El mapamundi del Antropoceno

ANTROPOCÈ

No siempre hemos sabido qué forma tenía el mundo. Cuáles eran sus límites, con qué colores pintar montañas y valles. ¿Tenían nombre aquellas tierras lejanas? ¿Vivía alguien allí? Monstruos inimaginables surcaban el océano, atemorizaban a los navegantes y poblaban los cuentos infantiles y los relatos de tabernas marítimas.

Plasmar el mundo en la arcilla, el pergamino, el papel o la pantalla ha sido un impulso que nos ha acompañado desde hace milenios. Desde el esquemático primer mapamundi babilonio de hace 2.700 años hasta Google Maps, pasando por la geografía de Ptolomeo, el mapamundi de Fra Mauro (que lo dibujó sin abandonar nunca Venecia), la primera proyección de Mercator o el bellísimo Orbis terrarum nova et accuratissima tabula (1658) de Nicolaes Visscher, en el cual el mundo todavía permanece inacabado. Nos costó más de 2.000 años cerrar las líneas del mapa, delimitar en el papel y la mente dónde se hallaba cada continente. Y ahora, tan solo tres siglos después de haberlo conseguido, debemos volver a trazar la línea del mundo.

Desde el estreno de la película Jurassic Park, en 1993, el nivel del mar ha subido medio palmo. Parece poco, pero no lo es: diez centímetros son la diferencia entre el susto y la catástrofe. Desde principios del siglo pasado ya son dos palmos y medio: cerca de treinta centímetros. Los mapas que tan delicadamente hemos confeccionado empiezan –nunca mejor dicho– a hacer aguas. Si bien es cierto que las costas de todo el mundo han sufrido modificaciones notables por las infraestructuras que se han construido, la amenaza que ahora planea sobre ellas es de una dimensión distinta, descomunal.

Hay relatos sobre la subida del nivel del mar a inicios del Holoceno (hace entre 12.000 y 7.000 años) que aún perduran en la cultura oral de algunas comunidades, como la de los aborígenes australianos. Es posible que las crónicas del actual ascenso del agua no duren tanto –¡quién sabe dónde estará la humanidad dentro de tanto tiempo!–, pero sin duda estarán bien documentadas. Los vídeos de las catástrofes naturales, que a menudo se vuelven virales en las redes sociales, serán unos de los más prolíficos fedatarios de un cambio que ya se palpa en los cinco continentes.

Varios islotes del Pacífico, en las Islas Salomón, desaparecieron hace años. En Santo Tomé y Príncipe ya están planificando el traslado de poblaciones hacia el interior. En el Reino Unido han cuantificado en 200.000 las casas y negocios en riesgo. En Francia están empezando a preguntarse qué hacer, porque tienen una línea de costa particularmente vulnerable a la subida del nivel del mar. En Bangladesh, la salinización de los cultivos afecta a centenares de miles de agricultores, algunos de los cuales han tenido que reconvertirse en acuicultores. En 2022 Venecia activó un carísimo sistema de barreras artificiales para proteger la ciudad en momentos de acqua alta. Los polos norte y sur mutan año tras año, con la superficie manchada de blanco volviéndose más y más pequeña en una espiral sin freno.

Parece evidente que redibujar los mapas no es una opción, sino un cometido con el que deberemos cumplir tarde o temprano. Ahora bien, todavía estamos a tiempo de decidir cómo será el mapamundi del Antropoceno. Podemos y debemos decidir si los mapas del futuro estarán repletos de indicaciones de infraestructuras fósiles y urbes medio inundadas, o si, por el contrario, reflejarán un proceso lento y costoso, pero exitoso, de retirada y convivencia. No es tarde para lograr que la cartografía del Antropoceno ofrezca una crónica visual de la asunción de los límites y la realidad por parte de las sociedades humanas del siglo XXI. Ojalá quien la consulte en el futuro vea en ella no solo la historia de una conmoción monumental que todavía –seguro– durará, sino también la de un movimiento acompasado y decidido por parte de una humanidad que, al fin, entendió que vivía en un mundo nuevo, y que necesitaba nuevos mapas para vivir y navegar en él. 

© Mètode 2024 - 122. Humanidades digitales - Volumen 3
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Doctor en Biodiversidad, escritor y divulgador científico (Valencia).