Cuenta la leyenda que, como castigo a su incansable arrogancia, un dios airado decidió dar la vuelta al baobab y dejar las raíces expuestas y su verde copa enterrada. Nada más lejos de la realidad, la inquietante morfología de los baobabs es el resultado de la adaptación a las duras condiciones ambientales a las que se enfrentan. Estos colosos pueden alcanzar 30 metros de altura y poseer troncos de más de 10 metros de diámetro. Investigaciones recientes apuntan a que su esperanza de vida puede superar los 1.000 años, habiéndose estimado algunos ejemplares de entre 2.000 y 2.450 años. Con una distribución limitada a ciertas áreas de África, la península arábiga y Australia, los baobabs se enfrentan a retos modernos que podrían comprometer su supervivencia. La pérdida de hábitat debido a la agricultura, la escasez de agua, las enfermedades y la desaparición de diseminadores de sus semillas son algunos de los factores más dramáticos. Sin embargo, la muerte repentina de algunos de los más longevos y grandes baobabs presentes en África podría estar asociada a cambios en las condiciones ambientales provocados en parte por el cambio climático. Testigos de un presente incierto, estos milenarios habitantes visten de misticismo un paisaje en el que su elegante silueta es explotada como fuente de vida por multitud de especies. Sin usar filtros en la lente, con un enfoque selectivo en el perfil del baobab y aprovechando la luz natural del atardecer, mi objetivo con esta fotografía tomada en Madagascar era resaltar la poderosa presencia que estos silenciosos habitantes infunden en las planicies malgaches.