Continuidad

Continuïtat

Ilustración: Anna Sanchis

Ya no salen en la tele aquellos cartelitos pidiendo disculpas por alguna interrupción en las emisiones. Hace años eran de lo más corrientes. Al principio, estaban casi tanto tiempo en pantalla como la propia programación, era un clásico. En la radio es fácil llenar los tiempos muertos o los desajustes en la programación con música de relleno; en la televisión, no. Mirándolo bien, resulta sorprendente que las imágenes se encadenen como si nada, sin tropiezos ni interrupciones.

Se ocupa de ello el departamento de continuidad de cada canal. Es básico. Dispone de las grabaciones programadas y de la señal producida en directo, también de los anuncios pregrabados. Se trata de ir dando paso a cada cosa de forma fluida, una tras otra y sin cortes, precisamente a la hora anunciada. Que se dice pronto. Si falla la continuidad, la programación se va al garete. Pero la fama se la llevan los presentadores. Parece que todo lo hagan ellos. La tarea de continuidad es ignorada por casi todo el mundo.

En la vida pasa poco más o menos igual. Quien marca el gol sale en la foto, pero menos a menudo se habla del centrocampista que organiza el juego (Iniesta y Xavi son felices excepciones…). Así, los centrocampistas cotidianos que garantizan la continuidad de las cosas son perceptivamente desplazados por el gesto teatral o por la intervención llamativa, si no por el exabrupto. Basta ver diarios y televisiones. Las cosas importantes desaparecen bajo la presión de las vistosas. Debería ser al revés. Franco ya lo decía: «lo importante es durar». En eso tenía razón. Durar significa mantener la continuidad. Si se dura, se tiene tiempo para hacer que pasen cosas. O para que las cosas pasen por sí solas, que acaba pareciendo lo mismo.

«Durar significa mantener la continuidad. Si se dura, se tiene tiempo para hacer que pasen cosas. O para que las cosas pasen solas, que acaba pareciendo lo mismo»

La continuidad cotidiana de la especie humana es asumida básicamente por las mujeres. En toda cena de parejas, mientras los hombres arreglan el mundo, las mujeres ponen la mesa, ya se sabe. Encuentras la misma situación en la empresa, en el calle, en política. Mientras Zhivago y su suegro despotrican contra los bolcheviques en cuanto llegan a su expropiado Iuriatin, Tonya enciende el fuego, no sé si recuerdan la escena en la celebrada película de David Lean. En mi Diccionario de socioecología (1999) ya decía que la principal aportación de las mujeres a la gestión cotidiana de la especie es su propia condición genérica, es decir, su capacidad para regir la complejidad. La misoginia, en este contexto, viene a ser una reacción machista de horrorizada impotencia ante la dificultad masculina para gestionar situaciones complejas o de carácter analógico.

En efecto, el hombre tiene una percepción numérica de las cosas, mientras que la mujer la tiene más analógica. Es un atavismo. Entre los primates, la gestión de la especie corresponde a las hembras; los machos se concentran en asegurar la obtención de los recursos y en garantizar la seguridad del grupo. Los humanos hemos superpuesto todo un universo cultural sobre estas bases, lo que ha llevado a algunos progresos y a muchos malentendidos. Así, el secuestro de los recursos y la conversión de la épica en dominio han dado al macho un control aparente sobre una especie que, en realidad, nunca ha gestionado. El resultado ha sido una tragedia estratégica disfrazada de legitimidad etológica.

La sostenibilidad es una cuestión de continuidad, de centrocampismo organizador de otra clase de juego, más analógico y humano. Hombres y mujeres nos tenemos que invertir. En épocas de crisis renace la tentación épica. Necesitamos justo lo contrario. Menos gesticulación y más gestión sensata de la cotidianidad. Y también grandeza de miras e imaginación, en lugar de grandilocuencia y fantasía. Con machismo desarrollista y con un feminismo emulador del machismo continuaríamos cavando en la dirección equivocada. Me parece.

© Mètode 2010 - 68. Después de la crisis - Número 68. Invierno 2010/11
Doctor en Biología, socioecólogo y presidente de ERF (Barcelona). Miembro emérito del Institut d’Estudis Catalans.