pegadas a los corporales. Los corporales acabaron en esta ciudad aragonesa debido a la terquedad de los capitanes que eran de allá y de su capellán. Y por la decisión de una mula mora, voluntariosa y viajera, que recorrió más de 300 kilómetros en unos doce días, antes de doblar las «rodillas» y caer muerta en la puerta de la iglesia de San Marcos, en Daroca. Tenemos noticia de muchos otros milagros similares a lo largo de la historia, en muchas ciudades europeas y americanas. La última, el 25 de julio de 2013, en Guadalajara, México. El padre José Dolores (Lolo), de la parroquia María Madre de la Iglesia, oyó la voz de Jesús: «No abras el sagrario hasta las tres de la tarde, no antes; haré un milagro en la eucaristía…». Al abrir el sagrario a la hora recomendada, el capellán vio cómo sangraba la forma consagrada. La noticia no dice si llevaron el milagro a analizar a un laboratorio microbiológico. Pero es muy probable que no lo hiciesen.
Los milagros son fenómenos inexplicables que, generalmente, causan un beneficio. Si los estudiásemos más a fondo, nos daríamos cuenta de que muchos deellos tienen alguna explicación racional; sin embargo, si no encontramos una, eso no prueba que una mano divina ande por medio, simplemente, que no podemos explicarlo con la información disponible. El milagro de Bolsena, la «sangre de las hostias», tiene una explicación simple: es debido al crecimiento de una bacteria muy común, Serratia marcescens, que produce un pigmento tetrapirrólico que parece sangre. Los microbiólogos, socarrones, han denominado el pigmento con el apropiado nombre de prodigiosina.
Actualmente está de moda autodiagnosticarse y automedicarse. Además, hay que añadir un problema creciente, que es el acceso a una enorme cantidad de información, a través de Internet, relacionada con la salud y la medicina. Las hay correctas pero otras son erróneas. Información no implica automáticamente conocimiento. Existe una falsa sensación de «sabiduría», que promueve prácticas terapéuticas cuya eficacia se basa en mitos sin fundamento científico. Uno de los mitos es la homeopatía.
La homeopatía fue fundada a finales del siglo xviii por el médico Samuel Hahnemann (1755-1843), de Meissen, Sajonia, como una forma de mejorar el «espíritu vital» del cuerpo. Hahnemann propuso la homeopatía como una alternativa moderada a la truculenta medicina de la época, que se basaba todavía en la teoría hipocrática de los humores y utilizaba técnicas tan agresivas, y iatrogénicas, como la sangría y las purgas. Sus dos principales axiomas eran: «lo semejante se sana con lo semejante» (similia similibus curantur), y «menos es más» (es decir, el remedio se tiene que diluir hasta el extremo). Hahnemann creía firmemente que sus preparados especialmente diluidos eran capaces de causar cambios fisiológicos en el paciente. Por supuesto, muchos homeópatas alegan que sus remedios son efectivos más allá de los efectos placebo.
La homeopatía reclama como característica propia una forma de atención de salud integral, en la que el homeópata puede tratar un paciente en su conjunto, su situación emocional, familiar y el contexto social, en oposición al hecho de centrarse solo en los síntomas o en la patología subyacente. Sin embargo los beneficios del holismo también se pueden aplicar a la medicina convencional. Jordi Gol (1924-1985), en 1976, en Perpiñán, no definió la salud como ausencia de enfermedad, sino como «aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y jubilosa».
«La «medicina natural» no puede prescindir del conocimiento, la moderación y la prudencia de un médico»
Además, la medicina «convencional» no olvida la «medicación» basada en productos naturales. Los productos de origen vegetal se han utilizado con éxito para curar o prevenir enfermedades a lo largo de la historia. Los registros escritos sobre las plantas medicinales se remontan por lo menos a hace 5.000 años, a los sumerios, y los registros arqueológicos sugieren que se usaban incluso antes. Ötzi, «la momia del hielo», llevaba en su zurrón varias hierbas curativas. En el maravilloso libro Plantas medicinales, el Dioscórides renovado, Pius Font i Quer (1888-1964), farmacéutico, botánico y químico) describe las características de las plantas medicinales para identificarlas con seguridad, ya que una confusión de la especie podría ser fatal en ciertos casos. En este libro trata 678 especies y describe detalladamente la composición e indica los principios activos a los que debemos atribuir la eficacia curativa de las plantas así como la dosis recomendada.
Muchos medicamentos modernos se basan en productos naturales. Pero aquí, a diferencia de los «remedios» homeopáticos, se puede establecer una relación causa-efecto, aunque el producto natural sea una mezcla de moléculas de naturaleza muy dispar. Con todo, la «medicina natural» no puede prescindir del conocimiento, la moderación y la prudencia de un médico. Según nos dice la poeta norteamericana Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886):
La «Fe» es una sutil invención
Para los Caballeros que ven!
¡Pero los Microscopios son prudentes
en una Emergencia!
(Traducción de Ana Mañeru Méndez y María Milagros Rivera Garretas, Sabina Editorial, Madrid, 2012).