¿Por qué se escribe poesía? Escribimos sobre todo para formular preguntas, leemos para obtener respuestas, preguntas y respuestas que aluden siempre a la naturaleza humana. Fijémonos en estos versos del mexicano José Emilio Pacheco: «El poeta dejó de ser la voz de la tribu, / aquel que habla por quienes no hablan. / Se ha vuelto nada más otro entertainer. / Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica, / sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo, / tienen asegurado el amplio público / a quien ya no hace falta leer poemas.» Su denuncia no es gratuita: lo que cuenta es la transmutación en poesía que hace un creador de las dudas, inquietudes, obsesiones o desgracias que emanan de nuestra frágil y voluble naturaleza humana, y no las dudas u obsesiones particulares de esta persona. Encontramos poetas que son maestros en el arte de sustraer la parte personal en lo que escriben, evitando a toda costa dejar restos de materia autobiográfica: T. S. Eliot, por ejemplo. Otros lo son en la exposición de su vida privada, que se convierte en el argumento de la obra: Robert Lowell, por ejemplo. Los hay que nadan entre dos aguas: en esta intersección localizaríamos a Miquel Martí i Pol. Las construcciones verbales de todos ellos, sin embargo, acreditan una voluntad de sacar a la luz los dolores penetrantes de nuestra existencia y de nuestro trágico destino. Schopenhauer sostenía que la vida humana oscila entre dos tipos de dolor: el del deseo (que se basa en la necesidad o la carencia) y el del aburrimiento o inanidad (experimentado cuando todas las necesidades han sido satisfechas). Permitidme añadir un dolor intermedio: el de la imposibilidad de llevar a cabo los deseos. Con objeto de liberarse del sufrimiento, el ser humano se ha guarecido en un nirvana que equivale a lanzarse a la trampa de la inacción. Este razonamiento de Schopenhauer destila un pesimismo infructuoso paralelo al de la tesis de la vacuidad del budista Nagarjuna. El nihilismo (moral, epistemológico y/o metafísico), al contrario, ha sido útil para hacer cosas de interés desde una vertiente netamente hipocondríaca. Lacónicas preguntas de talante nihilista cómo «¿qué es todo eso?» o «¿por qué?» tienen un carácter universal. Las podemos responder con mentiras y creérnoslas, o podemos quedarnos en silencio digiriendo el vacío múltiple que estimulan, solución esta última que, por el hecho de estar más al lado de la «realidad», nos abre las puertas a criticar con fundamento y a acercarnos, aunque de una manera macabra, al menos a la evidencia de la verdad relativa. Quien opta por el primer camino no llegará a ninguna parte porque su filosofía se hundirá desde el principio en el barro del camelo. Proponemos un catálogo alternativo de sufrimientos: a) sufrimiento del deseo; b) sufrimiento de la impotencia o placer del éxito; c) sufrimiento del «volver a empezar»: una vez experimentadas las necesidades no nos quedamos inactivos sino que deseamos más, reanudando el proceso. El dolor de la inanidad de Schopenhauer equivaldría al paso b, cuando el poder de la impotencia nos ha dejado con las manos vacías, y es en este punto donde se activan los mecanismos de la escritura poética. Teniendo en cuenta los sacrificios exigidos para configurar nuestra faceta intelectual, el dilema entre escribir (y leer) y abstenerse de hacerlo no es sencillo. ¿Qué dirección tomar? ¿Retraerse en la inercia y el desinterés? ¿Arriesgarse sabiendo que la rebeldía será incomprendida? ¿Sustituir la aburrida vida convencional por una excitante vida facinerosa? ¿O abandonarlo todo como el joven Rimbaud (ya lo decía René Char: «Tu as bien fait de partir, Arthur Rimbaud!»), hartos de tanta mediocridad? Realmente, la versatilidad de la naturaleza humana se demuestra por la existencia de los poetas. Ernest Farrés Junyent. Poeta y periodista, su último libro es Edward Hopper (Viena Edicions, 2006). |
«Lo que cuenta es la transmutación en poesía que hace un creador de las dudas, inquietudes, obsesiones o desgracias que emanan de nuestra frágil y voluble naturaleza humana»
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© Mètode 2011 - 67. Naturaleza humana - Número 67. Otoño 2010